Textos por orden alfabético inverso de José María de Pereda | pág. 9

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autor: José María de Pereda


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De Patricio Rigüelta redivivo a Gildo, «el letrado» su hijo en Coteruco

José María de Pereda


Cuento


Santander, a 28 de febrero de 1882.

Por demás te costa, Gildo, que el tiempo, bien aprovechao, da para todo, por mucho que ello sea, y que el hombre, si entiende sus comenencias, puede andar a cambas y a bolsas en un mesmo viaje, sin detrimentos de lo uno, cuando se enreda con el otro, porque la suerte se lo puso delante. Tamién te costa que no es tu padre de los que más desaprovechan las buenas ocasiones. Dígalo el auto de que mientras haga valer aquí los empeños que te son notorios en el caso que ventilo, agarro la que se me presenta bien a bien por la otra banda, sin quebrantos de la hacienda personal y en mayor auge del regalo del cuerpo.

Sabrás, Gildo, cómo, motivao al curso apetecido por uno de los empeños que trije, di con un sujeto que, en tiempos de ayer, fue lobo de la nuestra camá... y aticuenta que no empondero la comparanza, visto que Cueva se llamaba el punto de las juntas que teníamos; y que para lo tocante a echar la zarpá, con razón o sin ella, media provincia era monte para nusotros con la excusa del voto liberal. Buena escuela aquélla, Gildo. Allí aprendió tu padre esa finura de trabajo que le envidian tantos peines de ahora.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 43 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

De Mis Recuerdos

José María de Pereda


Cuento


Una tarde gris con intermitencias de sol tibio; una iglesia pobre y vieja sobre una meseta pedregosa con jirones de césped y matas de arbustos bravíos; una extensa campiña verde con fondos lejanos de cerros ondulantes y de erguidos montes gallardamente escalonados.

En el porche de la iglesia, corrillos de aldeanos hablando y pisando quedo, por reverencia a lo que acontece en el santo lugar en día tan señalado. Dentro de la iglesia, el viejo párroco y un su feligrés, no mucho más joven, sentados en un banco de elevado espaldar, delante de un tenebrario, y cantando las Lamentaciones de Jeremías. En la capilla mayor y lleno de luces, el Monumento, cuya armazón está cubierta de colchas y pañuelos muy vistosos, que se extienden después en dos alas, a diestro y siniestro, hasta los respectivos muros de la iglesia. Al pie de las gradas del Monumento, echada la Cruz sobre un paño negro y descansando sus brazos en dos almohadas guarnecidas profusamente de lazos de colores, cadenas de plata, acericos y relicarios. Los fieles, que llenan casi todo lo desocupado del templo, rezando fervorosos o andando en grupos el Calvario, y a veces, cómo para acompañar al murmurio de los rezos o al cántico de las tinieblas, el sonido tenue de la humilde moneda de cobre al caer en el platillo colocado junto a la Cruz yacente.

En el cuerpo de la iglesia, los dos pasos, en sus correspondientes andas, que han de salir en la procesión: el de la Dolorosa, que no es muy grande, y el de «los Judíos», que lo es y pesa mucho, pues representa a Jesús atado a la columna, flagelado por dos sayones: tres esculturas, no modelos de arte seguramente, pero de buen tamaño y bien macizas; por eso tienen sus andas ocho brazos.


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 48 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Cutres

José María de Pereda


Cuento


El dibujo era de mi pertenencia, por espontánea e inmerecida generosidad del artista, como constaba y consta en la dedicatoria al pie, de su puno y letra; lo cual, por sí solo, le daba ya, en mis adentros de hombre agradecido, un valor excepcional. Pero con ser este valor tan grande, aún me parecía mayor el que tenía en absoluto el cuadro, considerado como obra de arte y como primera y palpable revelación, a mis ojos, de los talentos del artista, mozo santanderino, en quien el delicado sentimiento de la tierruca madre no se ha embotado ni se embotará jamás con el roce continuo de la jerga ramplona de los alegatos en papel de oficio; como no ahondarán los barnices de la vida madrileña en la epidermis de su cepa campurriana.


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22 págs. / 40 minutos / 47 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Cosas de Don Paco

José María de Pereda


Cuento


Tú le conoces, lector.

Cien veces le has encontrado en el paseo, en el teatro, en las reuniones que frecuentas, en el café, en misa y hasta en los entierros.

Es de baja estatura; gordo y rollizo como un flamenco; dos ojos pequeñitos y alegres; boca risueña; dos hoyitos en las mejillas, blancas y sonrosadas como las de una dama; un par de chuletas negras y rizadas; el pelo, corto y áspero, pero muy cuidado y recogido hacia el cogote; la frente, angosta; el tórax y el abdomen, como los de un bolsista, anchos y prominentes; el chaleco, muy abierto; la camisa, muy blanca; las solapas del gabán, hacia la espalda. Siempre tiene la misma edad; nunca pasa de los treinta y cinco años; nadie le ha conocido de niño y todos son contemporáneos suyos.

Hasta los perros le tratan con intimidad, y, sin embargo, se ignora de dónde viene y adónde va.

No se le conocen rentas, ni oficio ni beneficio; pero de todo goza y en todas partes es bien recibido.

Es el oráculo de las mamás, el confidente de las jamonas, el tormento de los amantes, el juez de las polluelas, la pesadilla de los tipos, el solaz de las babiecas, el mentor de los calaveras de afición y el desprecio del sentido común.

Él solo goza de más derechos sociales que treinta ciudadanos juntos.

Su palabra no reconoce tasa; sus manos tienen pasaporte para todo.

Lo que a un hombre vulgar, como él llama a los que no se le parecen, le produce un desaire, a él le vale un triunfo.

«Cosas de don Paco». He aquí la frase sacramental que le pone al abrigo de toda responsabilidad.

Entra en tu casa cuando aún estás en la cama durmiendo, rocía tu cara con el agua que quedó en la palangana la noche anterior, y, al despertar furioso, tienes que exclamar, viéndole a tu lado: «¡Qué cosas tiene este don Paco!».


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 60 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2023 por Edu Robsy.

¡Cómo se Miente!

José María de Pereda


Cuento


I

—Adiós, señor don Pedro.

—Muy buenos días, don Crisanto. ¿Va usted a misa?

—No, señor: yo la oigo muy temprano. Ahora estoy esperando al amigo don Plácido que está en la de nueve, para irnos enseguida a dar nuestro paseo.

—Ustedes nunca le pierden: muy bien hecho. ¡Ojalá pudiera yo acompañarlos hoy!

—¿Y por qué no? Es domingo, no hay negocios... Pero ahora recuerdo que anoche no fue usted al Círculo.

—Estuve bastante disgustado ayer todo el día... y sigo estándolo... Tengo el chico mayor indispuesto.

—¿De cuidado?

—Hasta ahora no, a Dios gracias; pero como está tan robusto, no sería difícil, si nos descuidáramos, que le sobreviniese alguna fiebre maligna.

—¿Qué es lo que tiene?

—Una indigestión de castañas.

—¡Diablo, diablo!... Mucho cuidado don Pedro, que la estación es muy mala: la primavera para los muchachos...

—Por eso precisamente me apuro yo... Pero ya sale don Plácido y le dejo a usted con él... Adiós, señores.

—Beso a usted la mano, señor don Pedro: que se alivie el chico.

—Pues qué ¿está enfermo? —preguntó don Plácido, que cogió al vuelo las palabras de don Crisanto.

—Parece que sí.

—¿Cosa de cuidado?

—Me lo sospecho. El origen fue una indigestión de castañas; pero como está tan robusto, le ha sobrevenido una fiebre que ha puesto en cuidado a la familia.

—¡Caramba! ¿Si serán viruelas?

—Oiga usted, es fácil.

Y en esto, los dos personajes se dirigieron hacia la calle de San Francisco, por la Plaza Vieja, deteniéndose un instante junto a la esquina del Puente, en la cual había un vistoso cartelón, recientemente pegado, anunciando, para después de varios ejercicios olímpicos, la segunda ascensión aerostática del intrépido Mr. Juanny.


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14 págs. / 25 minutos / 46 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Brumas Densas

José María de Pereda


Cuento


Éstos son dos, y cada uno de ellos pudiera pedir un cuadro aparte; pero es de saberse que siempre que trato de sacarlos del fondo de mi cartera, al tirar del uno hacia arriba, sale enredado el otro con él; de donde yo deduzco que son tal para cual, y uno en esencia, aunque dos en la forma.

Tiro, pues, de ellos, agarrando a tientas, y ahí tienen ustedes al primero.

Convengamos en que es mozo de gran estampa. Pedrusco en el anillo que recoge los dos ramales de su chalina; pedruscos en los dedos; pedruscos en el pecho y pedruscos hasta en la leontina; flamante vestido de lanilla; leve pajero muy tirado sobre los ojos; éstos de mirada firme, pero no muy noble; largo cigarro en retorcida y caprichosa boquilla; la siniestra mano en el correspondiente bolsillo del pantalón, y en la diestra, flexible junco.

Sin embargo, aunque sus ojos son negros, y negras las anchas relucientes patillas, y es regular su boca, y blanca su dentadura y alta su talla, no puede decirse de él que es lo que ordinariamente se llama una buena figura. Mirado más al pormenor, tiene juanetes en los pies, ásperas y muy gruesas las manos, demasiado redonda la cara y muy destacados los pómulos. Además, carece su persona de ese aire de que todos hablamos, que todos conocemos a la legua, pero que nadie sabe definir, y al que, por darle algún nombre, se llama vulgarmente buen aire, o aire distinguido; cuya falta es, sin duda, la causa de que, a pesar de su pedrería, que relumbra mucho, y de su boquilla, que sin cesar ahúma, pase este mozo enteramente inadvertido, como figura vulgar e insignificante.

Anda con parsimonia lo poco que anda, como hombre que no lleva prisa ni se preocupa de cuanto le rodea mientras va andando.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 40 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Bocetos al Temple

José María de Pereda


Cuentos, colección


La mujer del César

I

No se necesitaba ser un gran fisonomista para comprender, por la cara de un hombre que recorría a cortos pasos la calle de Carretas de Madrid, en una mañana de enero, que aquel hombre se aburría soberanamente; y bastaba reparar un instante en el corte atrasadillo de su vestido, chillón y desentonado, para conocer que el tal sujeto no solamente no era madrileño, pero ni siquiera provinciano de ciudad. Sin embargo, ni de su aire ni de su rostro podía deducirse que fuera un palurdo. Era alto, bien proporcionado y garboso, y se fijaba en personas y en objetos, no con el afán del aldeano que de todo se asombra, sino con la curiosidad del que encuentra lo que, en su concepto, es natural que se encuentre en el sitio que recorre, por más que le sea desconocido.

Praderas de terciopelo, bosques frondosos, arroyos y cascadas, rocas y flores, eran las galas de su país. Nada más natural que fuesen las grandes vidrieras y los caprichos de las artes suntuarias el especial ornamento de la capital de España, centro del lujo, de la galantería y de los grandes vicios de toda la nación.

Este personaje, que debía llevar ya largas horas vagando por las aceras que comenzaban a poblarse de gente, miraba con impaciencia su reloj de plata, bostezaba, requería los anchos extremos de la bufanda con que se abrigaba el cuello, y tan pronto retrocedía indeciso como avanzaba resuelto.


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Dominio público
168 págs. / 4 horas, 55 minutos / 32 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2024 por Edu Robsy.

Blasones y Talegas

José María de Pereda


Novela corta


I

De la empingorotada grandeza y el coruscante lustre de sus antepasados, he aquí lo que le restaba, catorce años hace, al señor don Robustiano Tres-Solares y de la Calzada.

Un casaquín de paño verde con botones de terciopelo negro.

Un chaleco de cabra, amarillo.

Un corbatín de armadura.

Dos cadenas de reló con sonajas, sin los relojes.

Un pantalón de paño negro, muy raído.

Un par de medias-botas con la duodécima remonta.

Un sombrero de felpa asaz añejo, y

Un bastón con puño y regatón de plata.

Esto para los días festivos Y grandes solemnidades.

Para los días de labor:

Otro casaquín, incoloro, que soltaba la estopa de los entreforros por todas las costuras y poros de su cuerpo.

Otro corbatín, de terciopelo negro, demasiadamente trasquilado.

Otro chaleco, de mahón, de color de barquillo.

Otro pantalón, «de pulga», con más p asadas que un pasadizo.

Otro sombrero de copa, forrado de hule.

Unas zapatillas de badana; y

Un par de abarcas de hebilla para cuando llovía.

Como ornamentos especiales y prendas de carácter:

Una capa azul, con cuello de piel de nutria y muletillas de algodón; y

Un enorme paraguas de seda encarnada, con empuñadura, contera y argolla de metal amarillo.

Como elementos positivos y sostén de lo que antecede y de algo de lo que seguirá:

Una casa de cuatro aguas con portalada y corral, de la que hablaremos luego más en detalle.

Una faja o cintura de vicios y retorcidos castaños alrededor de la casa.


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 112 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Arroz y Gallo Muerto

José María de Pereda


Cuento


I

Aún no se habrían extinguido las últimas chispas de la hoguera, y apenas asomaban los primeros rayos del sol sobre la cúspide de las montañas vecinas, cuando las campanas del lugar comenzaron á tocar al alba. Sin duda el sacristán había pasado la noche con sus convecinos bailando al fulgor de la hoguera; pues de otro modo, según pública fama, no hubiera sido capaz de tomar la delantera al sol para abandonar el lecho.

Comenzaba yo, entre sueños, á reparar en la tan, para mí, inusitada música, y tal vez hubiera conseguido no salir con ella del plácido letargo que me dominaba, cuando la tos, las pisadas y los gritos de mi tío que entraba en la alcoba con el objeto de despertarme, ahuyentaron completamente el sueño que, por ser el de la aurora, es el que más me gusta.

—¡Arriba, perezoso, que ya es hora!—oí gritar entre garrotazos sacudidos sobre los muebles, y taconazos y patadas en el suelo.

—¡Pero, señor, si está amaneciendo!—contesté balbuciente y restregándome los ojos.

—Eso es: será mejor levantarse al mediodía como hacéis en la ciudad…. ¡Fuera pereza!—añadió con una risotada, tirando de un manotazo la ropa que me cubría, á los pies de la cama.—Alza esos huesos y disponte á celebrar á San Juan como es debido.

Estas últimas palabras me hicieron recordar que era el día de mi tío, y que por ello había llegado yo la víspera á su casa. Felicitéle cordialmente, y no pude menos de admirar aquella humanidad robusta y, á pesar de los sesenta años que contaba de fecha, fresca y rebosando en vida.

Estaba ya afeitado y vestido con la ropa de los domingos, traje que sin ser de rigorosa elegancia, ni mucho menos, tampoco bajaba hasta el vulgar de los campesinos: ancho, fino y cómodo, como pertenecía á un señor bien acomodado de aldea; categoría en que figura mi tío con tanto derecho como el mejor caballero de la provincia.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 62 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Al Trasluz

José María de Pereda


Cuento


O hay que convenir en que la mujer es susceptible de adquirir cuantos aspectos y actitudes morales quiera darle la educación, o debemos confesar que la naturaleza tiene, de vez en cuando, caprichos muy singulares.

Esto, que probablemente se habrá dicho cincuenta mil veces a propósito de las mujeres que se han hecho célebres en el campo de las ciencias, en el de las artes, en el de las letras... y hasta en el de las armas, cuadra perfectamente al hablar de cierto tipo que, no por pasar como un relámpago todos los años sobre la fisonomía veraniega de Santander, deja de imprimirse en ella; y no así como quiera, sino como imprime un pintor de fama el sello de su ingenio, su idiosincrasia artística, si vale la palabra, sobre todas las figuras de sus cuadros.

Nacida y propagada esta verdadera originalidad del sexo débil en regiones algo inverosímiles todavía en la tradicional y cachazuda España, cuando aparece en una, señal es de que allí puede vivir ya; de que en ella se encuentran los elementos que necesita su vida de ostentación y de aventuras. Estos elementos son: los hombres de Estado, los ricos banqueros, los famosos calaveras, los pontífices de las letras y de las artes, y, como a manera de orla de todo el catálogo, una muchedumbre de damas del llamado gran mundo, y de mozuelos esclavos de la moda.

De que Santander reúne todo eso y ha llegado ya, por ende, a la alta categoría que alcanzan en el mundo elegante tantos otros puertos extranjeros, en cuyas aguas lavan cada verano sus distinguidas mataduras las primeras aristocracias europeas, es evidente prueba el que nos visita todos los años, desde muchos acá, algún ejemplar de aquella fenomenal especie.

Mas antes que el lector eche a mala parte lo que le dije de los elementos vitales de esta señora, apresúrome a indicarle en qué concepto los necesita hoy.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 69 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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