Textos por orden alfabético inverso de José Fernández Bremón disponibles publicados el 18 de julio de 2024 | pág. 2

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autor: José Fernández Bremón textos disponibles fecha: 18-07-2024


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La Grillera

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—¡Orden! ¡Orden! —decía un grillo muy formal—. Cantemos óperas a compás. Coloquémonos en fila sin molestarnos unos a otros. Esto podría ser un concierto y es un caos. ¡Orden! ¡Orden!

Pero los grillos no le hacían caso y chillaban cada cual a su gusto y en su tono, dentro de la grillera, subiéndose unos en otros, para caer después debajo, y formando un grupo informe de patas, cuerpos, antenas y coseletes, en perpetua agitación.

—¿No le parece a usted —dije a un amigo— que esto es la imagen de nuestro país?

—Tiene usted razón —respondió aquél.

—¿Cuándo podrá ordenarse?

—¡Desdichado! ¿Qué pretende usted? Esto está como debe estar. ¿Quiere ser usted el grillo formal que pretendía ordenar una grillera?


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Fuerza y la Inteligencia

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.

—¿Tu fuerza y tu voluntad? —respondió el maquinista sonriendo—. Si yo te dejo libre no podrás alzar del suelo ni un átomo de polvo.

Los pueblos son como el vapor de agua: su fuerza se aniquila cuando no hay un maquinista que la encierre en la caldera y la utilice.


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La Cadena y el Bozal

José Fernández Bremón


Cuento


Una de estas noches, los ratones más viejos de la Biblioteca Nacional, es decir, los ratones más sabios de España, disputaban en el despacho del señor Tamayo para explicar un hecho anómalo, que preocupaba al numeroso pueblo ratonil que se desarrolla en aquel destartalado edificio. El caso era el siguiente: varios ratoncillos habían visto en la portería superior un perro encadenado y con un aparato metálico en la boca, y que iba conducido por un hombre.

Cuando habló el concienzudo Fo, callaron todos los ratones: los unos para saborear, los otros para roer su discurso.

—El perro —dijo Fo— es el amigo del hombre: la cadena, instrumento de esclavitud: hierro que oprime la boca no puede ser sino mordaza: he oído quejarse a un redactor en la sala de periódicos de que trataban de amordazar a la prensa. Y siendo incompatibles la amistad entre el perro y el hombre y las cadenas y mordazas, deduzco de todos los datos expuestos, que ése debe ser un perro condenado a presidio por delito de imprenta.

—Con permiso del respetable Fo —dijo un ratón llamado Fa—. Los periodistas hablan de mordaza en sentido figurado: si su señoría leyese periódicos en vez de roer sus márgenes, hallaría en ellos la explicación del caso. Ese perro lleva bozal y cadena en cumplimiento de un bando del alcalde...

No pudo concluir, porque le interrumpieron los murmullos: su explicación resultaba incomprensible.

—¿Para qué le pondrían ese bozal? —dijo el agudo Fi.

—Para que no muerda.

—¡Absurdo! Si los hombres fueran tan precavidos, atarían las manos a los lectores de la Biblioteca para que no arrancasen las estampas a los libros.

—¡Que hable Fe! ¡Que hable Fe!


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Fábulas en Prosa III

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


La tormenta

El trueno, el rayo y el huracán se habían apoderado de la atmósfera.

—¡Temblad! —decía el trueno a los hombres con voz terrible y poderosa—. La tormenta ha vencido; se acabó la tranquilidad para vosotros.

—¿Qué son esas torres que habéis levantado a fuerza de paciencia? —añadía el rayo lanzando llamaradas por los ojos—. Yo las traspaso y las incendio.

Y el huracán decía, bramando de coraje:

—¡Ay del que navega! ¡Ay de las chozas débiles y de los árboles que no tengan las raíces muy hondas! Arrasaré todo lo que envuelva dentro de mis círculos.

Y los truenos, los rayos y los bramidos del viento parecían anunciar la ruina del planeta.

—¡El mundo se acaba! —decían todos los animales, refugiándose espantados en las cavernas o huyendo despavoridos.

—Anda más deprisa —decía una ardilla impaciente, que se creía en salvo, a un cachazudo caracol que se arrastraba con pereza—: ¡el mundo se acaba!

—Pierde cuidado —respondió el conchudo animal—. Los que alborotan y se agitan, como el trueno, el rayo y el huracán, se cansan pronto. Más miedo tengo al frío, al calor o al hambre, que llegan sin ruido y sin cansancio. Todo lo violento es pasajero.

En efecto, un cuarto de hora después, el trueno estaba ronco, el huracán se había detenido, y el rayo sólo producía relámpagos inofensivos.

Un airecillo templado y juguetón, pero sostenido y constante, deshizo los nubarrones, y los pájaros, sacudiendo las mojadas plumas, volvieron a piar alegremente.

La fuerza y la inteligencia

—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.


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El Paraíso de los Animales

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Todas las criaturas reciben impresiones de lo sobrenatural, más o menos empequeñecidas, según su sensibilidad y facultades. Hasta las ostras que rociamos de limón tienen su ideal, su aspiración, o si quiere usted su Paraíso. Cuando yo era chinche, me paseaba en sueños sobre la inmensa espalda de un gigante dormido, y le sacaba a caños la sangre con una trompa de elefante.

—¿Dice usted que ha sido chinche? —exclamé, mirando a don Heliodoro con lástima y recelo.

—Y he sido cabra, pájaro y lagarto... No cavile usted. Los antiguos encantadores tenían el poder de transformar en animales a las personas; la ciencia humana había perdido aquel secreto y hoy lo ha recobrado y nos puede embrutecer de un modo científico.

Yo callaba y seguía mirando a mi amigo con asombro: éste lo notó.


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El Nacimiento de la Pulga

José Fernández Bremón


Cuento


En los primeros tiempos, cuando toda la materia fue poco a poco condensándose y tomando forma, dijo Dios al Genio de la Tierra:

—Ha llegado el momento de poblar de vivientes tu planeta: convoca a los espíritus creados para habitarla y que elijan cuerpo y manera de vivir a su gusto. Y hágase.

El Genio bajó a la Tierra para obedecer sin discutir; pero muy desconsolado, y pensando que aquel decreto iba a arruinar el planeta que se le había confiado, decía con tristeza:

—¿Habré cometido alguna falta en la distribución de montañas y llanuras, climas y paisajes, y curso y reglamento de las aguas? ¿Estarán mal calculados los movimientos de la atmósfera? ¿Parecerán mezquinos los árboles que yo creía tan gallardos, y las variedades que imaginaba tan complicadas e ingeniosas de los minerales y las plantas? Bajo el temor de haber desagradado, ahora me parece ruda y bárbara mi obra. ¡Qué pálidos, escasos y pobres son los colores que ha combinado con las vibraciones de la luz, y qué mal dispuestas me parecen las leyes del sonido, de la gravedad y del calor! Los contornos de las montañas y la forma de los continentes no tienen armonía y son extravagantes.

Y un pensamiento aún más terrible le hizo afligirse hasta el extremo.

—¿Habré revelado por torpeza el gran secreto del crear, que se me ordenó poner de manifiesto claramente, pero de modo que resultase oculto por su misma claridad? Grave ha sido mi error cuando se me manda entregar la Tierra a esos espíritus inquietos e innumerables, para que la estropeen con sus malos instintos, brutalidad, torpeza, orgullo y condiciones destructoras y malignas. Es verdad que no todos son malos, y los hay inofensivos y agradables... ¿Qué resultará?


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El Montón de Oro

José Fernández Bremón


Cuento


I

Cuando Perico y Ramón reunieron sus fondos por primera vez, el capital social ascendió a la módica suma de ocho pesetas. Ambos eran jóvenes, atrevidos y ambiciosos; Perico perezoso y soñador; Ramón era una ardilla y necesitaba siempre moverse y hacer algo, sólo que no sabía en qué emplear su actividad; en cambio Perico imaginaba planes que por dejadez no ejecutaba. Ambos se completaban, y comprendieron que unidos podían tener aspiraciones, mientras que, separados, tenían que ser unos infelices. Así lo expuso Perico, con mucha lucidez, y se constituyó la sociedad.

—Es preciso —dijo cuando el contrato se formalizó— que nuestra empresa tenga carácter permanente.

—¿Cómo? —repuso con sorpresa el camarada.

—Estableciéndola sobre bases sólidas: 1.ª Los fondos sociales no se gastarán nunca. 2.ª Se aumentarán diariamente por toda clase de negocios lícitos. 3.ª Entiéndese por operación lícita toda aquella que aumente el capital.

Aprobados aquellos breves estatutos, Perico, que había estudiado algo, pronunció debajo del puente de Toledo, donde ambos veraneaban aquel año, un discurso acerca de la naturaleza del capital, forma, a su juicio, la más manuable de la propiedad.


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El Hombre Pájaro

José Fernández Bremón


Cuento


Caen ministerios; se elevan sobre sus ruinas otros partidos; suceden catástrofes o se realizan hechos gloriosos; y apenas se entera de ellos don Rufo, que sólo tiene con los hombres el trato indispensable para la vida. Su pasión, su interés y sus aficiones están muy altos. Si le veis cruzar las calles con la cabeza muy erguida, no le creáis orgulloso; es que examina el horizonte: si le encontráis mirando los balcones de las casas, no os figuréis que mira a las muchachas; es que pasa revista a las jaulas colgadas en los balcones: ¡oh!, si tuviera alas para para poder reunirse con los suyos; los suyos, es decir, los seres que le encantan y con quienes viviría eternamente, son los pájaros.

Habla en vez de trinar, porque también hablan las cotorras y los loros; prefiere al canto de un gran tenor el de un jilguero, y cambiaría sus dos brazos por dos alas de aguilucho.

—¿Dónde vive usted? —le preguntamos un día, y respondió humildemente:

—Tengo mi nido en la plaza de Santa Ana.

—¿Su nido?

—Es tan pequeña mi habitación que se puede decir que vivo en una jaula.

Si entra a cortarse el pelo, cuando le pregunta el oficial si le deja el tupé que lleva siempre, contesta con rapidez:

—Sí; no me corte usted la crestecita.

Llama al comedor de su casa el comedero.

Un día le oí decir a su criada:

—Es preciso que cuando yo la llame a usted, venga en un vuelo.

—Pues ni que fuera yo una alondra.

—A ver si cierra usted el pico, porque va usted tomando conmigo muchas alas.

Aunque es susceptible, no se enfada porque le llamen buitre, pavo, ni marica.

Sólo se trata con escritores por ser gente de pluma.

Una sola vez le han oído echar un requiebro, diciendo a un ama de cría:

—¡Vaya una pechuga!


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El Diablo Submarino

José Fernández Bremón


Cuento


Plencia es un pueblecito situado a corta distancia de Bilbao: su playa de arena está limitada por dos muros de roca a derecha e izquierda que forman un boquete por cuyo fondo se ve cruzar a lo lejos algún buque: la playa tiene tan poquísimo calado, que cuando baja la marea el agua se aleja y habría que ir en busca del mar para llegar a su orilla: nunca vi una barca en aquel puerto seco, a donde llega el Cantábrico como una delgada lengua de agua que lame la arena endureciéndola. Plencia tiene vistas al mar, pero no tiene puerto.

En aquella playa tomé baños de agua y arena hace ya muchos años: allí conocí a un marinero retirado, hombre de unos cincuenta años de edad, a quien los médicos habían enviado, no a tomar las aguas, sino el aire salitroso de mar: llamábase Tiburcio.

—¿No se baña usted? —le pregunté una tarde por entablar conversación con aquel hombre, a quien encontraba siempre cerca de la única casilla en forma de garita de centinela que había entonces en aquella playa.

—No, señor —respondió gravemente—, me he bañado tantas veces sin gana, que he perdido hasta las ganas de lavarme. Los médicos me han recetado aire y vengo a respirar; y crea usted que no todos conocen el valor de esta medicina como yo.

—¿Siente usted alivio al respirar?

—He contenido tantas veces el aliento, que aprendí a saber lo que vale una buena bocanada de aire puro.

—No le entiendo a usted.

—He sido buzo. Y créalo usted: no hay trago de vino ni aguardiente tan sabroso como un sorbo de viento, después de haber estado uno sumergido bajo el agua.

—Mal sitio ha elegido usted para bucear, aquí donde es preciso hacer un viaje mar adentro para encontrar fondo.


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