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autor: José de la Cuadra


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Miedo

José de la Cuadra


Cuento


MARGIT.—Afortunadamente se ha ido. Cuando está a mi lado, mi corazón cesa de latir, como si lo adormeciera un frío mortal... Es mi marido; soy su mujer. ¿Cuántos años dura la vida humana? ¿Cincuenta años tal vez? ¡Dios mío! ¡Y sólo cuenta mi vida veintitrés primaveras!...

BENGT.—Hay motivo. A fe. de caballero, no sé lo que le falta. Procuro estar a su lado todo el dia. Nadie puede acusarme de severo con ella. Me encargo yo de dirigir los quehaceres de la casa. Y sin embargo...

HENRIK IBSEN. — GILDET PAA SOLHAUG (La fiesta de Solkaug); acto primero.


Bebíamos. Las perchas de la tabernucha —Brasil y Rumichaca,— íbanse quedando vacías como los estantes de la biblioteca de un poeta miserable... Cerveza. Más cerveza. Botellas tras botellas.

Nuestro amigote, el viejo Santos Frías, que era inspector a jornal de no sé qué obra pública (sin duda, alguna estatua a un héroe inédito, descubierto por sus celosos descendientes); estaba ya casi borracho. Hablaba hasta por los codos y dio en hacernos confidencias. Sobre cualquier tema que girara la charla, siempre Frías encontraba oportunidad de endilgarnos un comentario, siquiera, dolorosamente arrancado a su propia intimidad. Ignoro por qué tenía ese empeño tenaz de hacerse daño. Que daño se haría al resucitar así, pública y malamente, recuerdos que debía guardar en el silencio de una farsa de olvido, ya que no en el imposible olvido absoluto.

Por ello, cuando Mateo Alvarado nos hizo esa enfebrecida apología de las delicias hogareñas, de las alegrías del hombre casado, Santos Frías, anheloso de una nueva confidencia, nos lanzó de sopetón la pregunta:

—¿A qué no saben ustedes porqué no me he casado yo?

Cada quien auspiciaba una solución. Por esto. Por lo otro. Por lo de más allá.


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3 págs. / 5 minutos / 68 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Madrecita Falsa

José de la Cuadra


Cuento


(Medalla de Oro en el Concurso Literario Municipal de Guayaquil de 1923).

I

—La jeune femme à l'éventail de Helier Cosson! —admiró Leonardo Caner.

Y Ramiro Balmaceda, apegado a las cosas de España, creyente fiel en las glorias iberas, como que era hijo de peninsular, contrarió:

—No, hombre; una silueta de Penagos.

En magnífico evohé luminoso, Josefina. Anchorena había entrado al salón.

—Una Virgen, chico!

—Calla tú, salvaje; salvaje, porque no tienes civilización.

Eso es. Venir con que la Virgen! ¿Crees tú que Pepita Anchorena cambiaría su rostro por el de una Madonna rafaelítica?

—¿O neorrafaelítica? —sazonó Caner.

Ranulfo Alves se amostazó.

—Bueno, la emoción... Como que sin duda es ésta la mujer más guapa que han visto ojos.

—Y elogiado labios.

—Es un rostro tutankhamónico! —bromeó en giro ultramodernista Camilo Zenda.

Julito Peña zanjó la cuestión:

—El señor Alves queda perdonado —dijo aparentando seriedad de juez—; pero con la condición de que sea menos... emotivo.

Pepita Anchorena miraba, de vez en vez al grupo de mozalbetes elegantes, y sonreía. Adivinaba que ella era el tema de la conversación, y como de su linda personita tan sólo elogios podía decirse, lo agradecía.

Alves habló en voz baja a Balmaceda:

—Tú, como socio del Club y miembro de una familia amiga de los Anchorenas, harás el favor de presentarme a Pepita.

—Con todo gusto, Ranulfo. En seguida.

Lo condujo hasta ella y tuvo lugar la consabida banalidad de la presentación. Alves se atrevió a solicitarla un fox en su carnet.

—Sin duda, señor. Mire usted: el primero que ejecute la orquesta lo tenía cedido a mi primo Enrique. No vale la pena; será suyo. Ya me excusaré con él.


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6 págs. / 12 minutos / 264 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Vuelta de la Locura...

José de la Cuadra


Cuento


A Arturo Martínez Galindo

Manos presurosas acudieron así que rasgó el aire dormido de la estancia, aquel largo, larguísimo alarido estupendo de la grávida.

He aquí que era varón el recién nacido.

“¡Nos ha nacido un niño,—un hijo nos fuá dado.”

Ojos listos de viejas consultaron el calendario de hojas desprendibles adherido a la pared cerca de la cama de la parturienta: Juan tenía que ser nombrado el infante, porque era —loado sea el Bautista— el blanco día de San Juan.


(Lindo San Juan
—que en el Jordán—
bautizaste a mi Señor,—
tenés mi amor).


...Y otra vieja repitió la cantiga.. Pero otra vieja la modificó, diciendo: “te doy mi corazón...” Lo cual hizo aparecer desdeñosa sonrisa en los labios de las que la precedieron en la tonada ritual.

Mientras tanto, en la habitación contigua habían bañado al pequeño Juan. Envuelto en una gruesa toalla, lo trajeron para que la madre lo besara. Sólo que la madre no podía besarlo, porque había muerto. Sin escandalizar —quizá arrullada por la copla vetusta— o quizá mejor, por no oírla, —se había estirado cuan larga era, había ladeado un poco la cabeza, y...

Era preciso enterrarla.

A un examen somero, la “profesora” aventuró:

—Quizá un embolia pulmonar por trombosis de los senos uterinos...

Con todo, las viejas prestaron curiosa atención al hijo de la muerta. Ah!, era lavadito... y ojiclaro... y, por lo que ofrecía, sería pelirrubio, ¿no? Pero...qué mirada bovina!

Una dijo:

—Este será. loco.

Y otra:

—Sí. Es porque la madre ha estado muerta por dentro al parirlo, ¿no ven?

Otra apoyó:

—Una se va muriendo por partes: de los píes para arriba; de la cabeza para abajo. Cuando llega al corazón...

—En el corazón está el alma.

—El alma...¿Y qué es el alma?

—Dios lo sabe!


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6 págs. / 11 minutos / 136 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Iconoclastia

José de la Cuadra


Cuento


(Página de un Diario)


Hoy hemos ido juntos a su iglesia. Ella es creyente ardorosa; su fe es adorablemente primitiva; y, me parece, al verla, que estoy en presencia de una de aquellas vírgenes patricias, que fueron las primeras flores arrancadas por San Pedro en los jardines de la paganía romana.

—¡Amada!

Al lado suyo mismo, no se daba cuenta de mí, absorta en el divino oficio. Seguí la mirada de sus ojos, que iba a clavarse como un rayo verde en el rubio Nazareno que desde Su altar preside, y sentí unos vagos celos absurdos, infantiles, que ahora —al escribir estas impresiones— me hacen sonreír. Maldije, entonces, de aquellos buenos padres del segundo Concilio de Nicea que restablecieron el culto de las imágenes... ¡Ah, hermosos tres siglos de iconoclasia en que la religión fue más pura por ser más abstracto su objeto, y cuando las mujeres no tuvieron dónde posar el milagro de sus ojos tiernamente, con un amor humano, que es el único que ellas entienden!

Habré hablado alto cuando ella se volvió a interrogarme.

—Pues, nada; que me siento mal, con no sé qué de raro.

Y abandonamos la iglesia, turbando con el ruido de nuestros pasos la dulce solemnidad de la liturgia.

En la calle, respirando la alegría de este buen sol nuestro, me sentí mejor, y traté de vengar en ella mi rivalidad loca con Él.

—¿Te parece, Amada, bello el Nazareno?

¡Ah, su voz, que yo sé bien cómo es suave, se musicalizó más para loar Su belleza!

Y yo saborée la venganza:

—Te engañas. Todo eso es una farsa torpe. Él era feo; Él desentonaba en la armonía galilea; Él sólo era bueno. Su belleza era interior. San Cirilo de Alejandría, el propio Tertuliano, y muchos doctores de la iglesia, creen que Su fealdad era horripilante y extraordinaria. Isaías lo deja presentir... Acaso yo, con mis pobres rasgos decadentes, sea más bello que Él lo fué nunca...


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1 pág. / 2 minutos / 302 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Honorarios

José de la Cuadra


Cuento


—Pero, doctor, si ella no era virgen...

—Puede ser, señora; yo no pongo en duda, ¡oh no!, lo que usted asevera. Mas, el informe pericial...

—¡Qué informe pericial, doctor! Nadie me convencerá jamás de que el peluquero Suipanta, ¡mudo morlaco!, y el carnicero Martínez saben examinar eso. ¿Es que han estudiado anatomía...? ¿Es que...?

—Será lo que usted quiera, señora; pero, el comisario, en el severo ejercicio de las funciones de su noble cargo, procedió correctamente al nombrar empíricos para el rápido reconocimiento de la violada... El Código de Enjuiciamientos en Materia Criminal, en su artículo 72 —si la memoria no me es infiel—, faculta en casos como el que nos ocupa, cuando no hay profesionales en cinco kilómetros a la redonda... Verdad es que debió nombrar a mujeres... Pero, ocurre que las personas del sexo de usted, señora, con perdón suyo sea dicho, no se prestan para...

—Sí, sí, doctor. Comprendo. Acaso, somos más honorables.. ¡Ah, dispense!

—Crea usted que si no me alcanzara, como se me alcanza, cuál es su estado de ánimo, habría pensado que trata premeditadamente de ofenderme...

—Ya le pedí excusas. Vuelvo a pedírselas. En fin, doctor; yo no entiendo nada de nada... Con todo, pienso que el comisario debió buscar a otras personas, más calificadas, más expertas, que no a...


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5 págs. / 8 minutos / 367 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Galleros

José de la Cuadra


Cuento


José Manuel Valverde, el mozo, pasaba, repasaba y tornaba a pasar aquella tarde por frente de la Prevención, donde estaba desde por la mañana, casi cadáver ya, tendido de espaldas sobre el cochino suelo, el Negro Viterbo, que había sido, justamente hasta la noche anterior, el más tenebroso bandolero de la comarca.

Valverde, el mozo, miraba al agonizante con ojos curiosos e intrigados, que se iban sobre él a través de las piernas de los carabineros, quienes lo rodeaban en una guardia inútil.

—¿Inútil, cree usted? Se ve que no ha conocido al Negro Viterbo. Este se levanta de la tumba para escapar a la justicia, si a mano viene. Es tremendo el moreno.

—O, mejor dicho, era...

—Ni lo piense. A lo peor, se alza de esta enfermedad... que l’himos hecho con las balas. De otras más graves ha regresado el bandido. Una vez cuentan que en el Saliere le metieron cinco plomos en el pecho. Al mes dizque ya montaba a caballo y hacía de las suyas, como de costumbre. Por eso es que afirman que el Negro tiene amarrado trato con el Compadre... Patica lo protege.

—Si es así...

—Claro que es así. Por lo mismo nosotros, que tenemos la responsabilidad, no lo aflojaremos ni muerto. Sólo cuando, después de abrirle la panza en la Morgue, lo entrieguen al enterrador, quedaremos tranquilos. Y aún así, yo sería del parecer que le pusieran centinelas de vista en el sepulcro, siquiera por tres días, no sea que resucite al tercero, como don Lázaro el santo.

—No exagere, hombre.

—No esagero, señor.

Este diálogo lo sostenían uno de los policías rurales y el amanuense de la Tenencia Política, un joven «ciudadano», en presencia de Valverde, el mozo, quien no perdía sílaba de cuanto decían.


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6 págs. / 10 minutos / 92 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Sacristán

José de la Cuadra


Cuento


A Colón Serrano

1

Zhiquir es un anejo de indios, adherido como una mancha ocre, al contrafuerte andino.


Cuando el sacristán —o regidor— de la iglesiuca de Zhiquir, el Elías Toalombo, se largó vida afuera; lo sucedió en el ejercicio del cargo su hijo mayor, el Blas. Entre los Toalombos, la sacristianía era un privilegio hereditario.

Lo de llamarlo a esto privilegio, es duro eufemismo. Crudamente, resultaba la más pesada de las cargas que puede caer sobre las espaldas de un nieto de mitayo, y mitayo él mismo por perdurabilidad de tradición absurda. A más de evacuar las diligencias propias del cargo, el sacristán de Zhiquir había de cuidar celosamente de la cuadrita y de los animaluchos del clérigo y atender a éste en los menesteres domésticos, conforme y como fuera el mandato recio de su paternidad. Por cuanto hacía, el sacristán de Zhiquir recibía, a más de los cocachos y tirones de orejas habituales, una bendición especial para sí y los suyos allá por Pascua florida; sin contar con que, en ocasiones bastantes raras, su paternidad estaba desganado y dejaba mote sobrado en el plato y heces de aguardiente en la copa, —lo que se convertía, por un viejo derecho consuetudinario, en bienes propios del sacristán. De cometer éste alguna falta, el cura —sin perjuicio de ejercer sobre el reo la baja justicia— lo libraba al brazo secular para que ejerciera la alta. El brazo secular era —propiamente— el del teniente político.

Así, para subvenir a las necesidades personales y a las de familia, de tenerla, el sacristán de Zhiquir había de aprovechar las cortas horas libres, trabajando en algún oficio manual; el de zapatero y el de sastre, o entrambos a la vez, eran, por ello, tradicionales en los Toalombos sacristanes, Blas, el actual, era zapatero.


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7 págs. / 13 minutos / 82 visitas.

Publicado el 11 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Hombre de Quien se Burló la Muerte

José de la Cuadra


Cuento


San Feliú (Gonzalo Jaime), coronel de artillería, era sin duda, un excelente narrador. Cuidadoso de sus frases, ducho en producir exactamente el efecto deseado, su crédito de ameno conversador lo merecía plenamente.

—Usted sólo tiene un rival en la Republica, coronel —decíale el ingeniero Savrales:— don Gabriel Pino y Roca.

Y en verdad, como el tradicionalista porteño, San Feliú (Gonzalo Jaime), coronel de artillería, unía, a sus cualidades de causar un profundo conocimiento de aquellas hermosas y doradas antiguallas cuyo evocar seduce tanto y tan poderosamente encanta.

Perteneciendo como pertenecía, si bien por ramas segundonas y acaso con barra de bastardía en el escudo —con el yelmo mirando a la siniestra, como él habría dicho,— a aquella notable y ya en la línea recta extinguida casa de San Feliú, cara al Ecuador, de cuya historia ilustró gloriosamente muchas páginas desde los días de la Colonia; hallábase en posesión de preciosos datos conservados por tradición en su familia.

Cuando estaba de buen humor, lo cual ocurría a menudo, sus amigos podíamos disfrutar del raro placer de ver pasar delante de nuestros ojos, como en una pantalla cinematográfica, ese Guayaquil que ya se nos fue, ese Guayaquil que se perdió para siempre en las oscuridades de lo pretérito; precisamente, ese Guayaquil romántico que alienta en los cuadros de Roura Oxandaberro, maestro de evocaciones.

La narración que ahora transcribo, no es, por cierto, de aquéllas sobre las cuales pesan siglos; y, así, no era de las que más agradaban a San Feliú; pero, en cambio, su intensidad de vida hace que, entre las que pienso reproducir

haciendo uso do la facultad que me concedió mi amigo poco antes de morir —San Feliú (Gonzalo Jaime), coronel de artillería, reposa bajo tierra desde hace más de un lustro,— sea ésta la escogida como la primera: la historia del hombre


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4 págs. / 8 minutos / 135 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Derecho al Amor

José de la Cuadra


Cuento


I

Igual que se corre el borrador sobre una pizarra escrita, Enrique Loy pasóse la mano por la frente, con un vago ánimo de alejar, con este movimiento, la idea fija que jamás lo abandonaba... Era la quinta o sexta vez en el transcurso de ese día, que rememoraba aquel episodio doloroso de su vida, cuyo recuerdo era tenaz como un tornillo que quiere penetrar.

—¡Ea, vamos; hay que distraerse! —se dijo—.

Ambulaba por una de aquellas rúas comerciales en las que parece que fuera más de prisa el agua corriente del humano vivir. Delante de él marchaba una señora basta y gorda, viuda a todas las trazas, que conducía de la mano a una niñita como de diez años.

Enrique Loy sonrió a la chiquilla.

—Ella es bonita y pequeña: una chalupita —pensó—; en cambio, la madre es una inmensa barca velera.

Le agradó ésta que consideraba ingeniosa observación, y rió con su risa ancha y sanota de muchacho ingenuo un poco baseballista, y un poco sentimental.

—¡Eso es! Una fragata a la que va acoderada una lanchita. Justamente, una navegación en conserva.

Y se le ocurrió que acaso podría hacer él —crucero de batalla— como en alta mar, un abordaje.

Tornó a reír, ahora escandalosamente; tanto que algún transeúnte volvióse a mirarlo, quizás creyéndolo escapado de la casa de orates.

Momentáneamente resurgió en él el bachiller que obtuvo título en colegio de jesuítas...

—La más cruda visión de la pornografía que caracteriza a las manifestaciones de la moda actual, la dan las niñitas —sentenció—. Y, en conexión con esto, como dicen los periodistas, yo, de ser gobernante, entre las publicaciones cuya importación prohibiría, estarían, además de Gamiani y otras de la laya, La mode a demain y Pictorial Review.


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20 págs. / 35 minutos / 121 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Don Rubuerto

José de la Cuadra


Cuento


Difícil será que me olvide alguna vez de mi amigo don Rubuerto Quinto, montuvio viejo de los “laos” de Ñausa.

Estaba yo en su casa cañiza, edificada en plena vega del estero, bien asentada. —“como una vaca que quiere caer a l' agua, blanquito”—, sobre sus cuatro patas fuertes de mangle, delgadas, musculosas, que se hundían profundamente por el lodo hasta afirmarse en lo duro del ribazo.

Era a la tarde, después de la merienda. Junto a la ventana, saboreábamos el café con punta de mallorca y arrojábamos el humo de los cigarros contra los mosquitos.

Me preguntó don Rubuerto:

—¿Usté estudia pa doctor de leyeh'u de medecina?

Le respondí, y él sonrió.

—Ta bueno eso, blanquito. Eh máh mejor que todo. Cierto que ar médico le cai er goteo... Pero l'abogado, con una qui'haga tiene p'al año... Se gana la plata así... así...

Manoteaba en gestos de presa, obstaculizando el revolar de los mosquitos, que manifestaban su cólera zumbando, zunbando...

Guardó un rato de silencio. Luego dijo:

—Yo también n'hey metido en esah vainah der paper seyado.

Y habló de sus triunfos, de sus glorias. Relató en detalle sus pobres audacias, sus zafios ardides de tinterillo de pueblo chico.

—Pero, la mejor que'hey hecho, eh la der paisa der cuño...

—¿Y cómo fue ésa, don Rubuerto?

—Verá... Loh de la Rural bían garrao un paisa mentado... Suáreh me creo de que se yamaba... y lo bían garrao con er cuño, loh'áccidos y todo.. Lo tenían fregao ar paisa, bien atrincado en la barra...

—¿Y?


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1 pág. / 3 minutos / 158 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

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