Textos más populares esta semana de José Fernández Bremón publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 12

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autor: José Fernández Bremón editor: Edu Robsy textos disponibles


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La Bala y el Blanco

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Sí, sois perversas y dañinas por instinto, y me detestáis y gozáis en magullarme —dijo a la bala el blanco dolorido, alzando de mala gana la bandera que indicaba el acierto y buena puntería del tirador.

—¿Qué sería de ti —repuso la aplastada bala con voz triste— si tuviéramos la mala intención que nos atribuyes? ¿No sabes que en las batallas pasamos la mayor parte entre los ejércitos sin hacer ningún daño, resistiéndonos a matar? ¿No ves que nos dirigen contra ti y hacemos todo lo posible por no darte? Sin nuestra naturaleza pacífica ¿quedarían muchos hombres? ¿No estarías tú deshecho?

Y silbaban entretanto muchas balas sin dar nunca en el blanco, pero a cada momento caían ramas heridas, saltaban del suelo piedras rotas y se desconchaban las paredes. Cesó por fin el ejercicio de fuego, sin que el blanco alzara la bandera por segunda vez.

—¿Te convences de tu injusticia? —le dijo la bala magullada—. Mira cuánto destrozo en todas partes y qué intacto te dejan los disparos. Siempre se han de quejar los que menos daños sufren. A nadie respetamos tanto las balas como al blanco.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Las Costas del Pleito

José Fernández Bremón


Cuento


Subía el gusano de luz por las ramas de un fresno para evitar, a buena altura, el pico de un gallo que se había salido del corral, y al revolver una hoja tropezó sin querer con la cantárida.

—¡Aparta, farolero! —dijo ésta despertando con mal humor—; si no ves de día, enciende tu linterna.

—¿Mi linterna? Ya quisieras tener ese adorno, que sólo tienen las estrellas en el cielo; con ella doy luz de noche, y alumbro algunas veces a un sabio amigo mío cuando no tiene vela para escribir. Tú eres inútil.

—No es verdad; mi cuerpo se lo disputan los boticarios apenas muero, para medicina. ¿Quién te busca ni repara en ti cuando se apagan tus faroles?

—Pero tú eres como el avaro, que necesitas perecer para que aprovechen tus despojos.

—¿No es mejor ser útil después de existir que brillar en vida?

—Bajad aquí —dijo el gallo alzando el pico— y yo sentenciaré ese pleito.

—¡Qué más qusieras sino que bajásemos, para resolver la cuestión con un par de picotazos. ¡Vaya un juez!

—Para que veáis mi desinterés, decidiré desde aquí sin exigiros adelantos. Tú, gusano de luz, eres útil, celebrado y brillante mientras luces; es un mérito. Tú, cantárida, tienes un valor medicinal después de muerta; es otro mérito también; pero uno y otro sois incompletos: el verdadero saber consiste en ser útiles en vida y después de la muerte, como yo.

—¿Pues para qué sirves? —dijeron a la vez los coleópteros.

—Mientras vivo, defiendo y aumento el gallinero, y soy de noche un cronómetro; cuando muero, preguntad a los hombres a qué sabe el gallo con arroz. He fallado en justicia: si sois honrados, bajad a entregar vuestros cuerpos en pago de honorarios.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Tiempos Heroicos

José Fernández Bremón


Cuento


Don Froilán, después de haber hecho calentar las sábanas de su lecho, y de sustituir la peluca por el gorro de dormir, se metió en la cama envuelto en su traje de franela, y muy satisfecho por el calor con que había defendido en su tertulia las costumbres de los siglos caballerescos y condenado las modernas. Al apagar su vela y verse libre de los dolores reumáticos, se quedó poco a poco dormido, con la imaginación poblada de monjes y guerreros, pajes, torreones góticos, trovadores y puentes levadizos.

Y soñó que asistía a un torneo, cerca del tablado Real, en una tribuna de caballeros de la Orden de Santiago, a la cual pertenecía. ¡Con qué placer contemplaba la palestra, los jueces del campo, heraldos y escuderos, y la correspondencia de colores entre los adornos de las damas y las divisas de los caballeros! ¡Con qué satisfacción veía los encuentros de los combatientes, las lanzas volando en astillas, las armaduras rotas y los cascos abollados! ¡Y con qué conocimiento hacía la crítica de los golpes, burlándose, entre los amigos, de los combatientes menos diestros o más tímidos!

—Esa lanzada es baja; ese revés es un simple latigazo; ese caballero no mira por su honra. —Y una vez, sin reparar en el anacronismo, estuvo a punto de pedir banderillas de fuego para un guerrero que no quería acometer.

Entró un heraldo, detrás de un caballero, y hecho el acatamiento ante los reyes, impuso silencio un trompetero para leer un cartel de desafío.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Armoniterapia

José Fernández Bremón


Cuento


Los suscriptores de El Fígaro leyeron con sorpresa este anuncio en el célebre periódico parisiense:


Armoniterapia

No pueden satisfacer a nuestro siglo, que tiende al predominio de lo útil, las artes que tienen el frívolo objeto de la creación de la belleza, sino la poesía didáctica, la novela científica y la pintura filosófica: la música no había tenido otro objeto que la delectación de los oídos, hasta que el doctor Armonio, compositor y médico, después de estudios concienzudos, ha descubierto su definitiva aplicación, empleándola para el tratamiento de las enfermedades. En su gabinete de consulta tiene una orquesta, y las voces y aparatos necesarios para curar toda clase de dolencias por el sistema musical.


Aquel mismo día hice una visita al curandero, que me recibió en una especie de anfiteatro, construido con tal estudio de la acústica como la caja de un piano. Vi en uno de los extremos del salon un órgano, cuyos tubos parecían trabucos que nos apuntaban para hacer una descarga: chocome un gran armario que contenía una colección completa de instrumentos músicos, que empezaba por la sencilla pipitaña, hecha con un tallo verde de trigo, hasta el serpentón más complicado, y mi admiración subió de punto al ver en el armario un hombre vivo.

—¿Puede usted explicarme —pregunté al médico— qué papel representa un hombre en esa colección?

—¡Cómo! ¿Duda usted un solo instante? El hombre es un instrumento musical y nada más: es precisamente el más perfecto: ¿qué sonoridad hay más bella que la de su voz cuando canta? ¿qué delicadeza de sonido puede compararse a la del aparato vocal que produce las inflexiones de la palabra? Mi colección sería incompleta si faltara en ella ese instrumento, cuando la medicina que ejerzo no es sino el arte de componerlo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los que Suben y Bajan

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Una gota de agua, que había estado millares de años confundida con las demás en un lago, sintió de pronto que se transformaba y adquiría ligereza extraordinaria. Estaba evaporándose.

—¡Tengo alas! —dijo flotando sobre el lago—. ¡Adiós, amigas! Ya había presentido muchas veces que mi naturaleza era distinta de la vuestra. Voy a las alturas, al país de las nubes y las águilas. Ya no nos veremos más.

—No te enorgullezcas —le dijo otra gota que había viajado mucho—. Yo he estado en esas altas regiones, y sé que no se permanece en ellas mucho tiempo. Pide a Dios que cuando caigas, quizás hoy mismo, te deje volver a este lago tranquilo. Eres como todas nosotras: un poco de calor te eleva; un pequeño enfriamiento te hace descender.

—Aunque eso sea —repuso la soberbia partícula de vapor—. Ha llegado mi época feliz.

—¿Quién sabe? Acaso estás destinada a hundirte en el terreno y encerrarte para siempre en una cueva oscura.

Algunos días después, la gota condensada caía sobre una hoja, y resbalando por ella temblaba, resistiéndose a desprenderse.

Venía de los cielos: iba fatalmente a rodar sobre la tierra.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Grillera

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—¡Orden! ¡Orden! —decía un grillo muy formal—. Cantemos óperas a compás. Coloquémonos en fila sin molestarnos unos a otros. Esto podría ser un concierto y es un caos. ¡Orden! ¡Orden!

Pero los grillos no le hacían caso y chillaban cada cual a su gusto y en su tono, dentro de la grillera, subiéndose unos en otros, para caer después debajo, y formando un grupo informe de patas, cuerpos, antenas y coseletes, en perpetua agitación.

—¿No le parece a usted —dije a un amigo— que esto es la imagen de nuestro país?

—Tiene usted razón —respondió aquél.

—¿Cuándo podrá ordenarse?

—¡Desdichado! ¿Qué pretende usted? Esto está como debe estar. ¿Quiere ser usted el grillo formal que pretendía ordenar una grillera?


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Pendiente de una Cuerda

José Fernández Bremón


Cuento


I

Ricardo Blásez no podía resignarse a vivir en un mundo tan indiferente con el genio. ¿Qué le importaba ser comprendido de tres o cuatro compañeros de clase que aseguraban a sus versos la inmortalidad, si sólo había vendido cuatro ejemplares de sus Nitroglicerinas, colección de poesías amargas, en que renegaba de las mujeres y los hombres? Y no era un soñador: había procurado estudiar experimentalmente la vida, como convenía a un hombre de su época, que sabe la obligación social de todo joven de ideas elevadas: ser moderno. Porque decía, y decía muy bien:

—Si no somos modernos los jóvenes, ¿quién lo será en nuestro tiempo?

»¡Nuestro tiempo! —añadía con desdén—. ¿Acaso lo es la época en que podíamos disfrutar de la vida, si todo nos lo encontramos ocupado? No hay casa que no tenga su dueño, mujer que no tenga marido o amante, destino sin su funcionario correspondiente, carrera que no tenga completo el escalafón, ni utilidad que no esté acaparada. He venido a habitar en una sociedad donde no quepo, a menos que me resigne a llevar espuertas de tierra para que otros se hagan casas. Todo el que llega a los cuarenta años pertenece a otro tiempo, no tiene derecho para influir en el nuestro, y decorosamente debería suicidarse para dejar paso a los que vienen. ¿Por qué se obstinan en vivir, si todo lo que poseen y ocupan son nuestras vacantes naturales? ¡Jamás! Jamás llegará la verdadera edad moderna, mientras sean los viejos árbitros del mundo. Ya lo he dicho en la siguiente


NITROGLICERINA

El mundo está caduco y de su vieja mole
podrido el armazón:
hay que prenderle fuego
y edificarlo luego:
hace falta una nueva creación.

La historia es un cadáver, un sueño lo pasado
que no ha de revivir:
¡abajo ese esqueleto!,
que ya palpita en feto
y empieza a rebullirse el porvenir.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Dios Obstáculo

José Fernández Bremón


Cuento


I

Dormía aquella noche sin soñar, cuando me despertó un ruido metálico; encendí la luz y vi que la tapa del azucarero, dejada a propósito entreabierta, había caído por sí sola, y se movía, como si un ser débil forcejease para levantarla.

—Al fin caíste, pícaro duende —le dije—, hace muchos años que tenía preparada esta trampa de golosos para cazar a uno de los tuyos; quedas preso hasta que derriben esta casa, porque voy a enterrarte debajo de las losas.

Una voz débil y doliente, que parecía llegar por teléfono a mi oído, contestó:

—No me pierdas, que nunca te hice mal, y sería terrible mi castigo si esta prisión me obligase a faltar a mis deberes.

—¿Qué pena te impondrían?

—La de nacer y ser hombre como tú.

—Duro es el castigo. ¿Cómo te llamas?

—Ay-ay-ay.

—¿Te duele algo?

—No: te digo mi nombre traducido al castellano: es un compuesto de tres quejas. Soy el duende de tus sueños.

—Eso es otra cosa. Aunque en mi infancia me atormentabas con tremendas pesadillas, y todavía me arrojas al agua o despeñas muchas veces, te debo los ratos más agradables de mi vida: dime, duende, ¿cómo haces para que, teniendo los ojos cerrados, vea en mis sueños con tanta claridad paisajes y personas?

—¿No dices que ves claro cuando sueñas? ¿No confiesas que tu aparato visual está cerrado cuando duermes? Pues recuerda que en sueños, a más de ver, intervienes personalmente en lo que allí sucede, y deducirás naturalmente que todas las noches sales de tu cuerpo, y yo te guío. El sueño es el rato de asueto que se os concede a los que estáis presos en la tierra.

—Voy a ponerte en libertad, pero deseo que te dejes ver de mí.

—No sólo te lo prometo, sino que te enseñaré algunos otros duendes en tu sueño.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Exposición de Cabezas

José Fernández Bremón


Cuento


Era un viejecillo ochentón don Caralampio; su cuerpo estaba en continua vibración; y no podíamos figurárnoslo en estado de reposo, habiéndolo visto siempre parpadeando con rapidez y como tiritando; su voz era temblona; su barba, sus quijadas y sus manos temblaban sin cesar. Estábamos en el café, cerca de la vidriera, cuando le vimos llegar con paso trémulo.

—¡Mozo! —dijimos—. La cafetera y el servicio; que ya está aquí don Caralampio.

Y este aviso sirvió para que el viejo no tuviera que esperar; tomó la taza con ansia en sus manos temblorosas, no sin que chocase un rato en el platillo, se la llevó a los labios, y soltó una carcajada.

—¿Podemos saber la causa de ese regocijo? —preguntó mi amigo Pérez.

—Es un efecto del café —respondió alegremente.

—Nosotros lo hemos tomado, y no estamos tan contentos.

—Ustedes tomarán café con leche; una golosina.

—Ninguno de los dos.

—O con azúcar.

—No, sino amargo.

—Pues entonces, lo prueban nada más; para sentir la lucidez de este elixir maravilloso, hay que entregarse a él sin condiciones; tomar cincuenta tazas diarias, por lo menos, como yo.

—¿Y no ha muerto usted de una irritación?

—Sin el café no existiría hace ya tiempo. Este agradable temblorcillo que me mantiene en constante agitación es el espíritu retozón y expansivo del café, con que sustituí el mío propio, cuando mi alma se alejó de mi cuerpo, hará diez años. Soy un cadáver que vibra a fuerza de café. Guárdenme ustedes el secreto o me enterrarán mis herederos.

Pérez y yo nos miramos sorprendidos; porque la palidez y demacración de don Caralampio hacían aquella broma verosímil.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Un Crimen en el Cielo

José Fernández Bremón


Cuento


I

Colás el zapatero era viudo, pobre y estaba próximo a ser viejo: no es de extrañar que viviera solitario en su buhardilla, comiendo mal, cavilando mucho, saliendo a cazar muy de tarde en tarde por único ejercicio, y buscando sus recreos en los recuerdos, mientras machacaba la suela, punzaba con la lezna o untaba con la pez, o en alguna que otra ilusión que cruzaba por su frente: que las ilusiones con sus alas de oro entran también en las buhardillas y acarician a los pobres y a los viejos.

Había velado Colás hasta las altas horas de las noche para acabar un zapatito de señora, el cual iba adquiriendo entre sus manos forma tan delicada y elegante, que cada vez lo manejaba con más consideración y más cuidado. Cuando acabó de dar a su obra la última mano, la contempló con admiración; era perfecta.

Había empezado a examinar en ella la puntada, la suavidad del contrafuerte, la tirantez e igualdad de la plantilla y su adaptación justa a la horma: era crítica de zapatero. Después admiró la elegancia de la hechura, la morbidez y gracia de sus líneas; la admiraba como artista.

—No se puede hacer mejor —exclamó lleno de orgullo—, más diré: no se puede hacer otro igual: este zapatito no tiene par posible y ha de quedar descabalado.

Hasta entonces, en cada obra terminada sólo había considerado Colás la ganancia que le debía producir: en aquel momento experimentaba una emoción espiritual: la satisfacción del arquitecto al concluir una hermosa catedral, la sentía Colás contemplando su obra prima, como si hubiese puesto toda su inteligencia y todo su sentimiento en la confección de aquel zapato.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

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