Textos más vistos de José Fernández Bremón etiquetados como Cuento disponibles | pág. 15

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autor: José Fernández Bremón etiqueta: Cuento textos disponibles


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Tontos y Listos

José Fernández Bremón


Cuento


I

Éste era un lobo grandullón y fiero, que estaba muy orgulloso, y con razón, por haberse comido muchas ovejas, tres mastines, dos pastores y un teniente alcalde: se había casado con una loba tan fiera como él, y tenían seis cachorros que eran la esperanza de sus padres. La mala fama de aquella familia les aseguraba la independencia en la ladera de un monte, pues nadie osaba acercarse a su madriguera. Hembra y macho tenían tal astucia y olfato, que adivinaban los cepos a distancia, conocían la huella del hombre aun sobre la piedra y cazaban impunemente liebres, conejos, reses y personas.

Así hablaba un día el lobo padre a sus cachorros:

—Habéis venido al mundo para comer carne: cuando cacéis algún animal devoradlo hasta los huesos: lo que os quepa en el cuerpo no lo guardéis para mañana, por si otro se aprovecha de los restos.

»Cuando huyáis, no volváis la vista nunca, que en mirar hacia atrás se pierde mucho tiempo.

»Alejaos de todo lo que huela a hombre; es un animal dañino que mata desde lejos y aun estando ausente; pero cuando os juntéis muchos y él esté solo y descuidado, con las manos vacías y en la obscuridad, donde es ciego, entonces atacadle por la espalda, que es muy sabroso de comer.

»Engordad todo lo posible en el verano, porque siempre se enflaquece en el invierno.

»Todo animal es un almuerzo que se mueve y desaparece; no lo dejéis nunca escapar; si pasan dos a un tiempo, dirigíos al más gordo.

Los lobeznos escuchaban con respeto, y el más listo se abalanzó de repente al pescuezo de uno de sus hermanos, que aulló al sentirse atarazado.

—¿Qué haces? —dijo el lobo, separando con trabajo al agresor.

—Iba a almorzarme a mi hermano más gordito.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Un Crimen en el Cielo

José Fernández Bremón


Cuento


I

Colás el zapatero era viudo, pobre y estaba próximo a ser viejo: no es de extrañar que viviera solitario en su buhardilla, comiendo mal, cavilando mucho, saliendo a cazar muy de tarde en tarde por único ejercicio, y buscando sus recreos en los recuerdos, mientras machacaba la suela, punzaba con la lezna o untaba con la pez, o en alguna que otra ilusión que cruzaba por su frente: que las ilusiones con sus alas de oro entran también en las buhardillas y acarician a los pobres y a los viejos.

Había velado Colás hasta las altas horas de las noche para acabar un zapatito de señora, el cual iba adquiriendo entre sus manos forma tan delicada y elegante, que cada vez lo manejaba con más consideración y más cuidado. Cuando acabó de dar a su obra la última mano, la contempló con admiración; era perfecta.

Había empezado a examinar en ella la puntada, la suavidad del contrafuerte, la tirantez e igualdad de la plantilla y su adaptación justa a la horma: era crítica de zapatero. Después admiró la elegancia de la hechura, la morbidez y gracia de sus líneas; la admiraba como artista.

—No se puede hacer mejor —exclamó lleno de orgullo—, más diré: no se puede hacer otro igual: este zapatito no tiene par posible y ha de quedar descabalado.

Hasta entonces, en cada obra terminada sólo había considerado Colás la ganancia que le debía producir: en aquel momento experimentaba una emoción espiritual: la satisfacción del arquitecto al concluir una hermosa catedral, la sentía Colás contemplando su obra prima, como si hubiese puesto toda su inteligencia y todo su sentimiento en la confección de aquel zapato.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Un Dios de Sombrero de Copa

José Fernández Bremón


Cuento


I

Los amigos de don Teótimo Gravedo llenaban los salones de su espléndida morada, atraídos por esta singular invitación:


D. T... G... pronunciará un sermón muy corto en la noche del próximo domingo, y después dará un té religioso a sus amigos. Tendrá la mayor satisfacción si se digna Vd. honrar su casa aquella noche.


Era don Teótimo hombre ceremonioso y circunspecto, de cara larga, nariz larga y patillas aún más largas que la cara y la nariz: su estatura era tan alta, que los pantalones mejor medidos le resultaban siempre cortos: sentado, parecía estar de pie, y de pie parecía andar en zancos. Cuando los convidados estuvieron reunidos dijo extendiendo sus brazos por encima de toda la reunión:

—Señores: Todos habéis notado que la fe desparece y lo habréis observado con dolor, porque me consta que todos sois deístas. Los cultos antiguos están en oposición con las ideas nuevas: son religiones para las mujeres y los niños. Acaso os decidiríais, para restaurar el sentimiento religioso, a practicar cualquiera de los ritos conocidos, pero sois gentes ocupadas; mientras se oye una misa se puede hacer un préstamo al Gobierno. Lejos de nosotros ahuyentar del mundo la idea de Dios, sombra benéfica, que da resignación al pobre y protege nuestras arcas. Dios nos ha hecho grandes servicios cuando era poderoso entre los hombres: no podemos abandonarle en la desgracia.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Un Muerto con Anteojos

José Fernández Bremón


Cuento


—¿En qué distingue usted a los cuerdos de los locos? —preguntaba una vez a un alienista.

Y el profesor me contestó sonriendo:

—En que unos hacen locuras y otros no.

El vulgo es quien declara locos a los que no puede aguantar: el médico confirma su fallo y los encierra. Pero hay locos benignos para quienes jamás se llama al médico: pasan por personas extravagantes y graciosas, a quienes se utiliza en lo que tienen de sensatos, y cuyas rarezas nos distraen y divierten. El mundo sería muy monótono si sólo tolerase a las gentes juiciosas y formales; pero tiene sus peligros la confusión de los cuerdos y los locos; hay hombre a quien le toca una mujer que parece elegida en el Nuncio de Toledo.


* * *


Hace pocos días ha fallecido en Madrid uno de esos locos tolerados o cuerdos con manías: serio, formal, entendidísimo, al dirigir la contabilidad de una casa de comercio, parecía su imaginación como dislocada algunas veces en lo referente a su persona. ¿Era que se deleitaba en producir la hilaridad en sus amigos, como goza Mariano Fernández cuando al aparecer en las tablas el público se ríe?

Recibí la esquela fúnebre del señor don Ibo R. y vestido de negro me encaminé a la casa mortuoria, por cuya reja, baja y abierta, trepaban con curiosidad niños, hombres y aun mujeres que daban muestras de extraordinario regocijo.

—¡Vaya una ocurrencia! —decían unos—: no he visto cosa igual.

—¡Se han olvidado de quitárselos! —añadían otros.

—Un muerto con anteojos. ¡Ja, ja, ja!

Cuando entré en la casa, no pude menos de sonreír involuntariamente ante el difunto, sobre cuyos ojos cerrados relucián las inútiles gafas; luego dije gravemente a Tomás, el criado, el compañero, el testamentario de don Ibo:

—Esto es un sarcasmo. ¿Cómo ha tenido usted el valor de colocar esos anteojos?


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Un Sermón Contra el Baile

José Fernández Bremón


Cuento


I

¡Con qué aire bailaban las muchachas y los mozos en un pueblo de la Mancha, a fines del siglo pasado, en una hermosa noche de verano de un día de labor! ¡Con qué gusto se aprovechaban de la ausencia del ecónomo don Gabriel Peñazo, cura rígido y setentón, que ejercía sobre ellos una dictadura moral, imponiéndoles el mayor recogimiento! El párroco había salido a cumplimentar al nuevo obispo de la diócesis a una población situada a unas diez leguas; y el sacristán organista señor López había sacado sillas y templado la guitarra para cantar algunas canciones alegres que se le pudrían en el cuerpo por respeto y temor al señor cura. A los primeros rasgueos de la vihuela, mozas y mozos acudieron como mariposas a la luz; luego se aproximaron con sus sillas las personas más formales, y de copla en copla y de tonadilla en tonadilla, se pasó de lleno a las manchegas; salieron las castañuelas al aire, y el baile rompió con toda la furia de la privación y el placer de lo prohibido. Sólo un grupo de viejos formaban círculo aparte murmurando de la fiesta, proponiéndose delatarla a don Gabriel, cuando regresase. El sacristán rasgueaba con entusiasmo, cantando seguidillas picantes; las bailadoras castañeteaban que era un gusto, y los mozos saltaban a compás, cuando una voz terrible dijo:

—¡Don Gabriel!

Se oyó un chillido de mujeres, contenido al instante; el baile se deshizo, dispersándose y desapareciendo bailarines y espectadores, tan deprisa, que en un momento quedó dueño de la plaza, casi desierta, un sacerdote alto, de figura imponente, cuyas negras vestiduras destacaba la luna sobre una tapia blanca.

Mientras el sacristán procuraba en vano ocultar con disimulo la guitarra, los viejos murmuradores se acercaron al señor cura, haciendo ceremoniosos saludos, y dijo el más locuaz:


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4 págs. / 8 minutos / 5 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Una Fuga de Diablos

José Fernández Bremón


Cuento


A mi antiguo y queridisimo amigo
D. Federico Luis de Benale.


La abadía del Olivar, que hoy no existe, era á principios del siglo XVIII un monasterio, si no famoso y opulento, sosegado y bien provisto. Situado lejos del camino real, en una de nuestras provincias más tranquilas, apénas llegaban á aquel santo retiro los ecos de la guerra civil que ardia en toda España. Y tan escondido estaba del mundo, que áun el viajero que conocia el camino de la hospedería del convento no lograba ver el campanario de su iglesia sino á dos tiros de fusil, y al volver una de las calles de olivos que conducian al monasterio. Sin embargo, lo esmerado del cultivo, lo aprovechado del terreno, y la presencia de algun monje, que abria con el azadon una tierra dura, ó escarbaba las cepas con cariño, anunciaban á gran distancia la proximidad de la abadía, donde debían reinar el órden, la paz y la abundancia. Algunos caseríos blancos formaban esa poblacion campesina que en los siglos pasados se establecía en las inmediaciones y al amparo y devocion de los conventos. El toque de las campanas, el lejano y solemne rumor de los rezos monásticos, el canto de las aves, el ladrido de los mastines, los cencerros del ganado y el chirrido de algunas carretas cargadas de granos y de frutos, eran los únicos sonidos familiares en aquella soledad. La compostura, recogimiento y severo aspecto de los escasos habitantes de la comarca, demostraban la inmediata influencia de las costumbres del monasterio, sometido á la estrecha regla de San Benito, algo suavizada por el tiempo, que envejece los semblantes y los códigos, pero que conservaba en todo rigor sus bases fundamentales: la obediencia, el silencio y la humildad. Estrecha religion, cuyos hermanos no sólo renunciaban, al hacer sus votos, al vicio de la propiedad, sino al dominio de sus cuerpos y sus voluntades.


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26 págs. / 45 minutos / 34 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Vestir al Desnudo

José Fernández Bremón


Cuento


I

Los periódicos madrileños publicaron una noticia de París que produjo gran satisfacción entre los calvos.


La industria de las pelucas y añadidos está herida de muerte: el químico Mr. De la Peausserie ha descubierto una pasta infalible para hacer crecer el pelo. La Memoria que presentó a la Academia de Ciencias es lacónica. «El fracaso —dice— de todos los ingredientes para remediar la calvicie tiene por causa principal el ser para uso externo, sin fijarse en que el cabello crece de dentro afuera: es como si un labrador cubriese de pieles la tierra y sembrara el trigo encima de la piel. Yo siembro el pelo dentro del cuerpo de que brota, introduciéndole con mis pastillas los elementos que componen el plasma cabelludo: una vez asimiladas las sustancias convenientes el plasma se produce y nace el pelo. Como entre los señores académicos abundan los que pueden comprobarlo, adjuntas varias cajas de pastillas y a la prueba me remito».


Ahora bien: hace siete días que empezaron los ensayos y en todas las calvas académicas ha empezado a nacer un vello sedoso que de día en día se va fortaleciendo.

II

Un mes después añadían nuestros corresponsales de París estos detalles:


El banquete dado por los académicos experimentadores a Mr. De la Posserí ha sido suntuoso. Aquellos hombres doctos ostentaban, en vez de sus antiguas pelucas, largas melenas propias. Cuando apareció el primero de los postres, que era un pastel cubierto de cabello de ángel, los sabios, conmovidos ante aquel símbolo, abrazaron y vitorearon a Mr. De la Posserí.

III

Treinta días más tarde todo había cambiado: extractemos un artículo francés:


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6 págs. / 10 minutos / 5 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

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