Textos mejor valorados de José de la Cuadra disponibles | pág. 6

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autor: José de la Cuadra textos disponibles


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Miedo

José de la Cuadra


Cuento


MARGIT.—Afortunadamente se ha ido. Cuando está a mi lado, mi corazón cesa de latir, como si lo adormeciera un frío mortal... Es mi marido; soy su mujer. ¿Cuántos años dura la vida humana? ¿Cincuenta años tal vez? ¡Dios mío! ¡Y sólo cuenta mi vida veintitrés primaveras!...

BENGT.—Hay motivo. A fe. de caballero, no sé lo que le falta. Procuro estar a su lado todo el dia. Nadie puede acusarme de severo con ella. Me encargo yo de dirigir los quehaceres de la casa. Y sin embargo...

HENRIK IBSEN. — GILDET PAA SOLHAUG (La fiesta de Solkaug); acto primero.


Bebíamos. Las perchas de la tabernucha —Brasil y Rumichaca,— íbanse quedando vacías como los estantes de la biblioteca de un poeta miserable... Cerveza. Más cerveza. Botellas tras botellas.

Nuestro amigote, el viejo Santos Frías, que era inspector a jornal de no sé qué obra pública (sin duda, alguna estatua a un héroe inédito, descubierto por sus celosos descendientes); estaba ya casi borracho. Hablaba hasta por los codos y dio en hacernos confidencias. Sobre cualquier tema que girara la charla, siempre Frías encontraba oportunidad de endilgarnos un comentario, siquiera, dolorosamente arrancado a su propia intimidad. Ignoro por qué tenía ese empeño tenaz de hacerse daño. Que daño se haría al resucitar así, pública y malamente, recuerdos que debía guardar en el silencio de una farsa de olvido, ya que no en el imposible olvido absoluto.

Por ello, cuando Mateo Alvarado nos hizo esa enfebrecida apología de las delicias hogareñas, de las alegrías del hombre casado, Santos Frías, anheloso de una nueva confidencia, nos lanzó de sopetón la pregunta:

—¿A qué no saben ustedes porqué no me he casado yo?

Cada quien auspiciaba una solución. Por esto. Por lo otro. Por lo de más allá.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 68 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Cruz en el Agua

José de la Cuadra


Cuento


En mis frecuentes viajes por nuestros grandes ríos —en noches de luna o en oscuras noches de viento y lluvia, pero siempre cuando en derredor la naturaleza propiciaba el alma a la comunión con el misterio;— he oído relatar la historia de la cruz que flotaba a la deriva sobre las aguas...

No es una vieja leyenda prestigiada de siglos. En verdad, ni es una leyenda, ni acaeció en los tiempos —remotos para la brevedad de nuestra vida nacional— de García el Grande, por ejemplo. Es algo casi actual, de ha pocos años. Quienes me la narraron habían visto aquella cruz «con estos ojos que la tierra se ha de comer».

...A orillas de uno de nuestros más caudalosos afluentes del Pacífico, poseía una rica hacienda de ganado doña Asunción Velarde, viuda a la sazón, de cuyo matrimonio un poco Fracasado habíale quedado un hijo —Felipe Santos— mocetón ya.

Alto de estatura, robusto de complexión, ingenuo y limpio de alma; bravo, noble, leal, trabajador esforzado, Felipe era la propia vida de su madre, que lo quería ciegamente, más que a su existencia misma, más que a su misma salvación.

Y no estaba mal pagada en su amor la madre; pues, Felipe correspondía a sus afanes con una entera dedicación de sí al cuidado de la anciana.

Descendiente de una clara familia procera, doña Asunción guardaba como un tesoro cordial su fe católica, diáfana de dudas, pura y tranquila, reposada y serena. Y al hijo enseñó en su fe, transmitió su ardor de adoratriz con la unción de quien hiciera una última invaluable donación.

Felipe —al igual que su madre— fué católico. Leal en esto como en todo lo suyo.

En aquel hogar donde madre e hijo ritmaban sus vidas a un ritmo mismo, se sentía alentar de veras la paz de Dios. Nada turbaba la placidez de aquellas existencias unánimes. Nada. Como si una bendición dulcemente pesara sobre ellos mismos, sobre la casa, sobre la hacienda...


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Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 234 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

¿Castigo?

José de la Cuadra


Cuento


Al doctor J. M. García Moreno, que sabe cómo esta fábula, se arrancó angustiosamente a una realidad que, por ventura, se frustró...


Apenas leves, levísimas sospechas, recaían sobre la verdad de la tragedia conyugal de los Martínez.

Se creía que andaban todo lo bien que podían andar dada la diferencia de edad entre marido y mujer: cincuenta años, él; veinte, escasos y lindos, ella.

Se creía —sobre todo— que el rosado muñeco que les naciera a los diez meses de casados y que frisaba ahora con el lustro, había contribuido decisivamente a que reinara la paz, ya que no la dicha, entre los cónyuges.

Pero, lo cierto era que el hogar de los Martínez merecía ser llamado un ménage a trois. La mujer se había echado encima un amante al segundo año de casada.

El amante de Manonga Martínez era el doctor Valle, médico.

Cuando Pedro Martínez, agente viajero de una fábrica de jabón, íbase por los mercados rurales en propaganda de los productos de la casa, el doctor Valle visitaba (y por supuesto que no en ejercicio de su profesión) a Manonga.

Dejaba el doctor Valle su automóvil frente a unas covachas que lindaban por la parte trasera con el chalet donde vivían los Martínez, y, con la complicidad de una lavandera que hacía de brígida, penetraba por los traspatios hasta la habitación de aquéllos.

Encerrábanse los amantes en el dormitorio, y cumplían el adulterio sobre el gran lecho conyugal.

Manonga, precavida, se deshacía con anticipación de la cocinera y de la muchacha. Para mayor facilidad, veíanse, por ello, a la media tarde.

Al chico —Felipe— lo dejaba la madre en la sala, jugando. Cuando estuvo más crecidito, lo mandaba, al portal o al patio. Ahora permitía que correteara por frente al chalet; pero, eso sí, sin que saliera a las veredas del bulevar. Habíale enseñado a que, oportunamente, negara el que su madre estuviera en casa.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 78 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Todos los Cuentos

José de la Cuadra


Cuentos, colección


Prólogo

En este volumen se recogen un total de cincuenta piezas de ficción breve escritas por el autor ecuatoriano José de la Cuadra.

Su temprana muerte nos privó de un escritor lúcido, con una mirada penetrante y una capacidad para la crítica social que no está reñida con la ternura y el humor.

Un autor en general desconocido para los lectores fuera de Ecuador, pero que por su modernidad y la certeza de su escritura merece ser conocido mucho más allá de sus fronteras.

Solo espero que esta colección, que reúne todas sus obras de ficción excepto la novela corta inconclusa "Los monos enloquecidos", sirva precisamente para que su prosa llegue mucho más allá de su Guayaquil natal y otros muchos lectores puedan disfrutar de su sensibilidad y elegancia.


Eduardo Robsy Petrus
Madrid, 27 de febrero de 2024

Aquella carta

Yo la leí.

Mi voz —que la emoción tornaba angustiosa,— era férvida, quizás un mucho amarga, al leerla.

Creo que nunca —como en esa ocasión— he leído tan bien.

Decía la carta:

“Alina:

“¡Adiós para siempre!

“Habría, querido, luego de estas palabras —definitivas—, garrapatear al pié mi pobre firma... y no decirte más. En este minuto —único— en que voy a franquear con firme paso la puerta que se abre al Gran Camino, todo concepto obvia y toda frase está demás.


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Dominio público
361 págs. / 10 horas, 32 minutos / 175 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

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