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autor: José Fernández Bremón editor: Edu Robsy textos disponibles


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Certamen de Inventores

José Fernández Bremón


Cuento


Jamque adeo donati omnes...
(Eneida, Liv. V.)


El Tribunal, que debía adjudicar el premio al invento más útil, y todos los oyentes, escuchábamos con asombro la explicación de un descubrimiento extraordinario.

—Voy a concluir, señores —decía Sapiens, el inventor—. Los cerebros de los contemporáneos más ilustres se conservan rotulados en mis frascos y si he profanado sepulturas, he descubierto y poseo en toda su energía, o atunuado en cultivos de diferentes graduaciones, el microbio de esa enfermedad que llaman henio. Gracias a mis inyecciones, brillan en el mundo algunos imbéciles de nacimiento, sometidos por sus padres a mi régimen, Porque, señores, pocos hombres han creído necesaria para sí la inoculiación de mi bacilo: he ofrecido bacterias del cerebro de Bismarck a nuestros políticos, de Víctor Hugo y Zorrilla a los aprendices de poeta, y de Moltke a nuestros generales más obscuros, y las han rehusado con desdén. Sólo algunos músicos de murga han adquirido microbios atenuadísimos de Wagner, y me han aturdido a tompetazos; la sublimidad en música tiene manifestaciones formidables. Únicamente he transmitido el bacilo del genio militar a un sacerdote, y el del genio poético a un prestamista: el primero está enseñando la estrategia a una comunidad de capuchinas, y el segundo está versificando la ley hipotecaria.

Sapiens saludó modestamente, y hubo un murmullo de aprobación que ahogaron los otros inventores. Uno de éstos, el licenciado Muceta, le interrogó con ademanes descompuestos:

—¿No afirmas que el genio es una enfermedad?

—Así lo aseguran autores afamados.

—¿Y quieres reproducirla, miserable, cuando se ha extinguido felizmente, en España, hace ya tiempo?

—La administro en cultivos atenuados.

—Sapiens, explica tu sistema.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Avispero y la Colmena

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Anidaron las avispas en un corcho de colmena, y revoloteaban sin cesar alrededor, y entraban y salían y defendían su casa como hacen las abejas.

—¿Qué os parece nuestra casa? —dijo una avispa a una abeja vecina.

—Es de igual construcción y tamaño que la nuestra; pero ¿tenéis muchos panales, cera y miel?

—¿Qué son cera y miel?

—Son la riqueza que elaboramos con nuestro trabajo.

—No; nuestra casa está vacía...

—¿Y para eso tenéis tanta casa? Yo creo que os bastaría un agujero.

Entre el pueblo que produce y el que imita sin producir, hay la diferencia que entre el avispero y la colmena.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Cirio Pascual

José Fernández Bremón


Cuento


I

La cerería de Pascual López era en 1763 una de las más acreditadas de Madrid: un portal grande conducía de frente al obrador, lleno de operarios de ambos sexos; maestras y oficialas doblaban, torcían los hilos y hacían las presillas de las mechas, que algunos aprendices untaban de cera para endurecerlas, colgándolas después en mazos o alrededor de los arillos; más allá, la cera, hirviendo en ollas de cobre para purificarse, caía en los braseros, y los oficiales, sacando el líquido en cazos puntiagudos, lo vertían a lo largo de las mechas, dándoles a pulso el peso y forma de velas, cirios o hachas; otros aprendices, descolgando esa obra aún imperfecta, la arropaban en camas hechas con sábanas y mantas, llevándola después a los tableros, en donde otros operarios la moldeaban, bruñían y acababan.

La tienda, al lado izquierdo del portal, comunicaba con el taller por una puertecilla, y no tenía más adornos que un ancho mostrador, cajones rotulados y una severa fila de hachas colgadas de escarpias en el fondo. Detrás del mostrador Juanita la cerera enseñaba al sonreír sus dientes blancos y los hoyuelos de sus mejillas sonrosadas, y revolvía su esbelto cuerpecito con los movimientos más estudiados y graciosos. Pascual López, su marido, la miraba de reojo, pálido como sus hachas y muy intranquilo cuando el comprador tenía trazas de galán.

—¡Una cruz para difuntos! —dijo una moza lugareña.

—¿Blanca o amarilla? —respondió la cerera.

—No me han dicho más.

—¿Era el muerto soltero, casado o viudo?

—Es mi señora: la madre de mi amo.

—Entonces le pondrán una cruz amarilla, pero si la quieren de soltera se cambiará por una blanca.

Y Juanita entregó a la moza una de esas cruces de cera que en aquel tiempo se colocaban en las manos de los muertos.

Los parroquianos entraban y salían, oyéndose estas o parecidas frases:


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Condenado por Otro

José Fernández Bremón


Cuento


I

Aquel día Jacobo el albañil trabajaba con gusto; la víspera había comido mucha carne y bebido en abundancia, así es que sentía exceso de fuerza y desusada facilidad de movimientos; además, el recuerdo de una discusión política que había tenido con Blas el Largo, tabernero conservador, daba vigor a su brazo, pues cada vez que recordaba los argumentos de su amigo, respondía mentalmente, derribando de un piquetazo un trozo de pared:

—Tú eres albañil y me comprendes —le había dicho Blas—, se ha destruido mucho y hay que edificar.

Y Jacobo descargaba con ira la piqueta contra el viejo paredón, pareciéndole que echaba abajo una antigualla a cada golpe. Ya había convertido en cascote altar, trono, milicia, capital y burguesía, que consideraba como el ripio y la armadura carcomidos de una sociedad apuntalada, cuando el pico de hierro dio en un vano y estuvo a punto de perder el equilibrio.

Se había llevado muchos desengaños con esos nichos o escondites que se encuentran al derribar las casas viejas; en uno había hallado suelas de zapatos, y en el más interesante el esqueleto de una criatura; pero aquel piquetazo en hueco no era como otros: le pareció haber lastimado un organismo sensible, como si la pared tuviera entrañas; introdujo el pico de hierro suavemente en la cavidad que había hecho, la agrandó con precaución, y al retirar la herramienta salió por aquel boquete un chorro de onzas de oro, y le pareció que gemían al caer.

Quedose Jacobo más pálido que las onzas; miró a todos lados, y asegurándose de que nadie le veía, recogió el dinero en sus bolsillos, y siguió trabajando hasta ocultar la boca de la mina.

Aquella noche, después de emborrachar con su mujer al guarda de la obra, sacó el resto del tesoro, y antes de que amaneciera, Rosa y Jacobo habían guardado bajo los ladrillos de su alcoba dos mil onzas de oro, después de contemplarlas con deleite.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Cordón de Seda

José Fernández Bremón


Cuento


I

El noble Chao-sé era sumamente desgraciado. Sin embargo, su cosecha de arroz habia sido abundante; la flor blanca del té se destacaba sobre oscuras ramas en sus frondosos huertos; sus capullos de seda no podian ser más ricos; poseia un autógrafo del Emperador en el cual se leia la palabra cheon, ó sea una credencial de larga vida; y por último, habia visto dividir en diez mil pedazos el cuerpo de su enemigo Pe-Kong, que le habia afrentado cortándole la trenza.

¿Por qué, pues, el noble chino habia mandado dar de palos al ídolo de Fó, cuyo abultado vientre de porcelana yacía en pedazos por el suelo?

Ello es que Chao-sé habia reñido á su antiguo cocinero al presentarle un perro asado que los convidados hallaban exquisito: habia desdeñado una taza de té, no obstante ser Kyson legítimo, y no hacía caso del mono á pesar de sus caricias.

—Señores parientes, dijo Chao-sé con gravedad, despues de la comida, á tres chinos respetables que le escuchaban puestos de cuclillas en el estrado. Ya sabeis que pretendia presentar á mi hijo en la córte de nuestro celeste soberano.

El orador y sus oyentes inclinaron sus cabezas hasta arrastrar las coletas por el suelo, y hubo que retirar al mono, porque imitó la accion de aquellos graves personajes. Chao-sé prosiguió diciendo:

—Mi hijo Te-kú no ha aprovechado mis lecciones: no sabe doblar el cuerpo en diez y ocho tiempos ni conoce las fórmulas inalterables de nuestra sábia etiqueta: ha repudiado á la virtuosa hija de Ling, cuyos piés caben en cáscaras de nueces, y asombraos, amados parientes, desafiado por Chung, cuyo honrado cuerpo yace en la tumba, rehusó abrirse el vientre, miéntras su adversario espiraba triunfante con el abdómen abierto en toda regla. En esta ignominia, quiero pediros consejo y me someto á lo que resolvais para salvar la honra de mi casa.


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Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Cuerpo y la Sombra

José Fernández Bremón


Cuento


El cuerpo estaba muy disgustado de la compañía de la sombra. Caminaba hacia el sol, y la sombra le seguía: volvía la espalda al sol cuando andaba, y la sombra iba delante. Se paraba, y la sombra también se detenía. Un día no pudo más y dijo a la sombra en tono descortés:

—Retírate de una vez. Quiero estar solo.

—No puedo dejarte: tengo obligación de ir contigo a donde vayas.

—Me retiraré de ti.

—No lo conseguirás: soy tu compañera de cadena en este mundo.

—Saldré al sol cuando éste caiga sobre mí verticalmente desde el cenit.

—Y estaré bajo tus plantas.

—Pasearé siempre en el crepúsculo.

—Y te seguiré disimuladamente en la penumbra.

—Cerraré de noche mis puertas y ventanas y no encenderé luz en mi alcoba.

—Entonces serás mío por completo y te estrecharé tan íntimamente, que no habrá un solo punto de tus formas libre de mi abrazo.

—Me mataré.

—Y me acostaré al lado de tu cadáver; y si te entierran, te envolveré en el sepulcro, y cuando exhumen tus restos me dividiré en tantas partes como ellos; y rodaré con tu cráneo y haré guardia a tus últimos despojos mientras existan sobre la tierra.

—¿Y mi alma?

—Ésa te abandonará para irse al mundo de luz: tú eres esclavo de la sombra.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Desafío

José Fernández Bremón


Cuento


I

—¡Samuel Leví!

—¡Señor!

—Llenadme otra vez de doblas esta arqueta. He perdido todo.

—Si su señoría me permite —dijo Samuel Leví, tesorero mayor del reino, inclinándose delante del que le había dado la orden.

—Seguid jugando, caballeros; no levantarse; que la diversión no se interrumpa.

Y abandonando su sitial el que así hablaba, irguió su alto cuerpo, y al aproximarse a una ventana del alcázar de Sevilla, quedaron a plena luz el blanco rostro, el cabello rubio y la enérgica mirada del rey don Pedro de Castilla, que tendría a la sazón veinticinco o veintiséis años de edad.

—¿Qué ocurre, Samuel?

—Acaba de llegar de Alfaro vuestro ballestero de maza Álvar Martínez.

—¿Trae algo?

—Sí, señor; un saco y una carta.

—¡Juan Diente! —dijo el rey a un ballestero que guardaba la puerta—. Coloca frente a mi sitial el saco y los papeles que ha traído Álvar Martínez.

Y mientras el soldado cumplía su orden, el rey dijo al hebreo:

—Hermoso jacinto tiene vuestro broche; bien se ve que es legítimo.

—Es piedra de poco valor.

—Os la compro.

—De poco valor decía para el vulgo; yo no la cambiaría ni por una de esas espadas jinetas que mandasteis fabricar en Sevilla con puño de oro y piedras. Es un gran recuerdo de familia. Eso en cuanto a vender; pero si vuestra señoría gusta del jacinto, todo lo mío es de mi rey si lo quiere... de balde o a bajo precio.

—Sí; lo quiero.

—¿De balde o a trueque?


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Diablo Submarino

José Fernández Bremón


Cuento


Plencia es un pueblecito situado a corta distancia de Bilbao: su playa de arena está limitada por dos muros de roca a derecha e izquierda que forman un boquete por cuyo fondo se ve cruzar a lo lejos algún buque: la playa tiene tan poquísimo calado, que cuando baja la marea el agua se aleja y habría que ir en busca del mar para llegar a su orilla: nunca vi una barca en aquel puerto seco, a donde llega el Cantábrico como una delgada lengua de agua que lame la arena endureciéndola. Plencia tiene vistas al mar, pero no tiene puerto.

En aquella playa tomé baños de agua y arena hace ya muchos años: allí conocí a un marinero retirado, hombre de unos cincuenta años de edad, a quien los médicos habían enviado, no a tomar las aguas, sino el aire salitroso de mar: llamábase Tiburcio.

—¿No se baña usted? —le pregunté una tarde por entablar conversación con aquel hombre, a quien encontraba siempre cerca de la única casilla en forma de garita de centinela que había entonces en aquella playa.

—No, señor —respondió gravemente—, me he bañado tantas veces sin gana, que he perdido hasta las ganas de lavarme. Los médicos me han recetado aire y vengo a respirar; y crea usted que no todos conocen el valor de esta medicina como yo.

—¿Siente usted alivio al respirar?

—He contenido tantas veces el aliento, que aprendí a saber lo que vale una buena bocanada de aire puro.

—No le entiendo a usted.

—He sido buzo. Y créalo usted: no hay trago de vino ni aguardiente tan sabroso como un sorbo de viento, después de haber estado uno sumergido bajo el agua.

—Mal sitio ha elegido usted para bucear, aquí donde es preciso hacer un viaje mar adentro para encontrar fondo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Diccionario de los Gatos

José Fernández Bremón


Cuento


A fuerza de conocer a los hombres, he concluido por estimar mucho a los gatos: por eso cuando perdí a Hollín, mi hermoso gato negro, después de registrar patios y sótanos, determiné buscarlo en el tejado a las altas horas de la noche, en que sólo nos espían nuestras vecinas más calladas, las estrellas. Oíase un diálogo gatuno, musical y brillante, cuando con la suavidad posible me deslicé sobre las tejas: la huida de uno de los interlocutores me demostró que había hecho ruido; pero el fugitivo era un gato blanco. ¿Habría ahuyentado al otro, que bien pudiera ser el mío? Un maullido melancólico que sonó tras el caballete de una buhardilla próxima me devolvió la esperanza: avancé paso a paso de hormiga hacia la ventana, maullé lo mejor que supe, y noté con cierto orgullo que me contestaba otro maullido; repetí, respondió el gato, y después de un largo paseo contenido para recorrer la distancia de tres metros, pude asomar la cabeza a la ventana, y en vez de mi gato Hollín, quedé atónito al encontrarme ante un anciano venerable que maullaba con extraordinaria perfección y me miraba sonriendo.

—Pase usted, vecino —me dijo—, que puede usted caerse.

Y ayudándome a entrar por la ventana, añadió, mientras yo callaba avergonzado y sorprendido:

—El primer maullido que usted dio me llenó de placer: era una frase desconocida para mí; al segundo temblé, creyendo por su acento extranjero que entre los gatos hubiera idiomas diferentes; luego reconocí el acento humano y una imitación burda y sin sentido. Pero tiene usted disposición, y en un curso de diez o doce años podrá usted maullar correctamente.

—¿Diez o doce años?

—Yo he gastado cincuenta en entender ese idioma y componer su diccionario: aquí lo tiene usted.

Encendió un cabo de vela, y me enseñó un pliego de papel con anotaciones musicales y su traducción al castellano. Yo leí:


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Dios Obstáculo

José Fernández Bremón


Cuento


I

Dormía aquella noche sin soñar, cuando me despertó un ruido metálico; encendí la luz y vi que la tapa del azucarero, dejada a propósito entreabierta, había caído por sí sola, y se movía, como si un ser débil forcejease para levantarla.

—Al fin caíste, pícaro duende —le dije—, hace muchos años que tenía preparada esta trampa de golosos para cazar a uno de los tuyos; quedas preso hasta que derriben esta casa, porque voy a enterrarte debajo de las losas.

Una voz débil y doliente, que parecía llegar por teléfono a mi oído, contestó:

—No me pierdas, que nunca te hice mal, y sería terrible mi castigo si esta prisión me obligase a faltar a mis deberes.

—¿Qué pena te impondrían?

—La de nacer y ser hombre como tú.

—Duro es el castigo. ¿Cómo te llamas?

—Ay-ay-ay.

—¿Te duele algo?

—No: te digo mi nombre traducido al castellano: es un compuesto de tres quejas. Soy el duende de tus sueños.

—Eso es otra cosa. Aunque en mi infancia me atormentabas con tremendas pesadillas, y todavía me arrojas al agua o despeñas muchas veces, te debo los ratos más agradables de mi vida: dime, duende, ¿cómo haces para que, teniendo los ojos cerrados, vea en mis sueños con tanta claridad paisajes y personas?

—¿No dices que ves claro cuando sueñas? ¿No confiesas que tu aparato visual está cerrado cuando duermes? Pues recuerda que en sueños, a más de ver, intervienes personalmente en lo que allí sucede, y deducirás naturalmente que todas las noches sales de tu cuerpo, y yo te guío. El sueño es el rato de asueto que se os concede a los que estáis presos en la tierra.

—Voy a ponerte en libertad, pero deseo que te dejes ver de mí.

—No sólo te lo prometo, sino que te enseñaré algunos otros duendes en tu sueño.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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