Textos más populares esta semana de José Fernández Bremón publicados el 18 de julio de 2024

Mostrando 1 a 10 de 23 textos encontrados.


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autor: José Fernández Bremón fecha: 18-07-2024


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Cuentos de Varios Colores

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


El nacimiento de la pulga

En los primeros tiempos, cuando toda la materia fue poco a poco condensándose y tomando forma, dijo Dios al Genio de la Tierra:

—Ha llegado el momento de poblar de vivientes tu planeta: convoca a los espíritus creados para habitarla y que elijan cuerpo y manera de vivir a su gusto. Y hágase.

El Genio bajó a la Tierra para obedecer sin discutir; pero muy desconsolado, y pensando que aquel decreto iba a arruinar el planeta que se le había confiado, decía con tristeza:

—¿Habré cometido alguna falta en la distribución de montañas y llanuras, climas y paisajes, y curso y reglamento de las aguas? ¿Estarán mal calculados los movimientos de la atmósfera? ¿Parecerán mezquinos los árboles que yo creía tan gallardos, y las variedades que imaginaba tan complicadas e ingeniosas de los minerales y las plantas? Bajo el temor de haber desagradado, ahora me parece ruda y bárbara mi obra. ¡Qué pálidos, escasos y pobres son los colores que ha combinado con las vibraciones de la luz, y qué mal dispuestas me parecen las leyes del sonido, de la gravedad y del calor! Los contornos de las montañas y la forma de los continentes no tienen armonía y son extravagantes.

Y un pensamiento aún más terrible le hizo afligirse hasta el extremo.

—¿Habré revelado por torpeza el gran secreto del crear, que se me ordenó poner de manifiesto claramente, pero de modo que resultase oculto por su misma claridad? Grave ha sido mi error cuando se me manda entregar la Tierra a esos espíritus inquietos e innumerables, para que la estropeen con sus malos instintos, brutalidad, torpeza, orgullo y condiciones destructoras y malignas. Es verdad que no todos son malos, y los hay inofensivos y agradables... ¿Qué resultará?


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13 págs. / 24 minutos / 19 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Diablo Submarino

José Fernández Bremón


Cuento


Plencia es un pueblecito situado a corta distancia de Bilbao: su playa de arena está limitada por dos muros de roca a derecha e izquierda que forman un boquete por cuyo fondo se ve cruzar a lo lejos algún buque: la playa tiene tan poquísimo calado, que cuando baja la marea el agua se aleja y habría que ir en busca del mar para llegar a su orilla: nunca vi una barca en aquel puerto seco, a donde llega el Cantábrico como una delgada lengua de agua que lame la arena endureciéndola. Plencia tiene vistas al mar, pero no tiene puerto.

En aquella playa tomé baños de agua y arena hace ya muchos años: allí conocí a un marinero retirado, hombre de unos cincuenta años de edad, a quien los médicos habían enviado, no a tomar las aguas, sino el aire salitroso de mar: llamábase Tiburcio.

—¿No se baña usted? —le pregunté una tarde por entablar conversación con aquel hombre, a quien encontraba siempre cerca de la única casilla en forma de garita de centinela que había entonces en aquella playa.

—No, señor —respondió gravemente—, me he bañado tantas veces sin gana, que he perdido hasta las ganas de lavarme. Los médicos me han recetado aire y vengo a respirar; y crea usted que no todos conocen el valor de esta medicina como yo.

—¿Siente usted alivio al respirar?

—He contenido tantas veces el aliento, que aprendí a saber lo que vale una buena bocanada de aire puro.

—No le entiendo a usted.

—He sido buzo. Y créalo usted: no hay trago de vino ni aguardiente tan sabroso como un sorbo de viento, después de haber estado uno sumergido bajo el agua.

—Mal sitio ha elegido usted para bucear, aquí donde es preciso hacer un viaje mar adentro para encontrar fondo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los Intereses Creados

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


El estrépito era grande; las vigas, sacudidas con fuerza, temblaban como en un terremoto; una nube de polvo enrarecía el aire y quitaba la vista y la respiración. Huían despavoridos los ratones; las moscas salían en tropel por las ventanas, y se refugiaban en las rendijas más estrechas chinches, arañas, hormigas, cucarachas y polillas.

—¡Ay! —decía una chinche con acento desgarrador—. ¿Qué será de mi cría, si yo me he salvado con trabajo? La familia se acaba para siempre.

—Y la tranquilidad de todos, señora —repuso una polilla—. Figúrese usted que vivíamos desde tiempo inmemorial en una capa de grana, que nos servía de abrigo y alimento, y nos han expulsado a garrotazos. Ya no hay propiedad.

—¿Hay nada más respetable que la industria? Pues acaban de destruir en un instante más de cien telas magníficas que representan el trabajo de millares de arañas. ¡Oh, qué tejidos, y qué colgaduras han destruido los malvados!

—Nada de eso vale lo que el túnel de tablas que había construido y han deshecho. Era una obra de arte —dijo un ratón desconsolado.

—¡Asesinos! ¡Ladrones! ¡Bárbaros! —decían en sus innumerables idiomas todos los perjudicados, zumbando, aleteando y atronando la casa con sus gritos.

—Pero, ¿qué ocurre? —gritó desde lejos la dueña de la casa a su criada.

—Nada, señora —respondió la Pepa, continuando su tarea—: es que estoy sacudiendo con los zorros el polvo de este guardillón.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Paraíso de los Animales

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Todas las criaturas reciben impresiones de lo sobrenatural, más o menos empequeñecidas, según su sensibilidad y facultades. Hasta las ostras que rociamos de limón tienen su ideal, su aspiración, o si quiere usted su Paraíso. Cuando yo era chinche, me paseaba en sueños sobre la inmensa espalda de un gigante dormido, y le sacaba a caños la sangre con una trompa de elefante.

—¿Dice usted que ha sido chinche? —exclamé, mirando a don Heliodoro con lástima y recelo.

—Y he sido cabra, pájaro y lagarto... No cavile usted. Los antiguos encantadores tenían el poder de transformar en animales a las personas; la ciencia humana había perdido aquel secreto y hoy lo ha recobrado y nos puede embrutecer de un modo científico.

Yo callaba y seguía mirando a mi amigo con asombro: éste lo notó.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Fuerza y la Inteligencia

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.

—¿Tu fuerza y tu voluntad? —respondió el maquinista sonriendo—. Si yo te dejo libre no podrás alzar del suelo ni un átomo de polvo.

Los pueblos son como el vapor de agua: su fuerza se aniquila cuando no hay un maquinista que la encierre en la caldera y la utilice.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Caso de Conciencia

José Fernández Bremón


Cuento


Simeón no era odiado solamente de los cristianos de Toledo, que al fin y al cabo tenían la misma animadversión a todos los judíos, aun aquellos que gozaban la consideración y privanza del gran rey don Alfonso el Sabio: le querían mal todos sus correligionarios, y acusándole de no observar el sábado, que solía pasar en la carnicería vigilando a sus tablajeros, le tildaban de cristianizante. Las hebreas de su vecindad aseguraban que todos los días a las horas del almuerzo salía de su hogar un escandaloso olor a magras fritas, y desde luego consideraban los más imparciales y juiciosos que era muy ocasionado a faltar a la ley el inmundo tráfico en que hacía sus ganancias, la cría, la matanza, salazón y venta de los cerdos.

El sabio rabino Zabulón, cada vez que pasaba por el edificio que servía de saladero a los tocinos y jamones producto de cada matanza, decía al opulento Simeón:

—Grande es el almacén de tus culpas.

Simeón sonreía y calculaba, contemplando con tanta satisfacción las reses abiertas en canal, como un sabio que leyera un libro lleno de ciencia.

Un día se encontraron en el campo el rabí y el ganadero, caballeros en sendas mulas, como a dos leguas de la ciudad, en el momento de estallar una tormenta: y sobrevino tal ventisca y aguacero, que determinaron refugiarse en unas ruinas que se veían a lo lejos, temerosos de que las caballerías se espantasen, sobre todo Zabulón, que era mal jinete. El terreno era quebrado, las herraduras de las bestias resbalaban en las raíces húmedas de los árboles, la tormenta seguía, y cuando encontraron el refugio estaban extraviados y la tarde iba vencida.

—Hermano Simeón —dijo su compañero cuando estuvieron bajo techado—: estoy muerto de hambre, porque no he probado nada desde esta mañana. He creído ver que tu alforja tiene un bulto, y si es cosa de comer, te ruego que la partas conmigo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Fábulas en Prosa III

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


La tormenta

El trueno, el rayo y el huracán se habían apoderado de la atmósfera.

—¡Temblad! —decía el trueno a los hombres con voz terrible y poderosa—. La tormenta ha vencido; se acabó la tranquilidad para vosotros.

—¿Qué son esas torres que habéis levantado a fuerza de paciencia? —añadía el rayo lanzando llamaradas por los ojos—. Yo las traspaso y las incendio.

Y el huracán decía, bramando de coraje:

—¡Ay del que navega! ¡Ay de las chozas débiles y de los árboles que no tengan las raíces muy hondas! Arrasaré todo lo que envuelva dentro de mis círculos.

Y los truenos, los rayos y los bramidos del viento parecían anunciar la ruina del planeta.

—¡El mundo se acaba! —decían todos los animales, refugiándose espantados en las cavernas o huyendo despavoridos.

—Anda más deprisa —decía una ardilla impaciente, que se creía en salvo, a un cachazudo caracol que se arrastraba con pereza—: ¡el mundo se acaba!

—Pierde cuidado —respondió el conchudo animal—. Los que alborotan y se agitan, como el trueno, el rayo y el huracán, se cansan pronto. Más miedo tengo al frío, al calor o al hambre, que llegan sin ruido y sin cansancio. Todo lo violento es pasajero.

En efecto, un cuarto de hora después, el trueno estaba ronco, el huracán se había detenido, y el rayo sólo producía relámpagos inofensivos.

Un airecillo templado y juguetón, pero sostenido y constante, deshizo los nubarrones, y los pájaros, sacudiendo las mojadas plumas, volvieron a piar alegremente.

La fuerza y la inteligencia

—Eres un tirano —decía el vapor de agua al maquinista—: habiendo fuera tanto espacio, me oprimes y sujetas dentro de la caldera: vuélveme la libertad; deja que yo emplee mi fuerza según mi voluntad.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Las Lágrimas de Momo

José Fernández Bremón


Cuento


Júpiter se aburría en el cielo desde que no bajaba a la tierra por no dar celos a Juno. En vano procuraba Momo divertirle haciendo muecas y extravagantes contorsiones: el dios de la risa, humillado y entristecido, hizo pedazos el aro de cascabeles, y se retiró a una apartada viña de los Campos Elíseos, donde se pasaba las horas muertas comiendo pámpanos y echando lagrimones.

Entristeciose el Empíreo con la ausencia del payaso de los dioses. La misma Noche, que antes tenía la apariencia de una viuda enlutada, quedó más lúgubre y más triste, aumentándose las sombras en su rostro. En vano cantaban, bailaban y recitaban versos las nueve Musas para regocijar el Olimpo. Sólo parecían satisfechas de aquella tristeza general la vengativa Némesis, la destructora Parca, las Furias y Medusa, que se pasaba a contrapelo las manos por la cabeza para que se agitasen y silbaran sus trenzas de serpientes.

Plutón y Proserpina abreviaban sus visitas para regresar a los Infiernos, que estaban más alegres que el Olimpo: allí al menos los recibía el Cancerbero ladrando de alegría con todas sus bocas. Las Horas daban vuelta a su devanadera bostezando. Venus no llamaba a los amorcillos para que le atusaran su cabello dorado, y en sus mejillas descuidadas nacía espesa barba.

Se llamó a Hércules para que hiciese juegos malabares con estrellas; a Proteo para que, cambiando de formas, divirtiese a los dioses, y a Mercurio para hacer suertes de escamoteo mercantil: la linda Hebe, que alegraba la vista cuando se adelantaba con la copa de néctar en la mano, resbaló por el cielo rompiendo su copa en la cabeza de una harpía que atronó con sus alaridos el Olimpo.


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Mojiganga

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Madre Zanca —dijo una muchacha rubia que representaba quince años—, es una pobre la que llama, y quiere que le digáis la buena ventura de limosna.

—Respóndele que no se la he querido decir a un caballero con guantes de ámbar, plumas en el sombrero y muchos doblones en el cinto. Hoy no trabajo.

—Dice que lo hagáis por caridad.

—Dale con el plumero.

—¿Con el mango?

—No: con la pluma, así se espanta a las moscas.

La muchacha volvió a salir, y se oyó a lo lejos el claro timbre de su voz, mezclada con otra algo cascada.

—¡Blanca! Basta de conversación y cierra la cancela —gritó con su voz hombruna la tía Zancadilla.

—Es que os ha echado una maldición esa pícara gitana.

—Pues no se la devuelvo, porque hace tiempo que no maldigo gratis.

Y se asomó al cierre de cristales para verla, pero la distrajo de su idea la vista de un jinete muy galán que entraba por la estrecha callejuela.

—¡Blanca! ¡Guiomar! ¡Inés! ¡Estrella! Niñas, aquí todas, que don Luis viene a caballo —gritó la madre Zanca.

Don Luis plantó el caballo ante el balcón, donde se habían apiñado con la vieja seis mocitas liadas como amorcillos; pero, en vez de apearse, dijo con mal humor:

—No me aguardéis: salgo en este momento de Toledo, de orden de mi tío el corregidor, con una escolta que he de alcanzar en diez minutos.

—¿Ocurre algo?

—Se sabe que la reina está de parto y no hay avisos de Madrid: voy a reconocer el camino, por si lo han interceptado los bandidos. Ni una palabra más. Adiós, Estrella: tú eres mi lucero: Guiomar del alma: Blanca mía, compadecedme y bebed a mi salud. ¡Ah! Nadie sepa que he venido.

Salió el caballo al trote, las niñas agitaron los pañuelos, retirándose contrariadas, mientras que un viejo corchete, que había escuchado la conversación, oculto en un zaguán, murmuraba para sí:


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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