El Gato
Javier de Viana
Cuento
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
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autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Era el Dr. Atilio Manzzi un «original»; pero no en el sentido que el vulgo acostumbra dar al vocablo, es decir, extravagante y atrabiliario, un ser mediocre que a falta de méritos positivos que lo eleven sobre el común de sus coterráneos, se singularizan por los excesos capilares, el arcaísmo de su indumentaria y su decir paradojal.
No era de esos el Dr. Atilio.
Si con frecuencia llevaba largo el cabello y descuidada la barba y el traje siempre en disonancia con la moda, nada de ello era en él estudiado descuido.
Hombre joven aún,—pues apenas trasmontaba la cuarentena,—vivía por completo consagrado al ejercicio de su profesión de médico y al estudio. Las tertulias del café,—el billar y el naipe,—casi exclusivo entretenimiento de los pueblitos,—no le ofrecían ningún aliciente; y las pueriles vanalidades de la vida social, menos aún.
Su pasión era los libros; y al final de cada lectura gustábale abstraerse, para extraer, a través del filtro del análisis crítico, la esencia de lo leído. Era, en fin, un temperamento de sabio.
Entusiasmábanle las ciencias sociales. Las miserias, físicas y morales observadas a diario en su consultorio, entristecían su alma generosa, impulsándole a poner en contribución su voluntad y su cerebro al ideal nobilísimo de plasmar una humanidad más buena y más justa.
¡Cuántos de aquellos infelices que imploraban el auxilio de su ciencia curativa, llevaban sus organismos corroídos por las deficiencias de alimentación, de higiene y de educación, al par que por un trabajo excesivo y ejecutado en pésimas condiciones!...
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Dominio público
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
—Cortando campo se acorta el camino—exclamó con violencia Sebastián.
Y Carlos, calmoso, respondió:
—No siempre; pa cortar campo hay que cortar alambraos...
—¡Bah!... ¡Son alambrao de ricos; poco les cuesta recomponerlos!
—Eso no es razón; el mesmo respeto merece la propiedá del pobre y del rico... Pero quería decirte que en ocasiones, por ahorrarse un par de leguas de trote, se espone uno a un viaje al pueblo y a varios meses de cárcel.
—¿Y di'ai?... ¡La cárcel se ha hecho pa los hombres!...
—Cuase siempre pa los hombres que no tienen o que han perdido la vergüenza.
—¿Es provocación?...
—No, es consejo.
—Los consejos son como las esponjas: mucho bulto, y al apretarlas no hay nada. Dispués que uno se ha deslomao de una rodada, los amigos, p'aliviarle el dolor, sin duda, encomienzan a zumbarle en los oídos: «¡No te lo había dicho: no se debe galopiar ande hay aujeros!»... «La culpa'e la disgracia la tenés vos mesmo, por imprudente»... Y d'esa laya y sin cambiar de tono, fastidiando los mosquitos...
—Hacé tu gusto en vida—contestó Carlos;—pero dispués no salgás escupiendo maldiciones a Dios y al diablo.
* * *
Hace un frío terrible y el cielo está más negro que hollín de cocina vieja.
De rato en rato, viborea en el horizonte, casi al ras de la tierra; un finísimo relámpago, y llega hasta las casas el eco sordo, apagado, de un trueno que reventó en lo remoto del cielo.
Las moles de los eucaliptus centenarios tienen, de tiempo en tiempo, como estremecimientos nerviosos, previendo la inminencia de una batalla formidable.
Las gallinas, inquietas, se estrujan, forcejeando por refugiarse en el interior del ombú.
Los perros, malhumorados, interrumpen frecuentemente su sueño, olfatean, ambulan y no encuentran sitio donde echarse a gusto...
Dominio público
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Profundamente abatido, Ponciano resistió aún:
—¡No Nerea!... Eso no; ¿pa qué comprometerme al ñudo?... ¿Tenés ganas de comer una ternera gorda?... Yo tengo muchas en mi rodeo y no viá dir a carniar la ternerita blanca del vasco Anselmo, exponiéndome a un disgusto...
—¡Compraselá!
—Ya te dije que no quiere venderla.
—Robaselá, entonces...
Y luego, con esa expresión de insolente fiereza que sólo saben tener las mujeres, exclamó:
—¡No ha de ser el primer zorro que desollés!...
La bofetada hizo empurpurar sus flacas mejillas tostadas por todos los soles estivales y por todas las heladas invernales. Pero la pasión, una pasión casi senil, le maneó la voluntad y el orgullo. Guardó silencio.
Envalentonada, la china impuso:
—Ya sabés: el lunes que viene, de aquí cinco días, es mi santo, y yo quiero festejarlo comiendo la ternerita blanca del vasco Anselmo.
Ponciano se despidió contristado, sin aventurar una respuesta. En el momento de montar a caballo, ella insistió:
—Si el lunes no venís con la ternera, es al ñudo que vengás...
Era él un gaucho alto y flaco, que parecía más alto y más flaco debido a la eterna vestimenta negra. Tenía una cabeza perfectamente árabe; denegridos el pelo, la barba y los ojos; aguileña y afilada la nariz; salientes los pómulos, hundidas las quijadas, obscura la tez, finos los labios, blanquísimos los dientes.
Su flacura le había valido el mote generalizado de «Lanza seca» y pasaba en el pago por un personaje misterioso.
Su oficio era el de acarreador de ganado para invernadas y saladeros, y tenía gran crédito debido a su pericia y a su honradez.
En los veinte años que llevaba trabajando en el pago, nadie había tenido de él la más mínima queja.
Dominio público
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Es el perro de los bañados.
Y es, entre todas las aves nativas, la más airosa.
Con su hermoso plumaje gríseo, con su gallardo penacho, con su porte majestuoso, siempre alta la testa, siempre en llamas la mirada, arrogante, altivo, desdeñoso, sin miedo a nada, ni a la escopeta, cuyos chumbos difícilmente traspasan su espesa coraza de plumas, es todo un alado cadete de Gascuña.
Severo en sus costumbres, sobrio, monógamo, es vigilante custodia de su compañera, mientras aova o empolla, y en sus viajes por los aires, en lo muy alto del cielo, rival en caudas con las águilas reales, siempre va acompañado de su consorte.
Desprecia las carroñas.
La podredumbre de las osamentas, buena está para cuervos, caranchos y chimangos, inmundos rapaces, escoria de la sociedad alada.
A él le ofrece el estero variado y limpio alimento.
La podredumbre de la mentira tampoco lo infecta Su grito de alarma no es nunca expresión de infundado sobresalto.
En estado doméstico, su vigilancia es muy superior a la canina.
El perro está sujeto a pesadillas y con frecuencia arranca ladridos que inquietan sin motivo al amo. Como todos los poetas cursis, es un enamorado de la luna, a la cual prodiga sus ásperas e inarmónicas baladas.
Y otras veces ladra de miedo, confundiendo el manso petizo del piquete con una feroz gavilla de bandoleros.
Y otras veces ladra de puro sabandija, para hacer méritos, para hacerse pasar por guardián insuperable.
En cambio, el chajá ni se equivoca ni miente; cuando el ave grande y altiva lanza en la obscuridad silenciosa de la noche campesina su sonora clarinada, él gaucho salta del lecho y prepara sus armas, apercibiéndose a la defensa...
Hay gente que se acerca a las casas: el alerta del chajá no falla nunca.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Pedro Pancho, ante la prueba abrumadora de su delito, comprendió que era inútil la defensa..
Por eso se concretó a decirle a Secundino:
—Lindo pial. Pero no olvides que una refalada no es cáida, y que de la cárcel se sale. Prepárate pa la revancha.
—En todo caso, siempre habrá lugar pa la güena,—respondió taimadamente el capataz;—empardar no es matar.
—Dejuro, correremos la güena, que a mí nunca, me gustaron las empatadas... ¡y es difícil que no la gane!...
—¡Claro! Como la cana v'a ser larga, tenés tiempo pa estudiar al naipe y marcarlo.
—Descuida: algunas cartas ya las tengo marcadas—respondió Pedro Pancho con extraña entonación que dejó pensativo a su rival.
Los peones comentaban el suceso.
—Estoy seguro que Pedro Pancho es inocente—observó uno.
—Y yo lo mismo—confirmó otro.—La contraseñalada de los borregos la hizo el mesmo capataz pa fundirlo al otro, a quien le tiene miedo.
—Ya dije yo—filosofó Dionisio—que Secundino es como coscuta en alfalfar y que ha 'e concluir con todos nosotros. Por lo pronto se va formando cercao. Ya despió a Pantaleón y a Liandro pa reemplazarlos por dos papanatas que son mancarrones de su marca. Cualesquier día nos toca a nosotros salir cantando bajito...
Transcurrió el tiempo.
Las predicciones de Dionisio se cumplieron en breve plazo. Uno con un pretexto, otro por otro, todos los antiguos peones fueron eliminados y substituidos por personas que—debiéndole el conchabo—obedecían ciegamente a Secundino.
Rápidamente adquirió una autoridad despótica en la administración de la estancia. Don Eulalio intentó varias veces rebelarse contra aquella absorción de facultades de su subordinado.
Cedió siempre, sin embargo, bajo la presión de Eufrasia, decidida protectora del capataz.
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Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
A mi amigo José de Arce.
Quedaba aún ancha franja de día, cuando Regino, concluido de estirar un alambre, dijo á los peones:
—Dejemos por hoy... Tengo ganas de cimarronear.
Los peones recogieron las herramientas, echaron los sacos al hombro y se encaminaron á las casas, alegres y agradecidos al patrón que les ahorraba una hora de trabajo, pesado bajo la atmósfera caldeada de un día de enero. Y mientras ellos penetraban en el galponcito recién techado y en cuyo piso aún vivía la gramilla, Regino fué á echar una ojeada á las construcciones.
Albañiles y carpinteros trabajaban activamente, á la luz rojiza del crepúsculo, brillaban las tejas del techo y el blanco de las paredes, sombreado en partes por el ombú centenario, único sobreviviente del viejo puesto, demolido para dar sitio al edificio moderno, cabeza de estancia, que hacía edificar Regino Morales, dueño, á la sazón, de aquellos campos en que sus padres y sus abuelos habían sido miserables agregados. Cuando él volvió al pago, ni rastros quedaban de la familia. El rancho no tenía ya techo, y las paredes de terrón estaban caídas ó gastadas por el continuo rascar de los vacunos. A la derecha de la tapera una gran circunferencia gris de plata, una copiosa vegetación de abre puño y revienta-caballo denunciaban un antiguo rodeo de ovejas; y á los fondos, el verde negro de un bosquecillo de ortigas daba testimonio del basurero. Todo lo demás era muerto, excepto el ombú, sombrío, persistente, símbolo de la raza brava y sobria que se va extinguiendo.
Regino inspeccionó los trabajos y luego fué al galpón, aceptó un mate, que sorbió á prisa y salió.
Dominio público
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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
Por la única puerta de la cocina,—una puerta de tablas bastas, sin machimbres, llena de hendijas, anchas de una pulgada, el viento en ráfagas, violentas y caprichosas, se colaba a ratos, silbaba al pasar entre los labios del maderamen, y soplando con furia el hogar dormitante en medio de la pieza, aventaba en grísea nube las cenizas, y hacía emerger del recio trashoguero, ancha, larga y roja llama que enargentaba, fugitivamente, los rostros broncíneos de los contertulios del fogón y el brillador azabache de los muros esmaltados de ollin.
Y de cuando en cuando, la habitación aparecía como súbitamente incendiada por los rayos y las centellas que el borrascoso cielo desparramaba a puñados sobre el campo.
El lívido resplandor cuajaba la voz en las gargantas y los gestos en los rostros, sin que enviara para nada la lógica reflexión de don Matías,—expresada después de pasado el susto.
—Con los rayos acontece lo mesmo que con las balas; la que oímos silbar es porque pasa de largo sin tocarnos; y con el rejucilo igual: el que nos ha'e partir no nos da tiempo pa santiguarnos...
Y no hay para qué decir que en todas las ocasiones, era el primero en santiguarse; aún cuando rescatara de inmediato la momentánea debilidad, con uno de sus habituales gracejos de que poseía tan inagotable caudal como de agua fresca y pura, la cachimba del bajo,—pupila azul entre los grisáceos párpados de piedra, que tenían un perfumado festón de hierbas por pestañas.
El tallaba con el mate y con la palabra, afanándose en ahuyentar el sueño que mordía a sus jóvenes compañeros, a fuerza de cimarrón y a fuerza de historias, pintorescas narraciones y extraordinarias aventuras, gruesas mentiras idealizadas por su imaginación poética.
Dominio público
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Estaba obscureciendo cuando don Fidel regresó de su gira por el campo. Los peones que mateaban en el galpón y lo vieron acercarse al lento tranco de su tordillo viejo,—ya casi blanco de puro viejo,—observaron primero el balanceo de las gruesas piernas, luego la inclinación de la cabeza sobre el pecho, y, conociéndolo a fondo, presagiaron borrasca.
—Pa mí que v'a llover—anunció uno.
—Pa mí que v'a tronar,—contestó otro; y Sandalio, el capataz, muy serio, con aire preocupado, agregó:
—Y no será difícil que caigan rayos.
Casi todos ellos, nacidos y criados en el establecimiento, casi todos ellos hijos y nietos de servidores de los Moyano, conocían perfectamente a don Fidel.
Grandote, panzudo, barbudo, tenía el aspecto de un animal potente, inofensivo para quien no le agrediera, temible para quien se permitiese fastidiarlo.
Fué siempre liso como badana y límpido cual agua de manantial. Habitualmente, recias carcajadas hacían estremecer el intrincado bosque de sus barbas, como se estremecen alegres los pajonales, cuando en el bochorno estival, la fresca brisa vespertina, mojada en agua del río, hace cimbrar con su risa las lanzas enhiestas, enclavadas en el cieno del bañado.
Empero, al llegar a la cincuentena, cuando murió su mujer de una manera trágica y algo misteriosa, el carácter de don Fidel cambió en forma sensible.
Normalmente era el mismo de antes, bondadoso y justo, severo, pero ecuánime; mas, de tiempo en tiempo y sin causa aparente, tornábase irascible, violento y atrabiliario, lanzando reproches infundados y sosteniendo ideas absurdas, al solo objeto de que los inculpados se defendiesen, o los interpelados le contradijeran, para exacerbarse, montar en cólera y desatarse en denuestos y amenazas.
Pasada la crisis, volvía a ser el hombre bueno, más suave que maneador bien sobado y bien engrasado con sebo de riñonada.
Dominio público
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
—Me vi' a dir.
—¿P' ande?
Pa cualisquier pago que tenga arroyos ande uno pueda arrojarse...
—¿Tenés ganas de augarte?
—...o campos fieros, con serranías o cangrejales que permitan quebrarse el pescuezo de una rodada!...
—¡La pucha!... Sabe aparcero qu' está más fúnebre que cajón de difunto?... ¿Qué le acontece?.. ¿Carnió a lo gringo y cortó la vegiga de la yel?...
—¡Cuasi asina!... ¡De la res qu'he carniao, tuitas las tripas me resultan tripas amargas!...
—¿Y d' ahí?... El remedio está acollarao con la enfermedá: deje las achuras pa los perros y meriende los costillares y la pulpa...
—¡Si la res que carnié no tiene más que achuras!...
Esta última frase la pronunció Trifón con tal acento de amargura y de descorazonamiento, que su amigo Silverio, condolido, cambió de tono y exclamó afectuosamente:
—Estás desagerando, muchacho... Por ruin que sea la lonja, ningún lazo se rompe de la primera enlazada... ¿Qué te pasa para ponerte blandito asina?...
—¡Que m' ha de pasar!... Usté lo sabe bien.
—Carculo no más... Yo no he dentrao al rancho 'e tu alma pa saber si la cama está renga.
—No carece dentrar al agua pa saber qu' el arroyo está de nado.
—Sí; cuando se tiene seña. En el paso chico del Auspon, pu' ejemplo, yo sé que cuando l' agua llega al primer ñudo del sauce viejo de la derecha, moja las verijas del mancarrón, y cuando sube hasta la horqueta, baña el lomo... Eso sé, porque lo vide sinfinidad de ocasiones... Pero en tu caso...
—Mi caso es más claro entuavía,—respondió violentamente Trifón. Y echándose sobre los ojos el chambergo, se fué de la enramada.
Silverio, gaucho maduro ya, lo miró partir con lástima, sacudió la cabeza, sacó la tabaquera y mientras armaba un cigarrillo, exclamó:
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.