Textos más populares esta semana de José de la Cuadra disponibles | pág. 5

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autor: José de la Cuadra textos disponibles


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Honorarios

José de la Cuadra


Cuento


—Pero, doctor, si ella no era virgen...

—Puede ser, señora; yo no pongo en duda, ¡oh no!, lo que usted asevera. Mas, el informe pericial...

—¡Qué informe pericial, doctor! Nadie me convencerá jamás de que el peluquero Suipanta, ¡mudo morlaco!, y el carnicero Martínez saben examinar eso. ¿Es que han estudiado anatomía...? ¿Es que...?

—Será lo que usted quiera, señora; pero, el comisario, en el severo ejercicio de las funciones de su noble cargo, procedió correctamente al nombrar empíricos para el rápido reconocimiento de la violada... El Código de Enjuiciamientos en Materia Criminal, en su artículo 72 —si la memoria no me es infiel—, faculta en casos como el que nos ocupa, cuando no hay profesionales en cinco kilómetros a la redonda... Verdad es que debió nombrar a mujeres... Pero, ocurre que las personas del sexo de usted, señora, con perdón suyo sea dicho, no se prestan para...

—Sí, sí, doctor. Comprendo. Acaso, somos más honorables.. ¡Ah, dispense!

—Crea usted que si no me alcanzara, como se me alcanza, cuál es su estado de ánimo, habría pensado que trata premeditadamente de ofenderme...

—Ya le pedí excusas. Vuelvo a pedírselas. En fin, doctor; yo no entiendo nada de nada... Con todo, pienso que el comisario debió buscar a otras personas, más calificadas, más expertas, que no a...


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5 págs. / 8 minutos / 367 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

La Muerte Rebelde

José de la Cuadra


Cuento


I

KENT: ¡Rómpete,corazón; te lo suplico, rómpete!

—Shakespeare. “El Rey Lear”, acto V, escena final.


Don Ramón Manuel Lacunza estaba fundamentalmente hastiado de la vida y había resuelto morirse.

Entiéndase bien: morirse; no matarse.

Tenía veinticinco años de juventud; lo cual quiere decir, sin requilorios, que andaba por ahí cerca de los nueve lustros, no enteros del todo.

Y eran regordetes y acaudalados sus nueve lustros.

Había arrastrado su soltería —mil sucres de renta mensual,— por todos los lugares en que se brinda solaz a precios económicos, puertos ásperos del placer; pero, falto de una voluntad recia, de un ideal motor que lo empujara a superarse, no encontraba, prácticamente —y ahora peor que antes— cuál éra la razón de vivir.

—Ciertamente, los designios de Dios son inescrutables. No doy, por mucho que me exprimo, con el por qué hizo alentar en el barro humano, tan mal adobado después de todo, el ser ... ¿Cuál la finalidad?; ¿dónde el objetivo? ¿Para que se aburra uno como dizque se aburren las ostras...? ¡Puah!

Y acaso no escaseara razón a la sin razón que en su razón se hacía. De veras, don Ramón Manuel Lacunza, de navarra casta, ¿para qué la vida? Al menos, una vida como la suya, señor don Ramón, espejo fiel y singular modelo de tantos ramones, de tantos manueles, de tantos lacunzas como yo conozco...

Entre el querer morirse y el suprimirse voluntariamente, hay una distancia sólo comparable a las siderales. ¡Ah!, si todos los que desearan acabar pusiesen en práctica su deseo, os posible que el mundo estaría convertido, muchos siglos ha, en un sueño realizado de Malthus.


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6 págs. / 11 minutos / 317 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Aquella Carta

José de la Cuadra


Cuento


Yo la leí.

Mi voz —que la emoción tornaba angustiosa,— era férvida, quizás un mucho amarga, al leerla.

Creo que nunca —como en esa ocasión— he leído tan bien.

Decía la carta:

“Alina:

“¡Adiós para siempre!

“Habría, querido, luego de estas palabras —definitivas—, garrapatear al pié mi pobre firma... y no decirte más. En este minuto —único— en que voy a franquear con firme paso la puerta que se abre al Gran Camino, todo concepto obvia y toda frase está demás.

“¡Alina! ¡Alina! Te quiero... Nadie te querrá como yo te quiero. Si Dios —perdóneme El que en este instante de pecado máximo, lo nombre;— si el bello Dios me hubiera dotado del arte de bien rimar, en inmortales versos mi amor a ti perduraría... Si al buen Dios le hubiera sido en gracia concederme la de la armonía, en lindas canciones mi amor a tí perduraría... Alguna vez, al pasear por el campo, en quién sabe cuál choza humilde, cualquiera moza garrida al susurrar a media voz una canción —la Canción— que yo te compuse, te habría traído mi recuerdo...

“Pero Dios —que a la tierra me mandó sólo a sufrir,— creóme horro de aquellas mercedes que a otros concede a manos llenas. (El —sólo El— sabrá en su justicia por qué lo hizo).

“Alina, me voy... Como esos barcos que izan velas para el viento favorable, me he preparado para partir. Listo estoy. Pisoteé mis creencias. Derrumbé mis convicciones. Mi fe, legado único pero inapreciable que mi madre —¿la recuerdas?— me dejó; la manché. ¡Yo soy un hombre que ha manchado su fe! Y había que oír cómo lloraba mi alma cuando la ahorcaba... Porque antes que al cuerpo, he matado a mi alma...

“Mi alma... mi alma, que formó mi madre, quien lo fue tuya también. ¿No te dio mi madre a beber —como a mí— su sangre hecha néctar en sus senos gene..............”


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3 págs. / 5 minutos / 232 visitas.

Publicado el 4 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Malos Recuerdos

José de la Cuadra


Cuento


Cuando vengo, cuando voy, cada vez me saluda el pulpero de ahí afuera. No parece sino que ese hombre estuviera en la vida para saludarme a mí.

—Buenos días, don Facundo.

—Buenas tardes, don Rosillo.

—Buenas noches, señor Facundo.

De cualquier manera, a su arbitrio, tratándome como le da la gana, pero no deja de saludarme. Como si no tuviera otra cosa que hacer más que cumplir para conmigo los deberes de urbanidad. Ni yo que aprendí de memoria el manual de Carreño y que ahora soy, por una serie de circunstancias desastrosas, profesor en la escuela nocturna de una sociedad obrera.

Antes el pulpero me decía sencillamente, aun hasta palmeándome la espalda:

—¿Cómo le va, joven?

Hace no sé cuántos años. En la época de la guerra con el Perú, creo... Entonces me sentía enojado por eso que reputaba una confianza excesiva; y, quizás, hoy no me molestaría si el pulpero me dijera una noche, lisamente, cuando regreso de dictar mis clases:

—¿Cómo le va, joven? Tunanteando, ¿eh? ¿Picando a alguna hembrita?

Hasta le perdonaría su asiduidad cortés.

Ah, el pulpero... Desde que lo conozco, sólo tres días no me ha saludado. Y es que no estaba en Guayaquil.

Fue un par de lustros ha. Se marchó a Taura, donde agonizaba su madre. Volvió de un luto detonante de tal luto que era. La camisa, incluso, la llevaba negra: un poco de color y un mucho de sucia.

Ah, el pulpero...

Durante el breve tiempo que estuvo ausente se notó que hacía falta, se advirtió que era necesario para que las cosas del barrio anduvieran como siempre.

Yo lo extrañé. Y me alegré de veras cuando, al ir una mañana a mi trabajo, vi de nuevo abierta su tenducha y escuché su eterno saludo:

—Aló, don Rosillo, ¡buenos días!

* * *


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3 págs. / 5 minutos / 199 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Cólimes Jótel

José de la Cuadra


Cuento


De atenerse al letrero pintado a grandes caracteres negro sobre el fondo celeste, que se mostraba en el frente del edificio, a todo lo ancho de la fachada, bajo la línea de los alféizares, el nombre propio de aquello era el de “Hotel Colimes”. En los registros de la oficinas de higiene de la alimentación estaba catalogado, modestamente, entre las casas de posada, en la cuarta categoría. Pero, el dueño y sus empleados lo llamaban a la inglesa (?), enfáticamente, golpeando la esdrújula y aspirando la jota en un ahogo: “Cólimes Jótel”. Añadían, en castellano, lo que en castellano con errores ortográficos rezaba otro letrero, pequeño éste, colocado también en la fachada, sobre el arquitrabe del cornisamento de madera: “Piesas desde a sucres. Comidas sanas. Atención hesmerada. Moral en la libertad”.

El “Hotel Colimes” ocupaba la parte alta de una casa vieja, de cañas y quincha. La construcción era casi secular; y, por sus tipo y su aspecto, pasados algunos años podrá asegurarse con algún fundamento que en sus salones bailó Bolívar.

En la parte baja, en las tiendas, funcionaban comercios de artículos de cuero que despedían vahos nauseabundos de tanino y hediondeces de pieles mal curtidas. Del alcantarillado de los traspatios se desprendían visiblemente emanaciones pútridas, en las que flotaban nubes de moscas y mosquitos. Debido a todo ello, que ascendía en vaharadas densas por los claustrillos, arriba reinaba de suyo un ambiente pesado; que el olor a polvos de Coty falsificados y a esencias baratas de las cabaretistas, y el tufo a viandas sazonadas a la perra que salía de la cocina, contribuían a hacer insoportable.


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3 págs. / 5 minutos / 175 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Don Rubuerto

José de la Cuadra


Cuento


Difícil será que me olvide alguna vez de mi amigo don Rubuerto Quinto, montuvio viejo de los “laos” de Ñausa.

Estaba yo en su casa cañiza, edificada en plena vega del estero, bien asentada. —“como una vaca que quiere caer a l' agua, blanquito”—, sobre sus cuatro patas fuertes de mangle, delgadas, musculosas, que se hundían profundamente por el lodo hasta afirmarse en lo duro del ribazo.

Era a la tarde, después de la merienda. Junto a la ventana, saboreábamos el café con punta de mallorca y arrojábamos el humo de los cigarros contra los mosquitos.

Me preguntó don Rubuerto:

—¿Usté estudia pa doctor de leyeh'u de medecina?

Le respondí, y él sonrió.

—Ta bueno eso, blanquito. Eh máh mejor que todo. Cierto que ar médico le cai er goteo... Pero l'abogado, con una qui'haga tiene p'al año... Se gana la plata así... así...

Manoteaba en gestos de presa, obstaculizando el revolar de los mosquitos, que manifestaban su cólera zumbando, zunbando...

Guardó un rato de silencio. Luego dijo:

—Yo también n'hey metido en esah vainah der paper seyado.

Y habló de sus triunfos, de sus glorias. Relató en detalle sus pobres audacias, sus zafios ardides de tinterillo de pueblo chico.

—Pero, la mejor que'hey hecho, eh la der paisa der cuño...

—¿Y cómo fue ésa, don Rubuerto?

—Verá... Loh de la Rural bían garrao un paisa mentado... Suáreh me creo de que se yamaba... y lo bían garrao con er cuño, loh'áccidos y todo.. Lo tenían fregao ar paisa, bien atrincado en la barra...

—¿Y?


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1 pág. / 3 minutos / 158 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

La Vuelta de la Locura...

José de la Cuadra


Cuento


A Arturo Martínez Galindo

Manos presurosas acudieron así que rasgó el aire dormido de la estancia, aquel largo, larguísimo alarido estupendo de la grávida.

He aquí que era varón el recién nacido.

“¡Nos ha nacido un niño,—un hijo nos fuá dado.”

Ojos listos de viejas consultaron el calendario de hojas desprendibles adherido a la pared cerca de la cama de la parturienta: Juan tenía que ser nombrado el infante, porque era —loado sea el Bautista— el blanco día de San Juan.


(Lindo San Juan
—que en el Jordán—
bautizaste a mi Señor,—
tenés mi amor).


...Y otra vieja repitió la cantiga.. Pero otra vieja la modificó, diciendo: “te doy mi corazón...” Lo cual hizo aparecer desdeñosa sonrisa en los labios de las que la precedieron en la tonada ritual.

Mientras tanto, en la habitación contigua habían bañado al pequeño Juan. Envuelto en una gruesa toalla, lo trajeron para que la madre lo besara. Sólo que la madre no podía besarlo, porque había muerto. Sin escandalizar —quizá arrullada por la copla vetusta— o quizá mejor, por no oírla, —se había estirado cuan larga era, había ladeado un poco la cabeza, y...

Era preciso enterrarla.

A un examen somero, la “profesora” aventuró:

—Quizá un embolia pulmonar por trombosis de los senos uterinos...

Con todo, las viejas prestaron curiosa atención al hijo de la muerta. Ah!, era lavadito... y ojiclaro... y, por lo que ofrecía, sería pelirrubio, ¿no? Pero...qué mirada bovina!

Una dijo:

—Este será. loco.

Y otra:

—Sí. Es porque la madre ha estado muerta por dentro al parirlo, ¿no ven?

Otra apoyó:

—Una se va muriendo por partes: de los píes para arriba; de la cabeza para abajo. Cuando llega al corazón...

—En el corazón está el alma.

—El alma...¿Y qué es el alma?

—Dios lo sabe!


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6 págs. / 11 minutos / 136 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Desertor

José de la Cuadra


Cuento


Sol en el orto. Bellos tintes —ocre, mora, púrpura, cobalto,— ostentaba el cielo la mañana aquella. Y en medio de la pandemoniaca mezcla de colores, la bola roja del sol era como coágulo de sangre sobre carne lacerada.

La peonada se encaminaba a la labor, madrugadora y diligente. Eran quince los peones: encanecidos unos en el mismo trabajo rudo y anónimo; nuevos, otros, retoños del gran árbol secular que nutría de luengos tiempos a los dueños. Adelante, guía de la marcha, iba Prieto, el teniente.

¡Cuánta envidia causaba Prieto a los compañeros noveles! Veían en él al hombre afortunado, protegido de quién sabía cuál santo patrono, que se alzó desde la nada común hasta la cúspide de un grado militar: ¡Teniente!

—¡Mi tiniente! —decíanle a cada paso con unciosa reverencia, opino si se tratase de una majestad—. ¡Mi tiniente!

El lugar del trabajo —un potrero en resiembra—, caía lejos. Prieto avivaba con sus voces el andar cansino de los peones.

—¡Apurarse, pué! Nos va a cantar la pacharaca, de no.

Había un rebelde: Benito González. Se retrasaba siempre.

—Ya voy, tiniente. Un ratito no má. Es que la ñata me ha llamao.

El guía habíase encariñado con Benito. Era hasta su pariente. Pero, Prieto no sabía qué a ciencia cierta; porque, la verdad, no era precisamente su fuerte aquello de agnados y cognados.

En gracia al parentesco le guardaba a Benito más consideraciones. A los otros hubiérales soltado, acto seguido, una chabacanada; a él, lo aconsejaba.


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8 págs. / 15 minutos / 108 visitas.

Publicado el 11 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Mal Amor

José de la Cuadra


Cuento


A Jorge Pérez Concha.


«Querida Nelly:

Sí; ayer fué mi birth day, como tú me dices en tu carta de Felicitación. Cumplí diez años; es decir, soy uno mayor que tú. Ves; estoy casi hecha una señorita.

Me gusta mucho el álbum de vistas de Chicago que me enviaste. Se lo mostré a nuestro primo Raúl y él dijo que estaba muy lindo. Lo conservaré como un recuerdo de mi lejana Nelly.

Francamente, tu regalo y el de Raúl han sido los que más me han agradado.

Ah, este Raúl... ¿Sabes lo que me obsequió por mi santo? Adivina, adivinadora... Pues, un precioso álbum, también; pero para autógrafos. En la primera página están escritos unos versos que él ha hecho para mí. Son una bonita cosa. Raúl cumple justamente años el mismo día que yo —lo que es una graciosa coincidencia,— y los versos son en torno a eso: habla de que la vida es un camino y cada año una etapa, y dice que él está veinte etapas más adelante que yo. En fin, son encantadores. Te mandaré una copia en cuanto pueda.

Por casa, todos buenos. Espero que por allá también lo estéis. No tardes en contestarme, y cuenta siempre con el cariño de tu primita que te abraza y te besa efusivamente,

Loló.

P. S.—Raúl ha corregido esta carta. Por eso me ha salido tan alhajita.—Vale.—L.»


«Querida, Nelly:

Recibí tu cable. ¡Qué amable eres! ¡Qué buena primita! ¡Tantos años como no nos vemos, y jamás te olvidas de mí! Me tienes muy obligada.

Me pedías en tu última que te contara novedades. Pues, no hay ninguna. Nuestro Guayaquil, al que tanto quieres, progresa y progresa más. Yo creo que algún día llegará a ser una ciudad muy grande y muy hermosa, como ésas que tú estarás harta de ver en los Estados Unidos.


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4 págs. / 7 minutos / 96 visitas.

Publicado el 4 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Sangre Expiatoria

José de la Cuadra


Cuento


I

La covacha pajiza se recostaba sobre la carretera, frente al río. El río era estrecho, pedregoso, todavía de cauce serrano. No tenía denominación fija; lo cual constituía una comodidad, pues cada propietario ribereño lo bautizaba conforme le venía en gana, y generalmente con el nombre de su fundo.

La covacha servía de paradero y hostal.

Su dueña, ña Macaria, era una negra guapetona y varonil, maciza de carnes y de líneas rotundas, quien entre los comarcanos gozaba fama de anafrodita. Según unos padecía de epilepsia. Según otros, estaba hechizada. Lo cierto es que sufría ataques espantosos, durante los cuales corría riesgo grave de morirse.

Ña Macaria conocía el peligro de su vida, y acaso esto le daba uno como desapego y ajenamiento de todo, que la hacían generosa y poco afecta a la ganancia material.

Rodeábala por ello una nutrida corte de paniaguados que la explotaban a su antojo y aun la gobernaban. Estos sujetos le atiborraban el cerebro de absurdos y le socaliñaban los dineros, so pretexto de curarla.

Ña Macaria no ofrecía resistencia. Era una presa mansa. Sin embargo, en ocasiones se rebelaba.

Gustaba de ser tratada consideradamente; como ella decía, que se guardaran las distancias.

Puntillosa en esto, consentía en lo demás.

Su mesa era apetecible. Poníanse a ella platos suculentos, confeccionados al estilo paisano, a base de carne, pescado y plátano. La leche circulaba a jarras. Las frutas se amontonaban en cerrillos pomposos.

De los huéspedes y comensales apenas si algunos eran de paga. La mayoría disfrutaba los beneficios gratuitamente.

La covacha era amplia. A su delantera tenía una galería larga que miraba al río y al camino. Sobre ella se abrían las habitaciones. Detrás quedaban la cocina enorme, los corrales y los potreros.


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5 págs. / 8 minutos / 94 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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