Textos más populares esta semana de José Fernández Bremón publicados por Edu Robsy | pág. 3

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autor: José Fernández Bremón editor: Edu Robsy


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Amar Volando

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—¿Dónde dejaste aquel que te requebraba hace un momento? —dijo la oruga a la mosca.

—¿Quién?, ¿mi marido?

—¿Pues no eras soltera hace un rato?

—Es verdad; pero me he casado y soy libre otra vez.

—Luego ¿no le querías?

—Le he querido mucho; pero todo acaba tan pronto..., ya soy viuda.

—¿Ha muerto él?

—Entre nosotros el matrimonio es un abrazo; nuestra luna de miel pasa en un vuelo, y separarse un momento es enviudar. Si le veo esta tarde quizás no le conozca.

Hay muchas personas que aman de ese modo. ¿No es cierto, Magdalena?


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Batalla de Feos

José Fernández Bremón


Cuento


Qué sueño aquel tan agitado: recuerdo que hubo una gran batalla entre los hombres guapos y los feos: y como aquéllos eran pocos, los pasamos a cuchillo; corrió la voz de que algunos habían escapado a la matanza disfrazados de mujeres. Los vencedores dictamos una ley que castigaba con pena de muerte la hermosura en el hombre, y los consejos de guerra aplicaban la pena sin compasión: a cada instante se oían descargas: era que los soldados fusilaban buenos mozos: y ¡fenómeno extraordinario!, cuantos más sucumbían, más hombres guapos aparecían por todas partes, y menos feos veíamos, o conformes al menos con la idea que teníamos de la fealdad.

El poder se preocupó de aquella abundancia de hermosos, y recelando que pudiesen dar un golpe de mano, hizo una ley de sospechosos, mandando encarcelar a todo el que tuviera alguna gracia, atractivo o facción buena. Los amigos solíamos decirnos en secreto:

—¿Tengo en mi cara algo notable?

—Nada: puedes vivir seguro.

O darnos este aviso:

—Tu nariz es correcta: te aconsejo que te la cortes.

No hacíamos otra cosa que mirarnos al espejo para extirpar cualquier hoyuelo, perfección o suavidad penable por la ley. El que no tenía verrugas las sembraba en sus mejillas: si por desgracia no brotaban, se hacía poner tachuelas en el rostro. Todos nos afeábamos a competencia, y sin embargo, las ejecuciones aumentaban. La lista de los ajusticiados nos llenaba de espanto, porque leíamos nombres de personas reconocidamente feas.

—¿Por qué han fusilado a Fulano? —preguntábamos en voz baja.

—El tribunal ha hallado su fealdad agradable.

—¿Y Zutano?

—Fue denunciado por vislumbrarse en él cierta hermosura cadavérica.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los Salvadores

José Fernández Bremón


Cuento


—¿Cómo tiene usted tan sanos y colorados a sus hijos? —había preguntado el día anterior una vecina al padre de Tomasito.

—¿Cómo? Dándoles a beber agua y vino en todas las comidas. El agua mezclada con vino refresca y alimenta, alegra y da salud.

Aquella misma tarde, Tomasito, estando mirando en la pecera cómo nadaban los magníficos peces de colores, le pareció que estaban tristes. Una idea salvadora brotó en su mente, y para alimentar, refrescar y dar salud a los peces, vertió en su agua una botella de vino robada en la despensa.

¡Con qué placer admiraron los muchachos los diversos matices del agua según iba mezclándose con vino, y mucho más los rápidos movimientos de los peces, que empezaron a agitarse y dar vueltas desordenadas en aquel líquido asfixiante!

—¡Ya se alegran!

—¡Mira cómo corren!...

—¿Se habrán emborrachado?

A las voces infantiles acudió el cochero, que era un grandísimo borracho, y al enterarse del hecho, dijo a los muchachos:

—Los habéis envenenado.

—¡Si papá dice que el agua con vino es un remedio!

—Para vosotros; pero es mortal para los peces. Yo los salvaré.

—¿Qué vas a hacer?

—Beberme esa agua y vino y echarles agua sola.

Y el cochero, que era un hombre bueno, alzó la pecera, la puso en su boca, miró al cielo y la secó de un solo trago.

Después echó a correr como un loco, pidiendo un anzuelo a los criados.

—¿Para qué? —le decían.

—Para metérmelo en la boca; para pescar los peces que tengo en el estómago.

El infeliz se había tragado los peces por salvarlos.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Falsa Delicadeza

José Fernández Bremón


Cuento


—¡Sucio!, ¿no ves que me estás manchando y me pones perdida? —dijo al rosal la calle enarenada de un jardín.

—¿No te pisan las gentes y no te quejas? —respondió el rosal—. Singular delicadeza la tuya. Sufres con calma que te manchen con la suela del calzado, y te ofende que caigan sobre ti hojas de rosa delicadas y aromáticas.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Pillos y Silbantes

José Fernández Bremón


Cuento


I

Hace cuarenta años, hacia el 1850, lo que hoy es parque de Artillería era un solar rodeado de una empalizada por la parte inmediata al cuartel y la calle de San Marcial: en el frente de la plazuela de Leganitos estaba situada la alcantarilla de aquel nombre, o sea un paredón con dos verjas de hierro giratorias sobre dos ejes colocados a la mitad de su altura: resguardábalas por la parte exterior una especie de puentecillo de hierro con barandilla a manera de balcón, por donde los vecinos transitaban en los días de avenida, mientras las aguas caían por debajo del puente y a través de las verjas en el ancho sumidero. Seguía una tapia de ladrillo que daba la vuelta por el callejón sin salida de Leganitos, y el interior de aquel solar extenso era una hondonada, donde pastaban algunas reses y se veía ropa blanca en improvisados tendederos: había una casucha pegada a la tapia del callejón, y alguna higuera chumba que incitaba a los muchachos al robo con escalamiento. Exceptuando la transformación en parque del recinto que he descrito, de algunos árboles plantados en la plazuela y de una barandilla con que ha sustituido el Ayuntamiento el pretil de piedra en que antes descansaban las lavanderas y los mozos de cuerda apoyando sudorosos sus talegos después de subir la pesada cuesta de San Vicente, todo lo demás apenas ha cambiado desde entonces.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

En el Limbo

José Fernández Bremón


Cuento


I

Caí muerto en la calle, pero seguí viviendo mucho tiempo. Puedo atestiguar, porque lo he pasado, que así como hay en el feto una vida que no es vida, hay una muerte que no es muerte en el cadáver; que la naturaleza procede con sabia lentitud, así al formar como al destruir los organismos. Tenía conciencia de estar muerto, y aquel nuevo estado me parecía natural y no definitivo. Un bienestar físico había sucedido a las molestias corporales que, aun en plena salud, produce la gimnasia de la vida. Parecíame haber habitado hasta entonces en una fábrica atestada de máquinas, oficinas y operarios, y encontrarme en el mismo edificio, desalquilado y silencioso, pero tranquilo. Nunca había gozado con tal plenitud el descanso material, y sólo entonces comprendí que el vivir era un trabajo, y tal vez un castigo, y que el trabajar en vida, más bien que esfuerzo y pena, es una distracción que ayuda a olvidar el gran trabajo de vivir. Mis ideas se hicieron en parte más claras y en otro concepto más confusas: apenas me daba ya cuenta de lo que fueron las sensaciones corporales, como el hambre y los dolores de los miembros; y en cambio lo moral y espiritual se compenetraba tanto en mi sustancia, que tomaba para mí una especie de consistencia material.

Poco a poco cesé de oír y ver; me encontré aislado: ¿dónde?, no lo sé. ¿Residía aún en el cadáver? ¿Estaba en el sepulcro, o en el espacio? Sólo puedo decir que estaba conmigo mismo, reconcentrado en la contemplación de mis merecimientos y mis culpas. Se me había dejado solo para hacer mi examen de conciencia, aprisionado en el bien y el mal que había hecho al vivir.

Y cuando me quejaba entre mí, un acusador invisible respondía:

—Tú lo quisiste: sólo sobreviven al hombre sus obras: tenías a tu alcance el mal y el bien; y como al cesar la vida sólo queda al espíritu lo puramente espiritual, cada cual se fabrica su paraíso y su purgatorio.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Avispero y la Colmena

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Anidaron las avispas en un corcho de colmena, y revoloteaban sin cesar alrededor, y entraban y salían y defendían su casa como hacen las abejas.

—¿Qué os parece nuestra casa? —dijo una avispa a una abeja vecina.

—Es de igual construcción y tamaño que la nuestra; pero ¿tenéis muchos panales, cera y miel?

—¿Qué son cera y miel?

—Son la riqueza que elaboramos con nuestro trabajo.

—No; nuestra casa está vacía...

—¿Y para eso tenéis tanta casa? Yo creo que os bastaría un agujero.

Entre el pueblo que produce y el que imita sin producir, hay la diferencia que entre el avispero y la colmena.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Buena Dicha

José Fernández Bremón


Cuento


I

—¡Vamos! —decía el sacristán de las Descalzas Reales a los pobres que pedían a la puerta—, que voy a cerrar. Idos enfrente, a San Martín; es la hora de la sopa. Hoy ha sido buen día, ¿no es verdad? Ha repartido entre vosotros un real de a ocho la dama de los chapines con virillas de oro.

—¡A la sopa! —dijo un lego benito saliendo de la iglesia de las Descalzas—. Ya van a repartirla en mi convento.

Los pobres atravesaron corriendo la plazuela, parándose en la puerta de San Martín mientras el sacristán decía al lego:

—Qué bien huele vuestra ropa, hermano.

—Ya lo creo; desde que entró en Madrid la peste, sólo me lavo con agua de rosa y hojas de violeta, y nunca abandono este saquito lleno de sándalo y azafrán, almizcle y estoraque. Pero ya di los escapularios de parte de mi abad a sus hijas de confesión, sor María de Austria y sor Margarita de la Cruz, la hija y nieta de Carlos V. Qué monjas: la una ha sido emperatriz, la otra no ha querido ser reina de España, casándose con su tío don Felipe II, que Dios nos conserve; es verdad que el rey está algo estropeado...

—Escondeos, que vuestro abad sale de San Martín, no os vea aquí hablando.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Diablo de la Guarda

José Fernández Bremón


Cuento


Para brujas, la tía Lechuzona: desde el riñón de Castilla hacía mal de ojo a una criatura de París, por el telégrafo sin hilos; si entraba en la botica, resucitaba las moscas de cantárida hechas polvo; por las noches pelaba la pava con un escarabajo, y se comunicaba por la soga del pozo con los seres subterráneos, y por el humo de la chimenea, siempre activa, subía y bajaba a los nubarrones más obscuros. En Botánica, podía dar lecciones a Linneo, el que empadronó las plantas, porque la bruja conocía las propiedades de los perfumes, de los jugos, y hasta de las buenas o malas sombras que proyectan.

¿Su edad? Estaba en blanco, como la de los títulos que, de puro viejo, no tienen fecha en la Guía; había visto pasar el carro de Tespis, y fue la araña que tapó con su tela la caverna donde se refugió Mahoma, perseguido; su piel era tan fuerte, que no se podía pinchar con el puñal ni rayar con el diamante, y había mudado los colmillos treinta veces.

Era poderosa. Las gallinas de la vecindad ponían de tapadillo los huevos en su cesta; el viento arrojaba en su jardín la mejor fruta de los huertos inmediatos; las hormigas trasladaban grano a grano a la despensa de la bruja lo mejor de las cosechas, y un buitre le llevaba todas las mañanas una ración de carne cruda: sabía cuanto pasaba en la vecindad, porque todos los gatos del pueblo, animales entremetidos y curiosos, iban a confesarse con ella, y por ellos supo que la señora Mónica le había llamado bruja sinvergüenza.

—Y aunque una lo sea —decía para sí—, no debe aguantar que nadie se lo diga.

Y llena de coraje, salió al patio, llegó al brocal del pozo, aplicó la soga a los labios y dijo con energía:

—¡Cuernecín!

—¡Quién llama?

—Soy tu madre.

—No subo por el pozo, que está el agua muy fría.

—Ven, que he preparado una fogata, para que te des en las llamas un baño de placer.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Hierba Aromática

José Fernández Bremón


Cuento


Gran día fue el 15 de marzo de 1493 para los habitantes de Palos de Moguer. ¡Qué abrazos recibían los expedicionarios de la Niña y de la Pinta, que sus familias y amigos creían ahogados y deshechos en los abismos del mar tenebroso, y regresaban sanos y salvos, llenos de gloria, cargados de curiosidades y difundiendo los últimos y maravillosos descubrimientos de la Ciencia. Las gentes festejaban, bendecían y aclamaban a Colón, y luego formaban círculo en derredor de sus amigos y escuchaban con admiración las relaciones de aquel viaje romancesco.

—¿Tan excelente es aquella tierra? —preguntaba un bachiller a su paisano y amigo el expedicionario Pedro Luna.

—El clima es delicioso; los habitantes, de un carácter dulce y apacible; las aves y las plantas, de formas y apariencias vistosas... —respondió Pedro.

—¿Te sorprendería aquel descubrimiento... y el hallar hombres y tierras encantadoras en lugar de monstruos y oscuridad, o mares de fuego?

—No me lo esperaba, y me entristeció. El almirante buscaba tierras: yo buscaba encantos y prodigios; barreras de agua defendidas por dragones; el lecho de llamas en que se acuesta el sol, y la fábrica de las tempestades y relámpagos.

—¿Y nada de eso hallasteis?

—Nada de eso; hemos ensanchado los mares y la tierra, con otros mares y otras tierras semejantes: tengo la seguridad de que con una nave, por oriente y poniente, por el norte o sur, sólo se encontrarán aguas como las que estamos viendo, y hombres como nosotros en sus islas. El reino se ha enriquecido, pero mi imaginación se ha hecho pobre y árida. Hemos borrado y perdido el camino de los prodigios y los monstruos...

—¿De modo que ya no nos abandonarás otra vez?

—Te equivocas, volveré a partir en la primera expedición.

—Virtud es...

—No, sino vicio.

—¿Quién te lleva a las Indias?


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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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