Tapera Humana
Javier de Viana
Cuento
Mal resguardado por la sombra escasa de una triguera escuálida, don Paulino observaba distraídamente, sin emoción y sin interés, la dilatada cuchilla que se extendía delante suyo como un océano, sin término visual.
Era un mar amarillento, de cuya superficie inmóvil brotaba un vaho blanquecino, muy tenue, pero incesante, y de un brillo insorpotable para otros ojos que no fuesen los ojos aguileños del viejo gaucho.
El sol hacía estremecer bajo su beso de fuego a la tierra fecundada.
En el sopor del mediodía estival, ni una brisa ni una ala batían el aire inmóvil.
Todos los músculos estaban en reposo y todas las gargantas estaban mudas y todos los seres respiraban fatigosamente, oprimidos los pechos por la rodilla brutal del bochorno.
¿Por qué causa el paisano, despreciando el alivio de la siesta permanecía allí, sentado en un banquito, sufriendo la resolana?...
Entre los labios secos y descoloridos sostenía el «pucho» de un grueso cigarro de tabaco negro. Debía hacer mucho tiempo que estaba apagado, porque cuando quiso retirarlo para encenderlo de nuevo, el papel encontrábase de tal modo adherido al labio, que le produjo un despellejamiento doloroso.
Aquello pareció sacarlo del abismamiento. Aplicó el dedo a la parte dolorida y advirtiéndolo ligeramente teñido de rojo, musitó con amarga sonrisa:
—¡En tuavía tengo sangre!... ¡Yo créiba que ya nu había más que yel en el cuerpo del viejo Paulino!...
En seguida púsose a palpar y a observar, primero los brazos, después las pantorrillas. En unos y en otras, los músculos habían casi desaparecido. Una piel negra, rugosa, reseca, cubría la potente armadura ósea.
—Tuito se va secando,—dijo con expresión extraña, mezcla de amargura y de contento.
Y luego:
Dominio público
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Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.