Fábulas en Prosa III
José Fernández Bremón
Cuentos, colección
La tormenta
El trueno, el rayo y el huracán se habían apoderado de la atmósfera.
—¡Temblad! —decía el trueno a los hombres con voz terrible y poderosa—. La tormenta ha vencido; se acabó la tranquilidad para vosotros.
—¿Qué son esas torres que habéis levantado a fuerza de paciencia? —añadía el rayo lanzando llamaradas por los ojos—. Yo las traspaso y las incendio.
Y el huracán decía, bramando de coraje:
—¡Ay del que navega! ¡Ay de las chozas débiles y de los árboles que no tengan las raíces muy hondas! Arrasaré todo lo que envuelva dentro de mis círculos.
Y los truenos, los rayos y los bramidos del viento parecían anunciar la ruina del planeta.
—¡El mundo se acaba! —decían todos los animales, refugiándose espantados en las cavernas o huyendo despavoridos.
—Anda más deprisa —decía una ardilla impaciente, que se creía en salvo, a un cachazudo caracol que se arrastraba con pereza—: ¡el mundo se acaba!
—Pierde cuidado —respondió el conchudo animal—. Los que alborotan y se agitan, como el trueno, el rayo y el huracán, se cansan pronto. Más miedo tengo al frío, al calor o al hambre, que llegan sin ruido y sin cansancio. Todo lo violento es pasajero.
En efecto, un cuarto de hora después, el trueno estaba ronco, el huracán se había detenido, y el rayo sólo producía relámpagos inofensivos.
Un airecillo templado y juguetón, pero sostenido y constante, deshizo los nubarrones, y los pájaros, sacudiendo las mojadas plumas, volvieron a piar alegremente.
La fuerza y la inteligencia
—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.
Dominio público
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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.