Textos más populares este mes de Joaquín Dicenta publicados por Edu Robsy | pág. 4

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autor: Joaquín Dicenta editor: Edu Robsy


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Madroño

Joaquín Dicenta


Cuento


I

Por una vereda que atravesaba el agostado campo de trigo venían, camino de Madrid, Curro y Madroño, dos amigos inseparables, dos vagabundos curtidos por la intemperie, aparejados por la desgracia y hechos y vivir en trochas, vericuetos y carreteras, sin más compañía que la de Dios, ni otro consejero que su instinto. Pobres desvalidos, errantes, su rumbo lo marcaba la suerte, su comida era preparada por la casualidad y su alojamiento por las exigencias de la estación: en las noches de estío, la pradera verde y el cielo azul; en las de invierno, la covacha obscura y el haz de ramas secas abrazándose en el fondo de un agujero irregular: contra el sol, la copa de los árboles; contra la lluvia, las salientes rezumosas de los peñascos. He aquí todos los recursos, todas las comodidades, las preeminencias todas derramadas por el destino sobre aquellos dos compañeros que marchaban por la vereda adelante, a la luz rojiza de un crepúsculo de Agosto.

Habían andado mucho, toda la tarde, bajo los rayos abrasadores del sol, respirando fuego, mascando polvo, sin una gota de agua para su sed ni un momento de reposo para su fatiga: de buena gana se hubieran detenido un rato para respirar cómodamente las primeras ráfagas de aire fresco que les enviaba el crepúsculo, y ofrecer descanso a sus miembros rendidos; pero no era posible; Curro tenía prisa; necesitaba entregar la carta a un escribano de Madrid, y Madroño seguía a Curro, como siempre, obedeciendo sus mandatos, dejándose conducir por él con melancólica pasividad.


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4 págs. / 8 minutos / 59 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Estrellita del Alba

Joaquín Dicenta


Novela corta


I

Estrellita del Alba. Por este nombre la llamaban los trianeros. La espartería de su padre era, mejor que una espartería, una colmena, según la de zánganos que rondaban sus alrededores. Y eso que el zeñó Curro Piques tenía mal carácter y aun con sus cincuenta y ocho sobre las costillas, poníase, cuando le hurgaban, en actitud de rompérselas al más guapo.

Ni el zeñó Carro Piques, ni los tres hijos suyos, chalanes de ocupación y raza, tenían los aguantes largos y el vino cariñoso. Pero la niña era un primor; y los gitanillos y no gitanillos del barrio, sin contar el sevillano señorío, galleaban por el frontis de la espartería, al fin un si es no es astronómico, de ver cuándo y cómo se hacía luz la Estrellita del Alba.

El zeñó Curro llevaba dibujado el mapa de España sobre las plantas de los pies, y guardaba en sus tobillos y muñecas señales de toda la brazaletería carcelaria.

Hizo lo suyo por caminos, montes y ciudades. Visitó Ceuta, el Peñón, Melilla, Chafarinas..., y a los cincuenta de su edad, cansado de tourismos, y con buen golpe de onzas entre los pliegues de la faja, acogiose con la Deslumbres, su mujer, y cuatro chorreles de ella habidos, a la faraónica Cava, resucito a vivir en paz absoluta, primero con la Guardia civil: después, por lo que pudiese tronar allí arriba, con Dios.

Alquiló a su objeto una casa con puerta a la calle y portón al campo. «Zolo el Eutarpe zabe lo que pué ocurrir en er mundo» —decía el zeñó Curro.


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31 págs. / 55 minutos / 154 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Galerna

Joaquín Dicenta


Novela corta


Capítulo I

Amanece. Violeta pálido es el cielo. Ni la más pequeña nube hay en él. El mar parece lago, que poetizan las gaviotas con el desperezo de sus alas. Por la cumbre de un monte verde, conduce sus vacas el pastor. Chirriante baja una carreta, al pezuñeo cansino de dos bueyes, por los accesos de otro monte. El boyero canta:


«Es la mozuca mía
la mejor moza
que hay desde Castro-Urdiales
hasta Reinosa.»
 

Así, esclavizando a la hermosura de su queredora todo el mujerío montañés, canta su cantar el boyero; y van los ecos del cantar extendiéndose por el espacio en himno de amor, que sube y se pierde hacia los orientes de la luz.

¡Amanecer tibio de Julio, el aire te embellece con el musicar de sus besos sobre las hierbas enjoyecidas por los brillantes del rocío; con su ir y venir sobre las aguas del Cantábrico, que se deshace contra el rocaje en caireles de espuma!... A tus resplandores va contorneándose el pueblecillo pescador.

Las lanchas boniteras negrean encima de la ría; a pliegues apabellónase el velamen al largo de los palos.

Todo es quietud, dulcedumbre en la aldea, en la campiña y en el mar.

A misa de alba repican las campanas del románico templo. Algunas viejas suben por la cuesta que a la iglesia conduce. Son las primeras parroquianas del oficio dominical. El mocerío duerme, aguardando la misa mayor para exhibirse bajo las naves anchurosas, entre sones de órgano y perfumes de incienso.


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34 págs. / 1 hora / 124 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

La Epopeya de una Zíngara

Joaquín Dicenta


Cuento


El sol caía a plomo sobre la ancha carretera, uno de esos caminos oficiales de Castilla en cuyas lindes busca inútilmente el viajero un árbol que le preste sombra o un arroyo donde calmar su sed. Campos agostados, planicies incultas, áridos y desiguales montículos, mucha luz en el cielo y poca alegría en la tierra: he aquí el espectáculo ofrecido por aquella naturaleza sedienta, amodorrada, codiciosa de aire y de frescura, en la que el silencio hubiera reinado en absoluto a no ser por alguna que otra banda de codornices, las cuales, alzándose de entre los rastrojos, cruzábanlos presurosamente con un rumor no interrumpido de gritos salvajes y de vigorosos aleteos, levantando una nube de polvo, que se transformaba en lluvia de oro al caer herida por los rayos del sol.

Tarde calurosa de Agosto, que convertía en inhospitalario desierto el camino y los campos que lo circundaban, era aquélla; y perdida en este desierto, sufriendo el bochorno que abrasaba la atmósfera, asfixiándose con el polvo por ella misma levantado al proseguir su rumbo, veíase una pequeña y miserable caravana, que hubiese puesto piedad en los ojos y amargura en el corazón de quien la mirase atentamente; pero los hombres suelen mirar estas cosas sin verlas; para ellas no existen otros ojos ni otro amparo que los de Dios; y hasta Dios suele distraerse muchas veces.

Constituían la caravana una mujer, un burro y tres niños.


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4 págs. / 8 minutos / 60 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Capuchino

Joaquín Dicenta


Cuento


Llamo celestial a este cuento porque su asunto se desarrolla en el cielo de los católicos, en ese cielo donde, según las descripciones ortodoxas, los ángeles cantan escondidos entre nubes de ópalo y cantan los santos y las vírgenes y los apóstoles (cada grupo desde su nube correspondiente) un himno de alabanzas inacabables al Creador.

En uno de los aposentos más apartados del divino alcázar, celebrábase un juicio de pecadores, juicio presidido por Jesús de Nazaret, el cual tenía a San Juan a la izquierda y a la Virgen a la derecha.

Cristo interrogaba a los pecadores; la Virgen intercedía por ellos, siguiendo los impulsos de su inmensa bondad; y San Juan apuntaba en una pizarra de esmeralda el fallo de su Maestro y el destino que este fallo concedía a los reos.

Los últimos se agrupaban a la izquierda del presidente. Eran autores de pecados leves, y, en clase de tales, libertados por sentencia de la primera instancia celestial del fuego eterno. Tratábase sólo de averiguar en este juicio cuántos años de purgatorio necesitaba extinguir cada uno para entrar en el cielo y poseer el favor celeste y gozar el derecho a vivir cantando desde por la mañana hasta la noche. Era, pues, el de autos, un juicio de faltas.

No obstante ello, los pecadores andaban temerosos en el examen y en la confesión de sus culpas, que aun siendo tan hermoso el porvenir de una bienaventuranza perpetua, no resulta preparación muy grata para realizarlo la de pasarse unos añitos en el purgatorio, socarrándose el alma.

De ahí que los enjuiciados anduviesen acobardadillos y que, a la más insignificante pregunta de Jesús, bajasen los hombres la cabeza, ocultasen las mujeres el rostro entre las manos y temblasen todos con nervioso temblor. Sólo uno de entre ellos permanecía sereno, inmóvil, como seguro de su pureza e inaccesible por consiguiente a las estufas purificadoras del purgatorio.


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3 págs. / 5 minutos / 67 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Pícara Vida

Joaquín Dicenta


Cuento


Siempre fue muy cómodo renegar de la vida y hacer de ella renuncia teórica, maldiciendo los disgustos y penalidades que proporciona.

Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, como una cosa es llamar a la muerte a voces cuando está lejos, y tenderle amorosamente los brazos cuando se la contempla de cerca.

Tan verdad es esto, que siempre, cuando a las personas que me rodean oigo echar pestes contra la existencia miserable que padecemos los humanos, acude a mi memoria un cuento que mi madre me refería cuando yo era chico, y que puede servir de enseñanza y respuesta a los que piden a todas horas que la muerte venga a librarles de la desdichada vida que sufren.


* * *


En cierto pueblo de Aragón vivían juntos una madre y un hijo.

Era la madre de edad avanzada, muy buena mujer, muy creyente y muy hacendosa a pesar de sus años.

Sólo tenía un defecto: renegar a todas horas de la vida; y era el hijo un clérigo joven, cura del pueblo y hombre de honradas costumbres e intachable conducta.

—¡Dios mío! —decía la madre siempre que encontraba ocasión para ello, y la encontraba a cualquier hora—. ¡Dios mío, haz a mi hijo feliz, conserva su existencia preciosa y no me proporciones el pesar horrible de verle morir, de llevarlo contigo antes que yo muera! Que viva él que es joven, que puede hacer tanto en tu divino servicio. ¡Que viva él!… A mí, señor, a esta pobre vieja que sólo sinsabores y penas ha sufrido en el mundo, llévame ya de él, concédame tu misericordia el descanso que ardientemente solicito. La vida es para mí carga pesada; la muerte fiera, descanso, y yo la recibiría con los brazos abiertos. Venga la muerte para mí: la recibiré como un bien.


* * *


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1 pág. / 3 minutos / 42 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Hijo del Odio

Joaquín Dicenta


Cuento


I

Primero es una multitud, enloquecida por el terror, la que invade el pueblo con pataleo angustioso de ganado en fuga. Aquella multitud no hace alto. Sigue su carrera lanzando gritos, atropellándose, procurando acrecer más y más la distancia entre ella y el peligro que la hace huir.

—¡Los nuestros retroceden!… ¡Los nuestros retroceden! —vocean los fugitivos dirigiéndose al vecindario que les contempla con estupefacción medrosa—. ¡Muy pronto llegarán!… ¡Después de ellos, arrollándolos, destrozándolos, entrará el enemigo! ¡Con él van el incendio y la violación y la muerte!… ¡Huid!… ¡Poned vuestros bienes a salvo!…

Y la multitud deja el pueblo sin volver la cara, avivando su frenético galopar, levantando a su espalda torbellinos de polvo.

¡Ay de quien cae!… Sobre él pasan todos. Niño, adulto, viejo, hombre o mujer, nadie procura alzarlo de tierra. Tampoco las reses en huida se detienen o apartan ante la res que tropieza y cae; por cima de ella siguen, pateándola, magullándola, hasta dejarla muerta o aullando su dolor en una cuneta del camino.

Los vecinos ricos del pueblo, con la celeridad propia del espanto, enganchan a los carros sus bestias, cargan dentro lo más preciso, se acomodan entre la carga y huyen a todo correr de las caballerías, restallando los látigos, comiéndose con los ojos el horizonte.

Tras ellos van los pobres; los menos miserables, a lomos de caballerías menores; los más, a todo viaje de sus piernas; las madres, apretujando contra sus riñones a los hijos; los padres, con alforjas o lienzos, llenos de enseres a hombros: harapos son, pingajos miserables; pero son la riqueza de los mendigos y quieren salvarla como los ricos su oro, sus alhajas, sus ropas.


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27 págs. / 47 minutos / 68 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Juan José

Joaquín Dicenta


Teatro


Carta a modo de prólogo

Sr. D. José de Urquía


Querido amigo y compañero:

Me pide usted autorización para publicar Juan José en La novela corta y dedicar el número, en que mi drama se publique, a los obreros españoles.

La miseria me llevó a convivir con los humildes y con los miserables.

Entre ellos escogí modelos para personajes de mi obra; ellos, con sus dolores, con sus ignorancias, con la pobreza material y moral a que les reducían la codicia, el egoísmo y la (crueldad) de explotadores y viciosos, trajeron a mi corazón primero que a mi inteligencia el trágico poema de los desheredados, al cual quise dar vida escénica en Juan José.

Mucho ha progresado el obrero español desde que escribí la obra; pero la médula de mi drama subsiste, subsistirá mientras la mujer pueda ser empujada a la prostitución y el hombre honrado al crimen, por la miseria, por el abandono y por las explotaciones sociales.

Dedicando usted, querido Urquía, mi drama a los obreros en la fecha 1.º de Mayo, satisface mi deseo más firme. No lo he realizado antes por mi propio, temeroso de que tal acción se atribuyera a vanidad o a ansias ruines de lucro.

Gracias pues y una usted la mía a su dedicatoria.

Muy sinceramente amigo y admirador de usted.


Joaquín Dicenta

Personajes

ROSA.
TOÑUELA.
ISIDRA.
MUJER 1.ª
MUJER 2.ª
JUAN JOSÉ.
PACO.
ANDRÉS.
EL CANO.
IGNACIO.
PERICO.
EL TABERNERO.
UN CABO DE PRESIDIO.
BEBEDOR 1.º
BEBEDOR 2.º
Un mozo de taberna.
Bebedores.


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75 págs. / 2 horas, 12 minutos / 91 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Críticos Espontáneos

Joaquín Dicenta


Cuento


Es cosa que produce asombro el adelanto conseguido por y para la crítica en los tiempos que corren. Antiguamente (me refiero a diez o doce años atrás) ejercían de críticos hombres de gran autoridad literaria, de vasta erudición, de talento sólido, de juicio sereno, de extraordinarias y respetables aptitudes; y estos hombres cuando trataban de juzgar alguna obra dramática hacíanlo al cabo de una semana, después de oirla, de verla, de leerla y de estudiarla, pues de todo eso necesitaban aquellas pobres gentes, tan inocentonas y premiosas, que si escribían algo a la mañana siguiente de un estreno, calificábanlo con el modesto y ruin titulejo de Impresiones teatrales.

¡Infelices señores aquellos que se pasaban la vida revolviendo clásicos y revolucionarios de todas las literaturas para tener un criterio fijo, cimentado en bases duraderas y firmes, y analizaban concienzudamente las obras sujetas a su examen, por gozar fama de escrupulosos y de justos! ¡Qué desengaño tan grande el suyo, cuando hayan visto probado, con el irrefutable testimonio de los hechos, que los críticos no se forman en fuerza de estudios y de meditaciones hondas, si no que brotan espontáneamente, a semejanza de los saludadores; y así como éstos llevan la salud en la lengua por obra y gracia del Espíritu Santo, llevan ellos en el mismo sitio, y por las mismas divinas mercedes, el don maravilloso de la crítica.


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3 págs. / 6 minutos / 29 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Un Autor al Uso

Joaquín Dicenta


Cuento


Aún me parece, estarle viendo cuando se presentó en mi casa con el manuscrito entre los dedos de la mano izquierda y el sombrero entre las uñas de la mano derecha.

—Caballero —me dijo aquel joven, delgado, muy mal vestido, lo cual no es un crimen, y con el traje lleno de grasa y de otras materias alimenticias, prueba insigne de suciedad que no admite disculpa;— caballero, yo soy hijo de familia, como usted puede ver. Mi mamá es lavandera.

—¡Pues nadie lo diría! —pensé yo, mirando la camisa del joven, que parecía, por lo negra y por lo reluciente, una muestra de carbón de cok.

—Bueno; ¿y qué desea usted? —le pregunté luego de ofrecerle una silla.

—Pues quiero leer a usted una pieza que he escrito; porque desde que me quitaron la plaza de escribiente que tenía en el ministerio de Fomento, me he metido a escritor.

—Eso es muy natural —repuse yo;—habiendo sido escribiente de Fomento, nada más lógico que dedicarse a escritor público, en épocas de cesantía.

—¿Y en qué sección del ramo ha servido usted? —añadí.— ¿En Instrucción pública?

—No, señor; en Caminos. He ocupado allí un puesto durante cuatro años y tres meses.

—¿Y ahora? —le interrumpí.

—Ahora, viendo que el oficio de autor es muy socorrido, y después de enterarme de cómo se hacen estas cosas, he cogido una obra francesa que se dejó olvidada en su mesa de noche un señor, cuando mamá tenía casa de huéspedes, y la he traducido al castellano.

—¿A su mamá de usted?

—No, señor; a la obra. Sólo que, siguiendo la costumbre establecida, en vez de poner traducción, he puesto original. ¿Qué opina usted de eso?

—Que ha hecho usted perfectamente. Además, su conducta es lógica: un hombre que ha andado cuatro años en caminos, no puede proceder de otro modo.


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2 págs. / 4 minutos / 26 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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