Textos más populares esta semana de José Fernández Bremón disponibles | pág. 10

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autor: José Fernández Bremón textos disponibles


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El Nacimiento de la Pulga

José Fernández Bremón


Cuento


En los primeros tiempos, cuando toda la materia fue poco a poco condensándose y tomando forma, dijo Dios al Genio de la Tierra:

—Ha llegado el momento de poblar de vivientes tu planeta: convoca a los espíritus creados para habitarla y que elijan cuerpo y manera de vivir a su gusto. Y hágase.

El Genio bajó a la Tierra para obedecer sin discutir; pero muy desconsolado, y pensando que aquel decreto iba a arruinar el planeta que se le había confiado, decía con tristeza:

—¿Habré cometido alguna falta en la distribución de montañas y llanuras, climas y paisajes, y curso y reglamento de las aguas? ¿Estarán mal calculados los movimientos de la atmósfera? ¿Parecerán mezquinos los árboles que yo creía tan gallardos, y las variedades que imaginaba tan complicadas e ingeniosas de los minerales y las plantas? Bajo el temor de haber desagradado, ahora me parece ruda y bárbara mi obra. ¡Qué pálidos, escasos y pobres son los colores que ha combinado con las vibraciones de la luz, y qué mal dispuestas me parecen las leyes del sonido, de la gravedad y del calor! Los contornos de las montañas y la forma de los continentes no tienen armonía y son extravagantes.

Y un pensamiento aún más terrible le hizo afligirse hasta el extremo.

—¿Habré revelado por torpeza el gran secreto del crear, que se me ordenó poner de manifiesto claramente, pero de modo que resultase oculto por su misma claridad? Grave ha sido mi error cuando se me manda entregar la Tierra a esos espíritus inquietos e innumerables, para que la estropeen con sus malos instintos, brutalidad, torpeza, orgullo y condiciones destructoras y malignas. Es verdad que no todos son malos, y los hay inofensivos y agradables... ¿Qué resultará?


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Caso de Conciencia

José Fernández Bremón


Cuento


Simeón no era odiado solamente de los cristianos de Toledo, que al fin y al cabo tenían la misma animadversión a todos los judíos, aun aquellos que gozaban la consideración y privanza del gran rey don Alfonso el Sabio: le querían mal todos sus correligionarios, y acusándole de no observar el sábado, que solía pasar en la carnicería vigilando a sus tablajeros, le tildaban de cristianizante. Las hebreas de su vecindad aseguraban que todos los días a las horas del almuerzo salía de su hogar un escandaloso olor a magras fritas, y desde luego consideraban los más imparciales y juiciosos que era muy ocasionado a faltar a la ley el inmundo tráfico en que hacía sus ganancias, la cría, la matanza, salazón y venta de los cerdos.

El sabio rabino Zabulón, cada vez que pasaba por el edificio que servía de saladero a los tocinos y jamones producto de cada matanza, decía al opulento Simeón:

—Grande es el almacén de tus culpas.

Simeón sonreía y calculaba, contemplando con tanta satisfacción las reses abiertas en canal, como un sabio que leyera un libro lleno de ciencia.

Un día se encontraron en el campo el rabí y el ganadero, caballeros en sendas mulas, como a dos leguas de la ciudad, en el momento de estallar una tormenta: y sobrevino tal ventisca y aguacero, que determinaron refugiarse en unas ruinas que se veían a lo lejos, temerosos de que las caballerías se espantasen, sobre todo Zabulón, que era mal jinete. El terreno era quebrado, las herraduras de las bestias resbalaban en las raíces húmedas de los árboles, la tormenta seguía, y cuando encontraron el refugio estaban extraviados y la tarde iba vencida.

—Hermano Simeón —dijo su compañero cuando estuvieron bajo techado—: estoy muerto de hambre, porque no he probado nada desde esta mañana. He creído ver que tu alforja tiene un bulto, y si es cosa de comer, te ruego que la partas conmigo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Las Lágrimas de Momo

José Fernández Bremón


Cuento


Júpiter se aburría en el cielo desde que no bajaba a la tierra por no dar celos a Juno. En vano procuraba Momo divertirle haciendo muecas y extravagantes contorsiones: el dios de la risa, humillado y entristecido, hizo pedazos el aro de cascabeles, y se retiró a una apartada viña de los Campos Elíseos, donde se pasaba las horas muertas comiendo pámpanos y echando lagrimones.

Entristeciose el Empíreo con la ausencia del payaso de los dioses. La misma Noche, que antes tenía la apariencia de una viuda enlutada, quedó más lúgubre y más triste, aumentándose las sombras en su rostro. En vano cantaban, bailaban y recitaban versos las nueve Musas para regocijar el Olimpo. Sólo parecían satisfechas de aquella tristeza general la vengativa Némesis, la destructora Parca, las Furias y Medusa, que se pasaba a contrapelo las manos por la cabeza para que se agitasen y silbaran sus trenzas de serpientes.

Plutón y Proserpina abreviaban sus visitas para regresar a los Infiernos, que estaban más alegres que el Olimpo: allí al menos los recibía el Cancerbero ladrando de alegría con todas sus bocas. Las Horas daban vuelta a su devanadera bostezando. Venus no llamaba a los amorcillos para que le atusaran su cabello dorado, y en sus mejillas descuidadas nacía espesa barba.

Se llamó a Hércules para que hiciese juegos malabares con estrellas; a Proteo para que, cambiando de formas, divirtiese a los dioses, y a Mercurio para hacer suertes de escamoteo mercantil: la linda Hebe, que alegraba la vista cuando se adelantaba con la copa de néctar en la mano, resbaló por el cielo rompiendo su copa en la cabeza de una harpía que atronó con sus alaridos el Olimpo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Tiempos Heroicos

José Fernández Bremón


Cuento


Don Froilán, después de haber hecho calentar las sábanas de su lecho, y de sustituir la peluca por el gorro de dormir, se metió en la cama envuelto en su traje de franela, y muy satisfecho por el calor con que había defendido en su tertulia las costumbres de los siglos caballerescos y condenado las modernas. Al apagar su vela y verse libre de los dolores reumáticos, se quedó poco a poco dormido, con la imaginación poblada de monjes y guerreros, pajes, torreones góticos, trovadores y puentes levadizos.

Y soñó que asistía a un torneo, cerca del tablado Real, en una tribuna de caballeros de la Orden de Santiago, a la cual pertenecía. ¡Con qué placer contemplaba la palestra, los jueces del campo, heraldos y escuderos, y la correspondencia de colores entre los adornos de las damas y las divisas de los caballeros! ¡Con qué satisfacción veía los encuentros de los combatientes, las lanzas volando en astillas, las armaduras rotas y los cascos abollados! ¡Y con qué conocimiento hacía la crítica de los golpes, burlándose, entre los amigos, de los combatientes menos diestros o más tímidos!

—Esa lanzada es baja; ese revés es un simple latigazo; ese caballero no mira por su honra. —Y una vez, sin reparar en el anacronismo, estuvo a punto de pedir banderillas de fuego para un guerrero que no quería acometer.

Entró un heraldo, detrás de un caballero, y hecho el acatamiento ante los reyes, impuso silencio un trompetero para leer un cartel de desafío.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Armoniterapia

José Fernández Bremón


Cuento


Los suscriptores de El Fígaro leyeron con sorpresa este anuncio en el célebre periódico parisiense:


Armoniterapia

No pueden satisfacer a nuestro siglo, que tiende al predominio de lo útil, las artes que tienen el frívolo objeto de la creación de la belleza, sino la poesía didáctica, la novela científica y la pintura filosófica: la música no había tenido otro objeto que la delectación de los oídos, hasta que el doctor Armonio, compositor y médico, después de estudios concienzudos, ha descubierto su definitiva aplicación, empleándola para el tratamiento de las enfermedades. En su gabinete de consulta tiene una orquesta, y las voces y aparatos necesarios para curar toda clase de dolencias por el sistema musical.


Aquel mismo día hice una visita al curandero, que me recibió en una especie de anfiteatro, construido con tal estudio de la acústica como la caja de un piano. Vi en uno de los extremos del salon un órgano, cuyos tubos parecían trabucos que nos apuntaban para hacer una descarga: chocome un gran armario que contenía una colección completa de instrumentos músicos, que empezaba por la sencilla pipitaña, hecha con un tallo verde de trigo, hasta el serpentón más complicado, y mi admiración subió de punto al ver en el armario un hombre vivo.

—¿Puede usted explicarme —pregunté al médico— qué papel representa un hombre en esa colección?

—¡Cómo! ¿Duda usted un solo instante? El hombre es un instrumento musical y nada más: es precisamente el más perfecto: ¿qué sonoridad hay más bella que la de su voz cuando canta? ¿qué delicadeza de sonido puede compararse a la del aparato vocal que produce las inflexiones de la palabra? Mi colección sería incompleta si faltara en ella ese instrumento, cuando la medicina que ejerzo no es sino el arte de componerlo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Otro Pecado Capital

José Fernández Bremón


Cuento


—¿Cree usted que hay criminales de instinto, señor doctor?

—Creo que obra sobre el alma del hombre una levadura terrestre, la levadura del mal, y que ésta fermenta con acción mayor o menor en cada individuo, constituyendo el conjunto de buenas cualidades y esta condición negativa la moral de la persona, y yo me atrevería a incluir entre los pecados capitales otro que no me parece comprendido entre los siete, salvo la opinión de los que definen estas cosas graves.

—¿Un pecado nuevo?

—Antiguo y muy antiguo: los modernos han inventado muchas cosas, pero no han podido inventar un solo pecado: todos los que se conocen hoy se conocían en los tiempos más remotos. Pero si no hemos añadido, tampoco hemos olvidado ninguno: en vez de hacerse añejos, cada vez parecen más frescos y remozados.

—¿Qué pecado capital es el que quiere usted añadir a los otros siete?

—La crueldad.

—¿No está comprendida en la ira o es su consecuencia? ¿No se condena por extensión en el quinto mandamiento no matar?


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Montón de Oro

José Fernández Bremón


Cuento


I

Cuando Perico y Ramón reunieron sus fondos por primera vez, el capital social ascendió a la módica suma de ocho pesetas. Ambos eran jóvenes, atrevidos y ambiciosos; Perico perezoso y soñador; Ramón era una ardilla y necesitaba siempre moverse y hacer algo, sólo que no sabía en qué emplear su actividad; en cambio Perico imaginaba planes que por dejadez no ejecutaba. Ambos se completaban, y comprendieron que unidos podían tener aspiraciones, mientras que, separados, tenían que ser unos infelices. Así lo expuso Perico, con mucha lucidez, y se constituyó la sociedad.

—Es preciso —dijo cuando el contrato se formalizó— que nuestra empresa tenga carácter permanente.

—¿Cómo? —repuso con sorpresa el camarada.

—Estableciéndola sobre bases sólidas: 1.ª Los fondos sociales no se gastarán nunca. 2.ª Se aumentarán diariamente por toda clase de negocios lícitos. 3.ª Entiéndese por operación lícita toda aquella que aumente el capital.

Aprobados aquellos breves estatutos, Perico, que había estudiado algo, pronunció debajo del puente de Toledo, donde ambos veraneaban aquel año, un discurso acerca de la naturaleza del capital, forma, a su juicio, la más manuable de la propiedad.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Cadena y el Bozal

José Fernández Bremón


Cuento


Una de estas noches, los ratones más viejos de la Biblioteca Nacional, es decir, los ratones más sabios de España, disputaban en el despacho del señor Tamayo para explicar un hecho anómalo, que preocupaba al numeroso pueblo ratonil que se desarrolla en aquel destartalado edificio. El caso era el siguiente: varios ratoncillos habían visto en la portería superior un perro encadenado y con un aparato metálico en la boca, y que iba conducido por un hombre.

Cuando habló el concienzudo Fo, callaron todos los ratones: los unos para saborear, los otros para roer su discurso.

—El perro —dijo Fo— es el amigo del hombre: la cadena, instrumento de esclavitud: hierro que oprime la boca no puede ser sino mordaza: he oído quejarse a un redactor en la sala de periódicos de que trataban de amordazar a la prensa. Y siendo incompatibles la amistad entre el perro y el hombre y las cadenas y mordazas, deduzco de todos los datos expuestos, que ése debe ser un perro condenado a presidio por delito de imprenta.

—Con permiso del respetable Fo —dijo un ratón llamado Fa—. Los periodistas hablan de mordaza en sentido figurado: si su señoría leyese periódicos en vez de roer sus márgenes, hallaría en ellos la explicación del caso. Ese perro lleva bozal y cadena en cumplimiento de un bando del alcalde...

No pudo concluir, porque le interrumpieron los murmullos: su explicación resultaba incomprensible.

—¿Para qué le pondrían ese bozal? —dijo el agudo Fi.

—Para que no muerda.

—¡Absurdo! Si los hombres fueran tan precavidos, atarían las manos a los lectores de la Biblioteca para que no arrancasen las estampas a los libros.

—¡Que hable Fe! ¡Que hable Fe!


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Pillos y Silbantes

José Fernández Bremón


Cuento


I

Hace cuarenta años, hacia el 1850, lo que hoy es parque de Artillería era un solar rodeado de una empalizada por la parte inmediata al cuartel y la calle de San Marcial: en el frente de la plazuela de Leganitos estaba situada la alcantarilla de aquel nombre, o sea un paredón con dos verjas de hierro giratorias sobre dos ejes colocados a la mitad de su altura: resguardábalas por la parte exterior una especie de puentecillo de hierro con barandilla a manera de balcón, por donde los vecinos transitaban en los días de avenida, mientras las aguas caían por debajo del puente y a través de las verjas en el ancho sumidero. Seguía una tapia de ladrillo que daba la vuelta por el callejón sin salida de Leganitos, y el interior de aquel solar extenso era una hondonada, donde pastaban algunas reses y se veía ropa blanca en improvisados tendederos: había una casucha pegada a la tapia del callejón, y alguna higuera chumba que incitaba a los muchachos al robo con escalamiento. Exceptuando la transformación en parque del recinto que he descrito, de algunos árboles plantados en la plazuela y de una barandilla con que ha sustituido el Ayuntamiento el pretil de piedra en que antes descansaban las lavanderas y los mozos de cuerda apoyando sudorosos sus talegos después de subir la pesada cuesta de San Vicente, todo lo demás apenas ha cambiado desde entonces.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Mojiganga

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Madre Zanca —dijo una muchacha rubia que representaba quince años—, es una pobre la que llama, y quiere que le digáis la buena ventura de limosna.

—Respóndele que no se la he querido decir a un caballero con guantes de ámbar, plumas en el sombrero y muchos doblones en el cinto. Hoy no trabajo.

—Dice que lo hagáis por caridad.

—Dale con el plumero.

—¿Con el mango?

—No: con la pluma, así se espanta a las moscas.

La muchacha volvió a salir, y se oyó a lo lejos el claro timbre de su voz, mezclada con otra algo cascada.

—¡Blanca! Basta de conversación y cierra la cancela —gritó con su voz hombruna la tía Zancadilla.

—Es que os ha echado una maldición esa pícara gitana.

—Pues no se la devuelvo, porque hace tiempo que no maldigo gratis.

Y se asomó al cierre de cristales para verla, pero la distrajo de su idea la vista de un jinete muy galán que entraba por la estrecha callejuela.

—¡Blanca! ¡Guiomar! ¡Inés! ¡Estrella! Niñas, aquí todas, que don Luis viene a caballo —gritó la madre Zanca.

Don Luis plantó el caballo ante el balcón, donde se habían apiñado con la vieja seis mocitas liadas como amorcillos; pero, en vez de apearse, dijo con mal humor:

—No me aguardéis: salgo en este momento de Toledo, de orden de mi tío el corregidor, con una escolta que he de alcanzar en diez minutos.

—¿Ocurre algo?

—Se sabe que la reina está de parto y no hay avisos de Madrid: voy a reconocer el camino, por si lo han interceptado los bandidos. Ni una palabra más. Adiós, Estrella: tú eres mi lucero: Guiomar del alma: Blanca mía, compadecedme y bebed a mi salud. ¡Ah! Nadie sepa que he venido.

Salió el caballo al trote, las niñas agitaron los pañuelos, retirándose contrariadas, mientras que un viejo corchete, que había escuchado la conversación, oculto en un zaguán, murmuraba para sí:


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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