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autor: José Fernández Bremón etiqueta: Cuento textos disponibles


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La Prima de Dos Mártires

José Fernández Bremón


Cuento


Publio y su esposa Celsa, ciudadanos de Roma, aunque cristianos y piadosos, no tenían las virtudes y el carácter que en el siglo IV de la Iglesia conducían al desierto o al martirio. Admiraban a los correligionarios que repartían a los pobres sus haciendas para practicar la pobreza voluntaria, y no se consideraban con abnegación para imitarlos; socorrían en secreto a los perseguidos, y practicaban del mismo modo los sencillos ritos de la Iglesia primitiva, y les asombraba y espantaba aquel valor contagioso de las doncellas, los niños y los ancianos, que confesaban en público sus creencias en aquellos tiempos en que costaba el declararse cristianos sufrir una verdadera pasión y morir crucificados o a saetazos, ser lanzados al fuego o perecer en el circo desgarrados por los tigres.

Algo disculpaba la tibieza relativa de Publio y Celsa: el amor de padres: ¡era tan hermosa y cándida Virginia, su hija única! Pero no menos jóvenes y hermosas habían sido sus primas Julia y Marciana, y fueron arrojadas al Tíber, dentro de un saco lleno de culebras, por no hacer sacrificios a la diosa Juno. Publio y Celsa recordaban con terror aquel episodio sublime y doloroso, y el valor indomable de aquellas niñas delicadas, que con sus respuestas irritaron a los jueces, y con su resignación y belleza hicieron llorar a los verdugos. ¿Qué sería de los padres de Virginia si un día llamaran a sus puertas los satélites de Diocleciano para conducir a la presencia del emperador aquella niña de dieciséis años, de ojos tristes y cara angelical, acostumbrada al recogimiento de la casa de sus padres? Aquella idea les sobrecogía y angustiaba. Vivían en una época de terror y crueldades. Además, su sobresalto tenía fundamento.


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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Pata de Avispa

José Fernández Bremón


Cuento


I

Una caña, arrastrada por el agua, se había atravesado formando un puente entre las dos orillas de un arroyo. Las hormigas, horadando los nudos, habían colocado sus almacenes en el hueco de la caña, y abierto agujeros en los dos extremos y la parte superior, interceptando el paso a los insectos. ¡Ay del que se aventuraba a pasar por aquel puente! Éste, bien sujeto por sus dos cabos a la tierra, era una fortaleza y un camino militar a prueba de pájaro, pues apenas se cimbreaba al posarse en él alguna paloma u otro monstruo alado de aquel peso. Tenía, además, una fama trágica, contándose de mata en mata y de hoyo en hoyo, en todas las cercanías, historias lastimeras de gusanos cautivados y orugas arrojadas al caudaloso arroyo, que formaba saltos de agua y remolinos entre guijarros gigantescos del tamaño de una rata. Las hormigas eran respetadas, pero también aborrecidas por acaparadoras, egoístas, ladronas, crueles y opulentas.

Solían las abejas y las avispas posarse sobre el puente cuando bajaban a beber al arroyo; aquéllas, con brevedad, como insectos formales y ocupados. Las otras, con pesadez, como holgazanas y sin obligaciones, que pasaban el día luciendo su talle esbelto y sus chillones trajes amarillos, con cintas negras, y levantando ampollas con el aguijón envenenado de sus lenguas.

Un día se trabaron de palabras una hormiga y una avispa, porque se burló la segunda del traje sencillo y obscuro de aquélla, diciéndole:

—¿Se puede saber por quién estáis de luto?

—Estamos ??? ??? ??? ???.

—¿Qué ??? ??? ???

—Porque no nos avergüenzan los instrumentos del trabajo. Por eso tenemos una casa bien provista.

—¿Llamáis casa al hueco de una caña? Estáis viviendo en el mango de una escoba.

—Calla, amarillenta; que parece que tienes ictericia.

—¡Calla, embetunada! Que pareces nacida en un montón de cisco.

—Cursi.

—¡Ladrona!


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Oruga Cometa

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Descolgábase del árbol una oruga sujeta al hilo que iba formando trabajosamente con su baba. Pero el viento, encorvando la delgada hebra, arrastraba al insecto por el aire, jugando con él y columpiándolo.

—¡Qué he hecho! —decía la pobre oruga quejándose de su suerte—. Quise descender al suelo y me remonto hacia las nubes, y mi cuerpo está a merced del primer pájaro hambriento que me vea. Vuelo sin alas, y cuanto más hilo saco más me elevo.

El insecto ascendía como sube una cometa mientras no se agota su bramante.

Así pasaron largas horas, hasta que el viento se calmó, y la oruga, cansada y dolorida, pudo ganar la tierra y refrescar y extender su cuerpo en una hierba.

—¡No eres poco delicada! —dijo otra oruga que la vio—; cualquiera diría que has hecho un gran viaje; cuéntale tus trabajos a quien no haya bajado del árbol como yo; sé muy bien que basta sujetar el hilo en una rama y dejarse caer poco a poco, porque nuestro peso mismo nos lleva a tierra en un momento.

Casi todas las orugas atestiguaron lo mismo y consideraron a la primera como una embaucadora.

—¡Habrase visto la embustera!

—¿Pues no sostiene que ha volado como un ave?

—¡Olé por la mariposa!

—¡Qué cosas tan raras suceden en el mundo!

—No hagas caso a esas imbéciles —dijo un saltamontes—; he corrido mundo y he visto cosas más extraordinarias y difíciles.

El vulgo que marcha acompasadamente no sabe lo que otros luchan para vivir, e ignora que quien arrostra los vientos de la vida puede volar más alto que los otros.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Mujer Soñada

José Fernández Bremón


Cuento


—¿Por qué sonreías al dormir? Antonio: me ha dado lástima despertarte.

—¡Qué mujer! —dijo mi amigo restregándose los ojos—. Ya no la veré más, ni encontraré en este mundo otra semejante. Cuando interrumpiste mi sueño era rubia y de ojos grandes y azules.

—¿Cómo? ¿Variaba de tipo la mujer con quien soñabas?

—Sí; tomaba la forma y el carácter que deseaba mi capricho: si se me antojaba una gitana de ojos negros, ella era la gitana que yo apetecía: blanca, morena, alta, baja, delgada o corpulenta, sumisa, varonil, seria o alegre; tenía alternativamente todas las apariencias de mis deseos variables, siendo siempre la misma. ¡Oh! Te aseguro que le hubiera sido fiel.

—Has sufrido una gran pérdida. Pero entre tantos tipos, ¿cuál era el suyo verdadero?

—No lo sé.

—¿Le hiciste tomar muchas apariencias?

—Sí.

—Permíteme una observación: eso no era una mujer, sino un harem. Con ella hubiera sido monógamo el mismo Salomón. Tu fidelidad no tendría mérito. Salomón fue fiel a sus setecientas mujeres y trescientas concubinas.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Mata de Pelo

José Fernández Bremón


Cuento


I

El labrador y su mujer dormitaban en dos escaños, y la madre de ésta, vieja de ochenta años, a quien llamaban la abuela Prisca, hilaba en un rincón.

—Madre —dijo la labradora a la anciana—, ya es hora de recogerse; mi marido y yo la llevaremos a la cama.

—Sí —respondió la vieja con voz cascada—, que mañana es domingo y debéis aprovechar esta noche de descanso. ¡Ay, mis huesos!... llevadme con cuidado... Pobre de mí, baldada de medio cuerpo; ya sólo sirvo de estorbo en este mundo.

El labrador y su mujer consolaron a la abuela Prisca, dejándola acostada en su cuarto, el mejor de la casa, y le besaron la mano con respeto, que eran cristianos viejos, y la abuela era la más anciana del hogar de Lozoyuela. Después se asomaron de puntillas a la habitación de su hija Tomasita, pimpollo de dieciséis años, y se retiraron despacio y sonriendo, al ver a su hija tan hermosa y tan dormida; luego se recogieron a su vez.

Pero Tomasita no dormía; saltó en silencio de la cama; esperó a que roncaran sus padres, y convencida de que no se sentía ruido en el cuarto de su abuela, desatrancó con mucho tiento la puerta de la calle, la cerró con cuidado, y golpeó con los nudillos en la ventana de una casa vecina. Poco después entraba en una especie de choza, donde una vieja, poco menor que su abuelita, pero sana y hombruna, con un candil en la mano, dijo a la chica alegremente:

—Bien, Masita, veo que quieres ir al baile.

—No, señá Trébedes; tengo mucho miedo.

—¿Acaso irás sola? ¿No te llevo a la grupa de mi escoba? ¿Crees que nos faltará acompañamiento?

—Es que he oído contar cosas muy feas de esa fiesta; dicen que hay un macho cabrío y danzan muchas viejas andrajosas.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Jaula del Mundo

José Fernández Bremón


Cuento


Dijo la ortiga al clavel:

—Apártate, que tu olor es tan fuerte que marea.

—Ya quisiera apartarme de ti —respondió el clavel—, que tus pinchos me desgarran.

—¡Que yo pincho!

—¡Que yo mareo!

—Haya paz, vecinos —dijo un árbol ventrudo y corpulento—, hay que tener paciencia: habéis nacido el uno al lado del otro y debéis tolerar vuestros defectos y ayudaros en vez de destruiros. Tú, sobre todo, clavel, debes dar ejemplo de prudencia, porque no puedes negar lo fuerte de tu olor, que llega hasta las más altas de mis ramas; y aunque no me parece desagradable, puede molestar a la ortiga que está a tu lado.

—¿Y los pinchos de mi vecina no son nada? —replicó el clavel con acritud.

—Ésos no los veo.

—Pues yo los siento; y no puedes juzgar lo que desconoces.

—No exageres.

Y el árbol, en razonado discurso, demostró al clavel que siendo sus hojas en forma de puás, él debía ser el que pinchara, y no viéndose de cerca las espinas de la ortiga, tenía que ser insignificante la molestia que debían producir. En vano replicó el clavel que la misma sutileza y pequeñez de esos aguijones los hacía más penetrantes. Todas las plantas cercanas convinieron en que el clavel no tenía razón, por no estar demostrado lo principal: que tuviera pinchos la ortiga.

—Sí los tiene —dijo el césped.

—¿Qué sabes tú? ¡Arrapiezo! —respondió el árbol con majestad.

—Lo sé, porque cuando el viento tumba a la ortiga me los clava.

Las plantas murmuraron de indignación ante aquella falta de respeto.

—Vosotras juzgaréis, ¿qué digo?, habéis juzgado ya —repuso el árbol— entre la opinión de un árbol copudo y de mi talla, y el testimonio de una simple hierbecilla que se arrastra por el suelo.

—¡Sí! ¡Sí! —repitieron en coro los arbustos y las plantas.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Hierba de Fuego

José Fernández Bremón


Cuento


A mi querido hermano político,
Paco Silba y Bustinduy.


La Botánica, lo mismo que la Historia, ha tenido su mitología, sus fábulas y sus maravillosas creaciones; áun recetan los médicos algunas plantas cuyas virtudes resisten á la malicia de este siglo incrédulo, como el árnica: no las nombro, porque no es mi ánimo atentar á la reputacion de esos respetables vegetales, que ocupan honroso puesto en la anaquelería de los drogueros y herbolarios: plumas algo más revolucionarias que la mia relegarán al humilde empleo de ensaladas á muchas hierbas que vende el boticario usurpando sus funciones á la honrada verdulera. Contentémonos, por ahora, en no creer, como asegura Nieremberg, que pueden nacer espinos en el vientre, como cuenta de un pastor, añadiendo que todos los años florecia aquella planta : y lamentémonos de que se haya concluido, y no se venda en nuestros mercados, la fruta llamada mirbolanos, que, segun Ficino, prolonga la vida y preserva de la vejez, si bien me inclino á sospechar que esa fruta existe todavía, mirando á ciertas mujeres que hace veinte años podian ser mis abuelas, y hoy pasarian fácilmente por mis hijas.

Otros autores más ó ménos graves que cita el reverendísimo P. Fuentelapeña, afirman cosas relativas á las plantas, no ménos admirables y estupendas. Solórzano habla de una hierba, que cuando pasa álguien cerca de ella, alarga una de sus varas y le sacude un garrotazo; figúrese el lector la situacion de un viajero extraviado en un bosque donde abundasen dichas plantas.


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Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Hierba Aromática

José Fernández Bremón


Cuento


Gran día fue el 15 de marzo de 1493 para los habitantes de Palos de Moguer. ¡Qué abrazos recibían los expedicionarios de la Niña y de la Pinta, que sus familias y amigos creían ahogados y deshechos en los abismos del mar tenebroso, y regresaban sanos y salvos, llenos de gloria, cargados de curiosidades y difundiendo los últimos y maravillosos descubrimientos de la Ciencia. Las gentes festejaban, bendecían y aclamaban a Colón, y luego formaban círculo en derredor de sus amigos y escuchaban con admiración las relaciones de aquel viaje romancesco.

—¿Tan excelente es aquella tierra? —preguntaba un bachiller a su paisano y amigo el expedicionario Pedro Luna.

—El clima es delicioso; los habitantes, de un carácter dulce y apacible; las aves y las plantas, de formas y apariencias vistosas... —respondió Pedro.

—¿Te sorprendería aquel descubrimiento... y el hallar hombres y tierras encantadoras en lugar de monstruos y oscuridad, o mares de fuego?

—No me lo esperaba, y me entristeció. El almirante buscaba tierras: yo buscaba encantos y prodigios; barreras de agua defendidas por dragones; el lecho de llamas en que se acuesta el sol, y la fábrica de las tempestades y relámpagos.

—¿Y nada de eso hallasteis?

—Nada de eso; hemos ensanchado los mares y la tierra, con otros mares y otras tierras semejantes: tengo la seguridad de que con una nave, por oriente y poniente, por el norte o sur, sólo se encontrarán aguas como las que estamos viendo, y hombres como nosotros en sus islas. El reino se ha enriquecido, pero mi imaginación se ha hecho pobre y árida. Hemos borrado y perdido el camino de los prodigios y los monstruos...

—¿De modo que ya no nos abandonarás otra vez?

—Te equivocas, volveré a partir en la primera expedición.

—Virtud es...

—No, sino vicio.

—¿Quién te lleva a las Indias?


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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Grillera

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—¡Orden! ¡Orden! —decía un grillo muy formal—. Cantemos óperas a compás. Coloquémonos en fila sin molestarnos unos a otros. Esto podría ser un concierto y es un caos. ¡Orden! ¡Orden!

Pero los grillos no le hacían caso y chillaban cada cual a su gusto y en su tono, dentro de la grillera, subiéndose unos en otros, para caer después debajo, y formando un grupo informe de patas, cuerpos, antenas y coseletes, en perpetua agitación.

—¿No le parece a usted —dije a un amigo— que esto es la imagen de nuestro país?

—Tiene usted razón —respondió aquél.

—¿Cuándo podrá ordenarse?

—¡Desdichado! ¿Qué pretende usted? Esto está como debe estar. ¿Quiere ser usted el grillo formal que pretendía ordenar una grillera?


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Fuerza y la Inteligencia

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.

—¿Tu fuerza y tu voluntad? —respondió el maquinista sonriendo—. Si yo te dejo libre no podrás alzar del suelo ni un átomo de polvo.

Los pueblos son como el vapor de agua: su fuerza se aniquila cuando no hay un maquinista que la encierre en la caldera y la utilice.


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1 pág. / 1 minuto / 11 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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