El Hombre Pájaro
José Fernández Bremón
Cuento
Caen ministerios; se elevan sobre sus ruinas otros partidos; suceden catástrofes o se realizan hechos gloriosos; y apenas se entera de ellos don Rufo, que sólo tiene con los hombres el trato indispensable para la vida. Su pasión, su interés y sus aficiones están muy altos. Si le veis cruzar las calles con la cabeza muy erguida, no le creáis orgulloso; es que examina el horizonte: si le encontráis mirando los balcones de las casas, no os figuréis que mira a las muchachas; es que pasa revista a las jaulas colgadas en los balcones: ¡oh!, si tuviera alas para para poder reunirse con los suyos; los suyos, es decir, los seres que le encantan y con quienes viviría eternamente, son los pájaros.
Habla en vez de trinar, porque también hablan las cotorras y los loros; prefiere al canto de un gran tenor el de un jilguero, y cambiaría sus dos brazos por dos alas de aguilucho.
—¿Dónde vive usted? —le preguntamos un día, y respondió humildemente:
—Tengo mi nido en la plaza de Santa Ana.
—¿Su nido?
—Es tan pequeña mi habitación que se puede decir que vivo en una jaula.
Si entra a cortarse el pelo, cuando le pregunta el oficial si le deja el tupé que lleva siempre, contesta con rapidez:
—Sí; no me corte usted la crestecita.
Llama al comedor de su casa el comedero.
Un día le oí decir a su criada:
—Es preciso que cuando yo la llame a usted, venga en un vuelo.
—Pues ni que fuera yo una alondra.
—A ver si cierra usted el pico, porque va usted tomando conmigo muchas alas.
Aunque es susceptible, no se enfada porque le llamen buitre, pavo, ni marica.
Sólo se trata con escritores por ser gente de pluma.
Una sola vez le han oído echar un requiebro, diciendo a un ama de cría:
—¡Vaya una pechuga!
Dominio público
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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.