Textos más populares este mes de José Fernández Bremón | pág. 8

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autor: José Fernández Bremón


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El Fugitivo de Guadalete

José Fernández Bremón


Cuento


Era el mes de diciembre del año 711. Se acababa de recibir en Toledo la noticia de la derrota y muerte de don Rodrigo en las orillas del Guadalete. La consternación era grande; se ponderaba en Toledo la muchedumbre de los moros, sus armas, su fortaleza y el valor de sus caudillos. No participaban, sin embargo, del espanto popular los nobles, bien enterados de las intrigas políticas de aquel tiempo. Para unos, la muerte de don Rodrigo era un cambio de reinado, favorable para sus intereses; otros sabían más, los tratos del partido de los hijos de Witiza con el invasor, es decir, lo que hoy se llamaría una coalición de moros y cristianos para destronar a don Rodrigo.

Algunos señores godos comentaban y celebraban las noticias, burlándose de los terrores del vulgo, en una casa de recreo, no lejos de la capital y a orillas del camino, cuando sonaron algunos golpes en la puerta. Un criado anunció poco después que pedía hospitalidad un soldado rendido de cansancio.

—¿De dónde vienes? —preguntó el dueño de la casa.

—Viene de la guerra. Su caballo ha caído muerto de fatiga delante de la puerta.

—¡Que entre, que entre! —dijeron todos, levantándose de sus asientos y dejando los vinos y manjars para saciar el hambre de noticias.

Abriose otra vez la puerta y apareció en ella un soldado, con la armadura abollada e incompleta, todo el cuerpo empolvado y el rostro abatido y descompuesto.

—¿Has asistido a la batalla?

—¿Es cierta la muerte del rey?

—¿Quién manda los ejércitos? ¿Qué caudillo han proclamado?

Y todos le preguntaban a la vez, sin darle tiempo a contestar.

—Ante todo, dadme de beber, que muero de sed y de cansancio.

Los nobles le presentaron sus copas, esperando con ansia las palabras del soldado. Éste se repuso vaciando algunos vasos, su rostro se coloreó, y luego dijo con voz triste:


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Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Batalla de Feos

José Fernández Bremón


Cuento


Qué sueño aquel tan agitado: recuerdo que hubo una gran batalla entre los hombres guapos y los feos: y como aquéllos eran pocos, los pasamos a cuchillo; corrió la voz de que algunos habían escapado a la matanza disfrazados de mujeres. Los vencedores dictamos una ley que castigaba con pena de muerte la hermosura en el hombre, y los consejos de guerra aplicaban la pena sin compasión: a cada instante se oían descargas: era que los soldados fusilaban buenos mozos: y ¡fenómeno extraordinario!, cuantos más sucumbían, más hombres guapos aparecían por todas partes, y menos feos veíamos, o conformes al menos con la idea que teníamos de la fealdad.

El poder se preocupó de aquella abundancia de hermosos, y recelando que pudiesen dar un golpe de mano, hizo una ley de sospechosos, mandando encarcelar a todo el que tuviera alguna gracia, atractivo o facción buena. Los amigos solíamos decirnos en secreto:

—¿Tengo en mi cara algo notable?

—Nada: puedes vivir seguro.

O darnos este aviso:

—Tu nariz es correcta: te aconsejo que te la cortes.

No hacíamos otra cosa que mirarnos al espejo para extirpar cualquier hoyuelo, perfección o suavidad penable por la ley. El que no tenía verrugas las sembraba en sus mejillas: si por desgracia no brotaban, se hacía poner tachuelas en el rostro. Todos nos afeábamos a competencia, y sin embargo, las ejecuciones aumentaban. La lista de los ajusticiados nos llenaba de espanto, porque leíamos nombres de personas reconocidamente feas.

—¿Por qué han fusilado a Fulano? —preguntábamos en voz baja.

—El tribunal ha hallado su fealdad agradable.

—¿Y Zutano?

—Fue denunciado por vislumbrarse en él cierta hermosura cadavérica.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Heredero Universal

José Fernández Bremón


Cuento


La tierra, los tejados y los árboles estaban blancos. Había nevado toda la mañana. El horizonte, cubierto por oscuro nubarrón, aumentaba la tristeza de aquel día. Hombres, edificios y árboles, todo me parecía sepultado bajo la nieve. No se veía un pájaro en los aires, ni viviente alguno por la calle.

—Todo ha muerto —me dijo una voz lúgubre—: tú nada más existes en la tierra. Estás solo: solo para siempre. Goza de todo: eres el único dueño: el heredero universal.

Salí de casa y a nadie encontré en mi camino: Madrid estaba muerto: no se oía ruido alguno de gentes, animales, carruajes, maquinarias ni campanas de reloj.

Entré en un palacio desierto: los coches estaban abandonados e inmóviles para siempre: atravesé los salones llenos de muebles lujosos: abrí cajones, llenos de joyas y dinero: registré guardarropas abundantes como roperías y una biblioteca que hubiera hecho feliz a un sabio: ¡cómo brillaba la cristalería en los escaparates del comedor, qué columnas tan pintorescas formaban los platos apilados y qué combinaciones tan caprichosas la loza fina y los centros de mesa! Admiré en las alcobas las ricas colgaduras de los lechos y la finura de las telas. En los apagados hornillos de la cocina podía hacerse un auto de fe. La despensa era un almacén de ultramarinos y las botellas de la bodega parecían un ejército en parada.

Aquel cúmulo de riquezas no era nada. Todas las casas de Madrid y su contenido me pertenecían: mis cuadros eran las galerías del Museo: San Francisco el Grande uno de mis oratorios: el trono era uno de mis asientos y mi librería la Biblioteca Nacional, podía jugar a las aleluyas con billetes de banco y quemar en mis chimeneas muebles góticos.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Llama de la Vida

José Fernández Bremón


Cuento


—Tome usted chocolate.

—Imposible: el chocolate hace soñar: la última vez que lo tomé, soñé que deseaba conocer el misterio de la desigualdad de las existencias humanas.

—Y ¿acudiría usted a un sabio?...

—Tengo la costumbre de no hacer preguntas a los sabios cuando quiero saber algo. Busqué un médium ignorante que sin ciencia ninguna daba respuestas maravillosas y le dije:

»—¿Por qué mueren tantos niños, tantos hombres robustos y personas que parecían destinadas a larga vida, y duran otras que no reúnen condiciones de salud?

»El médium, que es cerero, consultó a los espíritus y me dijo:

»—Enciende una vela tú mismo.

»Había delante de mí hachas, cirios, velas de todos tamaños, y cerillas muy delgadas; casi todas estaban sin estrenar, y por no hacer perjuicio, tomé un hachón algo gastado, y lo encendí.

»—Esa luz que has elegido es tu vida: cuando se apague, morirás.

»—¿Y si hubiera elegido aquel cabito que veo en ese rincón?

»—Hubieras durado muy poco. Ya sabes el secreto: unos viven con hachón de viento, otros con vela de sebo, otros con cirio pascual y algunos, lo que dura una cerilla.

»—¿Qué hago con este hachón?

»—Puedes llevártelo o dejarlo.

»—¿Cuánto debo?

»—La vida no tiene precio. Si lo dejas no podré cuidarlo, que harto tengo que hacer cuidando el mío.

»—Es que si me lo llevo el viento lo apagará... porque hace mucho aire.

»—Resguárdalo con la mano... adiós: voy a cerrar.

»—Espera a que se calme el viento.

»El viento apenas movía la llama y me parecía un huracán: me detenía en todos los huecos: no me determinaba a atravesar las bocacalles, y todo me parecía conspirar para apagar aquella luz preciosa.

»—¿Me hace usted el favor del fuego? —dijo un transeúnte.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Avispero y la Colmena

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Anidaron las avispas en un corcho de colmena, y revoloteaban sin cesar alrededor, y entraban y salían y defendían su casa como hacen las abejas.

—¿Qué os parece nuestra casa? —dijo una avispa a una abeja vecina.

—Es de igual construcción y tamaño que la nuestra; pero ¿tenéis muchos panales, cera y miel?

—¿Qué son cera y miel?

—Son la riqueza que elaboramos con nuestro trabajo.

—No; nuestra casa está vacía...

—¿Y para eso tenéis tanta casa? Yo creo que os bastaría un agujero.

Entre el pueblo que produce y el que imita sin producir, hay la diferencia que entre el avispero y la colmena.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Bala y el Blanco

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Sí, sois perversas y dañinas por instinto, y me detestáis y gozáis en magullarme —dijo a la bala el blanco dolorido, alzando de mala gana la bandera que indicaba el acierto y buena puntería del tirador.

—¿Qué sería de ti —repuso la aplastada bala con voz triste— si tuviéramos la mala intención que nos atribuyes? ¿No sabes que en las batallas pasamos la mayor parte entre los ejércitos sin hacer ningún daño, resistiéndonos a matar? ¿No ves que nos dirigen contra ti y hacemos todo lo posible por no darte? Sin nuestra naturaleza pacífica ¿quedarían muchos hombres? ¿No estarías tú deshecho?

Y silbaban entretanto muchas balas sin dar nunca en el blanco, pero a cada momento caían ramas heridas, saltaban del suelo piedras rotas y se desconchaban las paredes. Cesó por fin el ejercicio de fuego, sin que el blanco alzara la bandera por segunda vez.

—¿Te convences de tu injusticia? —le dijo la bala magullada—. Mira cuánto destrozo en todas partes y qué intacto te dejan los disparos. Siempre se han de quejar los que menos daños sufren. A nadie respetamos tanto las balas como al blanco.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Verdad Embellecida

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


—Mucho debe ser, cuando la Providencia me regala de este modo: me puso casa con una hermosa bóveda y de una sola habitación para que no me molestaran los vecinos: no me dio pies, para indicarme que no necesito andar, como tantos infelices, para ganarme la vida: abro mis puertas cuando quiero, y entra la luz, que viene de muy lejos, para alumbrar mi casa: ese mar tan grande y de tan mal genio me trae todos los días como un esclavo la comida, y paso mi existencia durmiendo y despertando con sosiego, en una cuna de nácar, envuelta en mi manto transparente.

—¿Quién cuenta tales grandezas en este rinconcito de mar? —dijo un joven cangrejo—. Deben ser embustes.

—No: todo lo que dice es cierto, pero muy embellecido —respondió un cangrejo sabio.

—¿Me puede usted decir quién es esa princesa?

—Esa princesa es una ostra.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Armoniterapia

José Fernández Bremón


Cuento


Los suscriptores de El Fígaro leyeron con sorpresa este anuncio en el célebre periódico parisiense:


Armoniterapia

No pueden satisfacer a nuestro siglo, que tiende al predominio de lo útil, las artes que tienen el frívolo objeto de la creación de la belleza, sino la poesía didáctica, la novela científica y la pintura filosófica: la música no había tenido otro objeto que la delectación de los oídos, hasta que el doctor Armonio, compositor y médico, después de estudios concienzudos, ha descubierto su definitiva aplicación, empleándola para el tratamiento de las enfermedades. En su gabinete de consulta tiene una orquesta, y las voces y aparatos necesarios para curar toda clase de dolencias por el sistema musical.


Aquel mismo día hice una visita al curandero, que me recibió en una especie de anfiteatro, construido con tal estudio de la acústica como la caja de un piano. Vi en uno de los extremos del salon un órgano, cuyos tubos parecían trabucos que nos apuntaban para hacer una descarga: chocome un gran armario que contenía una colección completa de instrumentos músicos, que empezaba por la sencilla pipitaña, hecha con un tallo verde de trigo, hasta el serpentón más complicado, y mi admiración subió de punto al ver en el armario un hombre vivo.

—¿Puede usted explicarme —pregunté al médico— qué papel representa un hombre en esa colección?

—¡Cómo! ¿Duda usted un solo instante? El hombre es un instrumento musical y nada más: es precisamente el más perfecto: ¿qué sonoridad hay más bella que la de su voz cuando canta? ¿qué delicadeza de sonido puede compararse a la del aparato vocal que produce las inflexiones de la palabra? Mi colección sería incompleta si faltara en ella ese instrumento, cuando la medicina que ejerzo no es sino el arte de componerlo.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Tormenta

José Fernández Bremón


Cuento


El trueno, el rayo y el huracán se habían apoderado de la atmósfera.

—¡Temblad! —decía el trueno a los hombres con voz terrible y poderosa—. La tormenta ha vencido; se acabó la tranquilidad para vosotros.

—¿Qué son esas torres que habéis levantado a fuerza de paciencia? —añadía el rayo lanzando llamaradas por los ojos—. Yo las traspaso y las incendio.

Y el huracán decía, bramando de coraje:

—¡Ay del que navega! ¡Ay de las chozas débiles y de los árboles que no tengan las raíces muy hondas! Arrasaré todo lo que envuelva dentro de mis círculos.

Y los truenos, los rayos y los bramidos del viento parecían anunciar la ruina del planeta.

—¡El mundo se acaba! —decían todos los animales, refugiándose espantados en las cavernas o huyendo despavoridos.

—Anda más deprisa —decía una ardilla impaciente, que se creía en salvo, a un cachazudo caracol que se arrastraba con pereza—: ¡el mundo se acaba!

—Pierde cuidado —respondió el conchudo animal—. Los que alborotan y se agitan, como el trueno, el rayo y el huracán, se cansan pronto. Más miedo tengo al frío, al calor o al hambre, que llegan sin ruido y sin cansancio. Todo lo violento es pasajero.

En efecto, un cuarto de hora después, el trueno estaba ronco, el huracán se había detenido, y el rayo sólo producía relámpagos inofensivos.

Un airecillo templado y juguetón, pero sostenido y constante, deshizo los nubarrones, y los pájaros, sacudiendo las mojadas plumas, volvieron a piar alegremente.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Pillos y Silbantes

José Fernández Bremón


Cuento


I

Hace cuarenta años, hacia el 1850, lo que hoy es parque de Artillería era un solar rodeado de una empalizada por la parte inmediata al cuartel y la calle de San Marcial: en el frente de la plazuela de Leganitos estaba situada la alcantarilla de aquel nombre, o sea un paredón con dos verjas de hierro giratorias sobre dos ejes colocados a la mitad de su altura: resguardábalas por la parte exterior una especie de puentecillo de hierro con barandilla a manera de balcón, por donde los vecinos transitaban en los días de avenida, mientras las aguas caían por debajo del puente y a través de las verjas en el ancho sumidero. Seguía una tapia de ladrillo que daba la vuelta por el callejón sin salida de Leganitos, y el interior de aquel solar extenso era una hondonada, donde pastaban algunas reses y se veía ropa blanca en improvisados tendederos: había una casucha pegada a la tapia del callejón, y alguna higuera chumba que incitaba a los muchachos al robo con escalamiento. Exceptuando la transformación en parque del recinto que he descrito, de algunos árboles plantados en la plazuela y de una barandilla con que ha sustituido el Ayuntamiento el pretil de piedra en que antes descansaban las lavanderas y los mozos de cuerda apoyando sudorosos sus talegos después de subir la pesada cuesta de San Vicente, todo lo demás apenas ha cambiado desde entonces.


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Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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