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autor: José María Blanco White etiqueta: Cuento textos disponibles


Costumbres Húngaras

José María Blanco White


Cuento


Historia verdadera de un militar retirado, con una descripción de un viajito, río arriba en el Támesis

Los campos, en tanto que el calor de la juventud está dispuesto como el del vino nuevo a subirse a la cabeza, disponen a la alegría bulliciosa; pero, en la mitad del camino de la vida, la belleza campestre produce un placer que, en su apariencia exterior, pudiera equivocarse con la melancolía. ¡Oh, amigos de mi juventud, donde quiera que os haya echado la tormenta horrible que ha sumergido la España, si estos renglones llegaren a vuestras manos y os trajeren a la memoria los días que, a orillas del Guadalquivir y Manzanares, ahogábamos en el placer de la amistad y del campo la amarga sensación interna de la esclavitud española, sabed que, al cabo de tantos años, en el reposo de la edad que se inclina a la vejez y de la adusta experiencia que ha cortado las guías a las alas de la esperanza, vuestro amigo no puede pasar un día de verano en las márgenes deliciosas del Támesis sin que la imagen de los compañeros de su juventud le humedezca los ojos! ¿Por qué no están aquí?, digo entre mí. ¿Por qué, como yo, no rompieron, en tiempo, los grillos políticos con que el falso nombre de patria remacha las prisiones de los que nacen donde no se permite a los hombres tener voluntad ni opinión propia? Una esperanza generosa ha doblado sus prisiones. Quisieron hacer bien a un pueblo a quien el veneno de la superstición ha reducido al delirio y yacen a merced del despotismo y la ignorancia. ¿Hay acaso remedio para males como los de España? ¿Hay cura para el fanatismo arraigado por siglos?


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Dominio público
17 págs. / 31 minutos / 150 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Intrigas Venecianas

José María Blanco White


Cuento


Hallábase Venecia en su mayor auge cuando un joven alemán llamado Alberto, movido del deseo de aumentar la herencia que acababa de recibir empleándola en especulaciones mercantiles, llegó a aquella célebre ciudad, que, cual señora del Adriático, parecía nave grandiosa que flotaba sobre sus olas (ahora yace como casco varado que la tormenta echó sobre la costa, triste, solitario y desbaratándose poco a poco). Reía la mar bajo los rayos del sol, que después de la larga carrera de un día de verano iba a ocultarse tras las distantes cumbres del Apenino, cuando el bajel que conducía a Ricardo desde Trieste echó el ancla. Rodeáronlo en breve varias de las góndolas que cubrían los canales que sirven de calles a Venecia, y en breve se vio nuestro pasajero en medio de aquella ciudad de disolución y placeres. La novedad de los objetos, el contraste entre la gravedad alemana y la alegría bulliciosa de los venecianos, la estación del año y, más que todo, la juventud e inexperiencia de Ricardo dieron en un punto por tierra con todos sus planes mercantiles. No había ventana en que no clavase los ojos, atraído de los que con negro brillo centelleaban ya tras las entreabiertas celosías, ya a las claras y como para hacer alarde de su belleza.

—Poco a poco —dijo al gondolero—; ¿a qué viene esa prisa, remando como si nos siguiese una galeota turquesca?

—Señor mío —respondió el taimado veneciano—, por lo que hace a mi seguro estoy de que no me han de tomar los corsarios que empiezan a dar caza a Vuecelencia.

—¿A mí? ¿Cómo? No os entiendo, buen hombre. Pero decidme: ¿qué príncipe vive en aquella gran casa, a la derecha? Sin duda tiene visita esta tarde. Cuatro..., cinco..., qué sé yo cuántas bellezas están al balcón.

—Todas son de casa, mi amo. A lo que veo, Vuesa Señoría se hallaría más que dispuesto a visitar a esas señoras. Ánimo pues, y al avante.


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Dominio público
21 págs. / 37 minutos / 139 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

El Alcázar de Sevilla

José María Blanco White


Cuento


Mi paseo favorito, cuando me hallaba de estudiante en Sevilla, era el Alcázar, antigua residencia de los reyes moros y cristianos que fijaron su corte en aquella capital. Los árabes empezaron a edificar este palacio, a poco trecho de la principal mezquita, convertida después de catedral. Pedro el Cruel lo reedificó en más vastas dimensiones, por los años de 1360. El tirano de Castilla quiso que aquel edificio sirviese al mismo tiempo de palacio y de fortaleza, y para esto alzó, en la parte que mira a la ciudad, una muralla, que, aunque oculta en el día por las casas labradas en los tiempos siguientes, hace ver cuánto tiene que temer aquel a quien todos temen.

Las puertas de este circuito indican los límites de la antigua Sevilla, sin que se crea que me sirvo de este epíteto en el sentido de los anticuarios. Poco o nada me importan las fechas históricas, antes bien, por los malos ratos que me han dado durante el curso de la vida, procuro borrarlas cuanto antes de mi memoria. Ni siquiera he tomado en las manos un solo libro de los que contienen la historia de mi ciudad nativa. ¿Qué más libros que el Alcázar? Para mí era aquél un sitio de encanto. Los cantos tradicionales que tantas veces había oído en los dulces labios que me enseñaron el habla de Castilla habían producido este efecto en mi imaginación. Dábaseme un bledo de sus actuales habitantes, ni veía otros en el Alcázar que las sombras de los moros y españoles que habían residido allí en las eras del amor y de la caballería.


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Dominio público
16 págs. / 29 minutos / 165 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Dos Anécdotas

José María Blanco White


Cuento, anécdota


El general Espoz y Mina, que tan gloriosa parte tuvo en la guerra de España contra Napoleón y que después recibió tan ingrato pago de sus servidos, se granjeó la estimación de sus compatriotas tanto por su amables cualidades cuanto por sus prendas militares. Cuando se vio prensado a salir de aquella misma patria por cuya libertad había peleado con tanta bizarría, llevó consigo un muchacho a quien había recogido. Era el chico hijo de un subalterno francés que, en una repentina retirada, le hubo de dejar rezagado. A breve rato pasó por allí Mina con su estado mayor y, oyendo los lamentos del niño, que estaba sentado encima de una piedra junto al camino, se llegó a él, vio que acababa de abandonarle su padre, se compadeció, resolvió tomarle bajo su amparo, se le llevó consigo y cuidó de su educación.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 92 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.