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autor: José Fernández Bremón etiqueta: Fábula


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Los Intereses Creados

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


El estrépito era grande; las vigas, sacudidas con fuerza, temblaban como en un terremoto; una nube de polvo enrarecía el aire y quitaba la vista y la respiración. Huían despavoridos los ratones; las moscas salían en tropel por las ventanas, y se refugiaban en las rendijas más estrechas chinches, arañas, hormigas, cucarachas y polillas.

—¡Ay! —decía una chinche con acento desgarrador—. ¿Qué será de mi cría, si yo me he salvado con trabajo? La familia se acaba para siempre.

—Y la tranquilidad de todos, señora —repuso una polilla—. Figúrese usted que vivíamos desde tiempo inmemorial en una capa de grana, que nos servía de abrigo y alimento, y nos han expulsado a garrotazos. Ya no hay propiedad.

—¿Hay nada más respetable que la industria? Pues acaban de destruir en un instante más de cien telas magníficas que representan el trabajo de millares de arañas. ¡Oh, qué tejidos, y qué colgaduras han destruido los malvados!

—Nada de eso vale lo que el túnel de tablas que había construido y han deshecho. Era una obra de arte —dijo un ratón desconsolado.

—¡Asesinos! ¡Ladrones! ¡Bárbaros! —decían en sus innumerables idiomas todos los perjudicados, zumbando, aleteando y atronando la casa con sus gritos.

—Pero, ¿qué ocurre? —gritó desde lejos la dueña de la casa a su criada.

—Nada, señora —respondió la Pepa, continuando su tarea—: es que estoy sacudiendo con los zorros el polvo de este guardillón.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Amar Volando

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—¿Dónde dejaste aquel que te requebraba hace un momento? —dijo la oruga a la mosca.

—¿Quién?, ¿mi marido?

—¿Pues no eras soltera hace un rato?

—Es verdad; pero me he casado y soy libre otra vez.

—Luego ¿no le querías?

—Le he querido mucho; pero todo acaba tan pronto..., ya soy viuda.

—¿Ha muerto él?

—Entre nosotros el matrimonio es un abrazo; nuestra luna de miel pasa en un vuelo, y separarse un momento es enviudar. Si le veo esta tarde quizás no le conozca.

Hay muchas personas que aman de ese modo. ¿No es cierto, Magdalena?


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Avispero y la Colmena

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Anidaron las avispas en un corcho de colmena, y revoloteaban sin cesar alrededor, y entraban y salían y defendían su casa como hacen las abejas.

—¿Qué os parece nuestra casa? —dijo una avispa a una abeja vecina.

—Es de igual construcción y tamaño que la nuestra; pero ¿tenéis muchos panales, cera y miel?

—¿Qué son cera y miel?

—Son la riqueza que elaboramos con nuestro trabajo.

—No; nuestra casa está vacía...

—¿Y para eso tenéis tanta casa? Yo creo que os bastaría un agujero.

Entre el pueblo que produce y el que imita sin producir, hay la diferencia que entre el avispero y la colmena.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Fábula

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


En una hermosa mañana de primavera, Himeneo jugaba con el Amor y le perseguía. Era aún muy joven, y pronto le alcanzó y le asió de un brazo.

—¡Ah!, ya eres mío —le dijo— y no te me escaparás.

—¡Cuidado! —replicó el alado rapazuelo—, guárdame bien, como a las niñas de tus ojos, porque si el Amor se escapa, el pobre Himeneo no podrá batir más que un ala.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Juguetes Prehistóricos

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Cuando el Señor creó la Tierra de la nada y sacó de la tierra todos los vivientes, el planeta estaba inmóvil en el espacio, y en aquel mundo tranquilo los hombres y los animales morían de vejez.

Satanás estaba furioso con aquel sosiego, y convocó a sus espíritus para que aquello terminara.

—¡Satanás! —le dijo el ángel Gabriel—; todo lo que intentes para destruir la Tierra se convertirá en un juego de muchachos.

El Ángel Caído, en su soberbia, no hizo caso del consejo y dijo a los diablos:

—Es preciso que destruyamos ese planeta; proponed medios.

—Sabed lo que dolería más en los cielos, que destruyeran la Tierra sus propias criaturas —dijo un demonio colorado.

—Es verdad; pero ¿quién de ellas será capaz de matar a su madre?

—¿No has reparado en una que se arrastra por los suelos?

—Es verdad: propongamos el asesinato a la culebra.

—¿Qué le ofreceremos?

—Aquello de que carezca.

Satanás voló a la Tierra, dio un silbido, y todas las culebras del mundo salieron de sus antros arrastrándose y eschucharon al demonio.

—¿Queréis tener piernas como los hombres o como los cuadrúpedos?

—¡Sí, sí! —silbaron a un tiempo todos los reptiles—. Queremos andar y no arrastrarnos.

—Pues cójase cada cual a la cola de una amiga, y rodead la Tierra y oprimidla hasta que cruja y se deshaga.

Trescientos millones de culebras, formando una cadena, rodearon a la Tierra dándole siete vueltas y apretándola a la vez con todos sus anillos. La Tierra, que estaba tierna todavía, se retorció de dolor y empezó a llenarse de grietas por las cuales se despeñaron las aguas, y a formar jorobas en las que se refugiaron los vivientes.

Gabriel apareció y dijo a los reptiles:

—No os soltéis y apretad firme.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Bala y el Blanco

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Sí, sois perversas y dañinas por instinto, y me detestáis y gozáis en magullarme —dijo a la bala el blanco dolorido, alzando de mala gana la bandera que indicaba el acierto y buena puntería del tirador.

—¿Qué sería de ti —repuso la aplastada bala con voz triste— si tuviéramos la mala intención que nos atribuyes? ¿No sabes que en las batallas pasamos la mayor parte entre los ejércitos sin hacer ningún daño, resistiéndonos a matar? ¿No ves que nos dirigen contra ti y hacemos todo lo posible por no darte? Sin nuestra naturaleza pacífica ¿quedarían muchos hombres? ¿No estarías tú deshecho?

Y silbaban entretanto muchas balas sin dar nunca en el blanco, pero a cada momento caían ramas heridas, saltaban del suelo piedras rotas y se desconchaban las paredes. Cesó por fin el ejercicio de fuego, sin que el blanco alzara la bandera por segunda vez.

—¿Te convences de tu injusticia? —le dijo la bala magullada—. Mira cuánto destrozo en todas partes y qué intacto te dejan los disparos. Siempre se han de quejar los que menos daños sufren. A nadie respetamos tanto las balas como al blanco.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Fuerza y la Inteligencia

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.

—¿Tu fuerza y tu voluntad? —respondió el maquinista sonriendo—. Si yo te dejo libre no podrás alzar del suelo ni un átomo de polvo.

Los pueblos son como el vapor de agua: su fuerza se aniquila cuando no hay un maquinista que la encierre en la caldera y la utilice.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Grillera

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—¡Orden! ¡Orden! —decía un grillo muy formal—. Cantemos óperas a compás. Coloquémonos en fila sin molestarnos unos a otros. Esto podría ser un concierto y es un caos. ¡Orden! ¡Orden!

Pero los grillos no le hacían caso y chillaban cada cual a su gusto y en su tono, dentro de la grillera, subiéndose unos en otros, para caer después debajo, y formando un grupo informe de patas, cuerpos, antenas y coseletes, en perpetua agitación.

—¿No le parece a usted —dije a un amigo— que esto es la imagen de nuestro país?

—Tiene usted razón —respondió aquél.

—¿Cuándo podrá ordenarse?

—¡Desdichado! ¿Qué pretende usted? Esto está como debe estar. ¿Quiere ser usted el grillo formal que pretendía ordenar una grillera?


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Oruga Cometa

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Descolgábase del árbol una oruga sujeta al hilo que iba formando trabajosamente con su baba. Pero el viento, encorvando la delgada hebra, arrastraba al insecto por el aire, jugando con él y columpiándolo.

—¡Qué he hecho! —decía la pobre oruga quejándose de su suerte—. Quise descender al suelo y me remonto hacia las nubes, y mi cuerpo está a merced del primer pájaro hambriento que me vea. Vuelo sin alas, y cuanto más hilo saco más me elevo.

El insecto ascendía como sube una cometa mientras no se agota su bramante.

Así pasaron largas horas, hasta que el viento se calmó, y la oruga, cansada y dolorida, pudo ganar la tierra y refrescar y extender su cuerpo en una hierba.

—¡No eres poco delicada! —dijo otra oruga que la vio—; cualquiera diría que has hecho un gran viaje; cuéntale tus trabajos a quien no haya bajado del árbol como yo; sé muy bien que basta sujetar el hilo en una rama y dejarse caer poco a poco, porque nuestro peso mismo nos lleva a tierra en un momento.

Casi todas las orugas atestiguaron lo mismo y consideraron a la primera como una embaucadora.

—¡Habrase visto la embustera!

—¿Pues no sostiene que ha volado como un ave?

—¡Olé por la mariposa!

—¡Qué cosas tan raras suceden en el mundo!

—No hagas caso a esas imbéciles —dijo un saltamontes—; he corrido mundo y he visto cosas más extraordinarias y difíciles.

El vulgo que marcha acompasadamente no sabe lo que otros luchan para vivir, e ignora que quien arrostra los vientos de la vida puede volar más alto que los otros.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Verdad Embellecida

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Mucho debe ser, cuando la Providencia me regala de este modo: me puso casa con una hermosa bóveda y de una sola habitación para que no me molestaran los vecinos: no me dio pies, para indicarme que no necesito andar, como tantos infelices, para ganarme la vida: abro mis puertas cuando quiero, y entra la luz, que viene de muy lejos, para alumbrar mi casa: ese mar tan grande y de tan mal genio me trae todos los días como un esclavo la comida, y paso mi existencia durmiendo y despertando con sosiego, en una cuna de nácar, envuelta en mi manto transparente.

—¿Quién cuenta tales grandezas en este rinconcito de mar? —dijo un joven cangrejo—. Deben ser embustes.

—No: todo lo que dice es cierto, pero muy embellecido —respondió un cangrejo sabio.

—¿Me puede usted decir quién es esa princesa?

—Esa princesa es una ostra.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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