Las Pantorrillas
José Fernández Bremón
Cuento
Él. —Vengo indignado de Biarritz. Sabe usted que no soy hombre a la moda, sino que fui por mis negocios. ¿Y cómo dirá usted que han dado en vestir allí los elegantes? Pues una boina en la cabeza, americana abierta sin chaleco, camisa de color, pantalón corto, zapato de campo y medias negras para lucir la pantorrilla. ¿Le parece a usted traje varonil?
Yo. —¿Y qué encuentra usted de afeminado en ese modo de vestir?
Él. —¿Es propio de hombre llevar las piernas al aire?
Yo. —De quien no es propio es de señoras: sólo suelen hacer en favor nuestro una excepción las bailarinas y el coro de señoras cuando el autor lo exige.
Él. —El hombre no debe hacer gala de sus piernas, que pertenecen al dominio privado: hace tres cuartos de siglo que la pantorrilla quedó envuelta en una funda, y hay exceso y atrevimiento en lucirla descaradamente.
Yo. —Niego todo lo dicho: es cierto que el pantalón largo desfiguró nuestras extremidades, deformando la base natural del cuerpo, y aprisionó nuestra pantorrilla aunque no había cometido ningún delito. Pero siempre hubo una protesta formidable contra esa injusticia: los funcionarios de Palacio y la Guardia Civil en traje de gala, el clero, los maragatos, los toreros y el fornido aragonés lucieron libremente sus robustas pantorrillas. ¿Cree usted que un montañés de Huesca resulta afeminado por enseñar la media azul que envuelve su pierna poderosa?
Él. —No todos tienen esas pantorrillas presentables.
Yo. —Hablara usted claro de una vez. Luego el pantalón largo es una coquetería para disimular un defecto muy frecuente y para engañar al público. Usted tiene algo que ocultar.
Él. —No personalicemos. Las pantorrillas del hombre de este siglo son sagradas.
Dominio público
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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.