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autor: José de la Cuadra etiqueta: Cuento


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La Muerte Rebelde

José de la Cuadra


Cuento


I

KENT: ¡Rómpete,corazón; te lo suplico, rómpete!

—Shakespeare. “El Rey Lear”, acto V, escena final.


Don Ramón Manuel Lacunza estaba fundamentalmente hastiado de la vida y había resuelto morirse.

Entiéndase bien: morirse; no matarse.

Tenía veinticinco años de juventud; lo cual quiere decir, sin requilorios, que andaba por ahí cerca de los nueve lustros, no enteros del todo.

Y eran regordetes y acaudalados sus nueve lustros.

Había arrastrado su soltería —mil sucres de renta mensual,— por todos los lugares en que se brinda solaz a precios económicos, puertos ásperos del placer; pero, falto de una voluntad recia, de un ideal motor que lo empujara a superarse, no encontraba, prácticamente —y ahora peor que antes— cuál éra la razón de vivir.

—Ciertamente, los designios de Dios son inescrutables. No doy, por mucho que me exprimo, con el por qué hizo alentar en el barro humano, tan mal adobado después de todo, el ser ... ¿Cuál la finalidad?; ¿dónde el objetivo? ¿Para que se aburra uno como dizque se aburren las ostras...? ¡Puah!

Y acaso no escaseara razón a la sin razón que en su razón se hacía. De veras, don Ramón Manuel Lacunza, de navarra casta, ¿para qué la vida? Al menos, una vida como la suya, señor don Ramón, espejo fiel y singular modelo de tantos ramones, de tantos manueles, de tantos lacunzas como yo conozco...

Entre el querer morirse y el suprimirse voluntariamente, hay una distancia sólo comparable a las siderales. ¡Ah!, si todos los que desearan acabar pusiesen en práctica su deseo, os posible que el mundo estaría convertido, muchos siglos ha, en un sueño realizado de Malthus.


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6 págs. / 11 minutos / 307 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Fin de la Teresita

José de la Cuadra


Cuento


Narraba el viejo marino su corta pero emocionante historia, con un tono patético que si bien no convenía al ambiente, —un rincón del club no muy apartado de los salones donde la muchachería bailoteaba al compás de un charleston interminable— convenía sí a lo que él contaba.

Regresábamos de un crucero hasta las Galápagos, a bordo del cazatorpedero "Libertador Bolívar", la unidad más poderosa que tenía entonces la armada de la República. Era yo guardiamarina, quizá el más joven entre mis compañeros; porque hace de esto, más o menos, veintitrés años. Habíamos cumplido la primera escala, luego de la travesía del Pacífico, en la isla Salango, y después, siguiendo la costa de Manabí, demoramos, para hacer maniobras de artillería, entre Punta Ayampe y las islas de Los Ahorcados.

—Mar bravo en esa altura —interrumpió uno de los oyentes.


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Publicado el 24 de abril de 2021 por Edu Robsy.

La Vuelta de la Locura...

José de la Cuadra


Cuento


A Arturo Martínez Galindo

Manos presurosas acudieron así que rasgó el aire dormido de la estancia, aquel largo, larguísimo alarido estupendo de la grávida.

He aquí que era varón el recién nacido.

“¡Nos ha nacido un niño,—un hijo nos fuá dado.”

Ojos listos de viejas consultaron el calendario de hojas desprendibles adherido a la pared cerca de la cama de la parturienta: Juan tenía que ser nombrado el infante, porque era —loado sea el Bautista— el blanco día de San Juan.


(Lindo San Juan
—que en el Jordán—
bautizaste a mi Señor,—
tenés mi amor).


...Y otra vieja repitió la cantiga.. Pero otra vieja la modificó, diciendo: “te doy mi corazón...” Lo cual hizo aparecer desdeñosa sonrisa en los labios de las que la precedieron en la tonada ritual.

Mientras tanto, en la habitación contigua habían bañado al pequeño Juan. Envuelto en una gruesa toalla, lo trajeron para que la madre lo besara. Sólo que la madre no podía besarlo, porque había muerto. Sin escandalizar —quizá arrullada por la copla vetusta— o quizá mejor, por no oírla, —se había estirado cuan larga era, había ladeado un poco la cabeza, y...

Era preciso enterrarla.

A un examen somero, la “profesora” aventuró:

—Quizá un embolia pulmonar por trombosis de los senos uterinos...

Con todo, las viejas prestaron curiosa atención al hijo de la muerta. Ah!, era lavadito... y ojiclaro... y, por lo que ofrecía, sería pelirrubio, ¿no? Pero...qué mirada bovina!

Una dijo:

—Este será. loco.

Y otra:

—Sí. Es porque la madre ha estado muerta por dentro al parirlo, ¿no ven?

Otra apoyó:

—Una se va muriendo por partes: de los píes para arriba; de la cabeza para abajo. Cuando llega al corazón...

—En el corazón está el alma.

—El alma...¿Y qué es el alma?

—Dios lo sabe!


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6 págs. / 11 minutos / 124 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Mientras el Sol se Pone...

José de la Cuadra


Cuento


(nuestro sol interior...)


Se llama a la Muerte en el supremo libro de los verdaderos nombres, la Consoladora y la final Remediadora.

Es buena por mandato divino. Y, cuando es llegada la hora de su visita ineludible, se atavía, para hacérsenos amable, con el áureo traje de nuestro más bello recuerdo.


Cerró los ojos Luis Manuel —como dos puertas— y tembló de la cabeza a los pies. ¡Qué oscuridad profunda, y pesada! Él —en su pobre pequeñez de humanidad— había sentido durante un momento, durante la eternidad vehemente de un momento, —bien así como Atlas el mundo— todo el profundo peso de la oscuridad...

—Doctor! —clamó

No lo oyeron. Querrían no oírlo. La, enfermera estaría ahí cerca, pensando en quién sabe qué cosas juveniles, rosadas, dulcemente pueriles... Pero, él era un moribundo a, quien ya no valía la pena escuchar cuando llamaba. Vox clamantis in deserto... Puah! Estaba tan cerradamente perdido!

Se agitó en una convulsión loca de 40°. Ahora pidió agua...

Agua...

Los grandes ríos que allá, corren, lejos, en la vida... Dicen que las aguas vomitadas del Amazonas endulzan en extensa zona el Océano Atlántico, el gran Mar Tenebroso que fué...

Agua...

Para la sed milenaria de Egipto, he ahí los Nilos de nombres cromados; los Nilos, hijos de los amplios lagos negros que sueñan en el sur del continente negrísimo; los Nilos obedientes, torpemente bondadosos, migratorios como las golondrinas, o mejor, como el plancton vitalísimo de los océanos fundamentales y todoriginarios.

Agua...


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3 págs. / 6 minutos / 85 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Sacristán

José de la Cuadra


Cuento


A Colón Serrano

1

Zhiquir es un anejo de indios, adherido como una mancha ocre, al contrafuerte andino.


Cuando el sacristán —o regidor— de la iglesiuca de Zhiquir, el Elías Toalombo, se largó vida afuera; lo sucedió en el ejercicio del cargo su hijo mayor, el Blas. Entre los Toalombos, la sacristianía era un privilegio hereditario.

Lo de llamarlo a esto privilegio, es duro eufemismo. Crudamente, resultaba la más pesada de las cargas que puede caer sobre las espaldas de un nieto de mitayo, y mitayo él mismo por perdurabilidad de tradición absurda. A más de evacuar las diligencias propias del cargo, el sacristán de Zhiquir había de cuidar celosamente de la cuadrita y de los animaluchos del clérigo y atender a éste en los menesteres domésticos, conforme y como fuera el mandato recio de su paternidad. Por cuanto hacía, el sacristán de Zhiquir recibía, a más de los cocachos y tirones de orejas habituales, una bendición especial para sí y los suyos allá por Pascua florida; sin contar con que, en ocasiones bastantes raras, su paternidad estaba desganado y dejaba mote sobrado en el plato y heces de aguardiente en la copa, —lo que se convertía, por un viejo derecho consuetudinario, en bienes propios del sacristán. De cometer éste alguna falta, el cura —sin perjuicio de ejercer sobre el reo la baja justicia— lo libraba al brazo secular para que ejerciera la alta. El brazo secular era —propiamente— el del teniente político.

Así, para subvenir a las necesidades personales y a las de familia, de tenerla, el sacristán de Zhiquir había de aprovechar las cortas horas libres, trabajando en algún oficio manual; el de zapatero y el de sastre, o entrambos a la vez, eran, por ello, tradicionales en los Toalombos sacristanes, Blas, el actual, era zapatero.


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7 págs. / 13 minutos / 76 visitas.

Publicado el 11 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Maruja: Rosa, Fruta, Canción...

José de la Cuadra


Cuento


A Abel Romeo Castillo y Castillo.

1

—Es una abusión de la gente de la orilla, sólo.

—Pero, dicen...

—Abusión, comadre.

—....de que cuando er chapulete ta colorao y bastantote, tetea er camarón.

—Ojalá.

—Pero er veranillo lo que lo trae es er chapulete.

—Farta un bajío.

—Ya sé.

—No sabe.

—Pa coger camarón.

—Claro. No iba a ser pa coger pluma e garza..

—No digo eso.

—¿Qué, entonce?

—Pa cogesle camarón a Maruja, pué.

—Sirve usté pa bruja, comadre.

—Meno... No iba a ser pa su joven,mi comadre... la pobre.

—Humm...

—Sí, compadre. El hombre es candir pa juera. Se consigue mujer pa que le para.

—¡Comadre!

—No se me ofienda. Digo, nomá.

—E que vamo ar dicho.

—¿Negará, compadre?

—¿Er qué?

—Er que dende que vino la Maruja de Guayaquil, la orilla ta revuerta mismamente que pa aguaje. Toda la hombrada anda como cubos de casa tumbada. ¡Caray! Y no hay pa tanto, pué... De haber habemo mujere aquí, en frente y en la Boca... No lo digo por mí... ¡Pero, es gana nomá de albórotalse, ustede!

—El hombre es como er ganao, que le gusta cambiar de manga.

—¡Sinvergüenza!

Pero, había que irse.

Porque el agua zangoloteaba la canoa como si quisiera desamarrarla. ¡Puta, y qué olorsazo a lagarto! En el aire...

Lagartos de Capones: el viento trae vuestra hediondez amenazadora desde tan lejos como estáis, —fieros, terribles, cebados lagartos de Capones...

2

Maruja: rosa, fruta, canción...

Yo soy “ciudadano” como tú, Maruja. Mi amigo Héctor, también lo es. Sabemos —él y yo— cómo se anda en las tardes de domingo, por el bulevar de Octubre. Y, sin embargo...

Maruja: rosa...


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4 págs. / 8 minutos / 62 visitas.

Publicado el 11 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Aquella Carta

José de la Cuadra


Cuento


Yo la leí.

Mi voz —que la emoción tornaba angustiosa,— era férvida, quizás un mucho amarga, al leerla.

Creo que nunca —como en esa ocasión— he leído tan bien.

Decía la carta:

“Alina:

“¡Adiós para siempre!

“Habría, querido, luego de estas palabras —definitivas—, garrapatear al pié mi pobre firma... y no decirte más. En este minuto —único— en que voy a franquear con firme paso la puerta que se abre al Gran Camino, todo concepto obvia y toda frase está demás.

“¡Alina! ¡Alina! Te quiero... Nadie te querrá como yo te quiero. Si Dios —perdóneme El que en este instante de pecado máximo, lo nombre;— si el bello Dios me hubiera dotado del arte de bien rimar, en inmortales versos mi amor a ti perduraría... Si al buen Dios le hubiera sido en gracia concederme la de la armonía, en lindas canciones mi amor a tí perduraría... Alguna vez, al pasear por el campo, en quién sabe cuál choza humilde, cualquiera moza garrida al susurrar a media voz una canción —la Canción— que yo te compuse, te habría traído mi recuerdo...

“Pero Dios —que a la tierra me mandó sólo a sufrir,— creóme horro de aquellas mercedes que a otros concede a manos llenas. (El —sólo El— sabrá en su justicia por qué lo hizo).

“Alina, me voy... Como esos barcos que izan velas para el viento favorable, me he preparado para partir. Listo estoy. Pisoteé mis creencias. Derrumbé mis convicciones. Mi fe, legado único pero inapreciable que mi madre —¿la recuerdas?— me dejó; la manché. ¡Yo soy un hombre que ha manchado su fe! Y había que oír cómo lloraba mi alma cuando la ahorcaba... Porque antes que al cuerpo, he matado a mi alma...

“Mi alma... mi alma, que formó mi madre, quien lo fue tuya también. ¿No te dio mi madre a beber —como a mí— su sangre hecha néctar en sus senos gene..............”


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Publicado el 4 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Banda de Pueblo

José de la Cuadra


Cuento


Cornelio, joven de catorce años, ignoraba aún muchas cosas de la vida, como por ejemplo: el verdadero valor de un padre.

Eran nueve, en total: ocho hombres y un muchacho de catorce años. El muchacho se llamaba Cornelio Piedrahita y era hijo de Ramón Piedrahita, que golpeaba el bombo y sonaba los platos; Manuel Mendoza, soplaba el cornetín; José Mancay, el requinto; Segundo Alancay, el barítono; Esteban Pacheco, el bajo; Redentor Miranda, el trombón; Severo Mariscal, sacudía los palos sobre el cuero templado del redoblante; y, Nazario Moncada Vera chiflaba el zarzo. Cornelio Piedrahita no soplaba aparato alguno de viento, ni hacía estrépito musical ninguno; pero, en cambio, era quien llevaba la botella de mallorca, que los hombres se pasaban de boca en boca, como una pipa de paz, con recia asuididad, en todas las oportunidades posibles. Además, aunque contra su voluntad, el muchacho había de ayudar a conducir el armatoste instrumental del padre, cuando a éste, cada día con más frecuencia, lo vencían los accesos de su tos hética. Era, así, imprescindible, y formaba parte principalísima de la banda.

Por cierto que los músicos utilizaban al muchacho para los más variados menesteres; y, como él era de natural amable y servicial, cuando no lo atacaba el mal humor... prestábase de buena gana a los mandados.


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Publicado el 4 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cólimes Jótel

José de la Cuadra


Cuento


De atenerse al letrero pintado a grandes caracteres negro sobre el fondo celeste, que se mostraba en el frente del edificio, a todo lo ancho de la fachada, bajo la línea de los alféizares, el nombre propio de aquello era el de “Hotel Colimes”. En los registros de la oficinas de higiene de la alimentación estaba catalogado, modestamente, entre las casas de posada, en la cuarta categoría. Pero, el dueño y sus empleados lo llamaban a la inglesa (?), enfáticamente, golpeando la esdrújula y aspirando la jota en un ahogo: “Cólimes Jótel”. Añadían, en castellano, lo que en castellano con errores ortográficos rezaba otro letrero, pequeño éste, colocado también en la fachada, sobre el arquitrabe del cornisamento de madera: “Piesas desde a sucres. Comidas sanas. Atención hesmerada. Moral en la libertad”.

El “Hotel Colimes” ocupaba la parte alta de una casa vieja, de cañas y quincha. La construcción era casi secular; y, por sus tipo y su aspecto, pasados algunos años podrá asegurarse con algún fundamento que en sus salones bailó Bolívar.

En la parte baja, en las tiendas, funcionaban comercios de artículos de cuero que despedían vahos nauseabundos de tanino y hediondeces de pieles mal curtidas. Del alcantarillado de los traspatios se desprendían visiblemente emanaciones pútridas, en las que flotaban nubes de moscas y mosquitos. Debido a todo ello, que ascendía en vaharadas densas por los claustrillos, arriba reinaba de suyo un ambiente pesado; que el olor a polvos de Coty falsificados y a esencias baratas de las cabaretistas, y el tufo a viandas sazonadas a la perra que salía de la cocina, contribuían a hacer insoportable.


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Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Cubillo, Buscador de Ganado

José de la Cuadra


Cuento


Cuento de aventuras


Alonso Martínez conoció a Cubillo en una de las Galápagos, o sea, ya en la etapa más triste de su vida, cuando las circunstancias incontrastables impedían al personaje montuvio practicar su cómoda profesión de buscador de ganado.

Este Martínez era él mismo un sujeto pintoresco. Afirmaba ser oriundo de Santo Domingo, en las Antillas; lo cual no tiene nada de particular. Pero Martínez hallaba en lo de su nacionalidad un motivo para singularizarse; pues, decía —y hasta puede que fuese verdad— que él y un chofer de taxi eran los dos únicos dominicanos que había a lo largo de las costas del Ecuador.

Como el de todo marinero desembarcado, el centro de operaciones de Martínez en Guayaquil era el barrio de La Tahona, ese característico rincón de la ciudad, tan estrictamente porteño, que la piqueta municipal va poco a poco desbaratando. En cualquier cantina o chichería de las innumerables establecidas en la planta baja de las siniestras casas coloniales del barrio, Martínez encontraba auditorio complaciente, formado por marineros retirados o en descanso; quienes, además de escuchar sus fabulosos relatos de mar, le pagaban el consumo abundoso. Porque el isleño no era parco en el comer ni sobrio en el beber, sobre todo cuando, según su expresión, navegaba en buque grande, es decir, cuando había alguien que abonara la adición sin discutirla.

Además de sus artes de narrador, Martínez poseía otra, que lo hacía respetable entre sus colegas: hablaba o pretendía que hablaba el papiamento, esa enrevesada mezcla idiomática del Caribe. Cuando lanzaba una frase en el —según Martínez— más puro estilo de Curaçao, sus oyentes, que apenas mascaban un canalla inglés de cala de barco, se quedaban epatados.


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8 págs. / 14 minutos / 48 visitas.

Publicado el 25 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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