Textos más populares este mes de José Fernández Bremón disponibles | pág. 2

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autor: José Fernández Bremón textos disponibles


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El Último Mono

José Fernández Bremón


Cuento


Recuerdos de un viaje a Oriente, tomados del álbum de un tourista. Conversación con el doctor Osford.


—¿Cree usted —dije al doctor mientras tomábamos el té en su casa— que el medio en que se vive modifica el organismo?

—A la vista tenemos un ejemplo: desde que en el siglo pasado se estableció aquí el doctor que fundó esta casa, quiso hacer un experimento que se ha seguido por la tradición de la familia. Compró a un titiritero dos orangutanes amaestrados, macho y hembra, que servían a la mesa, comían como personas y hacían otras muchas habilidades; los puso en una alcoba, los sentaba a su mesa, los castigaba cuando se dejaban llevar de sus instintos, y se propuso educarlos como personas, mandando a sus descendientes que hiciesen lo propio con las crías de los monos, anotando en un registro las vicisitudes del experimento.

—¿Y se conservan esos apuntes?

—Yo he escrito sus últimas páginas, que son interesantes: es un archivo de observaciones que se disputarán algún día los archiveros principales del mundo.

—¿Y han continuado hasta hoy las generaciones de los orangutanes?

—Aún subsiste uno, y se conservan en el museo que luego enseñaré a usted las descendencias momificadas de todas las crías sucesivas. Verá usted allí las modificaciones del tipo primitivo, merced a la cultura que los monos recibieron, progresando siempre en la vida de familia que hicieron todos a fuerza de constancia.

—¿Puede darme usted algunos datos?


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2 págs. / 4 minutos / 27 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Cuentos de Varios Colores

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


El nacimiento de la pulga

En los primeros tiempos, cuando toda la materia fue poco a poco condensándose y tomando forma, dijo Dios al Genio de la Tierra:

—Ha llegado el momento de poblar de vivientes tu planeta: convoca a los espíritus creados para habitarla y que elijan cuerpo y manera de vivir a su gusto. Y hágase.

El Genio bajó a la Tierra para obedecer sin discutir; pero muy desconsolado, y pensando que aquel decreto iba a arruinar el planeta que se le había confiado, decía con tristeza:

—¿Habré cometido alguna falta en la distribución de montañas y llanuras, climas y paisajes, y curso y reglamento de las aguas? ¿Estarán mal calculados los movimientos de la atmósfera? ¿Parecerán mezquinos los árboles que yo creía tan gallardos, y las variedades que imaginaba tan complicadas e ingeniosas de los minerales y las plantas? Bajo el temor de haber desagradado, ahora me parece ruda y bárbara mi obra. ¡Qué pálidos, escasos y pobres son los colores que ha combinado con las vibraciones de la luz, y qué mal dispuestas me parecen las leyes del sonido, de la gravedad y del calor! Los contornos de las montañas y la forma de los continentes no tienen armonía y son extravagantes.

Y un pensamiento aún más terrible le hizo afligirse hasta el extremo.

—¿Habré revelado por torpeza el gran secreto del crear, que se me ordenó poner de manifiesto claramente, pero de modo que resultase oculto por su misma claridad? Grave ha sido mi error cuando se me manda entregar la Tierra a esos espíritus inquietos e innumerables, para que la estropeen con sus malos instintos, brutalidad, torpeza, orgullo y condiciones destructoras y malignas. Es verdad que no todos son malos, y los hay inofensivos y agradables... ¿Qué resultará?


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13 págs. / 24 minutos / 13 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Cena de un Poeta

José Fernández Bremón


Cuento


Cuando Arturo concluyó su última redondilla tenía mucha hambre, pero no había en su chiribitil sino algunos tomos de poesías, y el Diccionario de la lengua roído por los ratones; para colmo de dolor se elevaban de todas las cocinas de la vecindad vapores apetitosos. Era la noche de Navidad. Arturo, que hasta entonces sólo había pedido inspiración a las Musas, suplicó rendidamente a las nueve hermanas que le diesen de comer.

—Ya sabéis —dijo mentalmente para conmoverlas— que no tengo más familia que vosotras.

Después, como tenía fe en la poesía, se asomó a su elevada ventana y esperó, fijando la vista en la chimenea más cercana para ver si distinguía algo entre las columnas de humo, pues sabido es que el humo es el correo con que se comunican los de abajo y los de arriba.

¡Oh sorpresa! A pesar de la actividad que reinaba en todos los fogones, que atestiguaban excitantes olorcillos, y el escandaloso estruendo de los fritos, y las graves cadencias de las cacerolas, la chimenea no humeaba. Pero había una razón: estaba cubierta por una especie de globo metálico que terminaba en un tubo retorcido, que se extendía en espiral cayendo después entre las tejas. ¿Quién interceptaba aquel humo? Arturo calculó la dirección y longitud del canal de hierro, y no tuvo la menor duda de que los gases eran conducidos a la habitación inmediata, la única guardilla vividera que había al lado de la suya, residencia de un profesor jubilado, cuya obesidad contrastaba con la pobreza en que vivía.

El poeta se indignó de aquel abuso no previsto por las leyes; cortar los humos a una casa, encarcelar lo más libre de la naturaleza, quitar a un habitante de la guardilla lo único que pasa por delante de su ventana era un atentado, y resolvió pedir cuenta a su vecino.

—¿Quién? —dijo éste desde su cuarto al sentir que llamaban a su puerta.


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2 págs. / 4 minutos / 20 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Arte de Vivir

José Fernández Bremón


Cuento


Querido Luis:

He leído con interés las descripción que me haces de ese castillo moruno, sin almenas ni puertas, con los cimientos removidos por las minas y los muros aportillados, que siembran de piedras y cascote los derrumbaderos que lo cercan.

«Felices nosotros que no tenemos que vivir rodeados de murallas y cubiertos de hierro —dices al concluir tu carta— ni sentimos la necesidad de fortificarnos y defendernos».

Tienes razón en apariencia: ya no se encierran los hombres en castillos, esos nidos humanos hoy abandonados a las lechuzas; ya no nos blindamos el cuerpo para preservarlo de la saeta y de la lanza; pero ¡ay! de aquel que no se fortifica a la moderna y no lleva una sutil y disimulada coraza debajo del chaqué.

Antiguamente se distinguía de lejos el enemigo por el polvo que levantaban sus caballos, el brillo de las armas y los colores que ostentaban sus pendones. Hoy se acerca a nosotros sin ruido y abrazándonos. Entonces el combate era la forma natural y clara de la guerra. En nuestros tiempos, todo el que reflexiona concluye por estimar al enemigo declarado, que al fin y al cabo tiene la franqueza de no disimular su antipatía, y nos advierte que no contemos con él y vivamos prevenidos. Son, por desgracia, muy pocos los que nos envían su cartel.

En la Edad Media los hombres sabían a ciencia cierta los instrumentos que usaba el enemigo para ofenderlos: máquinas de guerra para agujerear sus muros; zanjas para perniquebrar a sus caballos; mazas de hierro para abollar la cabeza a los jinetes; picas para derribarlo del caballo y desencajar la armadura por los flancos; saetas para atravesarle un ojo cuando se alzaba la visera, y otros instrumentos entonces familiares y corrientes. Hoy el enemigo usa un bastón ligero e inofensivo, y hiere con la palabra fina y cortésmente.


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3 págs. / 5 minutos / 9 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Avispero y la Colmena

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Anidaron las avispas en un corcho de colmena, y revoloteaban sin cesar alrededor, y entraban y salían y defendían su casa como hacen las abejas.

—¿Qué os parece nuestra casa? —dijo una avispa a una abeja vecina.

—Es de igual construcción y tamaño que la nuestra; pero ¿tenéis muchos panales, cera y miel?

—¿Qué son cera y miel?

—Son la riqueza que elaboramos con nuestro trabajo.

—No; nuestra casa está vacía...

—¿Y para eso tenéis tanta casa? Yo creo que os bastaría un agujero.

Entre el pueblo que produce y el que imita sin producir, hay la diferencia que entre el avispero y la colmena.


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1 pág. / 1 minuto / 8 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los Intereses Creados

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


El estrépito era grande; las vigas, sacudidas con fuerza, temblaban como en un terremoto; una nube de polvo enrarecía el aire y quitaba la vista y la respiración. Huían despavoridos los ratones; las moscas salían en tropel por las ventanas, y se refugiaban en las rendijas más estrechas chinches, arañas, hormigas, cucarachas y polillas.

—¡Ay! —decía una chinche con acento desgarrador—. ¿Qué será de mi cría, si yo me he salvado con trabajo? La familia se acaba para siempre.

—Y la tranquilidad de todos, señora —repuso una polilla—. Figúrese usted que vivíamos desde tiempo inmemorial en una capa de grana, que nos servía de abrigo y alimento, y nos han expulsado a garrotazos. Ya no hay propiedad.

—¿Hay nada más respetable que la industria? Pues acaban de destruir en un instante más de cien telas magníficas que representan el trabajo de millares de arañas. ¡Oh, qué tejidos, y qué colgaduras han destruido los malvados!

—Nada de eso vale lo que el túnel de tablas que había construido y han deshecho. Era una obra de arte —dijo un ratón desconsolado.

—¡Asesinos! ¡Ladrones! ¡Bárbaros! —decían en sus innumerables idiomas todos los perjudicados, zumbando, aleteando y atronando la casa con sus gritos.

—Pero, ¿qué ocurre? —gritó desde lejos la dueña de la casa a su criada.

—Nada, señora —respondió la Pepa, continuando su tarea—: es que estoy sacudiendo con los zorros el polvo de este guardillón.


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1 pág. / 1 minuto / 11 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Paraíso de los Animales

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Todas las criaturas reciben impresiones de lo sobrenatural, más o menos empequeñecidas, según su sensibilidad y facultades. Hasta las ostras que rociamos de limón tienen su ideal, su aspiración, o si quiere usted su Paraíso. Cuando yo era chinche, me paseaba en sueños sobre la inmensa espalda de un gigante dormido, y le sacaba a caños la sangre con una trompa de elefante.

—¿Dice usted que ha sido chinche? —exclamé, mirando a don Heliodoro con lástima y recelo.

—Y he sido cabra, pájaro y lagarto... No cavile usted. Los antiguos encantadores tenían el poder de transformar en animales a las personas; la ciencia humana había perdido aquel secreto y hoy lo ha recobrado y nos puede embrutecer de un modo científico.

Yo callaba y seguía mirando a mi amigo con asombro: éste lo notó.


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4 págs. / 8 minutos / 13 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

A Pan y Agua

José Fernández Bremón


Cuento


Ya no existe en Madrid el monasterio de bernardos; en su solar se han edificado casas en la manzana comprendida entre las calles Ancha de San Bernardo y de la Garduña, y calle y travesía de la Parada, esta última llamada en otro tiempo calle de Enhorabuena vayas; han desaparecido también el vecino callejón de Sal si puedes y el convento inmediato, convertidos en plaza de los Mostenses; la travesía de las Beatas perdió su antiguo título de calle de Aunque os pese, y sólo quedan como recuerdo del pasado, asomando sus copas por la tapia posterior de la manzana del convento, algunos árboles plantados por los frailes; y acaso entre los cimientos de la iglesia, las cenizas de los religiosos que presenciaron a mitad del siglo XVIII los sucesos que voy a referir.

I

El abad, el prior y soprior ocupaban la mesa del testero, y la comunidad, por orden riguroso de categorías, las mesas colocadas a lo largo del refectorio; delante de cada religioso había un pan, un cubierto, vaso, plato, servilleta, almofía y una jarra con agua; los monjes, sin cogullas y las capillas puestas, estaban recostados en el respaldo de su asiento, con las manos recogidas bajo el escapulario; y el lector, desde la tribuna, había empezado a leer en latín un sermón de san Bernardo.


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8 págs. / 14 minutos / 17 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Miguel-Ángel o el Hombre de Dos Cabezas

José Fernández Bremón


Cuento


Á mis cariñosos amigos
Pepe Cabanilles, Juan José Herranz y Santiago de Liniers


Si el protagonista de mi cuento tiene dos cabezas, saliéndose de la regla comun, ¿por qué esta dedicatoria ha de ser para un solo amigo, segun el uso general? Rompo, pues? ta costumbre, lo cual me proporciona el gusto de unir nombres queridos y hoy algo separados por las vicisitudes de la vida, en recuerdo de la época grata en que vivimos tan unidos.

Acaso hallen algunos exagerada la ficcion que les dedico: no calculan que al elegir mi asunto pude poner no dos, sino tres cabezas sobre los hombros de mi héroe, como los pueblos que en vez de colocar un rey, un general ó un plebeyo á su cabeza, elogian un triunvirato: y áun estuco á mi arbitrio multiplicar esas cabezas hasta el número de siete, y dar el poder á Miguel-Angel, para que constituyese por si solo un Ministerio homogéneo. Ello es que si hemos de creer á los historiadores, Miguel-Angel no es una creacion fantástica: han existido realmente hombres y mujeres de dos y más cabezas?; y si esto dice la historia sériamente, ¿puede rechazarse el cuento por absurdo, cuando atestiguan la posibilidad en los Museos de ciencias naturales tantos fetos bicipites que vivieron algunas horas, lo cual resuelve el hecho principal, el de la vida? No negaré, á pesar de ello, la extravagancia del asunto; antes al contrario, he creido así acomodarme al gusto general que exige à los autores, para ser leidos, lo anómalo y deforme» con preferencia á lo regular y acostumbrado.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 44 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Ejército de Carámbano

José Fernández Bremón


Cuento


Hacía muchos años que no veía a mi amigo Carámbano; pero conservaba muchos recuerdos de sus extravagancias: últimamente me habían dicho que su familia le había llevado a un manicomio. Calculen ustedes la sorpresa con que me lo encontraría suelto en una calle de Madrid, y la desconfianza con que recibí sus abrazos y sinceras demostraciones de amistad.

—Tenemos que hablar mucho —me dijo después de terminados los saludos—. ¿Tienes mucha prisa? Sentémonos en aquel banco: sé que escribes algo, y quiero comunicarte un proyecto que pienso presentar a las Cortes. Ya sabes que siempre nos hemos entendido.

Le di las gracias por el favor y nos sentamos.

—¿Es algún proyecto económico?

—Sí: quiero economizar sangre.

—Vamos. ¿Tienes alguna receta contra el cólera?

—No —repuso Carámbano poniéndose muy serio—. Se trata de una revolución en la ciencia de la guerra: de evitar el reemplazo: de trasformar las armas: de conquistar el universo.

La actitud pacífica de mi amigo me había tranquilizado; pero aquellas palabras me pusieron en guardia.

—Siento decirte que tengo alguna prisa —exclamé al oír aquel exordio.

—La vida es larga —repuso el loco—, y mi proyecto corto: te advierto además que he decidido que me escuches.

—Eso es otra cosa.

—Pues, entonces, continúo: ¿has visto en el circo de Price los toros amaestrados que se exhiben estas noches?

—No: pero he visto monos, elefantes, perros, cabras y otros muchos animales domesticados.

—Perfectamente: entonces estarás convencido de la superioridad del hombre sobre toda clase de animales, y del escaso número de ellos que aprovecha para su bienestar. Es un absurdo creer que dominamos el planeta, mientras haya leones y tigres en la selva, mientras el rinoceronte haga su capricho en los bosques africanos y la pantera aceche en Java al viajero extraviado.


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2 págs. / 4 minutos / 5 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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