Textos más populares esta semana de Javier de Viana | pág. 15

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autor: Javier de Viana


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Sobre el Recado

Javier de Viana


Cuento


Imposible es concebir al rudo domador del desierto sin el complemento de su apero.

El civilizador primitivo, el obrero heroico que desafiando todos los peligros y soportando todas las fatigas pobló las hoscas soledades, echó los cimientos de la industria madre, conquistó la independencia e impuso la libertad, vivió siempre sobre el recado, pasó toda su vida sobre el recado.

Desde el amanecer hasta el toldar de la noche, el épico pastor de músculos de acero y voluntad de sílice, bregaba infatigable enhorquetado en su pingo, y el apero era a un tiempo silla y herramienta y arma defensiva.

En el transcurso del medio, siglo de la gesta, los lazos y las boleadoras del abuelo gaucho contribuyeron con mucha mayor eficacia, al fundamento de la riqueza pública y de la integración nacional, que los latines y las ampulosidades retóricas de los “lomos negros” ciudadanos.

El apero es la expresión perfecta de la multiplicidad de necesidades a que estuvo sometido el individualismo victorioso de nuestro gaucho.

Cada prenda merece un himno, porque cada una de ellas desempeña un cometido.

Desde la humilde “bajera” hasta el orgulloso “cojinillo”, desde el “fiador” a la “encimera”, bozal, cabresto, maneador y manea, todo constituye algo semejante a un taller, donde ninguna pieza es inútil, donde a cada una le corresponde un cometido, y en ocasiones, múltiples.

Durante casi todo el día y todos los días, el gaucho permanece sobre el recado. Sobre él trabaja, sobre él pelea y sobre él va en busca de los reducidos placeres que le ofrece su vida de luchador sin treguas.

Y cuando llega la noche, la silla, la herramienta, el arma, se convierten en lecho.


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Viaje del Perro

Javier de Viana


Cuento


Entre la estancia de La Quebrada y la pulpería del Árbol Solo, mediaba una distancia no menor de quince leguas, y, todavía, «de las que cacheteó el diablo», vale decir, de las que se estiran como acordeón.

Quince leguas ya no se pueden llamar un paseíto, y menos si han de hacerse en invierno, con los cañadones «hinchaos» y los esteros repletos; pero al olor de un baile, la mozada campera aventa la pereza y olvida obstáculos. Y la fiesta que ofrecía don Goyo, celebrando el casamiento de su hija Mariquita, prometía ser de las que valen «tarja».

En el atardecer de! sábado, Andrés, Dionisio y Sebastián habían atado a soga sus «reservas», no sin antes haberles «emparejado el tuso» y arreglado los vasos. Y en la madrugada del domingo, salieron dispuestos a trotear firme, a bien de alcanzar «los con cuero» del mediodía.

Vestían los trajes de diario. Entre cojinillos llevaban, bien doblados, el saco y el pantalón de parada; en las maletas, las demás prendas, sin olvidar el espejito, el frasco de «aceite de olor» y el de Agua Florida; a los tientos las botas charoladas: en la islita de sauces que había cerca de las casas se mudarían, previa toilette en la «cachimba».

Andrés y Dionisio, mocetones exuberantes de salud, iban acortando la jornada y neutralizando, las fatigas con pláticas chacotonas, enhebrando propósitos y tejiendo planes; pero Sebastián, el del alma de escarcha, trotaba apartado y en silencio, siempre metido dentro de sí.

Viejo no era Sebastián; aun no había redondeado las tres décadas. No era descuidado tampoco; más, su extremo desgano, dábale un desesperante aspecto de cosa usada. El cabello empezaba a encanecer prematuramente; la piel áspera de color basáltico, ensombrecida más aún por las cejas copiosas y el bigote recio, impedían lucir la belleza de los ojos inteligentes y buenos.


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Publicado el 10 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Por Tierra de Arachanes

Javier de Viana


Cuento


En el crepúsculo


Un amplio ademán, un silbido en el aire, un golpe en el agua y heme aquí pescando...

¡Pescar!... No existe en la vida aburrimiento más entretenido. Alguien definió al pescador: «un aparato que empieza en un anzuelo y concluye en un zonzo». Y aunque así fuese ¿quién más feliz que los zonzos?... Creer —como los tres infusorios de Baritina,— que el mundo es la gota de agua donde moran; que más allá no hay espacio; que ellos son los reyes de la creación, señores de todo y a todo superiores; mirarse a sí mismo con la admiración de un bolonio de tierra adentro contemplando el mar; no sentir en el alma la formicación de anhelos que piden alas y espacio; no tener un organismo dolorosamente sensible a las impresiones sutiles, y, sobre todo, no llevar bajo la bóveda craneana una abominable máquina de ideas... ¿qué suerte mejor?...


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Publicado el 14 de diciembre de 2022 por Edu Robsy.

Combate Nocturno

Javier de Viana


Cuento


Encendida como rostro abofeteado, conservóse la atmósfera durante aquella tarde. Sobre el suelo abierto en grietas, las amarillas hojas yacentes, convertíanse en polvo bajo la débil presión de pies de escarabajos. En toda la pradera no había quedado un tallo erguido; sofocados, los macachines, las márcelas y las verbenas, hubieron de rendir las frentes sobre la cálida alfombra de grama. Los caballos y las vacas bostezaban desganados al beber el agua tibia y turbia del arroyo. Las tarariras desfallecían flotado sobre el plomo derretido de las misérrimas canalizas. En los collados, hipaban las ovejas sin vellón, hinchados los flancos como globos; en el llano huían los ofidios de las cuevas incendiadas, languidecían las iguanas escamosas, trotaban los unicornios, inmovilizábanse los zorrinos, zumbaban las avispas y esponjaban las plumas las cachilas. El sol, sin lástimas, castigaba; castigaba a todos los seres de la creación, desde la hierba hasta el árbol, desde el insecto hasta el hombre, para probar resistencias sin duda. En la selva, la brisa bochornosa había humillado todas las imperiales vestimentas de estío. Los árboles en flor sudaban sus perfumes, acres a fuer de violentos, hediondos como vaho de piel de lujuria. Estremecíanse los ceibos bajo las ascuas de sus corolas purpúreas; los blancos racimos femeninos de los sarandíes, repugnaban en el medroso abandono que los exponía desnudados, expandiendo aromas ultra capitosos, repulsivos en su intensidad vulgar. Los viejos de la selva presentían borrascas y adustos, sin fanfarronadas y sin miedo, afirmaban las raíces, en tanto los sauces pusilánimes; vencidos por la canícula, doblegaban las cabezas de cabellera lacia y mustia, como doncel rendido en la ebriedad de una noche amorosa, y en tanto las temblorosas enredaderas sollozaban avergonzadas del repentino envejecimiento de sus flores, ajadas por el bochorno.


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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Pelea de Perros

Javier de Viana


Cuento


Era uno de esos días en que el cielo está bajito y tiene color de sucio y el aire está así como baboso en que todo pesa, en que todo fastidia, en que todo aburre. El sol estaba alto todavía, pero no alumbraba: era como un cigarro húmedo, que está encendido y sin embargo no tira.

Bajo la enervante acción atmosférica, don Patricio, que era el más bueno y el más plácido de los hombres, sentíase molesto, violento, casi irascible. Sentado junto a la puerta de la cocina, se le habían apagado tres tizones y todavía estaba largo el pucho. Además, las hebras blancas y rígidas de los espesos bigotes, revolucionados, tan pronto le cosquilleaban las narices, como se le introducían en la boca; y a cada manotón que daba, llamándolos al orden, se rebelaban con mayor impertinencia.

Pero, no obstante todo lo molesto y mortificado que se hallaba, don Patricio no dejó de advertir la expresión de abatimiento reflejada en el rostro de María, su nietita, quien, como de costumbre, le acarreaba, durante horas, el amargo. Concluyó por interrogarla:

—¿Qué tenés, Maruja?

—¿Yo?... ¡Nada!—respondió la chica; y rompió a llorar.

—¿Nada?... Nada, y se t'enllenan los ojos de agua?...

Y ella, sin poder contenerse por más tiempo, cayó de rodillas, abrazándose a las rodillas del viejo, y dijo con voz entrecortada por el llanto:

—¡Ah, tata viejo!... ¡Soy tan disgraciada!.... ¿Usté sabe que Mateo me... me quiere?...

—Eso ya lo sabía.

—Y que yo también lo quiero...

—Eso no lo sabía, pero lo malisiaba... ¿Y esa es la culpa de que estés triste y llorona?...

—¡La culpa es que tata no quiere saber de que me case con Mateo!...

—Es güen muchacho Mateo...

—Ya se lo dije a tata y él dijo que sí.

—Guapo pal trabajo.

—Asina le dije a tata, y él acetó...

—Muy arreglao, sin vicios...


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Publicado el 15 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Triunfo Amargo

Javier de Viana


Cuento


A José R. Gómez.


Hacía más de cuatro años que Fausto Vera viajaba por Europa, estudiando á veces, recreándose en ocasiones, aburriéndose casi siempre, cuando recibió aviso telegráfico del repentino fallecimiento de su padre.

Inmediatamente hizo sus preparativos, y un mes después estaba de regreso. Á su llegada á Buenos Aires se aisló, substrayéndose á sus numerosas relaciones, y, apenas concluidos los trámites de la testamentaría, se largó á su estancia de Entre Ríos.

El capataz y los peones que fueron á esperarlo á la estación con un breack y un carrito, previendo copioso equipaje que transportar, sufrieron una desilusión. Fausto sólo llevaba consigo una pequeña valija, una escopeta y dos perros.

Durante la primera semana rehuyó ocuparse del establecimiento. Substituyó el zapato por la bota, el pantalón por la bombacha, el jacquet por el ponchito. Antes del amanecer estaba en el galpón, y después de cimarronear copiosamente en franca camaradería con los peones, ensillaba él mismo su caballo y se largaba al campo con su escopeta y con sus perros. Experimentaba satisfacción inmensa volviendo á recorrer las lomas y las hondonadas, los dorados esteros, las verdes embalsadas, las plácidas lagunas y los boscosos potriles, toda aquella naturaleza bella, fuerte, virgen y calcinada por el sol que había adobado su juventud.

Sentía como una imperiosa necesidad de deseuropeizarse, de expulsar del alma los clisés ahumados, los paisajes gríseos, las impresiones penosas de sociedades enormemente viejas y gastadas que durante años le habían obscurecido y desnaturalizado su yo, en cuya reconquista afanábase.


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Publicado el 22 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Atanasilda

Javier de Viana


Cuento


Al maestro Lugones.


El camino real, ladereando una cerrillada, describía tres cuartos de círculo para ir a rozar la estancia del "Venteveo", donde tenían su posta las diligencias. Desde su aparición en la falda hasta su llegada a las casas, las diligencias demoraban más de media hora; y, durante cuatro años, Atanasilda sufrió media hora de angustias, tres veces en la semana.

Ella levantábase con el alba, invierno y verano, para ordeñar las lecheras; y mientras ordeñaba, —los días en que iban diligencias del "centro",—su mirada clavábase insistente en la curva gris por donde debía aparecer el ruidoso vehículo, encarnizado portador de desengaños. "Tatú", su perro favorito, se daba esos días un regalo, pues ocurría indefectiblemente que la moza, preocupada y distraída, echara fuera del tiesto todo el contenido de una teta, que el can iba golosamente "lambeteando" del suelo.

¡Cuatro años de angustiosa espera!... De tanto esperar y de tanto sufrir, recordaba ya imperfectamente los rasgos fisonómicos de Raúl Linares, el joven pueblero que había ido a pasar unas vacaciones en estancia lindera, que había bailado con ella en unas romerías, que le había mentido amores, y que se marchó jurándole pronto regreso...

Ya no lo esperaba; y sin embargo, todos los turnos de diligencia madrugaba más que de costumbre e íbase al corral, y ordeñaba inquieta, atisbando siempre el camino, mientras su pequeño Raúl, descalzo, envuelto en un harapo, jugaba con el barro y con el perro, —únicos juguetes de que podía disponer,—entre las patas de la lechera y del ternero...


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Consejo de Guerra Extraño

Javier de Viana


Cuento


A F. Brito del Pino (hijo).


De esto hace ya largo tiempo.

El ejército contaba entonces con pocos jefes que no pertencieran al clásico tipo de los "militarotes".

Por regla general eran bruscos, groseros, nada sociables. Forzosamente habían de ser así, pues habiendo crecido y envejecido en continuo guerrear, primero por la independencia, después por la libertad, les faltó tiempo para cursar estudios y frecuentar salones.

Eran unos bárbaros.

A esta categoría, y de los más definidos, pertenecía el comandante Lucio Salvatierra; paisanote aindiado, petizo, rechoncho, gruñón, de cuya edad sólo se sabía que era "viejazo". Él mismo la ignoraba, como ignoraba el lugar de su nacimiento, bien que le constara ser "de allá, pu'el este", según su expresión. Se le suponía correntino, por la estampa; pero él protestaba, alegando las razones convincentes de que no lloraba para hablar, ni sabía nadar.

El caso es que, después de muchísimos años de pelear con blancos en el interior y con indios en la frontera, tenía ganado su descanso; y el gobierno de la nación se lo concedió, nombrándole jefe de la guarnición de Martín García.

Salvatierra aceptó el puesto sin entusiasmo; y luego, cuando hubo tomado posesión de su dominio, su mal humor estalló en juramentos y amenazas.

La "isla sublime" de Alberdi; la encantadora reina del Plata que soñara Sarmiento para capital de los futuros Estados Unidos de la América del Sud, se le antojó al gaucho una cancha ridícula para sus hábitos de centauro. Aquel peñasco estéril, clavado en mitad del río inmenso y donde no era posible "galopiar tres cuadras" le ponía fuera de sí. El gobierno se había burlado de él; o quizá, temiéndole, creyéndolo comprometido en alguna conspiración, lo enterraba allí junto con los presidiarios que debía custodiar, en compañía de los bandoleros que constituían la guarnición.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Domador

Javier de Viana


Cuento


Para Antonio Monteavaro.


Podría tener veinticinco años, podría tener más, pero de cualquier modo era muy joven.

Se llamaba Sabiniano Fernández y hacía poco más de un año que había entrado a la estancia, como domador... El patrón, que tenía una yeguada grande, medio montaraz, cerca de cincuenta potros cogotudos, lo contrató, sabedor de su fama que lo tildaba único en el oficio, como diestro, como guapo, como prolijo.

Era todo un buen mozo, Sabiniano. De mediana estatura, ancho de espaldas, recio de piernas, y con un rostro varonil, de grandes ojos pardos, de fuerte nariz aguileña, de gruesos labios coronados por fino bigote negro y de mentón imperioso. Hablaba muy poco, no reía nunca y la elegancia de su porte tenía un dejo de desdeñosa altivez. Lo consideraban rico; sabíase que era dueño de un campo, que arrendaba, y que su tropilla no tenía rival en el pago; su apero era lujoso,—plata y oro en exceso,— y su cinto hallábase siempre inflado con las libras.

Si continuaba ejerciendo su rudo y peligroso oficio era por encariñamiento, porque para él, domar constituía la satisfacción mayor y tanto más gustada cuanto más morrudo y bravo era el potro, y no porque le importasen nada los ocho pesos oro que ganaba por cada animal amansado.

No se le conocían amigos. El paisanaje lo respetaba pero no lo quería, a causa de su carácter altanero y dominador. Las pocas veces que hablaba, lo hacía en forma de órdenes imperativas, a los cuales se sometían todos, de buen o mal grado, obligados a reconocer que siempre tenía razón, que cuanto decía era sensato.


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Publicado el 28 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Pañuelo de Seda

Javier de Viana


Cuento


El plácido atardecer de un día de otoño, hecho luz blanca y cielo azul, armonizaba perfectamente con la franca alegría que a todos animaba en medio de los preparativos para la gran fiesta.

Año a año, el patrón, que era muy bondadoso bajo su aspecto huraño, tomaba el día de su santo como pretexto para ofrecerles a su familia, a sus peones y a sus puesteros, una fiesta espléndida.

El mismo elegía, con anticipación, las tres o cuatro vaquillonas más gordas que se encontraran en sus rodeos y que debían ser «volteadas» el día de su santo, para que el gauchaje se hartara con el asado con cuero y el pobrerío llenase la panza durante una semana con las «pulpas» y las «achuras», pues quitados los sobrecostillares, las picanas y las degolladuras, todo el resto de las reses era caritativamente distribuido entre los pobres del contorno y los perros de la estancia... y no pocos perros forasteros que, olfateando el banquete, trotaban muchas cuadras para ir a sacar la tripa de mal año, aun a riesgo de las dentelladas de sus congéneres, dueños de casa, y menos filántropos que el amo.

Un par de días antes de la fiesta, empezaban a caer a la estancia los indispensables ayudantes. El viejo pardo Anselmo, maestro indiscutido en el arte de asar con cuero, llegaba con anticipación, pues debía escoger la leña, elegir el paraje, al abrigo del viento y del sol, preparar los asadores, los «espiques», los hisopos, la salmuera con sabio dosaje de ajo y ají, y otros minuciosos detalles de un arte que ya muy pocos criollos dominan.

Después, ña Frucia, especialista en pasteles, cuyo secreto para confeccionar exquisitos hojaldres daba margen a ciertas afirmaciones del paisanaje, sin que ellas les impidieran devorarlas golosamente.

Luego, tía Chuma, cuyas manos color de hollín sabían dar al pan una blancura de cuajada y esponjarlo como plumaje de chajá.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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