La Vista de los Ciegos
José Fernández Bremón
Cuento
En una habitación casi desamueblada, dos pordioseros de edad madura y ambos ciegos comían unas tajadas de bacalao y un pan grande, partido en dos pedazos desiguales. Aunque no necesitaban luz para cenar, la de un farol de gas, penetrando por una claraboya, hubiera permitido ver a otro cualquiera dos camas raquíticas tendidas en el suelo; la una compuesta de colchón, manta y almohada, y la otra sencilla, de un triste jergón: una guitarra colgada de un clavo y seis robustos báculos al lado de la cama principal, y el desamparo de la otra: el diferente tamaño y aun calidad de las raciones que engullían dejaban comprender que si a primera vista parecía reinar allí la igualdad de la miseria, la actitud altiva y humilde de uno y otro ciego demostraba que eran dos pobres de distinta posición.
Golpearon a la puerta y dijo el ciego que comía el bacalao con más espinas:
—¿Abro, mi amo?
—¿Abrir, dices? ¿Acaso tienes la llave? ¿Sabes quién llama y a qué viene?
—Los golpes redoblan.
—¡Calla!
—¡Tiburcio! ¡Tiburcio! —repetían desde fuera.
Sin duda Tiburcio conocía la voz, porque se dirigió a la puerta y dijo:
—¿Quién es?
—¿No conoces a tu amigo Roque?
—Oigo su voz; pero ¿vienes solo?
—Solo y muy solo; la nieve cubre el suelo y no me atrevo a ir hasta mi casa. ¿Quieres prestarme tu lazarillo? Pronto volverá, que vivo cerca.
Tiburcio se determinó a abrir a medias la puerta, dando paso a otro ciego que llevaba vihuela, báculo y zurrón.
—Entra —le dijo—, que hace frío.
—¿Para qué? —respondió Roque—. Me basta con que él salga.
—Entra, o cierro.
—Como quieras.
—¿No te sigue nadie, Roque?
Y Tiburcio, después de palpar a su amigo, sondeó el espacio con su palo, y cerró la puerta con llave.
—¡Cómo! ¿Cierras con llave y cerrojo?
Dominio público
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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.