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autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento


1718192021

Prosiando

Javier de Viana


Cuento


A Bernardo Maupeu.


Como cueva de peludo era el potrero. Serpeante senda, tan angosta que las zarzas castigaban ambos flancos del caballo, y tan bajamente techada por el entrecruzamiento de las ramazones que debía el jinete mantenerse todo el tiempo echado sobre las crines; larguísima y obscura senda, en parte cortada por canalizos, en sitios obstruida por troncos atravesados, conducía al playo liso, limpio y verde, donde los matreros reposaban en absoluta seguridad.

Afuera, en el campo libre debía estar sobrando luz todavía, porque aún no habían vuelto las palomas de su excursión a los rastrojos, ni cantado la calandria la oración de silencio; pero allí, en el potril diminuto, enmurallado por árboles de veinte metros de altura y con más ramas que hijos tiene un matrimonio pobre, amulatábase el cielo y podía darse por ido el día.

Al pie de un vivaró que se alzaba a manera de torrejón sobre la chusma montaraz, el viejo don Tiburcio y el imberbe Saturno cimarroneaban y proseaban a la espera de los compañeros que salieron al mediodía en busca de carne.

Las circunstancias, el sitio, la hora, todo era propicio a la meditación, a pasar revista al pretérito, desgajando, descascarando, poniendo al descubierto el "cerno" del palo, lo que resiste, lo que perdura, lo que deslinda y orienta.

Decía el viejo:

—Asina es j'el destino 'e los hombre... Pero yo siempre he creído qu'el destino no es un bicho ciego que sacude palo p'acá y p'allá, sin carcular ni eligir, voltiando lo mesmo al inocente y al indino... No; qué querés: no creo. El destino no marca asina no más, al puro ñudo, sino que cuando tira una lechiguana pa un lao y desparrama la yel pal otro, razón no le ha de faltar p'hacerlo.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

¡Sálvate Juan!

Javier de Viana


Cuento


Sentado al borde de la hamaca, las piernas colgantes, la cabeza inclinada sobre el pecho, Juan Maidana se había olvidado de todo el medio material: del río que silenciosamente se deslizaba bajo sus pies, del bosque que empezaba a ensombrecerse, de la boya roja de la línea de pescar, llevada y traída por un cardumen de mojarras curiosas; del perro lobuno, que echado al lado suyo, aburrido, enviaba codiciosas miradas al corazón de buey, por el mozo llevado para carnada y que sólo aprovechaban las moscas.

Y quien sabe cuanto tiempo habría permanecido así Juan Maidana, si de pronto no se le hubiese presentado Alberto Medina.

—¿Qué haces abombao?—díjole cariñosamente.

—Estoy pescando,—respondió el mozo, un tanto avergonzado al ser sorprendido en aquel estado de embebecimiento.

—¿Pescando?... ¿Lo cuál?... ¡Cómo si han de rair de vos los péscaos!...

—¿Y por qué si han de rair?

—Porque si mi hace que vos pescás con anzuelo e pulpa... ¿No trujistes caña?

—Ahí, junto al sauce está la botella...

Anacleto se inclinó, tomó la botella, la miró al trasluz y exclamó:

—¡Cuasi llena!... ¿Asina querés pescar con caña...?—Bebió e interrogó con ironía:—¿Sábés por qué no sacas vos ningún pescao?

—¿Por qué?

—Porque tenés miedo.

—¿Miedo?...

—Si... Miedo de que al ver que te sumen la boya salga ensartao un cangrejo o una tortuga... ¡En tuito sos lo mesmo vos!... De tanto buscarle juego a la taba, cuando vas a largarla tenés los dedos acalambraos y se te clava un... Cuando tenes una carrera en fija, cansas el caballo en partidas, buscando ventajas y te la llevan de arriba...

—P'andar ligero hay que andar despacio.


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Publicado el 6 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Saca Chispas

Javier de Viana


Cuento


Un tipo original Eloy Larraya. Bajo, delgado, nervioso, tenía un rostro fino, casi glabro, y una hermosa cabeza poblada de rubia, larga y ensortijada cabellera.

La causa más insignificante lo excitaba haciéndole proferir tremendas amenazas. Sus compañeros, que lo habían apodado «Sacachispas», gozaban urdiendo chismes, contando que fulano, en tal parte se había expresado en tales términos, ofensivos para él.

Sea que lo creyese, o que fingiera creerlo, Eloy montaba en cólera, agitábase violentamente y rompía en tremendos apóstrofes:

—¡En cuanto me tope con ese cascarudo le vi'a dejar el cuero como espumadera, a juerza 'e chuzazos!...

—¿Conque... pica al naco, aparcero?—mofóse uno de los peones.

—¡Con esta fariñera!—replicó Sacachispas, desenvainando una descomunal cuchilla, que, lo mismo que el pistolón calibre dieciséis, sólo para dormir quitábaselo de la cintura... Y eso, no siempre.

Otro peón observó burlonamente:

—No importa qu'el lazo sea largo si falta juerza en el puño pa largarlo hasta las guampas del animal!

—¡Pa sirsiorarse no tienen más que probarme!..

—Nosotros no, hermano; pero no ha'e faltar quien quiera darte un cotejo, con ganas de ver si tu daga saca chispas como tu labia.

Los enojos de Eloy se apaciguaban con la misma rapidez con que nacían.

—La corro con el qu'enfrene,—dijo, y salió del galpón tranquilamente, esperando encontrar en la cocina a Dalmacia, la chinita retrechera por la cual se derretía hacía meses.

Estaba allí, en efecto, fregando prolijamente la vajilla. Él la piropeó:

—¡A tuito lo que usté toca le saca brillo!

—Cada uno hace lo que puede—respondió irónica;—usté saca chispas, yo saco brillo.

—¡Y chispas también sabe sacar!... Hace tiempo que tengo el corazón quemao con el chisperio'e sus ojos.

Rió Dalmacia y replicó despiadada:


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Cómo se Hace un Caudillo

Javier de Viana


Cuento


Rajaba el sol.

Una pereza enorme invadía la comarca. Las florecitas, que al beso del rocío habían levantado alegremente las cabecitas multicolores, reposaban sobre el suelo, marchitas y tristes, sin brillo en las corolas, sin fuerza en los tallos.

Los pastos, amarillos, secos, daban la impresión de una fauces atormentadas por la sed.

Las haciendas, aplastadas por la canícula, permanecían quietas, incapaces de ningún esfuerzo, ni aun para pacer.

En el cielo, caldeado como un horno, no volaba un sólo pájaro.

En los lagunejos de las cañadas, las tarariras dormían flotando a flor de agua, sin hacer caso de las mojarritas, que semejando esquilas de plata, les saltaban por encima.

El techo de paja del gran edificio de la pulpería, parecía pronto a arder; parecía que estaba ardiendo ya, pues estaba ardiendo ya, pues brotaba de él un tenue vapor azul.

A su alrededor, los coposos eucaliptus dejaban pender, mustias, lánguidas, las ramas flageladas por el sol. Y entre las ramas, en el interior de los nidos enormes, se sofocaban, abierto el pico y esponjadas las plumas, los caranchos y las cotorras.

Eran más de las cuatro de la tarde, pero la temperatura se mantenía hirviente como a medio día. Una pereza colosal invadía el campo, y a esa hora, Regino era uno de los poquísimos hombres que trabajaban.

Con la cabeza cubierta por un gran chambergo sin forma, en mangas de camisa, unas bombachas de dril y los pies calzados con «tamangos», Regino iba siguiendo perezosamente el surco que, con no menor pereza, iban abriendo los dos bueyes barcinos, que atormentados por las moscas y los tábanos, avanzaban somnolientos, babeando, el hocico casi rozando el suelo.

Al concluir una melga, Regino se detuvo. Los bueyes agacharon aún más las cabezas en una actitud de suprema resignación.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Las Dos Ramas de una Horqueta

Javier de Viana


Cuento


El indiecito Dalmiro dijo:

—El mate está labáo, el agua está fría, s’está apagando el juego, y don Eulalio entuavía por contarnos el cuento prometido.

—Es que no encuentro muchacho.

—¡No va encontrar usté qu’es capaz den encontrar en una noche escura un arija perdida entre el pasto!...

—De un tiempo no digo; pero aura, m’está dentrando la cerrazón en la memoria.

—Con el sol de la voluntá no hay cerrazón que no se redita.

—Es que hasta la voluntá maulea cuando el carro ’e la vida está muy recargao de años.

—¡Mañas, no más, don Eulalio!...

¡Si usté por cada año que carga, tira dos en la orilla del camino!

—Don Eulalio, —afirmó Marcelo,— es mesmamente como las higueras: a la caída ’e cada invierno parece que se han secao, y al puntiar la primavera reverdecen y retoñan.

—Y las brevas son más lindas cuanti más añares tienen.

Sonrió el viejo, halagado en su vanidad, y contestó de este modo:

—Dan higos mejores, pero dan más menos.

El indiecito Dalmacio, el único que se permitía irreverencias con el patriarca de la estancia, exclamó:

—¡Dejesé de amolar! A usté le gusta que le rueguen como a niña bonita!... Está mentando vejeces y entuavía la semana pasada se l'enhorquetó al redomón rabicano de Mauricio y lo hizo sentar en los garrones a tironazos!...

—El poder de la esperencía, muchacho, nada más qu’el poder de la esperencia...

—Si; y pu'el poder de la esperencia cualquier día v'a salir encontrando novia y volviéndose a casar... Y, a propósito, don Eulalio... ¿por qué no nos cuenta como jué su casorio?... D’eso si ha ’e acordar.

—Dijuro. ¡Disgraciao el hombre que se olvida de eso y de la madre!

—Güeno, dejesé de chairar y corte.


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Publicado el 5 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Se Seca la Glicina

Javier de Viana


Cuento


Gasas violetas van invadiendo el cielo que tachona el valle. Espésanse en la hondonada la sombra y el silencio, mientras en lo alto de la gradería rocosa de la montaña, flotan aún, en vaho de argento, las últimas luces del sol muriente, marginando la ancha culebra del río, cuyo brillo, al igual de las nieves solemnes de las cumbres, desafía las sombras más densas de las noches más lóbregas.

En medio de ese silencio y de esa quietud, Eva avanza lentamente por el valle, arreando su majadita de chivas.

Sin par tristeza ensombrece el rostro de la linda paisana. Sus ojos parecen más grandes, más negros, más profundos, destacándose en la palidez de la piel como dos «salamancas» gemelas abiertas sobre los riscos nevados.

Mientras con la vara de jarilla acaricia, —más que castiga,— a los chivatos retozones, la criolla canta. Canta con ritmo funerario una canción de angustia que se pierde sin eco en el sosiego del valle soñoliento...


Si alguna vez en tu pecho,
¡ay! ¡ay! ¡ay!...
a mi cariño no abrigas,
engáñalo como a un niño,
pero nunca se lo digas!...
Engáñalo como a un niño,
¡ay! ¡ay! ¡ay!
pero nunca se lo digas!...


Y era cual medrosa imploración de un niño sorprendido por la noche en desconocida vereda de la montaña; imploración ténue y tristísima, pues que se sabe la ineficacia del ruego y la imposibilidad del auxilio...


Mi amor’se muere de frío...
¡ay¡ ¡ay! ¡ay!...
porque tu pecho de roca
no le quiere dar asilo...
Porque tu pecho de roca,
¡ay! ¡ay! ¡ay!
no le quiere dar asilo! ...


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2 págs. / 5 minutos / 31 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Triunfo de las Flores

Javier de Viana


Cuento


Haces de anchas hojas de palma y guirnaldas de flores de ceibo, constituían casi el único adorno del grande y modesto salón, desde cuyo testero, en medio de un trofeo formado con banderas argentinas e italianas presidía la roja cruz de Savoya.

Era el 20 de septiembre y, como todos los años la colectividad italiana festejaba con lucidas fiestas sociales la fecha coronaria del resurgimiento.

No obstante su amplitud, el salón resultaba insuficiente, pues además de la casi totalidad de las familias de la capital chaqueña, otras muchas habían acudido de las colonias inmediatas y de la vecina Corrientes.

Veíanse mezclados, en un ambiente de franca y alegre armonía, el modesto industrial y el acaudalado capitalista; las altas autoridades y sus más modestos subordinados; los viejos comerciantes, reposados y toscos, con los elegantes y bulliciosos oficialitos de la guarnición; las esbeltas y distinguidas damas de la capital correntina, con las tímidas muchachas campesinas, frescas y lindas como las flores que amenguan la adustez de las selvas chaqueñas.

En medio de la general alegría que comunicaba la música, las luces, las expansiones juveniles y un poco también el barbera espumante, sólo Baldomero Taladríz vagaba triste, indiferente, refractario al calor de aquel ambiente de diversión y de contento.

El presidente de la comisión del Círculo, un viejito garibaldino, comunicativo y jovial, al verlo melancólicamente recostado al quicial de una puerta, se le acercó diligente, diciéndole con afabilidad:

—¿Por qué no baila, don Baldomero?

—¿Bailar yo? —replicó con aspereza Taladriz.

—Entonces, vamos a tomar un copetín, —insinuó el viejo, y tomando de! brazo al criollo adusto, lo condujo al buffet.


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Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Empate

Javier de Viana


Cuento


Un fogón enorme echaba llamaradas, haciendo día en la amplia cocina del cortijo.

¿Por qué tan gran fuego?...

La noche estaba boquiando y no habría de faltar más de una hora para que aparecieran en el naciente las pinceladas rojas de las barras del día.

¿Para qué aquel gran fuego?... No hacía frío y con la décima parte de las brasas del fogón sobraba para calentar el agua de la pava con que cimarroneaban los dos viejos, el viejo criollo Campoverde y el viejo napolitano Pomidoro.

Los dos tenían la barba espesa y tordilla,—tordilla blanca, como los tordillos viejos;—pero Pomidoro ostentaba un cráneo pelado, amarillo, semejante a un huevo fresco de ñandú, mientras que Campoverde conservaba toda su crin bravía. Eran bastante viejos los dos, y durante más de veinte años se habían odiado intensa y recíprocamente.

Pomidoro había empezado por arrendar a Campoverde una chacra que, cultivada con todo esmero, le permitió al italiano, laborioso y ahorrativo, ir acumulando moneda. Verdad que hacía de todo. Aparte del cultivo, no muy extenso, de maíz y trigo, su huerta proveía de hortalizas, de duraznos y de sandías al pago entero. Todos los domingos, Teresa, su mujer, hacia gran hornada de pan, que sus hijos, Sabina y Pedro, iban a vender por el contorno. Además, Genaro Pomidoro era el único albañil, el único carpintero y el único mecánico del lugar.

Si había que levantar un muro, componer una azotea, remendar un tejado, construir una puerta o arreglar una máquina descompuesta, era forzoso recurrir a Pomidoro. Y de esta pluralidad de ocupaciones, juntando pesos con centavos, iba formando libras esterlinas destinadas a la obscuridad del botijo.

Campoverde no tenía mala voluntad para su arrendatario; empero, en su orgullo de criollo, despreciaba al «gringo», encontrando lo más natural que éste, cada vez que se acercaba, se quitase el sombrero y lo saludara con un respetuoso:


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Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Del Bien y del Mal

Javier de Viana


Cuento


—Es así, viejo Simón, convénzase de que es así, —concluyó Mariano con su voz pausada serena y armoniosa.

Pero si al viejo Simón le era imposible convencerse de que fuese aceptable lo expresado por el patroncito, mucho más imposible le era convencerse de que efectivamente, el patroncito se expresaba así:

—«Las únicas satisfacciones reales son las que nos proporciona el hacer mal, el hacer sufrir».

Y lo había dicho así, serena, tranquilamente, sin excitaciones, demostrando profundo convencimiento de lo que decía, de que no era uno de esos disparates cual todos proferimos en un momento de ira, pero que no utilizamos jamás como regla de nuestras acciones.

Mariano ajustaba su conducta a esa fórmula horrible. El viejo Simón había visto cuanta satisfacción experimentaba el mozo en sus crueldades de hecho con las bestias y en sus crueldades de palabra con las personas.

Una ocasión, «Saulo», el viejo perro, veterano de la perrada de la estancia, desdentado, rengo, casi ciego, fue a acariciarlo, humilde, arrastrándose, buscando su mano para lamerla. Él no lo rehuyó, por el contrario, retribuyéndole las caricias y conduciéndolo al galpón hasta debajo de un garfio que sostenía un cuarto de vaca, cortó un trozo de carne que puso varias veces a la altura del hocico del perro, haciéndole desear la merienda; y por último, simulando entregársela, le reventó en la boca una vejiga de hiel que llevaba oculta en la otra mano.

Otra vez, mientras el viejo Simón se esforzaba en desvanecer las sospechas que atormentaban a Jacinto, él intervino:

—¡No te aflijas, muchacho!... Puede ser que sean ilusiones... Yo los vi juntos, ayer tarde y no sé lo que Fausto le decía, pero vi que ella reía mucho... y los hombres que hacen reir a las mujeres tienen más probabilidades de conquistarlas que aquellos que las hacen llorar...


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3 págs. / 5 minutos / 29 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Como la Gente

Javier de Viana


Cuento


Cuando visito un pueblo o una ciudad provincial, gusto de recorrer los suburbios, porque son ellos quienes me suministran pasta maleable para intentar arte. Los pueblos y las ciudades provinciales se parecen a las toronjas: sólo la cáscara tiene sabor y valor sativo; el interior son granos y agua: funcionarios, «pa. venus» y brutos solemnes envueltos en el pergamino de un título universitario. Todo sin sustancia y todo uniforme, como un artículo de confección o una romanza en pianola. Nadie es suyo; nadie es alguien. En cambio, en la orilla, acodado al mostrador de zinc de una taberna, se ven almas al través de las ropas desgarradas; almas sucias, almas cubiertas de cicatrices, desteñidas, remendadas, pero ingenuas, simples, naturales, verídicas, porque no tienen fuerza para mentir...

Una noche me encontré en el beberaje de un almacén orillero, en un pueblucho de la provincia de Buenos Aires, con un tipo extraño, uno de esos tipos que son como la osamenta de un drama. Su potente armadura ósea denunciaba la robustez pasada; porque ahora menguado en carnes, arrugado el rostro como un sobre vacío, sin luz los ojos, trémulos los dedos flacos, nudosos, negros, con arqueadas uñas de roedor troglodita, tenía todo el aspecto de una tapera.

Le hablé. Al principio sólo pude sacarle frases incoherentes; luego, sobada con la mordaza de la ginebra, se le ablandó la lengua, y, a tropezones me contó su vida.


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Publicado el 24 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

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