Textos por orden alfabético inverso de José Fernández Bremón disponibles | pág. 11

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autor: José Fernández Bremón textos disponibles


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El Paraíso de los Animales

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Todas las criaturas reciben impresiones de lo sobrenatural, más o menos empequeñecidas, según su sensibilidad y facultades. Hasta las ostras que rociamos de limón tienen su ideal, su aspiración, o si quiere usted su Paraíso. Cuando yo era chinche, me paseaba en sueños sobre la inmensa espalda de un gigante dormido, y le sacaba a caños la sangre con una trompa de elefante.

—¿Dice usted que ha sido chinche? —exclamé, mirando a don Heliodoro con lástima y recelo.

—Y he sido cabra, pájaro y lagarto... No cavile usted. Los antiguos encantadores tenían el poder de transformar en animales a las personas; la ciencia humana había perdido aquel secreto y hoy lo ha recobrado y nos puede embrutecer de un modo científico.

Yo callaba y seguía mirando a mi amigo con asombro: éste lo notó.


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4 págs. / 8 minutos / 9 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Pantalón Negro

José Fernández Bremón


Cuento


Soñé que el baile se daba en mi obsequio y los convidados debían haber llegado casi todos, según la hora, y por la animación que se notaba desde la calle: yo caminaba de puntillas para no mancharme el calzado, y ya estaba cerca de la puerta, cuando caí en un barrizal: levanteme con precipitación, y de un salto me refugié en el portal, y vi mi pantalón negro convertido en gris. La escalera de mármol estaba cubierta de una alfombra clara e iluminada a todo gas: dos filas de lacayos con peluca hacían los honores a los convidados y al verme chorreando barro, retrocedí.

Era tarde: habían parado algunos coches de los cuales salían varias damas con sus trajes de baile. ¿Qué hacer? Me deslicé por un pasillo lateral, pero todas sus revueltas iban a dar en una puerta iluminada. Asomeme con precaución y vi una pieza de baño... Entré, cerré la puerta y me puse a lavar los pantalones, que recobraron su color negro en un instante. Cuando los estaba colgando para que se secasen oí la voz de la dueña de la casa que decía a sus amigas:

—Éste es mi cuarto de baño.

Sólo tuve tiempo de zambullirme en el baño y aguantar en su fondo la respiración. Entraron las señoras y vieron mi sombrero que flotaba sobre el agua.

—¡Un ahogado! Hay un ahogado en el baño —dijeron dando gritos—: ¡Luces! ¡Luces!

Hice un remolino con el agua y empecé a arrojarla sobre las señoras, que huyeron espantadas. Me eché al hombro los pantalones: trepé a la ventana y me tiré por ella, cayendo sobre un arbolillo del jardín. La sombra me ocultaba: pero los convidados paseaban por debajo muy cerca de mí.

—¡Apartarse, señoras, que van a encender! —decían algunos caballeros.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Pájaro Ciego

José Fernández Bremón


Cuento


A Emilio Luis Ferrari

I

Todos los pajarillos habían volado menos uno: el padre visitaba alguna vez el nido por costumbre, que el matrimonio, indisoluble entre las tórtolas, no obliga, criados los hijos, a otras muchas aves. Sólo la madre persistía en el nido con el más fuerte de los polluelos, a quien no habían retirado su ternura, porque el instinto le advertía que no podía abandonarle: aquel vistoso pajarillo estaba ciego.

La buena madre hubiera deseado desentumecer el cuerpo después de la inacción de la nidada, pero no se atrevía a abandonar a aquel hijo desgraciado expuesto a todos los peligros. Nunca lo perdía de vista al separarse para traerle la comida o murmurar con las vecinas pitorreando entre las ramas. ¡Y cuántas tentaciones ofrecía aquella primavera en los celajes del horizonte, en los nacientes y sabrosos granos de las espigas verdes y las henchidas gusaneras criadas por un invierno de nieves y humedales; en la alegría universal que producía la abundancia, convidando a todos los vivientes a las diversiones y al hartazgo; en lo tupido de las hojas y la altura de las hierbas, la gordura de los pájaros y los gorjeos de las otras madres, orgullosas de sus crías y gozando de su recobrada libertad!

A veces, una bandada que cruzaba rozándola decía alegremente:

—¡Ven a divertirte!

Y la pajarilla ahuecaba las alas para seguir a la comparsa bulliciosa; pero al ver a su hijuelo saltar tímidamente por unas ramas que le había enseñado a medir, y ver aún en el suelo el cascarón que le sirvió de cuna y por donde asomó su piquito sonrosado, plegaba sus alas otra vez, y contemplando aquel cuerpecillo delicado, y su sedoso plumón y sus patitas trasparentes, parecíale que toda la primavera con sus brotes y sus flores y su cielo azul era menos hermosa que aquel hijo imperfecto.


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4 págs. / 8 minutos / 2 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Nacimiento de la Pulga

José Fernández Bremón


Cuento


En los primeros tiempos, cuando toda la materia fue poco a poco condensándose y tomando forma, dijo Dios al Genio de la Tierra:

—Ha llegado el momento de poblar de vivientes tu planeta: convoca a los espíritus creados para habitarla y que elijan cuerpo y manera de vivir a su gusto. Y hágase.

El Genio bajó a la Tierra para obedecer sin discutir; pero muy desconsolado, y pensando que aquel decreto iba a arruinar el planeta que se le había confiado, decía con tristeza:

—¿Habré cometido alguna falta en la distribución de montañas y llanuras, climas y paisajes, y curso y reglamento de las aguas? ¿Estarán mal calculados los movimientos de la atmósfera? ¿Parecerán mezquinos los árboles que yo creía tan gallardos, y las variedades que imaginaba tan complicadas e ingeniosas de los minerales y las plantas? Bajo el temor de haber desagradado, ahora me parece ruda y bárbara mi obra. ¡Qué pálidos, escasos y pobres son los colores que ha combinado con las vibraciones de la luz, y qué mal dispuestas me parecen las leyes del sonido, de la gravedad y del calor! Los contornos de las montañas y la forma de los continentes no tienen armonía y son extravagantes.

Y un pensamiento aún más terrible le hizo afligirse hasta el extremo.

—¿Habré revelado por torpeza el gran secreto del crear, que se me ordenó poner de manifiesto claramente, pero de modo que resultase oculto por su misma claridad? Grave ha sido mi error cuando se me manda entregar la Tierra a esos espíritus inquietos e innumerables, para que la estropeen con sus malos instintos, brutalidad, torpeza, orgullo y condiciones destructoras y malignas. Es verdad que no todos son malos, y los hay inofensivos y agradables... ¿Qué resultará?


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2 págs. / 4 minutos / 3 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Montón de Oro

José Fernández Bremón


Cuento


I

Cuando Perico y Ramón reunieron sus fondos por primera vez, el capital social ascendió a la módica suma de ocho pesetas. Ambos eran jóvenes, atrevidos y ambiciosos; Perico perezoso y soñador; Ramón era una ardilla y necesitaba siempre moverse y hacer algo, sólo que no sabía en qué emplear su actividad; en cambio Perico imaginaba planes que por dejadez no ejecutaba. Ambos se completaban, y comprendieron que unidos podían tener aspiraciones, mientras que, separados, tenían que ser unos infelices. Así lo expuso Perico, con mucha lucidez, y se constituyó la sociedad.

—Es preciso —dijo cuando el contrato se formalizó— que nuestra empresa tenga carácter permanente.

—¿Cómo? —repuso con sorpresa el camarada.

—Estableciéndola sobre bases sólidas: 1.ª Los fondos sociales no se gastarán nunca. 2.ª Se aumentarán diariamente por toda clase de negocios lícitos. 3.ª Entiéndese por operación lícita toda aquella que aumente el capital.

Aprobados aquellos breves estatutos, Perico, que había estudiado algo, pronunció debajo del puente de Toledo, donde ambos veraneaban aquel año, un discurso acerca de la naturaleza del capital, forma, a su juicio, la más manuable de la propiedad.


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4 págs. / 7 minutos / 3 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Libro Robado

José Fernández Bremón


Cuento


Retirábase una tarde del año 1450 a 52, a su convento de Santo Domingo, el padre bibliotecario Francisco de Jesús cuando, al subir la cuesta que conducía al monasterio, vio que le hacía señas desde la puerta de su taller Juan López, vendedor de manuscritos, encuadernador y hábil copiante de libros, que en unión de sus oficiales hacía primores con la pluma y delicadas miniaturas de dibujos y colores excelentes.

El dominico era gran aficionado a libros, y comprendió que Juan López le llamaba para enseñarle alguna copia rara, o por el texto o por la destreza del copiante, pues en aquella época, como las copias de los libros se hacían a mano, había calígrafos consumados.

—¿Qué novedad me va a enseñar el buen Juan López? —dijo el fraile al llegar a la puerta de la tienda—. ¿Es alguna maravilla de colores, hecha por su mano?

—No se trata de obras mías, sino de una Biblia que acabo de comprar, y espero conservar largo tiempo, por la regularidad incomparable de su letra y la extrañeza de su tinta.

—Alguna Biblia podría enseñaros, y habéis de ver, Dios mediante —respondió el dominico—, que echo a reñir con la vuestra, por las condiciones que de ella me habéis ponderado.

—Entrad, padre; entrad a verla —dijo el librero sonriendo.

El libro estaba abierto encima de un tablero, y el padre bibliotecario se dirigió a examinarlo con la curiosidad e interés de un bibliófilo, mientras los oficiales interrumpían su trabajo para oír la opinión de aquel inteligente.

El rostro del dominico dio primero señales de sorpresa: se acercó al libro, tentó el papel y las fuertes tapas de cuero; lo hojeó con precipitación, fijose en unas erratas y sonrió maliciosamente, mirando con socarronería a Juan López y a sus ayudantes.

—¿Qué os parece? —dijo el librero con sorpresa y sin comprender el gesto irónico del fraile.

—¿Qué me ha de parecer?...


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2 págs. / 4 minutos / 3 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Legajo de Cartas

José Fernández Bremón


Cuento


Madrid, 16 de noviembre de 1836.

Querido Luis:

Soy miliciano: mis compañeros de clase me acaban de reclutar: es una lástima que no se haya podido completar la compañía con estudiantes, porque descomponen mucho la formación los paisanos barrigudos que se alistan con preferencia: sí, se ha observado que los liberales más robustos son los más dados a vestir el uniforme. Me han prometido hacerme cabo, y tengo ansia de ponerme los galones, porque es una humillación haber cumplido veinte años y no ser nada. Te aseguro que no seré un cabo vulgar; he empezado a estudiar a los caudillos más famosos, desde Sesostris hasta Cardero; y un cabo ilustrado puede aspirar a todo, cuando un sargento sin ilustración ha nombrado los ministros que hoy gobiernan. Aludo al sargento García, que nos dio la Constitución del año 12 y trajo prisionera a la Monarquía desde La Granja a Madrid, con el mayor respeto, en coches lujosos y rodeada de fusiles.

Comprenderás que mis nuevos estudios me obligan a descuidar la ciencia del Derecho. No hay ciencia superior a la de la guerra: he conocido a Espartero, el nuevo general del ejército del Norte; los patriotas esperan mucho de él.

¿Quién sabe si ha de ser el salvador de España?

Tengo ganas de batirme, aunque sea con mis catedráticos: no puedes figurarte la cara que ponen algunos cuando entramos en clase vestidos de uniforme: el capitán de mi compañía, con objeto de hacerles rabiar, ha conseguido permiso para que hagamos el ejercicio en el Seminario de Nobles, donde se ha instalado la Universidad; no han podido negarse en el templo de la ciencia a que tengamos dos horas diarias de instrucción. Acaso nos la guarden para los exámenes, pero hemos prometido examinarnos con fusil y bayoneta.


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14 págs. / 24 minutos / 6 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Juguete Veneciano

José Fernández Bremón


Cuento


—¿Les parece a usías conveniente —decía el preceptor a los hijos de un magnate de la corte de Felipe III— hacer esperar tanto a su maestro, que viene del otro extremo de Madrid a darles su lección de cosmografía y matemáticas?...

—Es que...

—¡Silencio! —dijo el maestro, interrumpiendo a Fernandito, lindo y travieso muchachuelo de diez años—; que hable el hermano mayor: don Juan es el mayorazgo y le corresponde la preferencia.

Don Juan tendría dos años más que su hermano, y en su aire de superioridad se comprendía que estaba acostumbrado a las adulaciones de su rango y títulos futuros.

—Nos ha entretenido un juguete que me han traído de Venecia —respondió con cierta altanería—; es muy bonito y lo hemos estado ensayando en el jardín.

—¿Y creen usías que el juego es preferible a los estudios?

—Es que nos han dicho que este juguete es científico.

—¿Cómo y cuándo puede ser la Ciencia objeto y ocasión de juego? —dijo indignado el profesor.

—Aquí está —replicó Fernandito sin poder contenerse, y sacando un tubo de latón, por el cual se puso a mirar a la ventana.

—Venga ese juguete —repuso el maestro arrebatándoselo al niño y examinándolo con atención—. ¿Cómo se llama esto?

—Dicen que se llama telescopio. Se ven con él más grandes y más cerca las personas y los árboles que están lejos —repuso el mayorazgo.

—Ésas son ilusiones ópticas —replicó el maestro—; aberraciones de la vista.

—No, señor profesor; mire su merced por los cristales de ese tubo —decían los niños, invitándole a mirar.


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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Hombre Pájaro

José Fernández Bremón


Cuento


Caen ministerios; se elevan sobre sus ruinas otros partidos; suceden catástrofes o se realizan hechos gloriosos; y apenas se entera de ellos don Rufo, que sólo tiene con los hombres el trato indispensable para la vida. Su pasión, su interés y sus aficiones están muy altos. Si le veis cruzar las calles con la cabeza muy erguida, no le creáis orgulloso; es que examina el horizonte: si le encontráis mirando los balcones de las casas, no os figuréis que mira a las muchachas; es que pasa revista a las jaulas colgadas en los balcones: ¡oh!, si tuviera alas para para poder reunirse con los suyos; los suyos, es decir, los seres que le encantan y con quienes viviría eternamente, son los pájaros.

Habla en vez de trinar, porque también hablan las cotorras y los loros; prefiere al canto de un gran tenor el de un jilguero, y cambiaría sus dos brazos por dos alas de aguilucho.

—¿Dónde vive usted? —le preguntamos un día, y respondió humildemente:

—Tengo mi nido en la plaza de Santa Ana.

—¿Su nido?

—Es tan pequeña mi habitación que se puede decir que vivo en una jaula.

Si entra a cortarse el pelo, cuando le pregunta el oficial si le deja el tupé que lleva siempre, contesta con rapidez:

—Sí; no me corte usted la crestecita.

Llama al comedor de su casa el comedero.

Un día le oí decir a su criada:

—Es preciso que cuando yo la llame a usted, venga en un vuelo.

—Pues ni que fuera yo una alondra.

—A ver si cierra usted el pico, porque va usted tomando conmigo muchas alas.

Aunque es susceptible, no se enfada porque le llamen buitre, pavo, ni marica.

Sólo se trata con escritores por ser gente de pluma.

Una sola vez le han oído echar un requiebro, diciendo a un ama de cría:

—¡Vaya una pechuga!


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2 págs. / 4 minutos / 3 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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