La Caza del Aguará
Javier de Viana
Cuento
Después de haber volcado sobre el suelo la fuente de latón con las sobras de comida, Valeria quedóse negligentemente recostada en el marco de la puerta del gallinero, observando la glotonería con que las aves se disputaban los trozos de carne y de legumbres, arrebatándoselos del pico turno a turno, con un egoísmo, una envidia y una imbecilidad dignos de humanos.
Y aún después de haberse dispersado las gallinas, terminada la merienda, la paisanita permaneció en el mismo sitio, cambiando sólo de actitud para mirar al cielo, en vez de la tierra.
Hallábase tan preocupada que Farías pudo acercarse hasta dos metros de ella sin ser advertido. Él también se inmovilizó observándola con embeleso.
¡Está linda, la gurisa!... ¡Linda y atrayente!
De escasa estatura, pero bien conformado, su cuerpo tenía el encanto de una robusta juventud. Los brazos torneados parecían querer reventar la tela endeble de la bata de zaraza; y el seno, quizá demasiado fuerte para su edad, amenazaba hacer saltar los botones en la expansión de cada sístole.
Las cejas muy negras y pobladas daban expresión enérgica al rostro redondeado, levemente trigueño, corrigiendo la suavidad de la mirada y el sensualismo denunciado por los gruesos labios y arregazada nariz.
—¿En qué santo está pensando la reinita del pago?—habló Farías.
Valeria volvió la cabeza sin demostrar sorpresa, pues estaba habituada a la tenaz persecución del mozo. Y sonrió respondiendo con desenvoltura:
—No estaba pensando en ninguno, pero si así fuera no sería en usté.
—¡Gracias por la franqueza!...
—Es elogio.
—No lo veo.
—Tendrá la vista turbia... ¿Quiere que haga un cocimiento 'e malvas?... ¿No sabe que llamarle a usté santo sería ofenderlo?
—Llámeme demonio, pero piense en mí.
—Yo miraba el cielo y en el cielo no hay demonios.
—¿Y qué miraba?
Dominio público
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Publicado el 12 de agosto de 2022 por Edu Robsy.