La Sombra de Cervantes
José Fernández Bremón
Cuento
I
Paseaba melancólicamente junto al solar extenso y rodeado de tablones a que ha quedado reducido el histórico palacio de Medinaceli, cuando un hombre de aspecto grave salía de la cerca, saltando la empalizada como un ladrón, con un bulto en la mano. Sin duda se asustó al verme, creyéndose sorprendido, porque, perdiendo el equilibrio, dio consigo en tierra, lanzando al caer un gemido. Acudí a socorrerle, y cuál sería mi asombro al reconocer en aquel supuesto merodeador nada menos que a mi amigo el sabio anticuario don Lesmes de los Fósiles, gran investigador de historias viejas, a quien hube de dar la mano y ayudar a levantarse.
—¿Se ha hecho usted daño? —le dije.
—¿Qué importa un porrazo más o menos? —respondió—, si he perdido el fruto de la trasnochada. ¡Sí! —añadió alzando del suelo un aparato parecido a los cazamariposas de los chicos—. ¡Se me ha escapado!
—¿Quién?
—El venerable fray Tomás de la Virgen. Tres noches hace que le estaba acechando, y le había ya cazado.
—¿Pero usted caza frailes?
—Cazo sombras.
—Permita usted que me asombre.
—No lo extraño, porque no está usted en el secreto, y debo revelárselo para que no me tome por un ladrón nocturno. Todos los eruditos poseemos una red de cazar sombras, como esta que usted ve, y salimos a las altas horas de la noche a caza de personajes de otros tiempos para interrogarlos.
—¿Y se dejan atrapar?
—¿Qué han de hacer? Ven tan poco que casi andan a tientas y huyendo de la luz.
—Y ustedes ¿cómo las ven en la obscuridad?
—Tenemos acostumbrada la vista a las tinieblas.
—Buena broma me da usted, don Lesmes.
Dominio público
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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.