Textos más populares esta semana de Javier de Viana | pág. 31

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autor: Javier de Viana


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El Poncho Más Pesado

Javier de Viana


Cuento


Don Cantalicio iba con su hijo atravesando el campo. Lo notaba extraño, nervioso, violento; en esto aprovechó para hablarlo.

—¡Ruperto!

—¿Qué quiere, tata? —interrogó el mozo.

Recostados ambos en la culata de la carreta, ambos en ese instante indiferentes a la lluvia que arreciaba, el viejo fijó en su hijo la mirada severa y empezó:

—Vamo arreglar cuentas.

—Yo nunca se las he pedido.

—Porque no tenes derecho... Nunca se las pedí yo a mi padre, pero él a mí, sí, y siempre supe dárselas!

—Vaya diciendo, —rindió el mozo, sometido.

Con expresión más suave, el viejo comenzó:

—P’algo sirven los años y la esperencia. Yo sé que vos estás sufriendo de mal de amores. Palabra de mujer...

—¡Es como renguera ’e perro'... ¡Nu hay que crerla nunca!...

—Y cuando no se cre, se monta a caballo y se marcha; p’algo tiene caballo el gaucho.

—¡Y p’algo tiene facón tamién! —rugió con violencia Ruperto.

Medió un silencio. Con voz más angustiosa que el chirriar de las ruedas de la carreta girando sobre los ejes desengrasados, habló don Cantalicio:

—¡Ya me lo malisiaba!... ¡Tenes las manos manchadas de sangre!... ¡Lo compriendo!... Ella t’engañó... Fuiste en busca ’el rival, se toparon, lo peliastes y te tocó matarlo!... ¡Compriendo!... Es triste... ¡Pero el corazón es una achura que manda más que un ray!... ¡Pobre hijo mío!... ¡Compriendo!...

—¡No compriende!... ¡A quién mate no jué a él!

—¿No jué a él?...

—No. A ella. Le sumí cinco veces el facón!...

Hizo el viejo un brusco ademán, púsose muy pálido, agitó los brazos, tembláronle los dedos y se le nubló la vista. Durante varios minutos permaneció en estado de inconsciencia. Luego, con voz majestuosa, dijo:


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Visión de Oro

Javier de Viana


Cuento


Al llegar al límite del campo, antes de pasar la última portada, don Patricio desmontó y púsose a contemplar dolorosamente la comarca.

La masa rugosa del cerro Calvo aparecía al frente; a sus plantas, junto a un regato, un gran molle alzaba su cabellera azulada; más arriba, en la faz lampiña de la gran mole granítica y luego en los picos sucesivos, y en las ramazones de las «talas» y de las «espinas de cruz», y de los «sombra de toro», y más lejos todavía, en las suaves curvas de las lomas y en la tranquila superficie de la «laguna gaucha», enceguecía el mismo resplandor azul, como si en todas partes se reflejase el inmenso toldo azul caldeado por el sol de Enero.

¡Todo azul!.... Una lluvia suave y alegre de luz azul, que era como un regocijo, como una promesa de infalibles recompensas para los que aman, creen y esperan, varones fuertes frente a la tierra pródiga. Y luego vendría el sol de la tarde,y todo resplandecería con el baño de orgullo glorioso; hebras de oro en las flechillas de las colinas; oro macizo en las asperezas rocosas; oro líquido en las lagunas; arborescencias de oro, flores de oro, reflejos dorados hasta en los lomos del laborioso caballo, hasta en la frente del buey venerable, hasta en los flancos inflados de la res fecunda. ¡Todo oro!... El oro regio, el oro coronario, el oro cobrizo, el placer del cuerpo y el deleite del alma, el triunfo, el fruto del árbol de la vida, el fruto conquistado con rudos afanes, el fruto ganado brava y noblemente!...

Insaciable en su contemplación, los labios entreabiertos, los brazos apoyados sobre el recado, nublado el rostro por una mortal tristeza, el viejo paisano esperaba la presentación del maravilloso espectáculo.

Lentamente iba descendiendo el sol y a medida que bajaba, las tintas azules cedían el puesto al esmalte dorado.


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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

La Vuelta del Cuervo

Javier de Viana


Cuento


Lo que más rabia le daba al comisario Gutiérrez era la perruna humildad de Goyo ante las afrentas con que de continuo lo castigaba en su implacable persecución.

La primera vez que exteriorizó su antipatía hacia el mozo, fué en las carreras grandes de Punto Fijo. Cuando el comisario vió que Goyo sacaba un cuchillo para comer la sandía que acababa de comprar a una quitardera, atropelló furioso y casi derribándolo con el encuentro del caballo, vociferó:

—¿Con qué permiso venís armao al camino, gaucho insolente?... ¡A ver, a ver! —gritó dirigiéndose a los milicos que le habían seguido:— ¡desarmen a ese canalla!...

Los policianos, que al echar pié a tierra ya llevaban desenvainados los «corvos-», le aplicaron varios planazos, para evidenciar el poder de la autoridad, nada más, porque el culpable se sometió sin asomo de resistencia.

—¡Protestá, si te parece! —rugió el comisario.

—¡Si no protesto, acato!...

—¡Y si no, no acatés!... —Luego, al sargento: —¡Arrenló pa la comisaría; y qu’ el escribiente le cobre la multa!...

Goyo no chistó.

Otra vez, el comisario llegó sigilosamente, a eso de media noche, a los ranchos de ña Menegilda, donde una media docena de mozos y mozas del pago, habían organizado un «bailongo». Eran jóvenes, eran alegres como el canto de las «primas» de las guitarras. Y, como de costumbre, en casos análogos, Goyo era el héroe y el niño mimado de la fiesta.

Lindo muchacho, guitarrero, cantor y bailarín sin rival, dicharachero, atrevido sin groserías, sabía divertir y por eso lo adoraban y lo buscaban.

Cuando Gutiérrez penetró en la sala, su faz adusta, su mirada torva, su sonrisa amarga, fué como una helada intempestiva caída sobre la alegre floración del jardín: todos se amustiaron de súbito.


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Publicado el 5 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Los Bueyes

Javier de Viana


Cuento


La idiosincrasia animal, como la humana, se plasma bajo la influencia combinada de factores internos y externos. Es ley fatal para las razas y los individuos, adaptarse a las mutaciones del medio ambiente o sucumbir. El perro gaucho no escapó al imperio de esa ley universal. A fin de perdurar, hubo de conformarse e identificarse con la naturaleza del suelo y las exigencias de la vida a que le sometía el trasplante. Y es así cómo el perro gaucho resultó adusto y parco, valiente sin fanfarronerías, y afectuoso sin vilezas, copia moral de la moralidad de su amo.

Los bueyes

En la aldea con presunciones de capital, había dignatarios solemnes, clérigos engreídos, dómines pedantes, licenciados de Hipócrates y leguleyos siembrapleitos, más temibles que la lepra.

Y había tertulias familiares donde las damas discutían sobre trapos y donde los mozalbetes pelaban discretamente la pava bajo la vigilancia severa de las rígidas mamás.

Y había el cafe, donde el Corregidor y el Alcalde, el cura y el farmacéutico, el procurador y el tendero, amenizaban las partidas de tresillo con graves comentarios sobre la política.

Y hasta había la Casa de las Comedias.

En cambio, en la campaña, noche y día, todas las noches y todos los días soplaban iracundos vientos de tragedia.

Y todo era esfuerzo continuo de la imaginación y del brazo, perpetuo alerta, heroísmo permanente.

Los “bárbaros”, para labrar la tierra y mover los pesados vehículos en que debían conducir el producto de su trabajo, lo único que daba vida y hasta enriquecía a los sibaritas de la orgullosa aldea, sólo disponían de los bueyes.

Y como ellos sabían domarlo todo, domaron los toros bravíos, los toros de imponente cornamenta, de ojos de fuego, de coraje de león.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Recogida y Ronda

Javier de Viana


Cuento


Ruda fué la jornada.

El Lucero ardía aún como brasa de espinillo en la orillita del horizonte, y apenas con ocho o diez cimarrones en el buche, la peonada, obedeciendo militarmente a la orden del patrón, montó a caballo.

Había que hacer una gran recogida de hacienda baguala, arrancar el toraje bravío de su refugio en la selva semivirgen, exponerse al embiste de las astas formidables y a las temibles costaladas en los rápidos virajes impuestos para esquivarlas; pasarse todo el día sin comer, acalambrarse las piernas en el continuo galopar, transir los brazos en el manejo de la rienda, de las boleadoras y del lazo...

Cerradas estaban ya las puertas del día al terminar la “parada de rodeo”.

Mas la tarea de los centauros no había terminado aún. Ni los peligros tampoco; la ronda, en campo abierto y con torada y vacaje montaraz, resultaba más arriesgada todavía que el aparear las reses y conducirlas al ceñuelo.

El patrón distribuyó los “cuartos de ronda”.

El último enlazó, desolló, carneó una vaquillona, hizo fuego, fué al arroyo por agua para preparar las “pavas” del amargo.

Churrasquear por turno, de prisa, sin tiempo casi para desentumir las piernas, dormir dos o tres horas sobre la grama, teniendo a mano la estaca que asegura el “mancador” del caballo al cual, por precaución, sólo se le ha quitado el freno y aflojado la cincha...

Y al clarear el día siguiente enhorquetarse y marchar arreando fieras...

¿Fatiga?

¡Nunca!

¿Protestas?

¡Jamás!

¿Miedos?

¡Oh!... Una madre gaucha que hubiese parido un hijo maula sería capaz de mascar cicuta y de tragar víboras vivas para que destruyeran su vientre infamado!...


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Por la Patria

Javier de Viana


Cuento


Cuando el viejo octogenario terminó su breve exposición, don Torcuato, que había bandeado los setenta, se puso de pie, se atuzó la luenga barba blanca, carraspeó y dijo:

—Tengo cinco suertes de campo y como diez mil guampudos... Disponga de tuito, compadre, porque tuito esto no es más qu’emprestao. Me lo dió la Patria, a la Patria se lo degüelvo.

Y sin decir más, volvió a sentarse sobre el banquito de ceibo, casi quemándose las patas con las brasas del fogón.

Tomó la palabra don Cipriano.

Y se expresó así:

—Yo tengo campos, tengo haciendas y tengo algunos botijos llenos de onzas... Si es por la Patria, lo juego todo a la carta ’e la Patria.

Y se sentó. Y tomando con los dedos una brasa, reencendió el pucho.

Don Pelegrino se manifestó de esta manera:

—Nosotros, con mis hijos y mis yernos, semo veintiuno. Formamo un escuadrónenlo. Plata no tenemo, pero cuero pa darlo a la Patria sí....

Y hablaron otros varones, todos de cabellos encenizados, residuo glorioso de las falanges del viejo Artigas, corazones hechos de luz, músculos hechos de ñandubay.

Y más o menos, todos dijeron en poco variada forma:

—La Patria es la Madre; a la Patria como a la

Madre, nada puede negársele.

Y como habían ido consumiéndose los palos en el fogón, tornóse obscuro el recinto e hízose el silencio, casi siempre hermano de la sombra.

Transcurrieron minutos.

Y entonces don Torcuato, dirigiéndose a Telmo su viejo capataz, lo interpeló así:

—Tuitos se han prenunciao, menos vos. ¿Qué decís vos?

El anciano aludido encorvó el torso, juntó los tizones del hogar, sopló recio, lengüetó una llama, hubo luz.

Y respondió pausadamente:


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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