¡Qué alegría y qué fiestas hicieron los animales cuando destronaron al león!
Hubo conciertos de grillos, procesiones de hormigas, regatas de
salmonetes y carreras de liebres: colgaron sus telas mejores las arañas;
los escarabajos se untaron el cuerpo de charol; los monos dieron
funciones de gimnasia y los topos se pusieron gafas para verlo. ¡Qué
colas tan vistosas arrastraron las culebras en los bailes, qué plumas de
colores lucieron los guacamayos, y qué uniformes de plata y oro los
faisanes!
Hicieron de gigantones los elefantes y jirafas, y de enanos los
pájaros bobos y sapos. Pronunciaron discursos loros y cotorras, y no
hubo animal que no hiciese ostentación de sus habilidades, ni dejase de
exhibir sus plumas, sus escamas y sus pieles más vistosas.
Trataron, en vista de la fiereza del león, destronado con razón por
sanguinario, de elegir un animal que no pudiese devorar a sus súbditos:
un animal inofensivo y popular. Procediose a la votación, y la pulga,
que se metía por todas partes, fue elegida por humilde.
Y mientras atronaban el aire las aclamaciones de gruñidos, relinchos,
rebuznos y chillidos de toda clase, murmuraba un perro viejo entre los
suyos:
—No creo que hayamos mejorado de amo, ni que la pulga sea menos
sanguinaria que el león: antes me parece que, siendo los leones pocos y
las pulgas infinitas, más sangre sacan éstas que no aquéllos; sino que
aquéllos derraman la de algunos de un zarpazo, y éstas nos la sorben a
todos gota a gota.
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