Textos favoritos de José Fernández Bremón | pág. 6

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autor: José Fernández Bremón


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Registro de Conquistas

José Fernández Bremón


Cuento


(Hace pocos días recogí en la acera de los nones de la calle de Alcalá un pliego de papel: parece ser la última parte de un libro de memorias, en que un seductor apunta sus conquistas; el libro, con esa pérdida, debe estar descabalado, y como no hay en él indicios de quién sea su dueño, y por otra parte, no es fácil que éste se declare autor de esas conquistas, no veo otra manera de restitución que publicar esos apuntes, para que pueda el seductor completar su registro pegando este artículo en las páginas que faltan, y añadiendo los apellidos que omito por respeto).


Núm. 257. Petra... Morena pálida: ojos azules, cabos negros: pecho alto, estatura regular, viuda tres veces. La conquisté en las Calatravas, robándole el pañuelo de encaje en una apretura y entregándoselo a la puerta de la iglesia, como rescatado de las manos de un ratero. Es mujer ordenada y se resiste quince días. Peligrosa porque desea casarse por cuarta vez y se enriquece con los despojos de los muertos. Cedida a un compañero a cambio del

Núm. 258. Lágrimas de... Tiene horror a lo desconocido y una inclinación involuntaria a los amigos de su amigo. Mi resistencia fue heroica y sucumbí por evitar mayores males. Alta y delgada; elegantísima. Gasté en obsequiarla quince duros y diez céntimos. Da gazpachos los viernes. Pregunta la historia de todo el que saluda a quien la acompaña. Ha recorrido medio mundo y hace redondillas libres. Una noche, al salir del teatro, tomó el brazo de un amigo mío, y no lo ha soltado todavía.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 1 visita.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Carta de un Muerto

José Fernández Bremón


Cuento


En el manicomio de Leganés conocí a un loco que razonaba con gran lógica: eran todos sus actos de cuerdo, paseaba solo y huía el trato de sus compañeros: tan sensato me parecía, que no pude menos de abrigar dudas acerca de su locura. Una de las maneras que hay de averiguar si una persona padece alguna manía es irritar ésta, recordando los hechos que la condujeron al asilo de locos. Así lo hice, quizás con imprudencia, pero llevado de un buen deseo: después de una conversación en que me sorprendió la resignación con que me refería su desventura, dijo sonriendo:

—Yo estoy aquí porque me carteo con un muerto.

Le miré con lástima, y comprendió el significado de aquella mirada, porque añadió con melancolía:

—Adivino lo que piensa usted de mí: lo que acabo de decirle es un absurdo; y sin embargo, no estaría aquí si me hubiera callado mi secreto.

—¿Lo es para mí?

—Ni para nadie. ¿Se hubiera usted callado al recibir una carta escrita desde la otra vida?

Yo vacilé para contestar.

—¿Se hubiera usted callado?

—Seguramente que no; pero...

—No cree usted posible esa correspondencia, ¿no es verdad? Eso me sucedía a mí antes de leer la carta que guardo muy oculta, pero al alcance de mi mano.

—¿Y quién le escribe a usted?

—Un amigo muerto.

—¿Conocía usted su letra?

—Perfectamente, y es la letra de la carta. La misma noche en que murió prometió escribirme desde el otro mundo: pasaron nueve días, y al salir del funeral me encontré su carta en casa; tenía el sello del interior, y además otro muy extraño, que figuraba una noche estrellada. Vea usted el sello.

Vi, en efecto, en el sobre de una carta un círculo de fondo negro que representaba en puntos blancos las constelaciones principales de nuestro hemisferio.

—¿Me presta usted el sobre?

—No, señor. Creo que no puedo ser más franco.


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Dominio público
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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Juegos de Muchachos

José Fernández Bremón


Cuento


—¿Qué haces por las noches cuando sales del trabajo? —pregunté a un aprendiz de diez años de edad. Tenía curiosidad de saber en qué se ocupan ahora los muchachos; creía que irían al Bolsín, escribirían dramas, o hablarían de política. Cuál habrá sido mi sorpresa al saber que hacen diabluras todavía.

—Esta noche voy de pesca —me dijo gravemente.

—¿Y dónde hay pesca en Madrid?

—¿No ha visto usted en el jardín de la plaza de Oriente dos estanques? En el que está enfrente de Palacio hay peces encarnados y en el otro peces blancos. Llevo un hilo, un alfiler y miga de pan untada en aceite; me siento al borde del estanque, sujeto el hilo a una piedra y miro de reojo si se mueve; ¿se mueve?, hay pesca; saco el pez, lo envuelvo en mi pañuelo, lo mojo en el estanque, y luego en todas las fuentes que hallo al paso, hasta llevarlo vivo a casa.

—¿No te riñen tus padres?

—No lo saben.

—Pues, ¿dónde escondes esos peces?

—Los echo en la tinaja.

—¿Cuántos peces tienes?

—Lo menos una libra.

—¿Y si se descubre?

—Despedirán al aguador creyendo que trae el agua del mar. O se lo confesaré a mi madre en un día de vigilia.

—¿Y el guarda?

—Cuando nos ve sentados nos registra, y si nos encontrase el anzuelo nos daría una paliza; el que había antes tenía otra costumbre: primero nos daba la paliza y después nos registraba.

—Y ¿tardan los peces en caer?

—Sí: son muy pesados: yo sé un medio de llamarles la atención: se enciende un fósforo y acuden los peces a la luz; pero tiene el inconveniente de que también acude el guarda.


* * *


—¿No bajas también al Prado?

—Sí, señor; a deshacer los corros de las niñas.

—¿Te gustan? ¡Arrapiezo!

—Cuando tienen el pelo suelto, sí, señor.

—¡Habrase visto!

—Tengo pelo de casi todas.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 1 visita.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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