Un día el poeta Simónides visitó al tirano Hierón. En la conversación que mantuvieron ambos dijo Simónides:
—¿Querrías, oh Hierón, explicarme aquello que es natural que tú conozcas mejor que yo?
—Y ¿qué es eso, contestó Hierón, que realmente yo podría conocer mejor que tú, que eres tan sabio?
—Sé yo, replicó, que tú has sido un particular y que ahora eres
tirano; es, pues, natural que tú que has probado ambos estados conozcas
mejor que yo en qué se distinguen la vida del tirano y la del
particular, en lo que se refiere a alegrías y penas.
—Y ¿por qué, replicó Hierón, tú no me recuerdas, asimismo, lo
propio de la vida del particular, puesto que aún eres un particular?
Pues creo que, en ese caso, yo te podría mostrar mucho mejor las
diferencias que hay en una y en otra.
Entonces dijo Simónides:
—Creo haber observado, oh Hierón, que los particulares disfrutan y
se apenan con las imágenes por los ojos, con los sonidos por lo oídos,
con los alimentos y bebidas por la boca, y en cuanto a los placeres
amorosos, por los órganos que todos sabemos. Respecto a lo frío y a lo
cálido, a lo duro y a lo blando, a lo ligero y a lo pesado, a mi
entender, también consideramos que disfrutamos y sufrimos por ellos con
el cuerpo entero. De los bienes y males, unas veces creemos disfrutar
por el alma sola, otras, al contrario, sufrir y otras, también, por el
alma y el cuerpo en común. Que disfrutamos del sueño pienso que nos
damos cuenta, pero cómo, con qué y cuándo, eso creo que, más bien, lo
ignoramos, dijo. Y quizás no tiene nada de extraño, ya que las
sensaciones se nos presentan más nítidas cuando estamos despiertos que
cuando estamos durmiendo.
A esto respondió Hierón:
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