Textos más vistos de José Fernández Bremón etiquetados como Cuento disponibles | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 147 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: José Fernández Bremón etiqueta: Cuento textos disponibles


34567

La Cena de un Poeta

José Fernández Bremón


Cuento


Cuando Arturo concluyó su última redondilla tenía mucha hambre, pero no había en su chiribitil sino algunos tomos de poesías, y el Diccionario de la lengua roído por los ratones; para colmo de dolor se elevaban de todas las cocinas de la vecindad vapores apetitosos. Era la noche de Navidad. Arturo, que hasta entonces sólo había pedido inspiración a las Musas, suplicó rendidamente a las nueve hermanas que le diesen de comer.

—Ya sabéis —dijo mentalmente para conmoverlas— que no tengo más familia que vosotras.

Después, como tenía fe en la poesía, se asomó a su elevada ventana y esperó, fijando la vista en la chimenea más cercana para ver si distinguía algo entre las columnas de humo, pues sabido es que el humo es el correo con que se comunican los de abajo y los de arriba.

¡Oh sorpresa! A pesar de la actividad que reinaba en todos los fogones, que atestiguaban excitantes olorcillos, y el escandaloso estruendo de los fritos, y las graves cadencias de las cacerolas, la chimenea no humeaba. Pero había una razón: estaba cubierta por una especie de globo metálico que terminaba en un tubo retorcido, que se extendía en espiral cayendo después entre las tejas. ¿Quién interceptaba aquel humo? Arturo calculó la dirección y longitud del canal de hierro, y no tuvo la menor duda de que los gases eran conducidos a la habitación inmediata, la única guardilla vividera que había al lado de la suya, residencia de un profesor jubilado, cuya obesidad contrastaba con la pobreza en que vivía.

El poeta se indignó de aquel abuso no previsto por las leyes; cortar los humos a una casa, encarcelar lo más libre de la naturaleza, quitar a un habitante de la guardilla lo único que pasa por delante de su ventana era un atentado, y resolvió pedir cuenta a su vecino.

—¿Quién? —dijo éste desde su cuarto al sentir que llamaban a su puerta.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 21 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Primera Peseta

José Fernández Bremón


Cuento


No dar dinero a los chicos era en mi familia sistema rigoroso. Mi primera peseta la gané privándome del chocolate matutino que aborrecía a causa de un atracón que me puso a la muerte a los nueve años de edad, en un asalto a la despensa. Tenía entonces diez años, y en combinación con la cocinera, me procuré una renta diaria de dos cuartos por lo que ella dejaba de comprar, y yo sustituía, con ventaja para mi gusto, el desayuno oficial, tostando mi panecillo francés con sal y aceite. Con aquella renta mi posición se hizo desahogada: podía comprar aleluyas, peones, pelotas y convidar a merengue a algún amigo, aunque jamás logré reunir una peseta: mi capital estaba siempre en calderilla.

Tuve un día ambición, aspiraciones: la lotería primitiva saliendo todos los lunes brindaba con la suerte al que dispusiera de nueve cuartos, precio de la cédula más barata, y permitía elegir números a voluntad desde diez cuartos en adelante y esto hice.

Qué emoción el lunes al oír pregonar a los chiquillos «¡Los hijos de la lotería a ochavo!». Y qué alegrón al saber que había acertado un ambo que me valió catorce reales. Había enriquecido de repente.

Desde entonces he jugado a la lotería muchas veces, pero aquel primer premio ha sido el último, a pesar de haber contribuido al ensayo de la lotería de irradiación en que alguien sospechó si tendría una infalible martingala.


Madrid, 13 de marzo de 1903


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 10 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Sombra de Cervantes

José Fernández Bremón


Cuento


I

Paseaba melancólicamente junto al solar extenso y rodeado de tablones a que ha quedado reducido el histórico palacio de Medinaceli, cuando un hombre de aspecto grave salía de la cerca, saltando la empalizada como un ladrón, con un bulto en la mano. Sin duda se asustó al verme, creyéndose sorprendido, porque, perdiendo el equilibrio, dio consigo en tierra, lanzando al caer un gemido. Acudí a socorrerle, y cuál sería mi asombro al reconocer en aquel supuesto merodeador nada menos que a mi amigo el sabio anticuario don Lesmes de los Fósiles, gran investigador de historias viejas, a quien hube de dar la mano y ayudar a levantarse.

—¿Se ha hecho usted daño? —le dije.

—¿Qué importa un porrazo más o menos? —respondió—, si he perdido el fruto de la trasnochada. ¡Sí! —añadió alzando del suelo un aparato parecido a los cazamariposas de los chicos—. ¡Se me ha escapado!

—¿Quién?

—El venerable fray Tomás de la Virgen. Tres noches hace que le estaba acechando, y le había ya cazado.

—¿Pero usted caza frailes?

—Cazo sombras.

—Permita usted que me asombre.

—No lo extraño, porque no está usted en el secreto, y debo revelárselo para que no me tome por un ladrón nocturno. Todos los eruditos poseemos una red de cazar sombras, como esta que usted ve, y salimos a las altas horas de la noche a caza de personajes de otros tiempos para interrogarlos.

—¿Y se dejan atrapar?

—¿Qué han de hacer? Ven tan poco que casi andan a tientas y huyendo de la luz.

—Y ustedes ¿cómo las ven en la obscuridad?

—Tenemos acostumbrada la vista a las tinieblas.

—Buena broma me da usted, don Lesmes.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 7 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Tormenta

José Fernández Bremón


Cuento


El trueno, el rayo y el huracán se habían apoderado de la atmósfera.

—¡Temblad! —decía el trueno a los hombres con voz terrible y poderosa—. La tormenta ha vencido; se acabó la tranquilidad para vosotros.

—¿Qué son esas torres que habéis levantado a fuerza de paciencia? —añadía el rayo lanzando llamaradas por los ojos—. Yo las traspaso y las incendio.

Y el huracán decía, bramando de coraje:

—¡Ay del que navega! ¡Ay de las chozas débiles y de los árboles que no tengan las raíces muy hondas! Arrasaré todo lo que envuelva dentro de mis círculos.

Y los truenos, los rayos y los bramidos del viento parecían anunciar la ruina del planeta.

—¡El mundo se acaba! —decían todos los animales, refugiándose espantados en las cavernas o huyendo despavoridos.

—Anda más deprisa —decía una ardilla impaciente, que se creía en salvo, a un cachazudo caracol que se arrastraba con pereza—: ¡el mundo se acaba!

—Pierde cuidado —respondió el conchudo animal—. Los que alborotan y se agitan, como el trueno, el rayo y el huracán, se cansan pronto. Más miedo tengo al frío, al calor o al hambre, que llegan sin ruido y sin cansancio. Todo lo violento es pasajero.

En efecto, un cuarto de hora después, el trueno estaba ronco, el huracán se había detenido, y el rayo sólo producía relámpagos inofensivos.

Un airecillo templado y juguetón, pero sostenido y constante, deshizo los nubarrones, y los pájaros, sacudiendo las mojadas plumas, volvieron a piar alegremente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 8 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Vista de los Ciegos

José Fernández Bremón


Cuento


En una habitación casi desamueblada, dos pordioseros de edad madura y ambos ciegos comían unas tajadas de bacalao y un pan grande, partido en dos pedazos desiguales. Aunque no necesitaban luz para cenar, la de un farol de gas, penetrando por una claraboya, hubiera permitido ver a otro cualquiera dos camas raquíticas tendidas en el suelo; la una compuesta de colchón, manta y almohada, y la otra sencilla, de un triste jergón: una guitarra colgada de un clavo y seis robustos báculos al lado de la cama principal, y el desamparo de la otra: el diferente tamaño y aun calidad de las raciones que engullían dejaban comprender que si a primera vista parecía reinar allí la igualdad de la miseria, la actitud altiva y humilde de uno y otro ciego demostraba que eran dos pobres de distinta posición.

Golpearon a la puerta y dijo el ciego que comía el bacalao con más espinas:

—¿Abro, mi amo?

—¿Abrir, dices? ¿Acaso tienes la llave? ¿Sabes quién llama y a qué viene?

—Los golpes redoblan.

—¡Calla!

—¡Tiburcio! ¡Tiburcio! —repetían desde fuera.

Sin duda Tiburcio conocía la voz, porque se dirigió a la puerta y dijo:

—¿Quién es?

—¿No conoces a tu amigo Roque?

—Oigo su voz; pero ¿vienes solo?

—Solo y muy solo; la nieve cubre el suelo y no me atrevo a ir hasta mi casa. ¿Quieres prestarme tu lazarillo? Pronto volverá, que vivo cerca.

Tiburcio se determinó a abrir a medias la puerta, dando paso a otro ciego que llevaba vihuela, báculo y zurrón.

—Entra —le dijo—, que hace frío.

—¿Para qué? —respondió Roque—. Me basta con que él salga.

—Entra, o cierro.

—Como quieras.

—¿No te sigue nadie, Roque?

Y Tiburcio, después de palpar a su amigo, sondeó el espacio con su palo, y cerró la puerta con llave.

—¡Cómo! ¿Cierras con llave y cerrojo?


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 5 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Las Lágrimas de Momo

José Fernández Bremón


Cuento


Júpiter se aburría en el cielo desde que no bajaba a la tierra por no dar celos a Juno. En vano procuraba Momo divertirle haciendo muecas y extravagantes contorsiones: el dios de la risa, humillado y entristecido, hizo pedazos el aro de cascabeles, y se retiró a una apartada viña de los Campos Elíseos, donde se pasaba las horas muertas comiendo pámpanos y echando lagrimones.

Entristeciose el Empíreo con la ausencia del payaso de los dioses. La misma Noche, que antes tenía la apariencia de una viuda enlutada, quedó más lúgubre y más triste, aumentándose las sombras en su rostro. En vano cantaban, bailaban y recitaban versos las nueve Musas para regocijar el Olimpo. Sólo parecían satisfechas de aquella tristeza general la vengativa Némesis, la destructora Parca, las Furias y Medusa, que se pasaba a contrapelo las manos por la cabeza para que se agitasen y silbaran sus trenzas de serpientes.

Plutón y Proserpina abreviaban sus visitas para regresar a los Infiernos, que estaban más alegres que el Olimpo: allí al menos los recibía el Cancerbero ladrando de alegría con todas sus bocas. Las Horas daban vuelta a su devanadera bostezando. Venus no llamaba a los amorcillos para que le atusaran su cabello dorado, y en sus mejillas descuidadas nacía espesa barba.

Se llamó a Hércules para que hiciese juegos malabares con estrellas; a Proteo para que, cambiando de formas, divirtiese a los dioses, y a Mercurio para hacer suertes de escamoteo mercantil: la linda Hebe, que alegraba la vista cuando se adelantaba con la copa de néctar en la mano, resbaló por el cielo rompiendo su copa en la cabeza de una harpía que atronó con sus alaridos el Olimpo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 9 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los Microbios

José Fernández Bremón


Cuento


Me había acostado bajo la impresión que me produjo el folleto de mi amigo el señor Rodríguez Merino, La electricidad y el cólera. La idea de aplicar aquel fluido como preservativo para destruir con su uso diario los microbios de aquella enfermedad, apenas aparecen en el cuerpo humano, y el propósito de crear gabinetes de electrización a donde acudiéramos para formar cadena y recibir los chispazos de tal modo me preocuparon, que cuando me dormí tuve un sueño disparatado que voy a referir.

I

Los microbios, en ejércitos interminables y en orden de batalla estaban ante mí: unos tenían figura de letras o signos ortográficos, otros parecían troncos retorcidos, herramientas, reptiles, garfios y antiparras; iban los unos armados de mangas filtradoras de venenos; otros de taladros y ganzúas, de picos de águila y garras de león.

Parecían las visiones del Apocalipsis reducidas a la dimensión de puntas de alfileres, que esperaban el día terrible para ensancharse a su tamaño natural.

Hui, sin esperar su acometida.

II

Estaba en mi casa; se oían a lo lejos tiros, cornetazos, voces de mando y gritos subversivos.

—¿Qué motín es ése? —pregunté.

—Escuche usted las voces.

—Oigo vivas y mueras a los microbios.

—En efecto; la gente está dividida en dos partidos: sostienen unos que los microbios que tenemos en el cuerpo son los que conservan nuestra vida, y quieren que se les respete; los otros opinan que son la causa de todas las enfermedades, y piden que se les destruya.

—¿Y quienes tienen razón?

—Todavía no se sabe; los que peguen. ¿Oye usted? Han perdido la batalla los microbios. Bajemos a electrizarnos, para no ser sospechosos.

—¿Y cómo se electriza cada día tanta gente? ¿Formaremos cadenas?


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 7 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Miguel-Ángel o el Hombre de Dos Cabezas

José Fernández Bremón


Cuento


Á mis cariñosos amigos
Pepe Cabanilles, Juan José Herranz y Santiago de Liniers


Si el protagonista de mi cuento tiene dos cabezas, saliéndose de la regla comun, ¿por qué esta dedicatoria ha de ser para un solo amigo, segun el uso general? Rompo, pues? ta costumbre, lo cual me proporciona el gusto de unir nombres queridos y hoy algo separados por las vicisitudes de la vida, en recuerdo de la época grata en que vivimos tan unidos.

Acaso hallen algunos exagerada la ficcion que les dedico: no calculan que al elegir mi asunto pude poner no dos, sino tres cabezas sobre los hombros de mi héroe, como los pueblos que en vez de colocar un rey, un general ó un plebeyo á su cabeza, elogian un triunvirato: y áun estuco á mi arbitrio multiplicar esas cabezas hasta el número de siete, y dar el poder á Miguel-Angel, para que constituyese por si solo un Ministerio homogéneo. Ello es que si hemos de creer á los historiadores, Miguel-Angel no es una creacion fantástica: han existido realmente hombres y mujeres de dos y más cabezas?; y si esto dice la historia sériamente, ¿puede rechazarse el cuento por absurdo, cuando atestiguan la posibilidad en los Museos de ciencias naturales tantos fetos bicipites que vivieron algunas horas, lo cual resuelve el hecho principal, el de la vida? No negaré, á pesar de ello, la extravagancia del asunto; antes al contrario, he creido así acomodarme al gusto general que exige à los autores, para ser leidos, lo anómalo y deforme» con preferencia á lo regular y acostumbrado.


Leer / Descargar texto

Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 45 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Mundo y Familia

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Papá —dijo una arañita flaca y zancuda a otra araña, que había sido gorda, a juzgar por la anchura del abdomen, ya desinflado y lacio, como bolsa sin dinero—, hace mucho tiempo que no se come aquí: ni un mosquito siquiera pasa por este rincón; mi madre salió a buscar comida fiada y no vuelve; deme usted su bendición, que voy a correr el mundo.

—Espera, hijo, siquiera una noche.

—No espero, papá, el hambre incita al crimen y anoche tuve malos pensamientos.

—Ya lo reparé, hijo mío. Haciendo que dormía, observé que me mirabas con apetito. Por fortuna, pudiste reprimirte; yo aguardaba con la boca abierta que me dieras un motivo para desayunarme con tu cuerpo. Vete, pues, y recibe con mis ocho patas las ocho bendiciones que se dan al viajero. Acércate, hijo mío.

—Bendígame usted de lejos.

—Cómo, criatura, ¿te irás sin abrazarme?

—Ya lo creo: aquí reina el hambre y somos comestibles.

—Adiós, pues: no te olvides de enviarme noticias tuyas con la primera mosca que encuentres.

La arañita no escuchó más, y descolgándose del techo con un hilo, en pocas zancadas salió por la ventana. Allí se detuvo asombrada, porque nunca sospechó que el mundo fuera tan grande ni hubiera en él tantos vivientes. Poco después se hallaba en un tejado donde un gusano pacífico tomaba el sol tranquilamente. Examinole con atención, y viendo que no tenía dientes ni defensas, le dijo agarrándole por el pescuezo:

—Date preso en nombre de la ley.

Es la fórmula antigua que usan las arañas cuando estrangulan a su víctima. En vano quiso desasirse el infeliz gusano estirando y encogiendo sus anillos: la arañita le chupó todo su jugo, hasta que, creyendo reventar de puro harta, le soltó.

—Puedes retirarte —le dijo—, quedas en libertad.

El gusano no le pudo dar las gracias: estaba seco.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 6 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Pillos y Silbantes

José Fernández Bremón


Cuento


I

Hace cuarenta años, hacia el 1850, lo que hoy es parque de Artillería era un solar rodeado de una empalizada por la parte inmediata al cuartel y la calle de San Marcial: en el frente de la plazuela de Leganitos estaba situada la alcantarilla de aquel nombre, o sea un paredón con dos verjas de hierro giratorias sobre dos ejes colocados a la mitad de su altura: resguardábalas por la parte exterior una especie de puentecillo de hierro con barandilla a manera de balcón, por donde los vecinos transitaban en los días de avenida, mientras las aguas caían por debajo del puente y a través de las verjas en el ancho sumidero. Seguía una tapia de ladrillo que daba la vuelta por el callejón sin salida de Leganitos, y el interior de aquel solar extenso era una hondonada, donde pastaban algunas reses y se veía ropa blanca en improvisados tendederos: había una casucha pegada a la tapia del callejón, y alguna higuera chumba que incitaba a los muchachos al robo con escalamiento. Exceptuando la transformación en parque del recinto que he descrito, de algunos árboles plantados en la plazuela y de una barandilla con que ha sustituido el Ayuntamiento el pretil de piedra en que antes descansaban las lavanderas y los mozos de cuerda apoyando sudorosos sus talegos después de subir la pesada cuesta de San Vicente, todo lo demás apenas ha cambiado desde entonces.


Leer / Descargar texto

Dominio público
15 págs. / 27 minutos / 7 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

34567