Textos más vistos de José Fernández Bremón disponibles | pág. 9

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autor: José Fernández Bremón textos disponibles


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La Borrachera del Doctor

José Fernández Bremón


Cuento


El doctor Blásez salía de una comida de bodas, hecho un valiente: todos le habían obsequiado a porfía: tuvo que corresponder a muchos brindis, primero por cortesía y luego dejándose llevar de la algazara general, y como era hombre sobrio y morigerado, y sin costumbre de beber, iba diciendo para sí, al encontrarse en la calle, influido por los vapores del banquete:

—Creo que estoy alegre, y no conviene que me lo conozcan los enfermos. El médico debe tener una actitud severa y digna. ¿Me tambalearé al hacer las visitas? No: mis piernas están fuertes como dos columnas, y si acaso flaquea algo, es mi cabeza..., no porque no discurra bien, sino porque siento un regocijo impropio de mi clase. ¿Y por qué ha de ser el médico un personaje grave y solemne? ¿Quieren que representemos la melancolía y la tristeza? No. Preséntense con cara tétrica los que visitan al enfermo con malas intenciones. Yo voy con propósito de salvarle y puedo y debo estar risueño y juguetón: no soy el moscón que pronostica males, sino la alegre mariposa que trae buenas noticias...

Y haciendo estas reflexiones, llamó a una casa, y dijo al verle la persona que abrió la puerta:

—Ahora mismo han ido a llamarle a usted.

—¿Hay alguna novedad?

—¿Que si la hay? Por desgracia: el señor ha empeorado y me temo que haya empezado la agonía.

—¿La agonía? ¿Luego quiere morirse? Pues vamos a impedírselo.

Y el doctor, después de tropezar en varios muebles, entró ruidosamente en la alcoba, en la cual, la mujer y las hermanas del enfermo rodeaban su lecho.

—¿Qué es eso, don Tadeo? —dijo el médico—. Me han dicho que quiere usted morirse, y vengo a darle la puntilla.

Las enfermeras se apartaron, y el médico pudo ver el aspecto lívido del paciente; tenía los ojos vidriosos; la respiración anhelosa... y separaba con las manos la colcha que le cubría; estaba agonizando.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Cadena y el Bozal

José Fernández Bremón


Cuento


Una de estas noches, los ratones más viejos de la Biblioteca Nacional, es decir, los ratones más sabios de España, disputaban en el despacho del señor Tamayo para explicar un hecho anómalo, que preocupaba al numeroso pueblo ratonil que se desarrolla en aquel destartalado edificio. El caso era el siguiente: varios ratoncillos habían visto en la portería superior un perro encadenado y con un aparato metálico en la boca, y que iba conducido por un hombre.

Cuando habló el concienzudo Fo, callaron todos los ratones: los unos para saborear, los otros para roer su discurso.

—El perro —dijo Fo— es el amigo del hombre: la cadena, instrumento de esclavitud: hierro que oprime la boca no puede ser sino mordaza: he oído quejarse a un redactor en la sala de periódicos de que trataban de amordazar a la prensa. Y siendo incompatibles la amistad entre el perro y el hombre y las cadenas y mordazas, deduzco de todos los datos expuestos, que ése debe ser un perro condenado a presidio por delito de imprenta.

—Con permiso del respetable Fo —dijo un ratón llamado Fa—. Los periodistas hablan de mordaza en sentido figurado: si su señoría leyese periódicos en vez de roer sus márgenes, hallaría en ellos la explicación del caso. Ese perro lleva bozal y cadena en cumplimiento de un bando del alcalde...

No pudo concluir, porque le interrumpieron los murmullos: su explicación resultaba incomprensible.

—¿Para qué le pondrían ese bozal? —dijo el agudo Fi.

—Para que no muerda.

—¡Absurdo! Si los hombres fueran tan precavidos, atarían las manos a los lectores de la Biblioteca para que no arrancasen las estampas a los libros.

—¡Que hable Fe! ¡Que hable Fe!


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Fuerza y la Inteligencia

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.

—¿Tu fuerza y tu voluntad? —respondió el maquinista sonriendo—. Si yo te dejo libre no podrás alzar del suelo ni un átomo de polvo.

Los pueblos son como el vapor de agua: su fuerza se aniquila cuando no hay un maquinista que la encierre en la caldera y la utilice.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Hierba Aromática

José Fernández Bremón


Cuento


Gran día fue el 15 de marzo de 1493 para los habitantes de Palos de Moguer. ¡Qué abrazos recibían los expedicionarios de la Niña y de la Pinta, que sus familias y amigos creían ahogados y deshechos en los abismos del mar tenebroso, y regresaban sanos y salvos, llenos de gloria, cargados de curiosidades y difundiendo los últimos y maravillosos descubrimientos de la Ciencia. Las gentes festejaban, bendecían y aclamaban a Colón, y luego formaban círculo en derredor de sus amigos y escuchaban con admiración las relaciones de aquel viaje romancesco.

—¿Tan excelente es aquella tierra? —preguntaba un bachiller a su paisano y amigo el expedicionario Pedro Luna.

—El clima es delicioso; los habitantes, de un carácter dulce y apacible; las aves y las plantas, de formas y apariencias vistosas... —respondió Pedro.

—¿Te sorprendería aquel descubrimiento... y el hallar hombres y tierras encantadoras en lugar de monstruos y oscuridad, o mares de fuego?

—No me lo esperaba, y me entristeció. El almirante buscaba tierras: yo buscaba encantos y prodigios; barreras de agua defendidas por dragones; el lecho de llamas en que se acuesta el sol, y la fábrica de las tempestades y relámpagos.

—¿Y nada de eso hallasteis?

—Nada de eso; hemos ensanchado los mares y la tierra, con otros mares y otras tierras semejantes: tengo la seguridad de que con una nave, por oriente y poniente, por el norte o sur, sólo se encontrarán aguas como las que estamos viendo, y hombres como nosotros en sus islas. El reino se ha enriquecido, pero mi imaginación se ha hecho pobre y árida. Hemos borrado y perdido el camino de los prodigios y los monstruos...

—¿De modo que ya no nos abandonarás otra vez?

—Te equivocas, volveré a partir en la primera expedición.

—Virtud es...

—No, sino vicio.

—¿Quién te lleva a las Indias?


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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Llama de la Vida

José Fernández Bremón


Cuento


—Tome usted chocolate.

—Imposible: el chocolate hace soñar: la última vez que lo tomé, soñé que deseaba conocer el misterio de la desigualdad de las existencias humanas.

—Y ¿acudiría usted a un sabio?...

—Tengo la costumbre de no hacer preguntas a los sabios cuando quiero saber algo. Busqué un médium ignorante que sin ciencia ninguna daba respuestas maravillosas y le dije:

»—¿Por qué mueren tantos niños, tantos hombres robustos y personas que parecían destinadas a larga vida, y duran otras que no reúnen condiciones de salud?

»El médium, que es cerero, consultó a los espíritus y me dijo:

»—Enciende una vela tú mismo.

»Había delante de mí hachas, cirios, velas de todos tamaños, y cerillas muy delgadas; casi todas estaban sin estrenar, y por no hacer perjuicio, tomé un hachón algo gastado, y lo encendí.

»—Esa luz que has elegido es tu vida: cuando se apague, morirás.

»—¿Y si hubiera elegido aquel cabito que veo en ese rincón?

»—Hubieras durado muy poco. Ya sabes el secreto: unos viven con hachón de viento, otros con vela de sebo, otros con cirio pascual y algunos, lo que dura una cerilla.

»—¿Qué hago con este hachón?

»—Puedes llevártelo o dejarlo.

»—¿Cuánto debo?

»—La vida no tiene precio. Si lo dejas no podré cuidarlo, que harto tengo que hacer cuidando el mío.

»—Es que si me lo llevo el viento lo apagará... porque hace mucho aire.

»—Resguárdalo con la mano... adiós: voy a cerrar.

»—Espera a que se calme el viento.

»El viento apenas movía la llama y me parecía un huracán: me detenía en todos los huecos: no me determinaba a atravesar las bocacalles, y todo me parecía conspirar para apagar aquella luz preciosa.

»—¿Me hace usted el favor del fuego? —dijo un transeúnte.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Mujer Soñada

José Fernández Bremón


Cuento


—¿Por qué sonreías al dormir? Antonio: me ha dado lástima despertarte.

—¡Qué mujer! —dijo mi amigo restregándose los ojos—. Ya no la veré más, ni encontraré en este mundo otra semejante. Cuando interrumpiste mi sueño era rubia y de ojos grandes y azules.

—¿Cómo? ¿Variaba de tipo la mujer con quien soñabas?

—Sí; tomaba la forma y el carácter que deseaba mi capricho: si se me antojaba una gitana de ojos negros, ella era la gitana que yo apetecía: blanca, morena, alta, baja, delgada o corpulenta, sumisa, varonil, seria o alegre; tenía alternativamente todas las apariencias de mis deseos variables, siendo siempre la misma. ¡Oh! Te aseguro que le hubiera sido fiel.

—Has sufrido una gran pérdida. Pero entre tantos tipos, ¿cuál era el suyo verdadero?

—No lo sé.

—¿Le hiciste tomar muchas apariencias?

—Sí.

—Permíteme una observación: eso no era una mujer, sino un harem. Con ella hubiera sido monógamo el mismo Salomón. Tu fidelidad no tendría mérito. Salomón fue fiel a sus setecientas mujeres y trescientas concubinas.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Oruga Cometa

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Descolgábase del árbol una oruga sujeta al hilo que iba formando trabajosamente con su baba. Pero el viento, encorvando la delgada hebra, arrastraba al insecto por el aire, jugando con él y columpiándolo.

—¡Qué he hecho! —decía la pobre oruga quejándose de su suerte—. Quise descender al suelo y me remonto hacia las nubes, y mi cuerpo está a merced del primer pájaro hambriento que me vea. Vuelo sin alas, y cuanto más hilo saco más me elevo.

El insecto ascendía como sube una cometa mientras no se agota su bramante.

Así pasaron largas horas, hasta que el viento se calmó, y la oruga, cansada y dolorida, pudo ganar la tierra y refrescar y extender su cuerpo en una hierba.

—¡No eres poco delicada! —dijo otra oruga que la vio—; cualquiera diría que has hecho un gran viaje; cuéntale tus trabajos a quien no haya bajado del árbol como yo; sé muy bien que basta sujetar el hilo en una rama y dejarse caer poco a poco, porque nuestro peso mismo nos lleva a tierra en un momento.

Casi todas las orugas atestiguaron lo mismo y consideraron a la primera como una embaucadora.

—¡Habrase visto la embustera!

—¿Pues no sostiene que ha volado como un ave?

—¡Olé por la mariposa!

—¡Qué cosas tan raras suceden en el mundo!

—No hagas caso a esas imbéciles —dijo un saltamontes—; he corrido mundo y he visto cosas más extraordinarias y difíciles.

El vulgo que marcha acompasadamente no sabe lo que otros luchan para vivir, e ignora que quien arrostra los vientos de la vida puede volar más alto que los otros.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Prima de Dos Mártires

José Fernández Bremón


Cuento


Publio y su esposa Celsa, ciudadanos de Roma, aunque cristianos y piadosos, no tenían las virtudes y el carácter que en el siglo IV de la Iglesia conducían al desierto o al martirio. Admiraban a los correligionarios que repartían a los pobres sus haciendas para practicar la pobreza voluntaria, y no se consideraban con abnegación para imitarlos; socorrían en secreto a los perseguidos, y practicaban del mismo modo los sencillos ritos de la Iglesia primitiva, y les asombraba y espantaba aquel valor contagioso de las doncellas, los niños y los ancianos, que confesaban en público sus creencias en aquellos tiempos en que costaba el declararse cristianos sufrir una verdadera pasión y morir crucificados o a saetazos, ser lanzados al fuego o perecer en el circo desgarrados por los tigres.

Algo disculpaba la tibieza relativa de Publio y Celsa: el amor de padres: ¡era tan hermosa y cándida Virginia, su hija única! Pero no menos jóvenes y hermosas habían sido sus primas Julia y Marciana, y fueron arrojadas al Tíber, dentro de un saco lleno de culebras, por no hacer sacrificios a la diosa Juno. Publio y Celsa recordaban con terror aquel episodio sublime y doloroso, y el valor indomable de aquellas niñas delicadas, que con sus respuestas irritaron a los jueces, y con su resignación y belleza hicieron llorar a los verdugos. ¿Qué sería de los padres de Virginia si un día llamaran a sus puertas los satélites de Diocleciano para conducir a la presencia del emperador aquella niña de dieciséis años, de ojos tristes y cara angelical, acostumbrada al recogimiento de la casa de sus padres? Aquella idea les sobrecogía y angustiaba. Vivían en una época de terror y crueldades. Además, su sobresalto tenía fundamento.


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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Las Dos Cocinas

José Fernández Bremón


Cuento


I

Es indudable que en el reinado de Carlos II los demonios andaban sueltos por España, pues fue preciso traer exorcistas alemanes que expulsasen los diablos del cuerpo de su majestad. Si el rey era energúmeno, ¿qué defensa contra el demonio opondrían los vasallos? Nadie hizo contra el infierno en aquel tiempo resistencia tan heroica como la venerable sor Clara de Jesús, humilde cocinera del monasterio de la Purísima Concepción de Mercenarias Descalzas en la ciudad de Toro, según puede leerse en su historia, escrita por fray Marcos de San Antonio, que presenció las luchas y probó los guisos de la santa cocinera. Sabemos por aquel fraile que el demonio penetró muchas veces en la cocina conventual para echar ceniza en la olla, apagar el fuego, romper cacharros y hacer toda clase de estropicios; y sabemos el triunfo de la virtuosa Clara de Jesús, que sanó a muchos enfermos con sus guisos celestiales.

II

Lo que no refieren las historias y vamos a contar es la perdición de la posadera Juana Agraz, la mejor guisandera del término de Toro. Nadie acertaba como ella con el agrio que debía tener la gallina a la morisca; y venían de lejos los grandes comilones para probar sus cazuelas de pajarillos, hojaldres, asados y jaleas. Los cazadores decían, al entregarle perdices, chochas y conejos:

—Hemos cazado esto para que lo guises: si no guisaras tú no cazaríamos.

Y Juana Agraz vivía satisfecha y halagada, reinando en los fogones.

Cuando algunos frailes empezaron a dar fama a los potajes de la monja, se consolaba Juana Agraz diciendo a sus amigos:

—Nunca fue delicado el gusto de los frailes; por eso dicen los libros de cocina al tratar de ciertos platos: guisos para frailes, soldados y demás gente ordinaria.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Las Lágrimas de Momo

José Fernández Bremón


Cuento


Júpiter se aburría en el cielo desde que no bajaba a la tierra por no dar celos a Juno. En vano procuraba Momo divertirle haciendo muecas y extravagantes contorsiones: el dios de la risa, humillado y entristecido, hizo pedazos el aro de cascabeles, y se retiró a una apartada viña de los Campos Elíseos, donde se pasaba las horas muertas comiendo pámpanos y echando lagrimones.

Entristeciose el Empíreo con la ausencia del payaso de los dioses. La misma Noche, que antes tenía la apariencia de una viuda enlutada, quedó más lúgubre y más triste, aumentándose las sombras en su rostro. En vano cantaban, bailaban y recitaban versos las nueve Musas para regocijar el Olimpo. Sólo parecían satisfechas de aquella tristeza general la vengativa Némesis, la destructora Parca, las Furias y Medusa, que se pasaba a contrapelo las manos por la cabeza para que se agitasen y silbaran sus trenzas de serpientes.

Plutón y Proserpina abreviaban sus visitas para regresar a los Infiernos, que estaban más alegres que el Olimpo: allí al menos los recibía el Cancerbero ladrando de alegría con todas sus bocas. Las Horas daban vuelta a su devanadera bostezando. Venus no llamaba a los amorcillos para que le atusaran su cabello dorado, y en sus mejillas descuidadas nacía espesa barba.

Se llamó a Hércules para que hiciese juegos malabares con estrellas; a Proteo para que, cambiando de formas, divirtiese a los dioses, y a Mercurio para hacer suertes de escamoteo mercantil: la linda Hebe, que alegraba la vista cuando se adelantaba con la copa de néctar en la mano, resbaló por el cielo rompiendo su copa en la cabeza de una harpía que atronó con sus alaridos el Olimpo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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