Cuando llega, en julio, a Santander, viene de Burdeos, adonde fue de
París, donde pasó la primavera después de haber repartido el otoño y el
invierno entre Madrid (su patria nativa), Berna, Florencia, Berlín y San
Petersburgo. Ni los hielos le enfrían, ni el calor le sofoca. Es una
naturaleza de roble que se endurece con los años y a la intemperie.
Pasa ya de los cincuenta, es de elevada talla, trigueño de color, de
pelo áspero y rapado a punta de tijera; derecho como un poste; algo
protuberante de estómago y de nariz; pequeño de pies, de manos y de
boca; ancho de espaldas y de frente, y muy cerrado de barba, que se
afeita todos los días cuidadosamente, menos en la parte en que radican sus anchas y bien cuidadas patillas a la macarena.
Viste todo el año de medio tiempo, y es su traje intachable
en calidad y corte, así como es intachable también la blancura de su
camisa, de la que ostenta no flojas pruebas en pecho, puños y pescuezo.
Fuma sin cesar grandes habanos, y saliva mucho, e infaliblemente
antes de empezar a hablar lo poco que habla; y en cada desahogo de
éstos, larga, zumbando, una pulgada de tabaco que ha partido con los
dientes.
Para saludar, no da la mano entera, sino la punta del índice...
cuando alguno le saluda; pues él no saluda a nadie en la calle, ni
tampoco se para. Si el que pasea con él se detiene para hacerle alguna
observación, él sigue andando inalterable. Si el detenido le alcanza
después, bueno, y si no, como si jamás se hubiesen visto.
En estos casos, no usa, para sostener la conversación, más que
salivazos y monosílabos: también algún carraspeo que otro. Para las
grandes ocasiones tiene disponibles unas cuantas frases y pocas más
interjecciones y palabras, tan breves como enérgicas: las frases para
preguntar, las palabras sueltas para responder, y las interjecciones
para comentarios.
Leer / Descargar texto 'El Barón de la Rescoldera'