Malos Recuerdos
José de la Cuadra
Cuento
Cuando vengo, cuando voy, cada vez me saluda el pulpero de ahí afuera. No parece sino que ese hombre estuviera en la vida para saludarme a mí.
—Buenos días, don Facundo.
—Buenas tardes, don Rosillo.
—Buenas noches, señor Facundo.
De cualquier manera, a su arbitrio, tratándome como le da la gana, pero no deja de saludarme. Como si no tuviera otra cosa que hacer más que cumplir para conmigo los deberes de urbanidad. Ni yo que aprendí de memoria el manual de Carreño y que ahora soy, por una serie de circunstancias desastrosas, profesor en la escuela nocturna de una sociedad obrera.
Antes el pulpero me decía sencillamente, aun hasta palmeándome la espalda:
—¿Cómo le va, joven?
Hace no sé cuántos años. En la época de la guerra con el Perú, creo... Entonces me sentía enojado por eso que reputaba una confianza excesiva; y, quizás, hoy no me molestaría si el pulpero me dijera una noche, lisamente, cuando regreso de dictar mis clases:
—¿Cómo le va, joven? Tunanteando, ¿eh? ¿Picando a alguna hembrita?
Hasta le perdonaría su asiduidad cortés.
Ah, el pulpero... Desde que lo conozco, sólo tres días no me ha saludado. Y es que no estaba en Guayaquil.
Fue un par de lustros ha. Se marchó a Taura, donde agonizaba su madre. Volvió de un luto detonante de tal luto que era. La camisa, incluso, la llevaba negra: un poco de color y un mucho de sucia.
Ah, el pulpero...
Durante el breve tiempo que estuvo ausente se notó que hacía falta, se advirtió que era necesario para que las cosas del barrio anduvieran como siempre.
Yo lo extrañé. Y me alegré de veras cuando, al ir una mañana a mi trabajo, vi de nuevo abierta su tenducha y escuché su eterno saludo:
—Aló, don Rosillo, ¡buenos días!
* * *
Dominio público
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Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.