Textos más descargados de José Fernández Bremón etiquetados como Cuento disponibles | pág. 14

Mostrando 131 a 140 de 147 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: José Fernández Bremón etiqueta: Cuento textos disponibles


1112131415

Fábula

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


En una hermosa mañana de primavera, Himeneo jugaba con el Amor y le perseguía. Era aún muy joven, y pronto le alcanzó y le asió de un brazo.

—¡Ah!, ya eres mío —le dijo— y no te me escaparás.

—¡Cuidado! —replicó el alado rapazuelo—, guárdame bien, como a las niñas de tus ojos, porque si el Amor se escapa, el pobre Himeneo no podrá batir más que un ala.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 13 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Exposición de Cabezas

José Fernández Bremón


Cuento


Era un viejecillo ochentón don Caralampio; su cuerpo estaba en continua vibración; y no podíamos figurárnoslo en estado de reposo, habiéndolo visto siempre parpadeando con rapidez y como tiritando; su voz era temblona; su barba, sus quijadas y sus manos temblaban sin cesar. Estábamos en el café, cerca de la vidriera, cuando le vimos llegar con paso trémulo.

—¡Mozo! —dijimos—. La cafetera y el servicio; que ya está aquí don Caralampio.

Y este aviso sirvió para que el viejo no tuviera que esperar; tomó la taza con ansia en sus manos temblorosas, no sin que chocase un rato en el platillo, se la llevó a los labios, y soltó una carcajada.

—¿Podemos saber la causa de ese regocijo? —preguntó mi amigo Pérez.

—Es un efecto del café —respondió alegremente.

—Nosotros lo hemos tomado, y no estamos tan contentos.

—Ustedes tomarán café con leche; una golosina.

—Ninguno de los dos.

—O con azúcar.

—No, sino amargo.

—Pues entonces, lo prueban nada más; para sentir la lucidez de este elixir maravilloso, hay que entregarse a él sin condiciones; tomar cincuenta tazas diarias, por lo menos, como yo.

—¿Y no ha muerto usted de una irritación?

—Sin el café no existiría hace ya tiempo. Este agradable temblorcillo que me mantiene en constante agitación es el espíritu retozón y expansivo del café, con que sustituí el mío propio, cuando mi alma se alejó de mi cuerpo, hará diez años. Soy un cadáver que vibra a fuerza de café. Guárdenme ustedes el secreto o me enterrarán mis herederos.

Pérez y yo nos miramos sorprendidos; porque la palidez y demacración de don Caralampio hacían aquella broma verosímil.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 8 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Último Pregón

José Fernández Bremón


Cuento


¡Qué tiempos aquéllos! ¡Qué hombres! A los quinientos años de edad digerían un becerro y requebraban a las mozas. No se había inventado la tijera, y cada dedo suyo era un puñal con uñas de cuatro o cinco siglos. Mandaban los Patriarcas, que no habiendo realizado aún la conquista del caballo, montaban a hombros de infelices que tenían a orgullo trotar bajo el jinete. Estaban en embrión las instituciones y adelantos de las futuras sociedades: el feminismo se contentaba con la conquista o caza del varón; la galantería de éste con las hembras no pasaba del pescozón antediluviano, en señal de preferencia; la Geometría se estudiaba en el escarabajo, inventor de la esfera; del Derecho de propiedad no se conocía lo tuyo, sino lo mío; de la Justicia, la vara, luego tan frondosa, y, enfin, no se habían inventado todavía los amigos.

Al caer las primeras gotas, como puños, de los cuarenta días del Diluvio, el género humano estaba indefenso: no había paraguas ni impermeables en el mundo. ¿En qué parte del globo ocurrió lo que voy a referir? Las aguas antediluvianas, pasando una esponja sobre el mapamundi primitivo, han borrado el sitio.


* * *


—Buen barrizal habrá mañana —decía un hombre de carga a su jinete.

—Eso es cuenta tuya —respondía el otro—, que yo no he de embarrarme los talones.

—¿Y si me atascara? Que también la suerte de los de abajo alcanza a los de arriba.

—Calla y corre, que me mojo.

—Ya lo siento, por el agua que chorreas; me parece que llevo un río a cuestas.

—¿Río dijiste? En él estamos, y creí traerte hacia el arroyo.

—Es el arroyo que ha crecido; no hay arroyos ya.

—¿Y mi casa de abajo, la que dejé abierta y vacía?

—¿Vacía? —dijo un transeúnte—. Está llena de peces; he visto colear encima de tu cama una merluza.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 14 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Tonel de Cerveza

José Fernández Bremón


Cuento


A mis queridos amigos
D Luis Diaz Cobeña y D. Lucio Viñas y Deza.


Aunque la embriaguez ha producido héroes, revoluciones, leyendas fantásticas y sistemas filosóficos, por más que en su historia figuren nombres tan respetables como los de Noé y Lot, tan ilustres como los de Alejandro y Cárlos XII, y tan populares como los de Ilofman, Edgardo Poe, y muchos otros que no cito; á pesar de que algunos pueblos hayan solido tratar los asuntos más graves entre trago y trago, y de que áun se acostumbre á rociar con vinos generosos las declaraciones políticas de mayor trascendencia, acto oficial conocido con el nombre de brindis, ello es que al abuso de la bebida se debieron la muerte desastrosa de Holoférnes, la pérdida de Babilonia en tiempo de Baltasar, la catástrofe de Agripina, y casi toda la historia del imperio romano, en que tanta parte hubieron de tener los viñedos de Chipre y de Lésbos.

No he podido comprobar si es cierto ó no que cada vino ó bebida espirituosa tiene propiedades que producen efectos determinados y constantes; es decir, si la borrachera del champagne es siempre epigramática y elegante; si la de cerveza es melancólica y pesada; la del Málaga pendenciera, y por último, si un fabricante de Birmingham, despues de beber algunas botellas de manzanilla, experimenta, como los gitanos, la necesidad de entonar una caña á la flamenca.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 39 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Romance del Astrólogo

José Fernández Bremón


Cuento


El crimen se cometió en un buhardillón de la calle de Toledo en 1680; pero no constan los nombres de los reos en el catálogo de ajusticiados, que sigue a la interesante Memoria histórica de la Real Archicofradía de la Caridad y Paz, escrita por don Mariano de la Loma y Noriega, por empezar la lista el 29 de agosto de 1687. El asesinado fue un infeliz astrólogo, y el primer sentenciado con motivo de aquel crimen un tal Tiburcio, rico tabernero de la calle de Toledo, que fue ahorcado en el sitio de costumbre, es decir, en la plaza Mayor, y encubado después, porque resultó que el astrólogo había sido clérigo. El castigo del encubamiento consistía en depositar el cuerpo en un tonel y arrojarlo al Manzanares; pero los Hermanos de la Caridad y los de la Paz, cofradías distintas en aquel tiempo, tenían cuerdas prevenidas, extraían del agua el tonel, depositaban el cadáver en un ataúd y lo llevaban a enterrar a la parroquia de San Ginés si era reo de horca, o a la de San Miguel, en la plazuela de este nombre, si era reo de garrote. Los vendedores de la plazuela de San Miguel no saben acaso que despachan sus mercancías cerca de un antiguo cementerio de ajusticiados, ni las devotas que atraviesan el atrio de San Ginés sospechan que pisan las tumbas de los ahorcados en los siglos anteriores y principios de este siglo.

I

Roque el carnicero, en la taberna de Tiburcio, el mismo día en que éste había sido ajusticiado, procuraba consolar a la viuda.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 10 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Protector

José Fernández Bremón


Cuento


El día en que enterraron a mi padre, sólo tuve un consuelo en medio de mi desgracia: la satisfacción de la conciencia por haber pagado todas sus deudas con los enseres de la casa cuando salí de ella para siempre. Falto completamente de recursos, visité a todos mis parientes y amigos, y estas visitas me tranquilizaron, pues resultó que todos ellos vivían casi de milagro, y siendo esto evidente, calculé que la Providencia no haría conmigo una excepción.

Contribuía a darme confianza la seguridad que inspiraba mi porvenir a todos mis paisanos. Convenían unánimes en que no podía ni debía continuar viviendo en aquel pueblo.

—Aquí no hay recursos, ni empleos, ni manera de salir adelante —decía el uno.

—El pueblo está lleno de gente y no cabemos todos —añadía otro.

—Sólo puedes hacer carrera en Madrid —exclamaba aquél.

—¡Y qué fortunas se consiguen! —decía una tía lejana.

Sólo manifestó algunas dudas la tímida Clotilde, sobrina del cura, con la cual había cambiado muchas veces miradas cariñosas; pero su voz fue ahogada por una protesta general.

—Los jóvenes deben volar —dijo un vecino; y todos convinieron con él menos Clotilde, que no quería que volase.

En un arranque de generosidad, echaron un guante en favor mío, y aquella misma tarde fui empujado por parientes y amigos hacia el pescante de la diligencia, mientras yo lloraba de gratitud entre aquellas gentes filantrópicas, que apresuraban al mayoral temiendo que la tardanza retardase mi carrera. El recaudador de los fondos me puso seis duros en la mano, exclamando con acento solemne:

—Todo esto es para ti.

La rubia y encarnada Clotilde, entre avergonzada y llorosa, colocó a mis pies un abultado cesto, diciéndome con acento conmovido: «Toma la merienda». Procuró después sonreírse para quitar importancia a su regalo, pero las lágrimas borraron la sonrisa... y partió la diligencia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 7 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Paraíso de los Animales

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Todas las criaturas reciben impresiones de lo sobrenatural, más o menos empequeñecidas, según su sensibilidad y facultades. Hasta las ostras que rociamos de limón tienen su ideal, su aspiración, o si quiere usted su Paraíso. Cuando yo era chinche, me paseaba en sueños sobre la inmensa espalda de un gigante dormido, y le sacaba a caños la sangre con una trompa de elefante.

—¿Dice usted que ha sido chinche? —exclamé, mirando a don Heliodoro con lástima y recelo.

—Y he sido cabra, pájaro y lagarto... No cavile usted. Los antiguos encantadores tenían el poder de transformar en animales a las personas; la ciencia humana había perdido aquel secreto y hoy lo ha recobrado y nos puede embrutecer de un modo científico.

Yo callaba y seguía mirando a mi amigo con asombro: éste lo notó.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 15 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Hada y el Poeta

José Fernández Bremón


Cuento


I

Un bosque impenetrable de limoneros y naranjos, de magnolias y laureles, rodea el pintoresco lago de las hadas. Los pájaros son su alada servidumbre; los caballitos del diablo patinando sobre el agua llevan y traen recados de una orilla a otra, mientras las hadas se divierten o trabajan, según su inclinación: unas extraen de las flores las esencias que perfuman los harenes, o la miel, las medicinas y venenos; otras, entrelazadas, danzan por el aire, o deshojan flores, para leer en ellas cuentos e historias que los hombres no saben descifrar; otras extienden sus cabellos al sol para teñírselos de rubio, y las más viejas hilan el agua con ruecas y husos diminutos, y hacen esos preciosos encajes que llaman espuma los profanos, y que retiran al instante hacia el fondo aprendices invisibles, para que el aire no los manche ni deshaga, y confeccionen con ellos las huríes los trajes de su eterna luna de miel.

Una gorriona pizpireta, con el pecho cubierto por un delantal blanco, bajó de un vuelo hasta un corro de hadas, y dijo en su lenguaje:

—Hadas y señoras mías; un poeta se encomienda a vuestras gracias, porque desea alcanzar una.

—¿Es musulmán?

—Cristiano madrileño.

—Dile que no estamos en casa. ¿Qué esperas? Veo que te ha sobornado, comilona. ¡Vuela ya! Aguarda. ¿Cómo se llama?

—Pedro Sinigual.

—No le conozco.

—Ni nosotras.

—Abre el registro de los dones y mira si está ese nombre entre los dotados con el don de poesía.

—No está —dijo un hada después de hojear una magnolia—, no tiene licencia para hacer versos.

—Comprendido; es algún infeliz que después de invocar a las musas inútilmente y de darse al diablo, que no le haría caso, recurre a nosotras para que le demos título y derechos de poeta.

—¡Ja, ja ja!

—¿Puede hablar un pájaro? —dijo con humildad la gorriona.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 15 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Ejército de Carámbano

José Fernández Bremón


Cuento


Hacía muchos años que no veía a mi amigo Carámbano; pero conservaba muchos recuerdos de sus extravagancias: últimamente me habían dicho que su familia le había llevado a un manicomio. Calculen ustedes la sorpresa con que me lo encontraría suelto en una calle de Madrid, y la desconfianza con que recibí sus abrazos y sinceras demostraciones de amistad.

—Tenemos que hablar mucho —me dijo después de terminados los saludos—. ¿Tienes mucha prisa? Sentémonos en aquel banco: sé que escribes algo, y quiero comunicarte un proyecto que pienso presentar a las Cortes. Ya sabes que siempre nos hemos entendido.

Le di las gracias por el favor y nos sentamos.

—¿Es algún proyecto económico?

—Sí: quiero economizar sangre.

—Vamos. ¿Tienes alguna receta contra el cólera?

—No —repuso Carámbano poniéndose muy serio—. Se trata de una revolución en la ciencia de la guerra: de evitar el reemplazo: de trasformar las armas: de conquistar el universo.

La actitud pacífica de mi amigo me había tranquilizado; pero aquellas palabras me pusieron en guardia.

—Siento decirte que tengo alguna prisa —exclamé al oír aquel exordio.

—La vida es larga —repuso el loco—, y mi proyecto corto: te advierto además que he decidido que me escuches.

—Eso es otra cosa.

—Pues, entonces, continúo: ¿has visto en el circo de Price los toros amaestrados que se exhiben estas noches?

—No: pero he visto monos, elefantes, perros, cabras y otros muchos animales domesticados.

—Perfectamente: entonces estarás convencido de la superioridad del hombre sobre toda clase de animales, y del escaso número de ellos que aprovecha para su bienestar. Es un absurdo creer que dominamos el planeta, mientras haya leones y tigres en la selva, mientras el rinoceronte haga su capricho en los bosques africanos y la pantera aceche en Java al viajero extraviado.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 6 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Eclipse

José Fernández Bremón


Cuento


I

El campamento estaba atrincherado para evitar una sorpresa, y en el centro la tienda del capitán Jorge Robledo, enviado en 1539 por el marqués don Francisco Pizarro, para fundar y poblar ciudades en los llanos que se extienden por delante de Cali. Los caballos, bajo un cobertizo improvisado, estaban mejor alojados que la gente, por calcularse en aquellas expediciones de la India Occidental la utilidad de un caballo por la de cinco o seis españoles, así como un español valía por veinte o treinta indios. Los oficiales formaban corro junto a la tienda del jefe, y los soldados, con trajes de la más pintoresca variedad, sentados o tendidos en el suelo, charlaban en grupos mientras hervían en las marmitas los fríjoles cocidos con tocino, y se tostaban en piedras calientes las tortas de maíz que habían de cenar. Algunos, los menos, llevaban armadura completa de labor italiana; otros cubrían su cabeza con antiguo y enmohecido capacete y el pecho con un peto de cuero, y no faltaba quien lucía en aquellas soledades alto sombrero con plumas y capa ??? de cenefa de colores y una cota de malla por debajo; la irregularidad y diversidad de las armas formaba juego con la falta de simetría de los trajes. Algunos indios cuidaban y sazonaban los manjares, mientras los más de ellos, fatigados con el trabajo de la jornada, dormían entre los fardos que constituían su carga, arropados con sus mantas de algodón.

Un veterano de los más derrotados decía en un grupo de jóvenes:


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 10 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

1112131415