Textos más populares este mes de José Fernández Bremón etiquetados como Cuento disponibles | pág. 2

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autor: José Fernández Bremón etiqueta: Cuento textos disponibles


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El Último Mono

José Fernández Bremón


Cuento


Recuerdos de un viaje a Oriente, tomados del álbum de un tourista. Conversación con el doctor Osford.


—¿Cree usted —dije al doctor mientras tomábamos el té en su casa— que el medio en que se vive modifica el organismo?

—A la vista tenemos un ejemplo: desde que en el siglo pasado se estableció aquí el doctor que fundó esta casa, quiso hacer un experimento que se ha seguido por la tradición de la familia. Compró a un titiritero dos orangutanes amaestrados, macho y hembra, que servían a la mesa, comían como personas y hacían otras muchas habilidades; los puso en una alcoba, los sentaba a su mesa, los castigaba cuando se dejaban llevar de sus instintos, y se propuso educarlos como personas, mandando a sus descendientes que hiciesen lo propio con las crías de los monos, anotando en un registro las vicisitudes del experimento.

—¿Y se conservan esos apuntes?

—Yo he escrito sus últimas páginas, que son interesantes: es un archivo de observaciones que se disputarán algún día los archiveros principales del mundo.

—¿Y han continuado hasta hoy las generaciones de los orangutanes?

—Aún subsiste uno, y se conservan en el museo que luego enseñaré a usted las descendencias momificadas de todas las crías sucesivas. Verá usted allí las modificaciones del tipo primitivo, merced a la cultura que los monos recibieron, progresando siempre en la vida de familia que hicieron todos a fuerza de constancia.

—¿Puede darme usted algunos datos?


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2 págs. / 4 minutos / 26 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los Intereses Creados

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


El estrépito era grande; las vigas, sacudidas con fuerza, temblaban como en un terremoto; una nube de polvo enrarecía el aire y quitaba la vista y la respiración. Huían despavoridos los ratones; las moscas salían en tropel por las ventanas, y se refugiaban en las rendijas más estrechas chinches, arañas, hormigas, cucarachas y polillas.

—¡Ay! —decía una chinche con acento desgarrador—. ¿Qué será de mi cría, si yo me he salvado con trabajo? La familia se acaba para siempre.

—Y la tranquilidad de todos, señora —repuso una polilla—. Figúrese usted que vivíamos desde tiempo inmemorial en una capa de grana, que nos servía de abrigo y alimento, y nos han expulsado a garrotazos. Ya no hay propiedad.

—¿Hay nada más respetable que la industria? Pues acaban de destruir en un instante más de cien telas magníficas que representan el trabajo de millares de arañas. ¡Oh, qué tejidos, y qué colgaduras han destruido los malvados!

—Nada de eso vale lo que el túnel de tablas que había construido y han deshecho. Era una obra de arte —dijo un ratón desconsolado.

—¡Asesinos! ¡Ladrones! ¡Bárbaros! —decían en sus innumerables idiomas todos los perjudicados, zumbando, aleteando y atronando la casa con sus gritos.

—Pero, ¿qué ocurre? —gritó desde lejos la dueña de la casa a su criada.

—Nada, señora —respondió la Pepa, continuando su tarea—: es que estoy sacudiendo con los zorros el polvo de este guardillón.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Hombres y Animales

José Fernández Bremón


Cuento


Prólogo

La condesa Jorgina es alta, bella y majestuosa; infunde respeto su presencia, y pocos resisten su irónica mirada si les dirige sus impertinentes de oro y concha. Sus bailes son funciones reales; la política no tiene secretos para ella, y llena de hechuras suyas los altos puestos del Estado.

Como mi buhardilla domina su palacio puedo ver en él por los huecos de los cortinajes algo de sus fiestas: ya una pareja de rigodón haciendo cortesías no sé a quién; ya un caballero que baila solo con mucha gravedad, o una cola de vestido que ondea por la alfombra y no me deja ver el cuerpo de su dueña. Corta es la perspectiva que disfruto; pero hay quien ve del mundo menos todavía.

¡Qué alucinación sufrí una noche desde mi alto observatorio! Parecíame que los convidados, aunque en traje de etiqueta, no tenían cabezas de persona; que un oso daba el brazo a una pantera; que un asno conversaba con un hipopótamo y un toro, asomados al balcón, y los criados que cruzaban con bandejas lucían sobre sus blancos cuellos cabezas de chorlito.

Alzando la vista al cielo estrellado, lo maravilloso resultaba verosímil; pero la luz eléctrica a lo lejos, y al lado la vibración del viento en los cables del teléfono, no permitían, tan adelantado el siglo, pensar en brujerías. Me restregué los ojos por si se había enturbiado la visión... y me persistían las imágenes. ¿Quién puede dormir en nuestro tiempo sin desvanecer con una explicación natural lo incomprensible?

—¡Bah! —dije soltando la carcajada y cerrando la vidriera—. Eso es un baile de cabezas.

Proceso de Pedro Múerdago

(Relación formada con recortes de periódico)


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Futuro Dictador

José Fernández Bremón


Cuento


Discutirán los oradores, gritarán hasta los mudos, se harán ridículos todos los sistemas de gobierno, y el órgano del entusiasmo desaparecerá del cerebro de los hombres. «¿Qué hemos hecho?», dirán todos cruzándose de brazos. Pero sólo comprenderán lo que han deshecho. Habrá ??? semanales y gobiernos por horas como los coches de alquiler. El poder será un columpio donde todos suban y bajen meciéndose por turno.

Pero un día pregonarán los ciegos esta Gaceta extraordinaria:


Los accionistas de la compañía anónima El ??? universal han decidido nombrar gerente perpetuo del país al opulento banquero don Próspero Fortuna. La compañía indemnizará a los agraviados: colocará en sus oficinas a todos los escritores que tengan buena letra: adelantará fondos a los hombres de palabra, repartiendo a ??? acción un dividendo: serán satisfechos los atrasos de las clases superiores y se mejorará el rancho de las tropas; sí, ciudadanos, nuestros soldados almorzarán café con leche.

La compañía iluminará por su cuenta la población, para que se vea mejor vuestra alegría.

Madrileños:

Las fiestas durarán tres días: id a los teatros: entrad en los cafés: pedid cubiertos en las fondas: paseaos en los coches de alquiler: tomad lo que se venda: todo está pagado. ¡Viva don Próspero Fortuna!


La Gaceta caerá en Madrid como una bomba. Oigamos a los periódicos de entonces. Fragmentos de un artículo doctrinal de La ???, periódico muy serio:


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4 págs. / 7 minutos / 9 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Azufre en la Magia

José Fernández Bremón


Cuento


Mientras vivió el sabio rey don Alonso, el de las Partidas, el judío Isaac fue tolerado y respetado por la justicia, aunque la voz del pueblo toledano le acusaba de entregarse al ejercicio de la magia; cargo que desmentían algunos canónigos, diciendo que no era sino un hombre muy perito y competente en los secretos de la Alquimia, riéndose de los que aseguraban haberle visto volar con alas de murciélago. Pero cuando murió el rey, su protector, los rumores crecieron y se agravaron, y los defensores del judío disminuyeron; pero nadie le molestaba, y los vecinos, recelosos y atemorizados, le saludaban con respeto, aunque hacían a la justicia en secreto comprometedoras confidencias.

Unos habían visto llamaradas y humo, a las altas horas de la noche, en el terrado de Isaac, y la figura de éste destacándose al fulgor de aquellos fuegos diabólicos; otros se quejaban del fuerte olor a azufre que salía a veces de la ventana del judío, y del humo que, extendiéndose por los edificios inmediatos, les había hecho creer más de una vez en un incendio. Y era positivo, por declaración de un droguero vecino, que Isaac adquiría cantidades de azufre tan crecidas, que no podían consumir más en el infierno. En fin, tantos datos y sospechas fue aglomerando la justicia, que ésta determinó hacer un registro por sorpresa en el laboratorio del judío. Un estampido alarmó una noche al vecindario, y cuando los habitantes de las casas próximas salieron a las ventanas para averiguar la causa del ruido, no vieron nada, ni oyeron voces ni señal alguna de espanto en la casa misteriosa, que estaba envuelta en humo, que se disipaba lentamente sin dejar rastro de llamas ni de fuego.

Todos hicieron la señal de la cruz, jurando que el humo sin fuego no era humo, sino una nube hecha descender por algún conjuro mágico. Aquel escándalo determinó la acción de la justicia.


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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Falsa Delicadeza

José Fernández Bremón


Cuento


—¡Sucio!, ¿no ves que me estás manchando y me pones perdida? —dijo al rosal la calle enarenada de un jardín.

—¿No te pisan las gentes y no te quejas? —respondió el rosal—. Singular delicadeza la tuya. Sufres con calma que te manchen con la suela del calzado, y te ofende que caigan sobre ti hojas de rosa delicadas y aromáticas.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Certamen de Inventores

José Fernández Bremón


Cuento


Jamque adeo donati omnes...
(Eneida, Liv. V.)


El Tribunal, que debía adjudicar el premio al invento más útil, y todos los oyentes, escuchábamos con asombro la explicación de un descubrimiento extraordinario.

—Voy a concluir, señores —decía Sapiens, el inventor—. Los cerebros de los contemporáneos más ilustres se conservan rotulados en mis frascos y si he profanado sepulturas, he descubierto y poseo en toda su energía, o atunuado en cultivos de diferentes graduaciones, el microbio de esa enfermedad que llaman henio. Gracias a mis inyecciones, brillan en el mundo algunos imbéciles de nacimiento, sometidos por sus padres a mi régimen, Porque, señores, pocos hombres han creído necesaria para sí la inoculiación de mi bacilo: he ofrecido bacterias del cerebro de Bismarck a nuestros políticos, de Víctor Hugo y Zorrilla a los aprendices de poeta, y de Moltke a nuestros generales más obscuros, y las han rehusado con desdén. Sólo algunos músicos de murga han adquirido microbios atenuadísimos de Wagner, y me han aturdido a tompetazos; la sublimidad en música tiene manifestaciones formidables. Únicamente he transmitido el bacilo del genio militar a un sacerdote, y el del genio poético a un prestamista: el primero está enseñando la estrategia a una comunidad de capuchinas, y el segundo está versificando la ley hipotecaria.

Sapiens saludó modestamente, y hubo un murmullo de aprobación que ahogaron los otros inventores. Uno de éstos, el licenciado Muceta, le interrogó con ademanes descompuestos:

—¿No afirmas que el genio es una enfermedad?

—Así lo aseguran autores afamados.

—¿Y quieres reproducirla, miserable, cuando se ha extinguido felizmente, en España, hace ya tiempo?

—La administro en cultivos atenuados.

—Sapiens, explica tu sistema.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Carta de un Ladrón

José Fernández Bremón


Cuento


He recibido por el correo una carta extraña firmada por Un ladrón. Suprimo de ella los cumplimientos, el preámbulo, y las palabras ociosas. Se queja de que su clase no tenga periódico, ni club, ni medios de manifestar sus aspiraciones, y me elige como intermediario para dar publicidad a sus ideas, por constarle que no tengo quejas ni miedo de los ladrones.

«Usted sólo posee algunos libros, y no quitamos eso, dejándolo para que lo roben las personas honradas. Crea usted —escribe el ladrón— que no robamos ideas, inéditas ni impresas. Siempre hemos respetado la guardilla del escritor: éste sólo tiene en vida y en muerte dos enemigos: los bibliófilos y los ratones. ¿Qué inconveniente puede usted tener en prestarnos el servicio que reclamo?».

Justificada mi neutralidad e intervención, trascribo la carta sin comentarios.


La justicia nos persigue, y hoy que todos hablan, sólo a nosotros se nos niega la palabra: todo se defiende menos el robo, con el nimio pretexto de estar penado por la ley. ¿Acaso lo estuvo y lo estará siempre? Somos ilegales, es verdad, pero aspiramos a no serlo. ¿Cómo podremos ocupar algún día el Gobierno y practicar nuestros ideales, si no se nos facilitan los medios para ello?


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3 págs. / 6 minutos / 5 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Un Crimen Científico

José Fernández Bremón


Cuento


Á mi querido tío
D. José María Bremon


Permite que tu nombre respetable figure en las primeras páginas del libro en que colecciono estos cuentos, dispersos hasta ahora en los periódicos. En tu casa, siendo niño y huérfano, hizo á hurtadillas mi pluma sus cándidos ensayos. En tu librería, que forcé muchas veces para leen las obras que ocultabas á mi prematura curiosidad, está el gérmen de estos cuentos: en la consideracion y prestigio que te habian conquistado tus trabajos literarios y políticos fundaba mis aspiraciones á distinguirme, que no se han realizado: es evidente que hay en este libro y en cuanto escriba algo que te pertenece, y debes restituirte tu agradecido y respetuoso sobrino,


Pepe.

Primera parte

I

Los vecinos de un pueblo de Castilla cargaban de grano sus carretas y sacaban á la plaza sus ganados para conducirlos á la feria: los que nada tenian que vender, ayudaban cargar, ó formaban corrillos bulliciosos. A la puerta de una de las casas habia un carro tan repleto de trigo, que los sacos parecian una especie de montaña: cuatro robustas mulas uncidas esperaban en traje de camino, es decir, llevaban al costado sus raciones en los correspondientes talegos, como llevamos nuestras carteras de viaje. El carro, el atalaje y el ganado indicaban en sus dueños desahogo y abundancia: sin embargo de eso, una mujer jóven, con el rostro inquieto y la voz conmovida, decia á un fornido labrador que, látigo en mano, se disponia á arrear á las caballerías.

—¡Por Dios, Tomás! No juegues en la feria: llevas todo lo que nos queda, y si lo pierdes, tendrémos que empeñar hasta los ojos.

—Lucía, no tengas cuidado; respondió el buen mozo mirando con cariño á su mujer: pasado mañana estaré de vuelta con el carro vacío y la bolsa bien provista: estoy desengañado, y, ademas, te he prometido no jugar.


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29 págs. / 51 minutos / 43 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Las Pantorrillas

José Fernández Bremón


Cuento


Él. —Vengo indignado de Biarritz. Sabe usted que no soy hombre a la moda, sino que fui por mis negocios. ¿Y cómo dirá usted que han dado en vestir allí los elegantes? Pues una boina en la cabeza, americana abierta sin chaleco, camisa de color, pantalón corto, zapato de campo y medias negras para lucir la pantorrilla. ¿Le parece a usted traje varonil?

Yo. —¿Y qué encuentra usted de afeminado en ese modo de vestir?

Él. —¿Es propio de hombre llevar las piernas al aire?

Yo. —De quien no es propio es de señoras: sólo suelen hacer en favor nuestro una excepción las bailarinas y el coro de señoras cuando el autor lo exige.

Él. —El hombre no debe hacer gala de sus piernas, que pertenecen al dominio privado: hace tres cuartos de siglo que la pantorrilla quedó envuelta en una funda, y hay exceso y atrevimiento en lucirla descaradamente.

Yo. —Niego todo lo dicho: es cierto que el pantalón largo desfiguró nuestras extremidades, deformando la base natural del cuerpo, y aprisionó nuestra pantorrilla aunque no había cometido ningún delito. Pero siempre hubo una protesta formidable contra esa injusticia: los funcionarios de Palacio y la Guardia Civil en traje de gala, el clero, los maragatos, los toreros y el fornido aragonés lucieron libremente sus robustas pantorrillas. ¿Cree usted que un montañés de Huesca resulta afeminado por enseñar la media azul que envuelve su pierna poderosa?

Él. —No todos tienen esas pantorrillas presentables.

Yo. —Hablara usted claro de una vez. Luego el pantalón largo es una coquetería para disimular un defecto muy frecuente y para engañar al público. Usted tiene algo que ocultar.

Él. —No personalicemos. Las pantorrillas del hombre de este siglo son sagradas.


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1 pág. / 3 minutos / 6 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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