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autor: Javier de Viana


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¡Miseria!

Javier de Viana


Cuento


Tocaba a su término el invierno aquel que había tenido, para las gentes del campo, rigores de madrastra. Días oscuros y penosos, de lluvias sin tregua y de fríos intensos; noches intranquilas pasadas al abrigo de! techo pajizo, castigado sin cesar por las rachas pampeanas que amenazaban arrancarle y esparcirle, hecho añicos, por las llanuras encharcadas donde las haciendas se inmovilizaban ateridas.

Allá en el sur, cerca del Río Negro y a varias leguas de Choele-Choel, la pulpería de Manuel González había sido el refugio de los aburridos y de los domados a lazo por la estación inclemente.

En el resguardo de la glorieta, se amontonaban los paisanos pobres, bebedores de caña y de ginebra, devotos del naipe y voluntarios narradores de aventuras moreirescas, que el galleguito dependiente escuchaba detrás de la reja con las manos en las quijadas y la boca abierta.

Adentro, en la gran pieza que servía de comedor y de sala, todas las noches había tertulia de truco, presidida por don Manuel. Nunca faltaban cuatro piernas para una partida y la botella de caña y el mate amargo, circulaban sin descanso, desde las ocho de la mañana hasta las dos o las tres de la madrugada.

Casiano solía tomar parte en el juego; pero sólo en casos de indispensable necesidad, en las raras ocasiones en que faltaba una pierna. A él le gustaba mucho el truco, pero nadie lo quería por compañero; hallaban que era muy zonzo y que no sabía mentir: cuando tenía cartas, se las estaban adivinando por el lomo y cuando se hallaba ciego, era más conocido que la fonda del pueblo. Si por casualidad ligaba treinta y tres, nadie le daba una falta; y si se aventuraba a retrucar con el bastillo, era a la fija que lo estaba esperando la espadilla para ensartarlo en un vale cuatro. Siempre había sido así Casiano: desgraciado como potrillo nacido en viernes santo.


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4 págs. / 7 minutos / 21 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Mientras Llueve

Javier de Viana


Cuento


Rueda de fogón.

Un fogón inmenso, como cuadra allí, donde el bosque de ñandubays se va insolentamente sobre «las casas».

Y el ñandubay, la leña noble, que arde sin humo y hace brasas como hierro de fragua, que iluminan el galpón con luces purpúreas, vence el frío y la obscuridad que reinan fuera, en el campo abofeteado por lluvia torrencial.

Es poco más de mediodía.

Cuanto más; la hora aproximada es imposible saberlo, pues que el sol, reloj preciso y único, está invisible.

Por otra parte, como no hay nada que hacer, fuera del gozo de mirar la lluvia bajo abrigado techo, nada interesa la medida del tiempo.

Circula sin tregua el cimarrón; el humo de los cigarrillos forma una corona de ascendentes espirales azules, y en el sitio de honor, repantigado en una silla de vaqueta que humilla a los bancos de ceibo, el viejo Aldao, el sabio agreste que, como el Daniel de la Biblia, sabe soltar dudas y desatar preguntas, explica marcas; indica el yuyo con que se cura la «culebrilla» y el amuleto contra el dolor de muelas; explica el modo de «componer» un naipe y «cargar una taba» sin que el más ladino advierta el engaño; y luego, a pedido general cuenta un cuento.

—«Les vi'a contar—comenzó,—cómo el ñato Lucas Piedra le ganó una carrera al Diablo.

«Ustedes, que son unos charavones, no conocieron a Lucas Piedra, que supo ser el pierna más pierna en este pago, ande quien no era rayo era centella y el más zonzo rejucilo.

«Lucas Piedra era carrerista de profesión, y si alguna vez le ganaban una carrera, no había peligro de que perdiese. Pa jugar, a cualquier juego era más sucio que bajera'e negro y con más letra menuda que un precurador de campaña, y cuando vía qu'iba a perderla la jugada a los tajos, y como era baquiano pa la daga y como luz pal cuerpeo y de güen coraje, le costaba poco estropiar un cristiano o hacer un dijunto.


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2 págs. / 4 minutos / 70 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Mi Prima Ulogia

Javier de Viana


Cuento


Al doctor Claudio Willintan.


La pulpería de Umpiérrez, en la Cuchilla Brava, cerca del Arerunguá Chico, era casi un cubo, y á la distancia, aislada como estaba en la cumbre de la loma, sin un árbol á su alrededor, parecía inmenso y pulido bloque de piedra blanca, plantado sobre la felpa verde de la colina.

Sin embargo, en aquel dorado domingo de enero, el habitual aspecto de la pulpería había cambiado. A su alrededor, blanqueaba un escuadrón de carpas y negreaban las enramadas, construidas en un día con cuatro horcones de blanquillo y varias carradas de ramaje de laurel y chalchal.

Además, veíanse desparramados por el contorno, carretas y carros, caballos y bueyes; y mientras de costumbre reinaba un silencio adusto, entonces, era todo bullicio: chocar de arreos de plata; sonoras interjecciones de gauchos y de perros, chillidos de acordeón y de mujeres; lloriqueos de guitarras y de niños; lamentables mugidos de bueyes hambrientos, y sonoros relinchos de parejeros ansiosos de lucha...

Junto á un ombú, un paisanito empurpurado, balbuceando frases de amor al oído de una chinita derretida...

Junto á las casas, un bullicioso grupo de jugadores de taba....

Junto á un carretón, una vieja friendo tortas y pasteles, rodeada de parroquianos y lanzando zafadurías por sus labios de pergamino, sin dejar caer el cigarro de chala...

Más allá, la pista, alisada, peinada como criolla en noche de baile, y varios profesionales que la recorren, estudiándola en todos los detalles de las trescientas varas comprendidas entre la «largada» y la «raya».

Y sobre todo eso, sobre el cubo blanco, sobre las carpas grises, sobre los hombres, sobre los animales, el sol, el gran sol de enero, derramaba fuego.


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3 págs. / 5 minutos / 25 visitas.

Publicado el 25 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Maula

Javier de Viana


Cuento


Contaba ño Luz:

Una güelta, la perrada estaba banqueteando con las achuras del novillo vicien carniao, cuando se presientó un perro blanco, lanudo, feo, con las patas llenas de cascarrias de barro que sonaban al andar como los cascabeles de la víbora de ese nombre.

Los perros suspendieron la merienda y se abalanzaron sobre el intruso, revolcándolo y mordiéndolo, hasta que “Calfucurá”, jefe de aquella tribu perruna, se interpuso, imponiendo respeto.

—¿Qué andás haciendo'? —interrogó airadamente “Calfucurá”.

—Tengo hambre, —respondió con humildad el forastero.

—¿Y no tenés amos?

—Tuve; pero m’echaron porque una noche dentraron ladrones en casa y se alzaron con varias cosas.

—¿Y no ladrastes?

—No.

—¿Por qué?

—Tuve miedo; soy maula.

—¿Sos joven?

—Si.

—¿Tenés buenos dientes?

—Sí... ¡Hace cinco días que ando cruzando campo y sin comer!... De tuitos laos m'espantan y tuitos los perros me corren!...

—¡Hacen bien! —sentenció “Calfucurá”.— El trabajo del perro, como el del polecía, es ser guapo; siendo flojo no vale la carne que come, porque sin trabajar naides tiene derecho a comer!... Ahí tenes esas tripas amargas; enllená las tuyas y seguí viaje...


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1 pág. / 1 minuto / 29 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Más Oveja que la Oveja

Javier de Viana


Cuento


Y sin hacerse rogar más, don Indalecio comenzó de esta manera:

—La justicia lo condenó pa treinta años... Yo no sé; ninguno de nosotros sabemos de esas cosas, porque la ley es muy escura y más enredada que lengua de tartamudo... pero pa mí qu’el pobre Sabiniano no era merecedor d’esa pena... ¿A ustedes que les parece? ...

—¡Qué nos va a parecer!... ¡Que p’abrír sentencia carece conocer el hecho; y hast’aura usté, se lo pasó escarsiando sin largar la carrera!

—Jué cosa simple. A Graciana, la mujer de

Sabiniano, se le antojó un día que se juese a comprar una botella'e miel de caña ...

—¿Se habrá cansao de la caña con ruda?

—No interrumpás... Ella dijo que se l’había mandao la entendida p’al mal de riñones, por culpa del cual se l'hinchaban bárbaramente los pieses.

Ese día era domingo, llovía como mundo, la pulpería distaba tres leguas, y Sabiniano había largao la víspera su lobuno cansadazo dispués de haber trabajao de sol a sol en el aparte del Rodeo Grande de la Estancia.

—«Tené pasencia hasta mañana —propuso él; y ella, enfurecida, l'escupió esto:

—«¡Siempre has de ser el mesmo cochino!... ¡Sos capaz de dejarme morir por no tomarte una molestia y gastar unos centavos pa mi salú!... ¡Y eso que yo echo los bofes pa servirte como si juese una piona! ...

Sabiniano recordó que desde veinte días atrás llevaba la misma ropa interior porque su mujer «no había tenido tiempo» de lavarle y plancharle otra muda; y que tuvo que coser él mismo el rasgón que le hizo una «uña de ñapinday» mientras «leñaba» en el monte; y que la mayor parte de los atardeceres, cuando volvía cansao del trabajo, tenía que hacer juego y calentar la comida, porque ella cenaba temprano pa tener tiempo de dir a casa de alguna comadre de la ranchería pa prosiar desollando vivos a conocidos y conocidas...


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2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Marca Sola

Javier de Viana


Cuento


A Augusto Murré.


La tarde se acababa. Como la comarca, en toda la extensión visible, era desoladamente plana, el sol se zambulló de golpe en el ocaso, no dejando fuera nada más que las puntas de sus crines de oro: lo suficiente, sin embargo, para avergonzar a la luna, que por el lado opuesto ascendía con cortedad, sabiendo que sus galas no pueden ser admiradas mientras quede en el cielo un reflejo de la pupila grande.

La glorieta de la pulpería se ensombreció repentinamente. Hubo un silencio, durante el cual, en un ángulo, veíase encenderse y apagarse una lucecita roja cada vez que el viejo Sandalio chupaba con fuerza el pucho mañero.

De pronto:

—¡Hay que desatar este ñudo!—exclamó Regino.—No puedo seguir viviendo medio augau con un güeso atravesao en el tragadero!...

—Arrempújalo con un trago'e giniebra,—aconsejó el viejo.

—No, ¡es al cuete!

—¡Qué ha'e ser al cuete!... ¡La giniebra li hace cosquilla a las tripas y alilea el alma, espantando el mosqueterío'e las penas!... ¡Métele al chúpis, muchacho, métele al chúpis!...

—¡No viejo!... Hay tierras que con la seca se güelven piedra, y con la lluvia barro, y cuando no matan de sé a las plantas, les pudren las ráices!...

—¡Muchachadas, no más, muchachadas!...

Regino se puso de pie, disponiéndose a salir.

—¿Ande vas?—interrogó el viejo.

—Pajuera, a tomar aire... ¡m'estoy augando aquí!...

—Vamo a tomar aire!... ¡No es la mejor bebida, pero es la más barata!... ¡Y dispués cuando un gaucho anda medio apestao del alma, necesita salir campo ajuera pa que naides les oiga los quejidos!... ¡Vamos p'ajuera!...

Salieron, yendo a recostarse en los horcones de la enramada, donde sus caballos esperaban mansamente que se apiadaran de ellos. Pero el viejo Sandalio era poco sentimental, y Regino tenía llena la cabeza con preocupaciones avasalladoras.


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2 págs. / 4 minutos / 20 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Malos Recuerdos

Javier de Viana


Cuento


Para Luis Reyes y Cirico Borges, amigos.


La víspera se había combatido con encarnizamiento, sin que hubiera sido posible afirmar a cual de los bandos pertenecían los laureles del triunfo.

Siempre ocurría lo mismo: ninguna batalla tenía otra significación ni otra importancia, que el mayor o menor desangre de los adversarios. La guerra no debía concluir por combinaciones tácticas, sino por el aniquilamiento de uno de los combatientes... o de los dos.

Semejantes a dos perros bravos, irreconciliables, cuando se encontraban, reñían hasta que uno de ellos, agotadas las fuerzas, se alejaba un poco e iba a echarse, ensangrentado, erizado el pelo, rojas las pupilas, secas las fauces, hirviente la cólera. El otro, el triunfador, se echaba en el sitio del combate, ensangrentado, erizado el pelo, rojas la pupilas, secas las fauces, hirviente la cólera.

Desde cada uno de sus sitios de reposo, continuaban mirándose y gruñendo. Ni el vencido tenía objeto en marcharse más lejos, ni el vencedor tenía porque espantarlo. ¡De todos modos, en cuanto estuvieran descansados volverían a agarrarse a diente!

Por eso, al siguiente dia de una batalla, los dos ejércitos dormían tranquilos, a pocas leguas uno de otro, curando sus heridos y restaurando sus fuerzas.

Uno de los bandos despertaba después de prolongado sueño reparador, sin importársele un ardite del resultado de la batalla.

La carneada fué abundante; las reses eran gordas y como había mucha leña, se churrasqueó mucho y bueno. La indiada quedó contentísima.

A la vera de un cañadón de lecho pedregoso, había un grupo de soldados. Como el tiempo era espléndido no habían necesitado armar las carpas que se improvisaban con los ponchos y trozos de alambre del vecino.


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2 págs. / 4 minutos / 21 visitas.

Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Macachines

Javier de Viana


Cuentos, colección


MACACHÍN. — OXÁLIS PLATENSIS.

Oxalidáceas. — Pequeña planta silvestre de flores rosadas y amarillas y tubérculos comestibles.

Soledad

Había una sierra baja, lampiña, insignificante, que parecía una arruga de la tierra. En un canalizo de bordes rojos, se estancaba el agua turbia, salobre, recalentada por el sol.

A la derecha del canalizo, extendíase una meseta de campo ruin, donde amarilleaban las masiegas de paja brava y cola de zorro, y que se iba allá lejos, hasta el fondo del horizonte, desierta y desolada y fastidiosa como el zumbido de una misma idea repetida sin cesar.

A la izquierda, formando como costurón rugoso de un gris opaco, el serrijón se replegaba sobre sí mismo, dibujando una curva irregular salpicada de asperezas. Y en la cumbre, en donde las rocas parecen hendidas por un tajo de bruto, ha crecido un canelón que tiene el tronco torcido y jiboso, la copa semejante a cabeza despeinada y en conjunto, el aspecto de una contorsión dolorosa que naciera del tormento de sus raíces aprisionadas, oprimidas, por las rocas donde está enclavado.

Casi al pie del árbol solitario, dormitaba una choza que parecía construida para servir de albergue a la miseria; pero a una miseria altanera, rencorosa, de aristas cortantes y de agujados vértices. Más allá, los lastrales sin defensa y los picachos adustos, se sucedían prolongándose en ancha extensión desierta que mostraba al ardoroso sol de enero la vergüenza de su desolada aridez. Y en todas partes, a los cuatro vientos de la rosa, y hasta en el cielo, de un azul uniforme, se notaba idéntica expresión de infinita y abrumadora soledad.


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132 págs. / 3 horas, 51 minutos / 67 visitas.

Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Lucha a Muerte

Javier de Viana


Cuento


Don Adriano Aguilar supo tener una estancia sobre el Arroyo del Medio, en las inmediaciones de San Nicolás.

Era una estancia chiquita, enhorquedada entre dos colosales heredades, cada una de las cuales sumaba leguas y contenían hacienda como pasto. Una de ellas, la de don Cayetano Saldías, llámase «Los Cinco Ombúes»; la otra, «Los Tres Ombúes». Don Adriano, que sólo poseía un ejemplar del árbol símbolo, bautizó modestamente su propiedad: «El Ombú».

Era uno solo; pero ninguno de los otros ocho lo aventajaba en corpulencia y arrogancia.

El viejo paisano experimentaba intenso cariño y grande orgullo por el coloso guardián de su rancho. En la dilatada llanura, donde las escasas poblaciones estaban tan distantes las unas de las otras que «no se veían las caras», el «ombú de don Adriano» era obligada señal de referencia para el viajero desconocedor del pago que indagaba la ubicación de una propiedad.

—«Siga derecho pu'este camino, y como a cosa 'e dos leguas va ver el ombú de don Adriano; déjelo a la izquierda, agarre una senda que gambetea entre un cardal y que lo va llevar hasta la mesma glorieta de la pulpería de don Pepino...»

—«¿L'azotea 'e los Laras?... Corte p'abajo, costee el esteral que llaman de los aperiases, y enderece pa la zurda, dejando a la derecha el ombú de don Adriano...»

—«¿Pancho Silva?... Pasando el ombú de don Adriano, ya va ver los ranchos, pegados al arroyo».

Y así sin término.


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3 págs. / 6 minutos / 32 visitas.

Publicado el 10 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Los Yuyos

Javier de Viana


Cuento


En el momento de encerrar los terneros en el chiquero, uno de ellos, juguetón más que rebelde, obligaba al peón a perseguirlo por entre el yuyal del antiguo basurero. Flagelados sus desnudos pies por las espinas de cepacaballo y la cáustica pelusa de las ortigas, al volver al galpón lamentábase así: —“¡Malditos yuyos!... ¿Pa qué habrá criado Dios semejante sabandija?”— Y el anciano filósofo campesino, enseñó: —“Dios no ha criado cosa inútil. Culpa es de la desidia, de la incapacidad o del orgullo del hombre, que algunas lo dañen en vez de servirle. Yuyos fueron las más bellas plantas que el cultivo ha transformado en encanto de los jardines, en materia industrial y en defensor de nuestra salud. También es un yuyo cada niño, y continuará siendo un yuyo inútil y perjudicial, si el hombre no lo transforma por medio del cultivo intelectual y moral”...ps://twitter.com/IB3noticies/status/1580266026687639552?s=20&t=ViNIBVcNShimskv3pFrg-Ahttps://twitter.com/IB3noticies/status/1580266026687639552?s=20&t=ViNIBVcNShimskv3pFrg-A


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1 pág. / 1 minuto / 29 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

910111213