Textos mejor valorados de José de la Cuadra disponibles | pág. 2

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autor: José de la Cuadra textos disponibles


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Merienda de Perro

José de la Cuadra


Cuento


Cuando José Tupinamba salió de la choza para dirigirse a la quebrada familiar donde hacía la limpieza diaria, apareció —gloriosa— la luna en el cielo.

Era después del crepúsculo. Noche de la sierra. El cielo se había elevado por encima de los picos nevados de las montañas, que mostraban, en toda su magnificencia, el misterio, casi siempre velado, de sus cumbres. Tenía un tono azul vibrante el cielo. Parecía más bien que fiera el de un día límpido de sol abierto. Sólo allá, contra el horizonte, se esfumaban opacidades ténues, teñidas de ocre fuerte, a manchas. La luna puso en el paisaje una vida nuevecita, brillante, como un bañado de plata.

José Tupinamba alejóse unos metros de le choza. Volvió sobre sus pasos en seguida, y aseguró mejor la puertecilla, con una piedra tamaña. Sus dos hijos dormían —adentro— su sueño infantil, en el mismo cuero de borrego sin curtir: la huahua de tres meses —la Michi— al lado del hermanito —el Santos— de cinco años. Sonrió el indio al evocar, sin duda, la figura de la Michi, que era un trozo de carne oscuro y reluciente como un yapingacho recién frito.

Se alejó otra vez Tupinamba.

—¡Achachay! —se quejó, por el frío mientras se arrebujaba en el poncho.

El espectáculo de la naturaleza no le decía nada. La soberana belleza de esa noche, que hablaba mil lenguas, no hablaba acaso el humilde quechua —mezclado de español y de dialectos— de José Tupinamba.

Ese tornó a quejarse por el frío.

—¡Achachay!

Llegó a la quebrada. Bajó por la ladera. A poco trepó, de vuelta.

—¡Upa! —exclamó al dar el último paso de subida, un verdadero salto agilísimo, en el cual por un instante su cuerpo estuvo sin apoyo en el vacío—.

A corta distancia de su vivienda, se detuvo.


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2 págs. / 4 minutos / 851 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Ayoras Falsos

José de la Cuadra


Cuento


El indio Presentación Balbuca se ajustó el amarre de los calzoncillos, tercióse el poncho colorado a grandes rayas plomas, y se quedó estático, con la mirada perdida, en el umbral de la sucia tienda del abogado.

Este, desde su escritorio, dijo aún:

—Verás, verás no más, Balbuca. Claro de que el juez parroquial… ¡longo simoniaco! …nos ha dado la contra, pero, ¿quiersde contra?, nosotros le apelamos.

Añadió, todavía:

—No te olvidarás de los tres ayoras.

El indio Balbuca no lo atendía ya.

Masculló una despedida, escupió para adelante como las runallamas, y echó a andar por la callejuela que trepaba en cuesta empinada hasta la plaza del pueblo.

Parecía reconcentrado, y su rostro estaba ceñudo, fosco. Pero, esto era sólo un gesto. En realidad, no pensaba en nada, absolutamente en nada.

De vez en vez se detenía, cansado.

Escarbaba con los dedos gordos de los pies el suelo, se metía gruesamente aire en los pulmones, y lo expelía luego con una suerte de silbido ronco, con un ¡juh! prolongado que lo dejaba exhausto hasta el babeo. En seguida tornaba a la marcha con pasos ligeritos, rítmicos.

Al llegar a la plaza se sentó en un poyo de piedra. De la bolsita que pendía de su cuello, bajo el poncho, sacó un puñado de máchica y se lo metió en la boca atolondradamente.

El sabor dulcecillo llamóle la sed. Acercóse a la fuente que en el centro de la plaza ponía su nota viva y alegre, y espantó a la recua de mulares que en ella bebía.

—¡Lado! ¡Lado! —gritó con la voz de los caminos—. ¡Lado!

Apartáronse las bestias, y el indio Balbuca pudo meter en el agua revuelta y negruzca su mano ahuecada que le sirvió de vasija.

—¡Ujc!…

Satisfecho, se volvió al poyo de piedra.


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4 págs. / 7 minutos / 3.272 visitas.

Publicado el 25 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Incomprensión

José de la Cuadra


Cuento


(Medalla de oro en el concurso literario celebrado con ocasión del Día del Estudiante —1926—, por el Centro Local de Guayaquil, de la Federación de Estudiantes Ecuatorianos).

I

Un ruido de voces en el vestíbulo despertó a Rómulo Nadal.

—Es Idálide que regresa, —se dijo; mientras, mirando el pequeño reloj de esfera luminosa, se enteraba de la hora: 2.35 de la madrugada.

Oprimiendo el botón colocado en la pared al alcance de su mano, dió luz a la alcoba.

Hacía calor.

Nadal se escurrió de entre sus sábanas y saltó fuera del lecho.

—Me va a ser difícil —monologó— volver a conciliar el sueño.

Cerca de la cuja había una butaca, y en ella se tumbó.

Afuera, en el vestíbulo, seguían las voces.

Nadal se entretuvo en reconocerlas.

—Esa es Idálide... Esa ótra es mi perfumada, cariñosa, encantadora suegra... Ah, también ha venido, acompañándolas, mi señor hermano político... Ahora se despiden, gracias a Dios...

Percibió frases sueltas:

“Buenas noches, Idálide”.—“Que la Virgen vele tu sueño, hija mía”.

Besos. Risas. Pasos que bajaban los peldaños de la escalinata.

—Por fin!

Oyó el portazo seco del zaguán, y luego, el suave golpe del motor del Essex.

Entonces Nadal prestó atención a los ruidos del interior de la casa. Lejano ya, perdido en la noche, alcanzó a distinguir en el silencio un taconeo de ritmo familiar a su oído.

—Idálide va a su alcoba —pensó.

La siguió con la imaginación y se distrajo en suponer lo que haría...

Al pasillo saldría a encontrarla María, la doncella.

“¿Se ha divertido la señora?”

Y ella con su lánguida voz de amorosa diría: que sí, que sí; que había bailado mucho; que había gozado la mar...


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16 págs. / 28 minutos / 82 visitas.

Publicado el 30 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Montuvio Ecuatoriano

José de la Cuadra


Ensayo


Plan geográfico del Ecuador

Hasta hace veinte años, más o menos, a los muchachos ecuatorianos se les enseñaba en las aulas elementales que el territorio de la República afectaba la forma de un abanico, cuyo vértice se enclavaba en la joroba de la frontera occidental del Brasil, mientras que su arco máximo se desplegaba sobre el océano Pacífico. Ahora que hemos perdido nuestro contacto brasileño, siquiera de hecho, ignoramos con qué otro adminículo le encontrarán semejanza a la heredad nacional los geógrafos escolares; pero, según la comparación referida, el Ecuador habría constituido como una cuña entre Colombia y Perú.

Virtualmente, los individuos de esta generación confrontamos una suerte de desorientación en materia limítrofe. Antes, respecto del Ecuador estaba Colombia al norte, Perú al sur y Brasil al este. Hoy ocurre que también hay Colombia por el meridión y Perú por el septentrión (?); precisamente, la cuestión de Leticia se planteó en tierras que un ciudadano del 900 no habría vacilado en sostener que pertenecían irrefragablemente a la República.

Aparte de las disensiones ocasionadas por la fijación de la línea estrictamente sureña, el problema fronterizo incide toda la parte sudeste del Ecuador, es decir, aquella que lo capacitaría, en derecho, para el condominio amazónico.

Obvia exponer las consecuencias derivadas de esta situación anómala en todos los órdenes. Baste con señalar que ella es uno de los obstáculos para la formación de una verdadera y propia conciencia totalitaria de la economía nacional que imprima rumbos firmes y cargue de sentido preciso a las profundas actividades vitales. A propósito, tómese en cuenta tan sólo el dato de que lo disputado abarca como 350 000 kilómetros cuadrados de los 700 000 kilómetros cuadrados que el Ecuador cree su patrimonio.

Como quiera que sea, el país se divide, de este a oeste, en tres regiones.


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40 págs. / 1 hora, 10 minutos / 1.270 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Repisas

José de la Cuadra


Cuentos, colección


Glosa del título

Buena parte —la mejor, acaso,— de, mi infancia dorada, se la comió el tiempo mientras habitaba yo en un ruinoso caserón porteño de ésos que virtualmente, ha desplazado ya la construcción moderna de hormigón o de cemento armado.

Por las grandes chazas, constantemente abiertas, se metía en vaharadas el olor saboroso del cacao “Guayaquil”, que se secaba al sol en las aceras. Y quedábase flotando el aroma, suspendido en nubes invisibles, por los grandes cuartos solemnes, amplios como naves de iglesia, que opacaban la luz al robarle fulgencias con lo ennegrecido —pátina de siglos— de sus tablas sin pintar.

Unico adorno de alguna de esas estancias, era un armario enorme, de madera incorruptible, —mueble colonial sin duda, que más parecía obra de alarife que joya de ebanistería y en el cual se enloquecía un estilo retorcido, vehemente, presumido y ostentoso, con algo de falsa pompa, como el churrigueresco o como el manuelino.

Cerrado estaba el armario. Contra su chapa, de complicado juego, se estrellaron mi inventiva y mi tenacidad de muchacho que creía a pié juntillas que en él se escondía la fiesta de las Mil y una Noches, los tesoros de Bagdad y de Basora...

Di a la postre con la llave, pedazo de hierro tomado de orín. Abrí el mueble. Nada. Nada contenía. En sus cuatro repisas, que semejaban sarcófagos destapados, dormían, un poco de silencio secular y un poco de blanda paz antigua e ilustre. Nada...

Miré mis manos. El orín de la llave había dejado en ellas manchas que ocurriérase de sangre. Evoqué medroso el cuento de Barba Azul. Pero, no; el agua modesta del lavabo fué para las manchas de mis manos violadoras, agua lustral que limpió y purificó.


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109 págs. / 3 horas, 12 minutos / 1.509 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Venganza

José de la Cuadra


Cuento


Esa madrugada, como otras tantas, Juan regresó a su humilde casuca del arrabal occidental de Guayayaquil, borracho como una cuba.

La Petra, su mujer, dormía sobre el camastro sucio, pringoso, que era la diurna habitación del marido.

Este dijo, al entrar:

—¡Ey, carajo! Ta mañaneando, y vos todavía’stás en el catre sobándote la panza. ¡Arza!

La Petra se agitó pesadamente. El enorme vientre —nueve meses de preñez— impedíale movimientos ágiles.

Algo balbuceó torpemente en la semiconsciencia del despertar.

Juan se encolerizó.

—¡Silencio!

Pero, en seguida se calmó y comenzó a acariciar a la mujer.

—¡Negrita!

Como sufriera un vago rechazo, tornó a enfurecerse.

Levantó violentamente la pierna sobre la cama y dejó caer

el pié desnudo en la barriga de la preñada.

—¡Toma, so p.....!

La grávida lanzó una suerte de gruñido hórrido, y del sueño pasó al desmayo.

Reía, ahora, el borracho.

—¡Pa que veas!

Cruzó por su mente el recuerdo de su época de futbolista, y le clareó un orgullo en el alma.

Pero ya no podía más. Se había agotado totalmente en el esfuerzo.

Se bamboleó. Vínole una náusea incontenible, y se vomitó en la cama, agarrándose a uno de los pilares, yéndose de bruces contra la Petra. Medio ahogado en el vómito, se durmió.

A poco resbaló. Y quedó en una postura incómoda, entre sentado y echado, en el suelo, con el rostro vuelto hacia lo alto, al pié de la cama...

Despertó a la media tarde.

Sentía en el rostro una mojadura viscosa y en la boca el sabor de un líquido espeso y dulzón.

Se horrorizó cuando, luego de pasarse las manos por la cara, advirtió que era sangre.

Púsose de pies.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 336 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Muerte Rebelde

José de la Cuadra


Cuento


I

KENT: ¡Rómpete,corazón; te lo suplico, rómpete!

—Shakespeare. “El Rey Lear”, acto V, escena final.


Don Ramón Manuel Lacunza estaba fundamentalmente hastiado de la vida y había resuelto morirse.

Entiéndase bien: morirse; no matarse.

Tenía veinticinco años de juventud; lo cual quiere decir, sin requilorios, que andaba por ahí cerca de los nueve lustros, no enteros del todo.

Y eran regordetes y acaudalados sus nueve lustros.

Había arrastrado su soltería —mil sucres de renta mensual,— por todos los lugares en que se brinda solaz a precios económicos, puertos ásperos del placer; pero, falto de una voluntad recia, de un ideal motor que lo empujara a superarse, no encontraba, prácticamente —y ahora peor que antes— cuál éra la razón de vivir.

—Ciertamente, los designios de Dios son inescrutables. No doy, por mucho que me exprimo, con el por qué hizo alentar en el barro humano, tan mal adobado después de todo, el ser ... ¿Cuál la finalidad?; ¿dónde el objetivo? ¿Para que se aburra uno como dizque se aburren las ostras...? ¡Puah!

Y acaso no escaseara razón a la sin razón que en su razón se hacía. De veras, don Ramón Manuel Lacunza, de navarra casta, ¿para qué la vida? Al menos, una vida como la suya, señor don Ramón, espejo fiel y singular modelo de tantos ramones, de tantos manueles, de tantos lacunzas como yo conozco...

Entre el querer morirse y el suprimirse voluntariamente, hay una distancia sólo comparable a las siderales. ¡Ah!, si todos los que desearan acabar pusiesen en práctica su deseo, os posible que el mundo estaría convertido, muchos siglos ha, en un sueño realizado de Malthus.


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6 págs. / 11 minutos / 317 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Mientras el Sol se Pone...

José de la Cuadra


Cuento


(nuestro sol interior...)


Se llama a la Muerte en el supremo libro de los verdaderos nombres, la Consoladora y la final Remediadora.

Es buena por mandato divino. Y, cuando es llegada la hora de su visita ineludible, se atavía, para hacérsenos amable, con el áureo traje de nuestro más bello recuerdo.


Cerró los ojos Luis Manuel —como dos puertas— y tembló de la cabeza a los pies. ¡Qué oscuridad profunda, y pesada! Él —en su pobre pequeñez de humanidad— había sentido durante un momento, durante la eternidad vehemente de un momento, —bien así como Atlas el mundo— todo el profundo peso de la oscuridad...

—Doctor! —clamó

No lo oyeron. Querrían no oírlo. La, enfermera estaría ahí cerca, pensando en quién sabe qué cosas juveniles, rosadas, dulcemente pueriles... Pero, él era un moribundo a, quien ya no valía la pena escuchar cuando llamaba. Vox clamantis in deserto... Puah! Estaba tan cerradamente perdido!

Se agitó en una convulsión loca de 40°. Ahora pidió agua...

Agua...

Los grandes ríos que allá, corren, lejos, en la vida... Dicen que las aguas vomitadas del Amazonas endulzan en extensa zona el Océano Atlántico, el gran Mar Tenebroso que fué...

Agua...

Para la sed milenaria de Egipto, he ahí los Nilos de nombres cromados; los Nilos, hijos de los amplios lagos negros que sueñan en el sur del continente negrísimo; los Nilos obedientes, torpemente bondadosos, migratorios como las golondrinas, o mejor, como el plancton vitalísimo de los océanos fundamentales y todoriginarios.

Agua...


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3 págs. / 6 minutos / 99 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Sangre Expiatoria

José de la Cuadra


Cuento


I

La covacha pajiza se recostaba sobre la carretera, frente al río. El río era estrecho, pedregoso, todavía de cauce serrano. No tenía denominación fija; lo cual constituía una comodidad, pues cada propietario ribereño lo bautizaba conforme le venía en gana, y generalmente con el nombre de su fundo.

La covacha servía de paradero y hostal.

Su dueña, ña Macaria, era una negra guapetona y varonil, maciza de carnes y de líneas rotundas, quien entre los comarcanos gozaba fama de anafrodita. Según unos padecía de epilepsia. Según otros, estaba hechizada. Lo cierto es que sufría ataques espantosos, durante los cuales corría riesgo grave de morirse.

Ña Macaria conocía el peligro de su vida, y acaso esto le daba uno como desapego y ajenamiento de todo, que la hacían generosa y poco afecta a la ganancia material.

Rodeábala por ello una nutrida corte de paniaguados que la explotaban a su antojo y aun la gobernaban. Estos sujetos le atiborraban el cerebro de absurdos y le socaliñaban los dineros, so pretexto de curarla.

Ña Macaria no ofrecía resistencia. Era una presa mansa. Sin embargo, en ocasiones se rebelaba.

Gustaba de ser tratada consideradamente; como ella decía, que se guardaran las distancias.

Puntillosa en esto, consentía en lo demás.

Su mesa era apetecible. Poníanse a ella platos suculentos, confeccionados al estilo paisano, a base de carne, pescado y plátano. La leche circulaba a jarras. Las frutas se amontonaban en cerrillos pomposos.

De los huéspedes y comensales apenas si algunos eran de paga. La mayoría disfrutaba los beneficios gratuitamente.

La covacha era amplia. A su delantera tenía una galería larga que miraba al río y al camino. Sobre ella se abrían las habitaciones. Detrás quedaban la cocina enorme, los corrales y los potreros.


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5 págs. / 8 minutos / 95 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Cubillo, Buscador de Ganado

José de la Cuadra


Cuento


Cuento de aventuras


Alonso Martínez conoció a Cubillo en una de las Galápagos, o sea, ya en la etapa más triste de su vida, cuando las circunstancias incontrastables impedían al personaje montuvio practicar su cómoda profesión de buscador de ganado.

Este Martínez era él mismo un sujeto pintoresco. Afirmaba ser oriundo de Santo Domingo, en las Antillas; lo cual no tiene nada de particular. Pero Martínez hallaba en lo de su nacionalidad un motivo para singularizarse; pues, decía —y hasta puede que fuese verdad— que él y un chofer de taxi eran los dos únicos dominicanos que había a lo largo de las costas del Ecuador.

Como el de todo marinero desembarcado, el centro de operaciones de Martínez en Guayaquil era el barrio de La Tahona, ese característico rincón de la ciudad, tan estrictamente porteño, que la piqueta municipal va poco a poco desbaratando. En cualquier cantina o chichería de las innumerables establecidas en la planta baja de las siniestras casas coloniales del barrio, Martínez encontraba auditorio complaciente, formado por marineros retirados o en descanso; quienes, además de escuchar sus fabulosos relatos de mar, le pagaban el consumo abundoso. Porque el isleño no era parco en el comer ni sobrio en el beber, sobre todo cuando, según su expresión, navegaba en buque grande, es decir, cuando había alguien que abonara la adición sin discutirla.

Además de sus artes de narrador, Martínez poseía otra, que lo hacía respetable entre sus colegas: hablaba o pretendía que hablaba el papiamento, esa enrevesada mezcla idiomática del Caribe. Cuando lanzaba una frase en el —según Martínez— más puro estilo de Curaçao, sus oyentes, que apenas mascaban un canalla inglés de cala de barco, se quedaban epatados.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 50 visitas.

Publicado el 25 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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