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autor: Javier de Viana


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La Inocencia de Candelario

Javier de Viana


Cuento


Conducido a presencia del juez de instrucción, Candelario mostróse tranquilo, casi jovial, como quien está plenamente convencido de su inocencia y seguro de ser absuelto.

Con palabra fluida y sin menor titubeo respondió al interrogatorio:

—Que yo le tenia mucha rabia al finao, no lo niego... ¿pa qué lo viá negar?... Yo sé que no se debe hablar mal de un dijunto, pero la verdá hay que decirla, y Baldomero, como chancho, era chancho y medio...

—¡Guarde forma! —amonestó severamente el juez.

—¿Que guarde qué? ...

—¡Que hable con respeto!

—¡Ah! disculpe, señor juez ... Yo quería decir que era muy puerco. Pa cargar una taba era como mandado hacer, y agarrando el naipe, yo li asiguro, señor juez, que ni usté mesmo es capaz de armar un pastel tan bien como lo hacia el finao! ...

—¿Y usted cree que yo hago pasteles? —interrogó sonriendo el magistrado.

—Es un por decir...

—Bueno, siga explicando cómo lo asesinó a Baldomero Velázquez.

Candelario se puso de pie, y haciendo grandes aspavientos negó:

—¡Asesinarlo yo!... ¡Ave María Purísima!...

Yo nunca juí asesino, don juez... se lo juro por la memoria ’e mi padre, que Dios conserve en su gloria.

—¿En la gloria, su padre?

—¡Dejuramente!... ¡Si era un santo!

—¿Y por santo lo fusilaron?

—¡Una equivocación, don juez! ¡Una equivocación machaza... Es verdá que el finao tata mató una noche, mientras dormían, al patrón, a la patrona y a un muchachito mamón...

—¿Y lo hizo por santo?

—¡No, don juez!... Lo qui’ai es que el dijunto tata era sonámbulo, sabe, y aquella noche se levantó soñando que una banda ’e bandidos había asaltao la casa y corrió en defensa de los patrones.

—¡Y los mató!

—¡Equivocao, dejuro, por culpa el sonambulismo... ¡Pobrecito tata!...


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Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Peona

Javier de Viana


Cuento


Era un 25 de Mayo, la cosecha había sido buena, las autoridades no habían cometido muchas barbaridades y el resplandor de la gloria patria coincidía con el de un sol glorioso.

La calle principal estaba radiosa, festonada con arcos de madera y alambre, pintados de blanco y azul y adornados con gallardetes y guirnaldas tejidas con ramas de sauce y hojas de palma.

La municipalidad, deseosa de desmentir con hechos la afirmación calumniosa del periódico oposicionista de que no hacía nada en pro de la comuna, organizó, mediante una suscripción popular, los festejos, que consistirían en corrida de sortijas, fuegos artificiales y baile en el salón de la intendencia con entrada libre para todos los mozos que contribuyeran con diez pesos para el ambigú, fueran o no situacionistas.

Sobre la acera frente a la municipalidad se había construido una gradería, desde donde las más distinguidas familias del pueblo, contemplarían las carreras de sortijas en la tarde y la quema de los fuegos en la noche.

Entre esas familias privilegiadas, hallábase, en primera fila, la de don Cayetano Gambibella, excolono y en la actualidad dueño de treinta mil hectáreas de campo, dos almacenes y otros ítems.

Don Cayetano estaba, ese día, con su esposa, con sus seis hijas y con la sirvienta Balbina, quien tuvo la ligada porque el niño Genaro, el Benjamín, no quería ir a ninguna parte sin Balbina.

Balbina era una china vejancona, que debía estar ensillando los cuarenta.

El cuerpo era recio todavía; ñandubayescas las piernas y los muslos y los brazos; pero ya floja de senos, ajado el rostro, descoloridos los labios, que debieron ser brasas, y amortiguado el brillo cálido de sus enormes ojos negros, guardados por la espesa cerca de las cejas y por la doble hilera de largas y renegridas pestañas.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Rifa del Pardo Abdón

Javier de Viana


Cuento


Bajo el ombú centenario que cerca del galpón ofrece grata sombra en el bochorno de enero, don Ventura, en mangas de camisa y en chancletas, recién levantado de la siesta, amargueaba en compañía de dos viajeros amigos que habían pasado en su casa el medio día.

Amargueaba y charlaba, cuando, caballero en un rocín peli-rojo y pernituerto, llegó al tranquito un muchachuelo haraposo que se quitó zurdamente el chambergo informe, gruñó un «güeñas tardes» y contestó a la indicación de apearse con el siguiente rosario, cantado de un tirón:

—Muchas gracias no señor manda decir mamita que memorias y cómo sigue la señora y que si le quiere hacer el por favor de comprarle un numerito d’esta rifa qu'es una toalla bordada por las muchachas que se corre el domingo en la pulpería e don Manuel en cincuenta números de a un realito cada número porque tiene mucha necesidá y como un favor y qu’es por eso que lo incomoda y que dispense.

Resolló al fin el chico y enseñó una vieja caja de cartón donde debía estar la prenda. Pero don Ventura, sonriendo, lo detuvo con un gesto, sin darle tiempo para enseñarla; y alcanzándole una moneda:

—Toma el realito y andate, —le dijo— yo no dentro nunca en rifas.

Luego dirigiéndose a sus tertulianos:

—Palabra, —exclamó,— no dentro en rifas de ninguna laya; y eso qu’antes era mu dentrador: pero, dende una pitada machaza que me hicieron...

—Ha de ser divertido; largúela pues.

—No, es que ustedes van a decir qu’es cuento, y les asiguro qu’es más verdá qu’el bendito...

—No, don Ventura; ya sabemos que usted no miente, —dijo uno.

—Cuando ronca, — completó el otro.

Y el viejo, que se pirraba por darle a la sin hueso, haciendo caso omiso de la anticipada duda del auditorio, empezó así:


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Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Seca

Javier de Viana


Cuento


Las atroces torturas de la sed convulsionaban al campo que, desaparecido el verde pelaje, mostraba la ignominia de su epidermis parda y por todas partes agrietada. Las vacas esqueléticas, cuyos ilíacos amenazaban agujerear el cuero, tenían pintada en sus grandes ojos buenos, la angustia del aniquilamiento. Los terneros, escuálidos, bamboleantes, imploraban con balidos lamentables, el sustento que no podían darle las ubres exhaustas. De trecho en trecho veíanse manchas negras formadas por grandes bandas de cuervos que se cebaban glotonamente en las osamentas de las reses muertas. El persistente viento Norte, abrumador y deletéreo, acrecentaba el tormento de la sequía... A intervalos nublábase el sol, encendiendo la esperanza de una lluvia reparadora; pero minutos después desaparecían los nubarrones, restaurando la inclemencia solar... Ya la desolación iba llegando al máximo, cuando en un atardecer de fuego, fue lentamente toldándose el cielo hasta producir una obscuridad de eclipse. También, con desesperante lentitud, fué cambiando el viento, y tanto los humanos como las bestias, enmudecieron para no “ahuyentar la tormenta”... Transcurrió más de una hora de indescriptible ansiedad... De súbito, una enorme daga de fuego rasgó de arriba abajo la negra capucha... Restalló furibundo un trueno; gruesas y espaciadas gotas cayeron sobre la tierra, cuya avidez dejó escapar un vaho capitoso. y segundos más tarde, una lluvia torrencial bañó la tierra, devolviendo la alegría y la esperanza a los campos, a las plantas, a las bestias y a los hombres.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Lo Mesmo Da

Javier de Viana


Cuento


A Adolfo Rothkopf.


El rancho de don Tiburcio, mirado desde lejos, en una tarde de sol, parecía un bicho grande y negro, sesteando a la sombra de dos higueras frondosas. Un pampero,—hacía añares—le torció los horcones y le ladeó el techo, que fué a quedar como chambergo de compadre: requintado y sobre la oreja.

No había quien pudiese arreglarlo, porque don Tiburcio era un viejo de mucho uso, que agarrotado por los años, dobló el lomo y andaba ya arrastrando las tabas y mirando al suelo, como los chanchos. Y además, no había por qué arreglarlo desde que servía lo mismo: el pelo de la res no influye en el sabor de la carne.

Lo mismo pensaba Casimira, su mujer, una viejecita seca, dura y áspera como rama de coronilla, para quien, pudiendo rezongar a gusto, lo demás le era de un todo indiferente.

Y en cuanto a Maura, la chiquilina, encontraba más bello el rancho así, ladiado y sucio como un gaucho trova. Maura era linda, era fresca y era alegre al igual de una potranca que ofrece espejo a la luz en la aterciopelada piel de pelecheo.


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Lo que se Escribe en Pizarras

Javier de Viana


Cuento


La sobremesa se había prolongado más de lo habitual. El fogón estaba moribundo y las grandes brasas, reducidas a como pequeños rubíes engarzados en la plata de la ceniza, carecían ya de fuerza para mantener, siquiera tibia, el agua de la pava. El sueño iba embozando las conversaciones, y con frecuencia los dedos negros y velludos tapiaban, cual una reja, las bocas, para impedir que los bostezos escaparan en tropel bullicioso.

Don Bruno, el tropero, que llevaba ya tres días de permanencia en la estancia, fue el primero en ponerse de pié, diciendo:

—Ya es hora de dir a estirar los güesos y darle un poco ’e gusto al ojo, que mañana hay qu’estar de punta al primer canto ’el gallo.

—¿De modo que ya nos deja? —preguntó por urbanidad el estanciero.

—A la juerza. Primero que ya el incomodo es mucho, y dispués, agua que no corre se pudre.

Don Bruno salió en compañía de Naverio, a quien dijo cuando estuvieron solos:

—Yo no espero más; por cumplir la promesa que le hice a tu finao padre, he venido a buscarte ofreciéndote mi ayuda. No puedo esperar más: o venís mañana conmigo, o arréglate por tu cuenta. ¿Has entendido?

—Sí, padrino,—respondió el mozo.

—Güeno ¿vamos a dormir?

—Vaya diendo, ya lo sigo.

Cuando el tropero entró al cuarto de huéspedes, Niverio fué sigilosamente hacia el portón que cerraba el patio de la estancia.

Goyita lo esperaba impaciente.

—¡Cómo has tardado! —reprochó.

—Había que decidirse, —respondió con tristeza el mozo.

—¿Te vas?


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Publicado el 2 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Maula

Javier de Viana


Cuento


Contaba ño Luz:

Una güelta, la perrada estaba banqueteando con las achuras del novillo vicien carniao, cuando se presientó un perro blanco, lanudo, feo, con las patas llenas de cascarrias de barro que sonaban al andar como los cascabeles de la víbora de ese nombre.

Los perros suspendieron la merienda y se abalanzaron sobre el intruso, revolcándolo y mordiéndolo, hasta que “Calfucurá”, jefe de aquella tribu perruna, se interpuso, imponiendo respeto.

—¿Qué andás haciendo'? —interrogó airadamente “Calfucurá”.

—Tengo hambre, —respondió con humildad el forastero.

—¿Y no tenés amos?

—Tuve; pero m’echaron porque una noche dentraron ladrones en casa y se alzaron con varias cosas.

—¿Y no ladrastes?

—No.

—¿Por qué?

—Tuve miedo; soy maula.

—¿Sos joven?

—Si.

—¿Tenés buenos dientes?

—Sí... ¡Hace cinco días que ando cruzando campo y sin comer!... De tuitos laos m'espantan y tuitos los perros me corren!...

—¡Hacen bien! —sentenció “Calfucurá”.— El trabajo del perro, como el del polecía, es ser guapo; siendo flojo no vale la carne que come, porque sin trabajar naides tiene derecho a comer!... Ahí tenes esas tripas amargas; enllená las tuyas y seguí viaje...


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Por Amor al Truco

Javier de Viana


Cuento


Don Basilio, antes de ser don Basilio, cuando era Basilio Peralta, el hijo mayor de don Braulio Peralta, uno de los más fuertes ganaderos de Curuzú-Cuatiá, fué un mozo alegre y aventurero.

Trabajador, arreglado, era de una generosidad prudente, gastaba una docena de pesos, compartiendo con un amigo famélico, una buena cena y un beberaje copioso, porque los cobraba con la satisfacción de la compañía.

Pero si al partir, ese amigo le pedía unos centavos, invocando tal o cuales necesidades, Basilio no tenía casi nunca níqueles disponibles, y si alguna vez daba, hacíalo a regañadientes y guardando rencor al pedigüeño.

Gustábale organizar, en su casa, grandes fiestas, bajo cualquier pretexto; y más contento quedaba, cuanto mayor era el número de los invitados concurrentes.

Las comilonas, las vaquillonas con cuero, el amasijo que consumía una carrada de leña, las varias damajuanas de caña, amén de los guisados y los pasteles y los postres, hacían ascender a sumas crecidas cada una de esas fiestas.

Empero, él no lo sentía, por aquello de que sarna con gusto no pica, y esas verbenas eran su vicio.

Se cobraba satisfaciendo su vanidad, teniendo auditorio sumiso para sus relatos insustanciales, y, sobre todo, «piernas» para jugar al truco, todo el día y toda la noche, por fósforos.

Era en realidad, un profundo egoísta, convencido, sin embargo, de ser un hombre excepcionalmente bueno y generoso.

Por eso, cuando debido a los gastos excesivos, unidos a su desidia e incapacidad administrativa, su fortuna mermó considerablemente, se quejaba con amargura, de los cuervos, a quienes hartó en sus épocas de opulencia y que ahora, no sintiendo olor de la carniza, pasaban de largo, volando sobre su casa.


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2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Sangre Vieja

Javier de Viana


Cuento


Á Luis Reyes y Carballo

I

¡El pobre viejo!... No había quien lo sacara de su "aripuca", cerca de la costa del Tacuarí, en la frontera. Allí, en un rancho ruinoso que tenía por puerta un cuero de ternero, vivía él, solo, como arbolito en la cuchilla y contento como caballo en la querencia. Salir, salía raras veces; pero no le faltaban visitas, empezando por don Mariano Sagarra, su compadre, su amigo de la infancia y su protector, que no sólo le había dado población en el campo, sino que también le mandaba diariamente de la Estancia medio capón ó la cuarta parte de un costillar de vaca, porque el viejo, á pesar de tener la boca más pelada que corral de ovejas, no había podido acostumbrarse á otros manjares que á la carne asada y á la carne hervida. Otros, además de su compadre, llegaban con frecuencia á la tapera, y eran mozos que gustaban de escuchar su charla pintoresca y sus animados relatos; ó viejos como él, que iban á saborear en su compañía el sabroso amargo de los recuerdos juveniles.

¡El pobre don Venancio Larrosa!... Para el trabajo había sido duro como su raza, y aun entonces—con su cuerpecito encorvado, sus manos enflaquecidas y su cara más rugosa que cuero vacuno asoleado sin estaquear— solía echar sus boladas en las corridas de un aparte. Es verdad que á él lo que le costaba era montar á caballo; pero una vez enhorquetado, se pegaba como saguaipé y corría como luz mala.


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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Tardes del Fogón

Javier de Viana


Cuentos, colección


La falta de costumbre

Señor patrón de la estancia:

Don Cayetano Sandoval, que dende hace un puñao de meses s’está secando en el catre, como charque tendido sobre el alambre del cerco del guardapatio, me llamó esta tarde.

El viejo Sandoval ha dejao cuasi tuitos los vicios que tenía,—o pa decirlo más derecho, los vicios lo han dejao a él,—menos dos, que yo carculo lo seguirán hasta que largue el último resuello : pitar y ler los diarios.

Por eso me llamó esta tarde, y dispués de haber echao por las narices una montonera de humo, me dijo sobando un diario que tenía sobre la panza:

—Arrima ese cajón que me sirve de baúl.

—Ya está arrimao,—dije yo.

—Levanta la tapa y vas a encontrar papel y un lápiz grande,—dijo él.

Obedecí.

—Sentate en ese banquito,—dijo él.

Me senté.

—Vas a escribir una carta que te voy a componer yo al patrón, porque yo tengo los dedos acalambraos...

Yo me rái, me rái con tuito el poder de mi jeta de negro... Disculpe patrón: los negros semos güenos y sólo los hombres güenos saben ráirse...

—¿Usté no sabe,—dije yo,—que cuasi no s’escribir, porque si en nuestro páis hay escuelas, no hay como pa dir a ellas? ¿Usté no sabe que los empleaos del gobierno, unos parejeros y otros sotretas, cuasi tuitos hacen sebo y que pa dir a la escuela, pasando los bañaos o los arroyos, hay que ser pato ’e laguna?... Y no digo águila porque las águilas no carecen dir a la escuela...

—No importa,—dijo él; él, es don Cayetano,

—no importa, aunque sea con garabatos vas escribir lo que te viá indilgar.

—¿Mesmo con palotes?

—Aun ansina. Los patrones tienen mucha sensia y comprienden.

—Güeno; ¿y qué viá decir?


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Dominio público
87 págs. / 2 horas, 32 minutos / 44 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

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