Textos mejor valorados de José de la Cuadra | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 54 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: José de la Cuadra


12345

Candado

José de la Cuadra


Cuento


Cuando «la Piltrafa» obtenía las dos primeras monedas de a cinco centavos se sentía como feliz.

—Ya hay p’al cuarto —murmuraba.

Y sobre la boca de labios moraduzcos flotaba una sonrisa leve, que dejaba al descubierto las encías vacías.

«La Piltrafa» llamaba, así, pomposamente, «el cuarto», a la pocilga donde se revolvía cada noche, sobre las tablas, con el hijo chiquitín entre los brazos... El cuarto aquel era el dormidero, algo como el hogar nocturno...

Porque en el día eran las calles... Las calles populosas, angustiadas de tráfico, febricitantes bajo el sol... Las calles anchas, hermosas como avenidas, bordeadas de edificios soberbios, por las cuales circulaba en oleadas la gente que puede regalar de limosna las lindas piezas de a cinco centavos.

Clamoreaba «la Piltrafa»:

—Una caridad, futrecito... Hágalo por su mamá... Por Diosito, hágalo... Vea: me dan unos ataques...

El alquiler del cuarto era de tres sucres mensuales. Pagaderos en partes proporcionales cada sábado.

Diez centavos diarios... Dos piececillas de a cinco, de esas brillantes, redonditas, que parecen juguete...

—Una caridad, niñito...

El sábado por la tarde iba a buscar a «la Piltrafa» un señor de rostro hosco, que no reía nunca. Este señor era el corredor. Cobraba el alquiler irremisiblemente. Le mostraba un papel. Recibía las piezas de a cinco centavos. Las recontaba, un tanto asqueado, con las puntas de los dedos no más. Y las echaba en una gran bolsa de cuero. Era después de esto que le daba el papel a «la Piltrafa». Antes no. Lo enseñaba de lejos, como se enseña un bocado de carne a un perro hambreado. Lo mismo.

«La Piltrafa» guardaba el papel en el seno. Tenía ya muchos papeles. Tantos que habría podido cubrir con ellos las paredes del cuarto.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 50 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Santo Nuevo

José de la Cuadra


Cuento


Cuento de la propaganda política en el agro montuvio

I

En la vega estaba el arroz espigón amarillecido. Calentaba el sol dorando las cimeras de las matas; refrescaba el pie de los tallos la marisma lodosa, negruzca, que se hinchaba con las mareas crecidas y se desinflaba en las vaciantes. El viento —que seguía el curso fluvial, jugando en dnamorisqueos con las ondas, desde la lejana cabecera, y que nacía con el agua, como ella cristalino, en el mismo hontanar lejano de la sierra— agitaba las hojas largas, ásperas. Los coletazos de los bagres hediondos y los trampolines maromeros de los camarones, sacudían desde abajo el armazón vegetal. Pronto se pondría reventón el grano, madurado por la obra del lodo y del sol.

—Va a embolsicarse buena plata, don Franco.

—Según: depende de que haya precio. Me creo de que el arroz está en Guayaquil por los suelos. ¡Claro, sudor de pobre!... Hasta apesta...

—No remolque, don Franco. Ya verá los sucres que le entran. Más que mosquitos salen de tembladera.

—Tal vez.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 89 visitas.

Publicado el 24 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Calor de Yunca

José de la Cuadra


Cuento


I

José Tiberíades se revolvió en el camastro, bajo el toldo de zaraza floreada cuyo cielo de ruan casi se le pegaba al rostro.

—¡Mama!

Respondió la vieja desde su tendido cochoso:

—¿Qué?

Contestó José Tiberíades con voz viva:

—Se me ha quitado el sueño.

—¡Ah!...

—Es la calor y los mosquitos.

—¿Se te han metido en la talanquera?

—No; es que zumban, mama... es que zumban... Y la calor... Estoy en pelotas, viera, mama... ¡Y la calor!

—Ahá.

Refugio, la hermana, que se acostaba en el mismo lecho que la mama, gritó:

—¡Dejen dormir!... La noche no se ha hecho para conversar.

Pero a poco José Tiberíades volvió a llamar:

—¡Mama!

—¿Qué?

—Me voy a levantar. No sé; me ahogo en el cuarto encerrado... Voy a echarme en la hamaca de la azotea... Allá corre viento.

—No vayas, mejor.

—¿Por qué?

—Hay luna. Andan las malas visiones.

—¿Y es cierto las malas visiones, mama?

—Sí: el difunto tu padre se topó una vez con una, ahí no más, al pie de los caimitales. Era un bulto blanco. Parecía una mujer. Lo llamaba, alzando el brazo.

—¿Y era mujer?

—Sí.

—¿Y quién era esa mujer, mama?

—La muerte.

—¡Ah!... Pero ¡oiga, mama! A mí no me asustan las malas visiones... Yo tengo calor, no más... ¡Viera, mama!... Un calor adentro... como si estuviera con fiebre... ¡Qué calor!... Allá afuera hará fresco... Cerraré los ojos para no ver las malas visiones... Y me meceré en la hamaca...

Se levantó José Tiberíades... Se puso los calzones, dejando al aire el busto. Salió.

—¡Muchacho necio! ¡Siquiera persígnate!

—Bueno.

Se persignó. Desde su lecho la vieja lo bendijo.

José Tiberíades se fue a la azotea.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 46 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Shishi la Chiva

José de la Cuadra


Cuento


Yuyu escuchaba. Creíanlo dormido, y por eso hablaban así sus padres en el tendido. Pero no; él estaba despierto. Se había despertado hacía largo rato. Un sueño lindo se le acabó.

—Lindo no más, ¡viera, mama! —musitaba—. ¡Alhajita!

Yuyu atendía a la conversación, interesado.

Decía el taita Miguicho:

—Le mataremos a Shishi la chiva.

La mama Manonga se conformó.

—Ahá.

—Mañana misu, ¿querés?

—Ahá.

—Salaremos la carne. Para comer toda esta luna tendremos.

—Ahá.

De pronto el taita se inquietó:

—¿Y la sal? ¿Quiersde habimos la sal?

La mama susurró despacito:

—Tres puñados tengo... ahí...

Bajó más aún la voz:

—...enterrados...

Estaban solos en la choza; la choza estaba sola en la montaña; la montaña estaba sola en la sierra infinita. Sin embargo, la india Manuela sentía miedo, miedo de que la oyera el viento. El viento es malo. Lleva donde no debe lo que uno dice.

Agregó:

—En la casa del niño Lorenzo los apuñusqué. Harta sal había en la cocina. Cogí no más. Ni me vieron. Fue el día ese que subimos al pueblo a pagarle el diezmo de capulíes a amo curita.

—¡Ah!...

Yuyu seguía atendiendo.

Taita Miguicho dijo:

—Yuyu duerme.

Yuyu se rió para sí.

—Con el ojo pelado estoy —murmuró—. ¡Vieran!

Taita Miguicho ronroneó de frío, como los gatos.

Mama Manonga le propuso:

—¿Por qué no le vendemos a Shishi? Así ahorraremos la sal.

—¿Y?... ¿Quién la compra? En el pueblo nadie merca nada. No hay plata. A caballo anda. No hay plata.

—¡Ah!...

—Así es, pues; así es.

—¿Y por qué no la truecamos, Miguicho? Nosotros damos a Shishi. Shishi está gorda. Nos darán mote, panela, harina... Nosotros daremos a Shishi... Y nos darán mundos...


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 70 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Honorarios

José de la Cuadra


Cuento


—Pero, doctor, si ella no era virgen...

—Puede ser, señora; yo no pongo en duda, ¡oh no!, lo que usted asevera. Mas, el informe pericial...

—¡Qué informe pericial, doctor! Nadie me convencerá jamás de que el peluquero Suipanta, ¡mudo morlaco!, y el carnicero Martínez saben examinar eso. ¿Es que han estudiado anatomía...? ¿Es que...?

—Será lo que usted quiera, señora; pero, el comisario, en el severo ejercicio de las funciones de su noble cargo, procedió correctamente al nombrar empíricos para el rápido reconocimiento de la violada... El Código de Enjuiciamientos en Materia Criminal, en su artículo 72 —si la memoria no me es infiel—, faculta en casos como el que nos ocupa, cuando no hay profesionales en cinco kilómetros a la redonda... Verdad es que debió nombrar a mujeres... Pero, ocurre que las personas del sexo de usted, señora, con perdón suyo sea dicho, no se prestan para...

—Sí, sí, doctor. Comprendo. Acaso, somos más honorables.. ¡Ah, dispense!

—Crea usted que si no me alcanzara, como se me alcanza, cuál es su estado de ánimo, habría pensado que trata premeditadamente de ofenderme...

—Ya le pedí excusas. Vuelvo a pedírselas. En fin, doctor; yo no entiendo nada de nada... Con todo, pienso que el comisario debió buscar a otras personas, más calificadas, más expertas, que no a...


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 338 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Don Rubuerto

José de la Cuadra


Cuento


Difícil será que me olvide alguna vez de mi amigo don Rubuerto Quinto, montuvio viejo de los “laos” de Ñausa.

Estaba yo en su casa cañiza, edificada en plena vega del estero, bien asentada. —“como una vaca que quiere caer a l' agua, blanquito”—, sobre sus cuatro patas fuertes de mangle, delgadas, musculosas, que se hundían profundamente por el lodo hasta afirmarse en lo duro del ribazo.

Era a la tarde, después de la merienda. Junto a la ventana, saboreábamos el café con punta de mallorca y arrojábamos el humo de los cigarros contra los mosquitos.

Me preguntó don Rubuerto:

—¿Usté estudia pa doctor de leyeh'u de medecina?

Le respondí, y él sonrió.

—Ta bueno eso, blanquito. Eh máh mejor que todo. Cierto que ar médico le cai er goteo... Pero l'abogado, con una qui'haga tiene p'al año... Se gana la plata así... así...

Manoteaba en gestos de presa, obstaculizando el revolar de los mosquitos, que manifestaban su cólera zumbando, zunbando...

Guardó un rato de silencio. Luego dijo:

—Yo también n'hey metido en esah vainah der paper seyado.

Y habló de sus triunfos, de sus glorias. Relató en detalle sus pobres audacias, sus zafios ardides de tinterillo de pueblo chico.

—Pero, la mejor que'hey hecho, eh la der paisa der cuño...

—¿Y cómo fue ésa, don Rubuerto?

—Verá... Loh de la Rural bían garrao un paisa mentado... Suáreh me creo de que se yamaba... y lo bían garrao con er cuño, loh'áccidos y todo.. Lo tenían fregao ar paisa, bien atrincado en la barra...

—¿Y?


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 141 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Chichería

José de la Cuadra


Cuento


Letreros al óleo:


Chichería "El Ventarrón" de
Mariana de Jesús Contreras V.


NO FIO, SEÑORES: ANTES DE PEDIR
CONSULTEN CON SU BOLSILLO SI
NO QUIEREN QUE INTERVENGA
LA POLICIA


LA MEJOR CHICHERÍA
DE LA TAHONA


Letreros al carbón:


MAS MEJOR ES LA DE
ENFRENTE


YO SOY MUY HOMBRE


¡MALDITA SEA!


¡VIVA BONIFAZ!


¡ABAJO!


Y otros...


El más alto:

En un cuadro de viejísima hojalata, reclavado arriba del marco de la puerta, en letras negras sobre una mancha polícroma, semejante a la bandera de Suecia:


PROPIEDAD ESCANDINAVA


A un costado, a tiza:


MENTIRA, PUEBLO
PROPIEDAD PERUANA.


* * *


Había dos barricas grandes: “La Envidia” y “El Pescozón”. Habrá, además, una serie de barrilitos en varios portes pequeños, hasta algunos que parecían de juguetes o de muestrario, como, por ejemplo, “Lindy”. Todos estaban repletos de buena chicha cogedora, en diversos estados de fermentación, según el día de la llenada y la edad y madera de los envases.

Se servía conforme a los gustos. Decía ña Mariana, la dueña:

—Vea, Camacho a los del reservado me les pone de “El Pescozón”. Esa gente quiere fuerte, como pa quemarse el guargüero.

O, en otros casos:

—Me les vacea de “La Envidia”. Esa chicha no está muy templada que digamo...


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 246 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.

Camino de Perfección

José de la Cuadra


Cuento


Ante los ojos —azules— de aquella muchachita, Arturo Nilmes —el simpatiquísimo y elegante Nilmes, campeón de tennis, primera copa de automovilismo 1925, —se sintió cohibido, como dominado por una misteriosa atracción, tal ocurre a los que miran largamente los ojos de Budha el silencioso.

Cuando en su peña del club relató a los contertulios habituales aquel “fenómeno”, dos o tres tontos se mofaron del paradójico Nilmes, terror de maridos, “que se había puesto nervioso ante una pequerrucha”.

Sofronio Redal —suegro de profesión y abuelo diecisiete veces y media, según su forma de presentarse,— fué el único que tomó en serio el asunto.

—Es que esa muchachita —dijo— lleva en sus ojos el alma de la madre, de la singular Magdalena, gloria y prez de nuestra tierra, modelo de su sexo.

Sofronio Redal la había conocido. Según aseguró, la había tratado; y, aún insinuó algo más, que decidimos por unanimidad no creer, en mérito a las pocas pruebas y a la petulancia que —en materia amorosa— se gastaba nuestro amigote.

...La había conocido desde muy joven, cuando él, aunque un poco menos, también lo era. Tendría Magdalena, entonces, una veintena de años y trabajaba en una casa de modas con una francesa de Lyon.

Venida de las más bajas capas sociales porteñas, logró interesar con su belleza a todos los chiquillos bien de la urbe, que acudían en bandadas, a las horas de salida, para seguir, entre un fuego granado de piropos más o menos colorados, a la encantadora obrerita hasta su humilde vivienda del arrabal, en las proximidades del Estero Salado.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 77 visitas.

Publicado el 4 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Si el Pasado Volviera...

José de la Cuadra


Cuento


(Cuento de Año Nuevo).


El doctor Eduardo Rivaguirre, abogado consultor del Banco Nacional, respiro satisfecho al saberse solo en aquel elegante rinconcito hasta donde apenas si llegaba el eco de las músicas y el cascabelear de las risas.

—¡Ah! —suspiró—. No hay duda que envejezco. Casi no soporto ya el ruido de las fiestas.

Era el doctor un hombre delgado y largo de extremidades. Sus movimientos perezosos hacían que, al andar, recordara el paso del camello; y, alguna vez, en sus épocas juveniles de luchador, lo habían hostigado con el nombre de tal animal. No era, por cierto, guapo; pero, su rostro era inteligente y simpático. Aparentaba cincuenta anos. Acaso tuviera más.

Casi tumbado sobre una poltrona baja de marroquín, montada una pierna sobre la otra, había tomado un cigarro de cierta mesita próxima y fumaba.

Ya era sonada la hora magna de la media noche y, luego del champagne de estilo, la gente joven bailaba allá afuera, en los salones feéricos, por la gloria del nuevo año. Los hombres de edad se habían replegado sobre las cantinas y los fumaderos, y las señoras murmuraban —como es natural— en las vecindades de los tocadores. El doctor Rivaguirre, vagamente fastidiado, se acogió al remanso que era este saloncito solitario, al que nadie vendría.

Mas, de improviso se había levantado el portier y aparecido en la entrada la señora viuda de Jiménez Cora.

—¡Oh, doña Elena!

Le ofreció un asiento frente a él, que ella aceptó.

Doña Elena posiblemente le igualaba en edad; pero, aún podía considerarse digna de ser mirada, conservando rasgos de pasada belleza, como momificados en el rostro; y, la armonía de su cuerpo no estaba perdida del todo.

Hizo ella una voz acariciadora, para, decir:


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 140 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Iconoclastia

José de la Cuadra


Cuento


(Página de un Diario)


Hoy hemos ido juntos a su iglesia. Ella es creyente ardorosa; su fe es adorablemente primitiva; y, me parece, al verla, que estoy en presencia de una de aquellas vírgenes patricias, que fueron las primeras flores arrancadas por San Pedro en los jardines de la paganía romana.

—¡Amada!

Al lado suyo mismo, no se daba cuenta de mí, absorta en el divino oficio. Seguí la mirada de sus ojos, que iba a clavarse como un rayo verde en el rubio Nazareno que desde Su altar preside, y sentí unos vagos celos absurdos, infantiles, que ahora —al escribir estas impresiones— me hacen sonreír. Maldije, entonces, de aquellos buenos padres del segundo Concilio de Nicea que restablecieron el culto de las imágenes... ¡Ah, hermosos tres siglos de iconoclasia en que la religión fue más pura por ser más abstracto su objeto, y cuando las mujeres no tuvieron dónde posar el milagro de sus ojos tiernamente, con un amor humano, que es el único que ellas entienden!

Habré hablado alto cuando ella se volvió a interrogarme.

—Pues, nada; que me siento mal, con no sé qué de raro.

Y abandonamos la iglesia, turbando con el ruido de nuestros pasos la dulce solemnidad de la liturgia.

En la calle, respirando la alegría de este buen sol nuestro, me sentí mejor, y traté de vengar en ella mi rivalidad loca con Él.

—¿Te parece, Amada, bello el Nazareno?

¡Ah, su voz, que yo sé bien cómo es suave, se musicalizó más para loar Su belleza!

Y yo saborée la venganza:

—Te engañas. Todo eso es una farsa torpe. Él era feo; Él desentonaba en la armonía galilea; Él sólo era bueno. Su belleza era interior. San Cirilo de Alejandría, el propio Tertuliano, y muchos doctores de la iglesia, creen que Su fealdad era horripilante y extraordinaria. Isaías lo deja presentir... Acaso yo, con mis pobres rasgos decadentes, sea más bello que Él lo fué nunca...


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 264 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

12345