Olga Catalina
José de la Cuadra
Cuento
Al compañero Carlos Falconi Villagómez.
I
Detrás estaba la selva, apenas hollada, virgen quizá en largas extensiones, vivero de alimañas; y desde la cual, en las tardes soplaban vaharadas de salvajes aromas y golpes de ruidos misteriosos.
Caballero en Bubi —un talamoco enano— en varias ocasiones me había aproximado a los linderos de la selva, sin atreverme a penetrarla, cohibido ante su vieja doncellez.
—Hay una trocha, blanco, que dentra hasta un punto que llaman der Pajonal.
Esto me decía Crisanto, el peón negro, que fuera capataz de la hacienda hasta mi llegada como administrador; y añadía:
—Un compadre mío de allá, me contó de que hay gente... Un gringo no sé cuanto que vino el año pasao...
La trocha era practicable, y en uno de mis frecuentes ocios, casi sin intención seguí por ella.
...Era una mañana clara. Terciada la carabina a la bandolera, jinete en mi Bubi leal, no me arredraba la soledad. Mis lecturas de bachiller huracanaban recuerdos en mi memoria, y suspiraba por el advenimiento de una aventura —al clásico estilo del género— con su inevitable cohorte de fieras y de hombres peor que fieras.
Siguiendo los vuelos de mi imaginación —que era una loca libélula—, apenas prestaba atención a la despampanante belleza de la Naturaleza, desnuda allí, al descubierto la magnificencia de sus encantos; ni a las horas tampoco.
Las repentinas paradas de Bubi y sus relinchos, me volvieron a la realidad... Bubi era mi reloj. Miró al cielo, y el sol ardía ya en el cénit; al propio tiempo que un agradable cosquilleo en el estómago, delataba un próximo apetito, (Ah, mis formidables apetitos de entonces, lejanos ya, imposibles de tornara ser!)
Dominio público
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Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.