Textos más populares este mes de José Fernández Bremón etiquetados como Cuento disponibles | pág. 9

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autor: José Fernández Bremón etiqueta: Cuento textos disponibles


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Pensar á Voces

José Fernández Bremón


Cuento


A mi cariñoso y verdadero amigo
Isidoro Fernandez Florez.


Todos los dias oimos á nuestro lado palabras sueltas que se escapan involuntariamente á individuos que pasan hablando a solas sin notarlo: con frecuencia vemos personas que accionan sin hablar, como si sostuvieran disputas muy acaloradas: más de una vez el eco de nuestras propias palabras nos ha advertido que íbamos por la calle hablando en voz alta y llamando la atencion de los transeúntes. Todo esto no es sino una débil manifestacion de la actividad febril de nuestro cerebro, tumultuoso taller que funciona sin cesar, congreso en sesion permanente, y manicomio en que, entre mil ideas extravagantes, descuellan alguna vez pensamientos razonables. El saber callar las necedades que se ocurren es la prueba del buen juicio: ocultar en sociedad ciertos pensamientos que escandalizarian á las gentes, constituye la prudencia: dominar los latidos de la soberbia, los deseos livianos, la envidia y todas las pasiones, es la virtud. ¡Qué diferencia entre el tranquilo aspecto de algunos rostros impasibles, y el motin interior de las ideas bajo el cráneo! vienen á ser como esos edificios cerrados, cuya severa fachada no denuncia los crímenes domésticos que en sus habitaciones se consuman.


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Dominio público
23 págs. / 40 minutos / 25 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Miguel-Ángel o el Hombre de Dos Cabezas

José Fernández Bremón


Cuento


Á mis cariñosos amigos
Pepe Cabanilles, Juan José Herranz y Santiago de Liniers


Si el protagonista de mi cuento tiene dos cabezas, saliéndose de la regla comun, ¿por qué esta dedicatoria ha de ser para un solo amigo, segun el uso general? Rompo, pues? ta costumbre, lo cual me proporciona el gusto de unir nombres queridos y hoy algo separados por las vicisitudes de la vida, en recuerdo de la época grata en que vivimos tan unidos.

Acaso hallen algunos exagerada la ficcion que les dedico: no calculan que al elegir mi asunto pude poner no dos, sino tres cabezas sobre los hombros de mi héroe, como los pueblos que en vez de colocar un rey, un general ó un plebeyo á su cabeza, elogian un triunvirato: y áun estuco á mi arbitrio multiplicar esas cabezas hasta el número de siete, y dar el poder á Miguel-Angel, para que constituyese por si solo un Ministerio homogéneo. Ello es que si hemos de creer á los historiadores, Miguel-Angel no es una creacion fantástica: han existido realmente hombres y mujeres de dos y más cabezas?; y si esto dice la historia sériamente, ¿puede rechazarse el cuento por absurdo, cuando atestiguan la posibilidad en los Museos de ciencias naturales tantos fetos bicipites que vivieron algunas horas, lo cual resuelve el hecho principal, el de la vida? No negaré, á pesar de ello, la extravagancia del asunto; antes al contrario, he creido así acomodarme al gusto general que exige à los autores, para ser leidos, lo anómalo y deforme» con preferencia á lo regular y acostumbrado.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 46 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Los Microbios

José Fernández Bremón


Cuento


Me había acostado bajo la impresión que me produjo el folleto de mi amigo el señor Rodríguez Merino, La electricidad y el cólera. La idea de aplicar aquel fluido como preservativo para destruir con su uso diario los microbios de aquella enfermedad, apenas aparecen en el cuerpo humano, y el propósito de crear gabinetes de electrización a donde acudiéramos para formar cadena y recibir los chispazos de tal modo me preocuparon, que cuando me dormí tuve un sueño disparatado que voy a referir.

I

Los microbios, en ejércitos interminables y en orden de batalla estaban ante mí: unos tenían figura de letras o signos ortográficos, otros parecían troncos retorcidos, herramientas, reptiles, garfios y antiparras; iban los unos armados de mangas filtradoras de venenos; otros de taladros y ganzúas, de picos de águila y garras de león.

Parecían las visiones del Apocalipsis reducidas a la dimensión de puntas de alfileres, que esperaban el día terrible para ensancharse a su tamaño natural.

Hui, sin esperar su acometida.

II

Estaba en mi casa; se oían a lo lejos tiros, cornetazos, voces de mando y gritos subversivos.

—¿Qué motín es ése? —pregunté.

—Escuche usted las voces.

—Oigo vivas y mueras a los microbios.

—En efecto; la gente está dividida en dos partidos: sostienen unos que los microbios que tenemos en el cuerpo son los que conservan nuestra vida, y quieren que se les respete; los otros opinan que son la causa de todas las enfermedades, y piden que se les destruya.

—¿Y quienes tienen razón?

—Todavía no se sabe; los que peguen. ¿Oye usted? Han perdido la batalla los microbios. Bajemos a electrizarnos, para no ser sospechosos.

—¿Y cómo se electriza cada día tanta gente? ¿Formaremos cadenas?


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 8 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Primera Peseta

José Fernández Bremón


Cuento


No dar dinero a los chicos era en mi familia sistema rigoroso. Mi primera peseta la gané privándome del chocolate matutino que aborrecía a causa de un atracón que me puso a la muerte a los nueve años de edad, en un asalto a la despensa. Tenía entonces diez años, y en combinación con la cocinera, me procuré una renta diaria de dos cuartos por lo que ella dejaba de comprar, y yo sustituía, con ventaja para mi gusto, el desayuno oficial, tostando mi panecillo francés con sal y aceite. Con aquella renta mi posición se hizo desahogada: podía comprar aleluyas, peones, pelotas y convidar a merengue a algún amigo, aunque jamás logré reunir una peseta: mi capital estaba siempre en calderilla.

Tuve un día ambición, aspiraciones: la lotería primitiva saliendo todos los lunes brindaba con la suerte al que dispusiera de nueve cuartos, precio de la cédula más barata, y permitía elegir números a voluntad desde diez cuartos en adelante y esto hice.

Qué emoción el lunes al oír pregonar a los chiquillos «¡Los hijos de la lotería a ochavo!». Y qué alegrón al saber que había acertado un ambo que me valió catorce reales. Había enriquecido de repente.

Desde entonces he jugado a la lotería muchas veces, pero aquel primer premio ha sido el último, a pesar de haber contribuido al ensayo de la lotería de irradiación en que alguien sospechó si tendría una infalible martingala.


Madrid, 13 de marzo de 1903


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1 pág. / 1 minuto / 13 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Período de Reposo

José Fernández Bremón


Cuento


Hacia el año 3.140.985.675.412.489 de la creación, el terreno que hoy llaman moderno los geólogos hallábase cubierto por tres capas diferentes, depositadas sobre la corteza del globo por los seres orgánicos pertenecientes a otras tantas edades, y que habían ayudado a formar, ya los agentes químicos, ya las fuerzas mecánicas, ya esos insectos microscópicos a cuya laboriosidad se deben muchas islas y montañas. París, Londres y Madrid yacían sepultados bajo tierra, y el pico de la más alta pirámide servía de guardacantón a los muchachos. En cambio, los sacudimientos interiores del planeta, quebrando por algunos lados la parte sólida de la Tierra, habían hecho salir a la superficie, no sólo rocas graníticas de las que hoy considera la ciencia pertenecientes al terreno primitivo, sino verdaderas montañas de un metal desconocido y compuesto al parecer de la fusión y mezcla de infinitas materias metálicas, completamente nuevas.


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6 págs. / 11 minutos / 9 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Julio

José Fernández Bremón


Cuento


La guerra y el amor habían hecho conocer a Julio César todo el valor del tiempo. Cuando el heroico galán observó que la juventud caminaba muy deprisa, no encontrando otra manera de retardar la vejez, alargó el año. La reforma del calendario produjo una modificación de las edades, prolongó el plazo de las deudas y retrasó la marcha de los siglos. Murmuraron los acreedores, y se indignaron los mancebos que tenían impaciencia por ser hombres; pero las matronas romanas se adhirieron por unanimidad a la reforma, si bien no creyeron suficiente el aumento de diez días al año.

No me extraña que en los funerales de César quemaran las romanas sus joyas, regalo tal vez del héroe difunto, ni que su memoria haya llegado a la posteridad con tal prestigio. Todo el que cumple 36 años, a no ser por Julio César cumpliría 37: el indulto de un año de edad es inestimable en esa época de la vida en que los días abrevian como días de otoño, y los años parecen mal medidos, a pesar de tener añadidura. Julio César será siempre el bienhechor de las jamonas.

La suma de esos diez días, aun restando los bisiestos, forma en la Era cristiana una aglomeración de medio siglo: esto nos permite hallarnos en el siglo XIX, perteneciendo en rigor al siglo XX, y viviendo tan al día, hablar con tal seguridad del porvenir. Nuestra generación se columpia entre dos siglos.


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8 págs. / 14 minutos / 6 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Un Dios de Sombrero de Copa

José Fernández Bremón


Cuento


I

Los amigos de don Teótimo Gravedo llenaban los salones de su espléndida morada, atraídos por esta singular invitación:


D. T... G... pronunciará un sermón muy corto en la noche del próximo domingo, y después dará un té religioso a sus amigos. Tendrá la mayor satisfacción si se digna Vd. honrar su casa aquella noche.


Era don Teótimo hombre ceremonioso y circunspecto, de cara larga, nariz larga y patillas aún más largas que la cara y la nariz: su estatura era tan alta, que los pantalones mejor medidos le resultaban siempre cortos: sentado, parecía estar de pie, y de pie parecía andar en zancos. Cuando los convidados estuvieron reunidos dijo extendiendo sus brazos por encima de toda la reunión:

—Señores: Todos habéis notado que la fe desparece y lo habréis observado con dolor, porque me consta que todos sois deístas. Los cultos antiguos están en oposición con las ideas nuevas: son religiones para las mujeres y los niños. Acaso os decidiríais, para restaurar el sentimiento religioso, a practicar cualquiera de los ritos conocidos, pero sois gentes ocupadas; mientras se oye una misa se puede hacer un préstamo al Gobierno. Lejos de nosotros ahuyentar del mundo la idea de Dios, sombra benéfica, que da resignación al pobre y protege nuestras arcas. Dios nos ha hecho grandes servicios cuando era poderoso entre los hombres: no podemos abandonarle en la desgracia.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Un Muerto con Anteojos

José Fernández Bremón


Cuento


—¿En qué distingue usted a los cuerdos de los locos? —preguntaba una vez a un alienista.

Y el profesor me contestó sonriendo:

—En que unos hacen locuras y otros no.

El vulgo es quien declara locos a los que no puede aguantar: el médico confirma su fallo y los encierra. Pero hay locos benignos para quienes jamás se llama al médico: pasan por personas extravagantes y graciosas, a quienes se utiliza en lo que tienen de sensatos, y cuyas rarezas nos distraen y divierten. El mundo sería muy monótono si sólo tolerase a las gentes juiciosas y formales; pero tiene sus peligros la confusión de los cuerdos y los locos; hay hombre a quien le toca una mujer que parece elegida en el Nuncio de Toledo.


* * *


Hace pocos días ha fallecido en Madrid uno de esos locos tolerados o cuerdos con manías: serio, formal, entendidísimo, al dirigir la contabilidad de una casa de comercio, parecía su imaginación como dislocada algunas veces en lo referente a su persona. ¿Era que se deleitaba en producir la hilaridad en sus amigos, como goza Mariano Fernández cuando al aparecer en las tablas el público se ríe?

Recibí la esquela fúnebre del señor don Ibo R. y vestido de negro me encaminé a la casa mortuoria, por cuya reja, baja y abierta, trepaban con curiosidad niños, hombres y aun mujeres que daban muestras de extraordinario regocijo.

—¡Vaya una ocurrencia! —decían unos—: no he visto cosa igual.

—¡Se han olvidado de quitárselos! —añadían otros.

—Un muerto con anteojos. ¡Ja, ja, ja!

Cuando entré en la casa, no pude menos de sonreír involuntariamente ante el difunto, sobre cuyos ojos cerrados relucián las inútiles gafas; luego dije gravemente a Tomás, el criado, el compañero, el testamentario de don Ibo:

—Esto es un sarcasmo. ¿Cómo ha tenido usted el valor de colocar esos anteojos?


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2 págs. / 4 minutos / 8 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Protector

José Fernández Bremón


Cuento


El día en que enterraron a mi padre, sólo tuve un consuelo en medio de mi desgracia: la satisfacción de la conciencia por haber pagado todas sus deudas con los enseres de la casa cuando salí de ella para siempre. Falto completamente de recursos, visité a todos mis parientes y amigos, y estas visitas me tranquilizaron, pues resultó que todos ellos vivían casi de milagro, y siendo esto evidente, calculé que la Providencia no haría conmigo una excepción.

Contribuía a darme confianza la seguridad que inspiraba mi porvenir a todos mis paisanos. Convenían unánimes en que no podía ni debía continuar viviendo en aquel pueblo.

—Aquí no hay recursos, ni empleos, ni manera de salir adelante —decía el uno.

—El pueblo está lleno de gente y no cabemos todos —añadía otro.

—Sólo puedes hacer carrera en Madrid —exclamaba aquél.

—¡Y qué fortunas se consiguen! —decía una tía lejana.

Sólo manifestó algunas dudas la tímida Clotilde, sobrina del cura, con la cual había cambiado muchas veces miradas cariñosas; pero su voz fue ahogada por una protesta general.

—Los jóvenes deben volar —dijo un vecino; y todos convinieron con él menos Clotilde, que no quería que volase.

En un arranque de generosidad, echaron un guante en favor mío, y aquella misma tarde fui empujado por parientes y amigos hacia el pescante de la diligencia, mientras yo lloraba de gratitud entre aquellas gentes filantrópicas, que apresuraban al mayoral temiendo que la tardanza retardase mi carrera. El recaudador de los fondos me puso seis duros en la mano, exclamando con acento solemne:

—Todo esto es para ti.

La rubia y encarnada Clotilde, entre avergonzada y llorosa, colocó a mis pies un abultado cesto, diciéndome con acento conmovido: «Toma la merienda». Procuró después sonreírse para quitar importancia a su regalo, pero las lágrimas borraron la sonrisa... y partió la diligencia.


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10 págs. / 18 minutos / 7 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Cena de un Poeta

José Fernández Bremón


Cuento


Cuando Arturo concluyó su última redondilla tenía mucha hambre, pero no había en su chiribitil sino algunos tomos de poesías, y el Diccionario de la lengua roído por los ratones; para colmo de dolor se elevaban de todas las cocinas de la vecindad vapores apetitosos. Era la noche de Navidad. Arturo, que hasta entonces sólo había pedido inspiración a las Musas, suplicó rendidamente a las nueve hermanas que le diesen de comer.

—Ya sabéis —dijo mentalmente para conmoverlas— que no tengo más familia que vosotras.

Después, como tenía fe en la poesía, se asomó a su elevada ventana y esperó, fijando la vista en la chimenea más cercana para ver si distinguía algo entre las columnas de humo, pues sabido es que el humo es el correo con que se comunican los de abajo y los de arriba.

¡Oh sorpresa! A pesar de la actividad que reinaba en todos los fogones, que atestiguaban excitantes olorcillos, y el escandaloso estruendo de los fritos, y las graves cadencias de las cacerolas, la chimenea no humeaba. Pero había una razón: estaba cubierta por una especie de globo metálico que terminaba en un tubo retorcido, que se extendía en espiral cayendo después entre las tejas. ¿Quién interceptaba aquel humo? Arturo calculó la dirección y longitud del canal de hierro, y no tuvo la menor duda de que los gases eran conducidos a la habitación inmediata, la única guardilla vividera que había al lado de la suya, residencia de un profesor jubilado, cuya obesidad contrastaba con la pobreza en que vivía.

El poeta se indignó de aquel abuso no previsto por las leyes; cortar los humos a una casa, encarcelar lo más libre de la naturaleza, quitar a un habitante de la guardilla lo único que pasa por delante de su ventana era un atentado, y resolvió pedir cuenta a su vecino.

—¿Quién? —dijo éste desde su cuarto al sentir que llamaban a su puerta.


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2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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