Textos más descargados de José María de Pereda disponibles publicados el 17 de noviembre de 2020 | pág. 2

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autor: José María de Pereda textos disponibles fecha: 17-11-2020


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El Excelentísimo Señor...

José María de Pereda


Cuento


Una semana antes de suspenderse, por razones de alta temperatura, las sesiones de las Cortes, pronunció un discurso de abierta oposición a la política del Gobierno. Tres días después se trasladó a Santander con su señora, luciendo todavía los tornasoles de la aureola en que le envolvió aquel triunfo parlamentario. No hay que decir si llegaría hueco y espetado, él que, por naturaleza, es grave y repolludo.

Como, ni su excelencia ni su señora piensan tomar baños de mar, sin duda por aquello de que de cincuenta para arriba, etc..., refrán cuya primera parte les coge por la mitad, no han querido alojarse en el Sardinero; y como tampoco quieren el bullicio y las estrecheces del cuarto de una fonda, se han acomodado en una modesta casa de huéspedes, ocupando la mejor sala con el adjunto gabinete.

Su excelencia sale a la calle con zapatos de cuero en blanco, sombrero hongo de anchas alas, cómoda y holgada americana, chaleco muy abierto y tirillas a la inglesa.

Siempre camina lento y acompasado, con las manos cruzadas sobre los riñones, y entre las manos la empuñadura de cándida sombrilla. Nunca va solo: generalmente le acompañan cuatro o seis personas de la población y de sus ideas políticas.

Marchan en ala, y el personaje ocupa el centro de ella.

A cada veinte pasos hace un alto, y el acompañamiento le rodea. Es que va a tocar uno de los puntos graves de su discurso; porque es de advertir que su excelencia no gasta menos, ni aun para diario.

Y, en efecto: si un oído indiscreto se acerca entonces al grupo, percibirá éstas u otras semejantes palabras, dichas en tono campanudo y resonante:


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Barón de la Rescoldera

José María de Pereda


Cuento


Cuando llega, en julio, a Santander, viene de Burdeos, adonde fue de París, donde pasó la primavera después de haber repartido el otoño y el invierno entre Madrid (su patria nativa), Berna, Florencia, Berlín y San Petersburgo. Ni los hielos le enfrían, ni el calor le sofoca. Es una naturaleza de roble que se endurece con los años y a la intemperie.

Pasa ya de los cincuenta, es de elevada talla, trigueño de color, de pelo áspero y rapado a punta de tijera; derecho como un poste; algo protuberante de estómago y de nariz; pequeño de pies, de manos y de boca; ancho de espaldas y de frente, y muy cerrado de barba, que se afeita todos los días cuidadosamente, menos en la parte en que radican sus anchas y bien cuidadas patillas a la macarena.

Viste todo el año de medio tiempo, y es su traje intachable en calidad y corte, así como es intachable también la blancura de su camisa, de la que ostenta no flojas pruebas en pecho, puños y pescuezo.

Fuma sin cesar grandes habanos, y saliva mucho, e infaliblemente antes de empezar a hablar lo poco que habla; y en cada desahogo de éstos, larga, zumbando, una pulgada de tabaco que ha partido con los dientes.

Para saludar, no da la mano entera, sino la punta del índice... cuando alguno le saluda; pues él no saluda a nadie en la calle, ni tampoco se para. Si el que pasea con él se detiene para hacerle alguna observación, él sigue andando inalterable. Si el detenido le alcanza después, bueno, y si no, como si jamás se hubiesen visto.

En estos casos, no usa, para sostener la conversación, más que salivazos y monosílabos: también algún carraspeo que otro. Para las grandes ocasiones tiene disponibles unas cuantas frases y pocas más interjecciones y palabras, tan breves como enérgicas: las frases para preguntar, las palabras sueltas para responder, y las interjecciones para comentarios.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Artista

José María de Pereda


Cuento


—¡Gusta usted que le sirva, cabayero!

—Sí, señor.

—Sírvase usted tomar asiento aquí...

—¿Qué va a ser?

—¿Cuál?

—Digo si gusta usted cortarse, rizarse...

—Quiero que me afeiten.

—Al momento, cabayero... ¿Le gusta a usted así el respaldo? ¿Quiere usted que le suba... que le baje?

—No, señor.

—Muy bien. ¿Fría o caliente?

—Como a usted le dé la gana, con tal que me afeite pronto y bien.

—¡Oh!, como una seda, cabayero... Un poquito más alta la barbiya, si usted gusta... Así... ¡Qué calores tenemos, eh? ¡Cómo se estará asando aquel Madrí!... ¿Hace mucho que no ha estado usted por Madrí, cabayero?

—Y ¿qué sabe usted si yo he estado allá alguna vez?

—¡Oh!, yo le conozco a usted.

—Pues que sea por muchos años.

—Sí, señor. Cuando vino usted a cortarse el pelo anteayer, me lo dijo el chico que le sirvió a usted.

—Es decir, que es usted nuevo en esta peluquería.

—Ocho días hace que llegué de Madrí.

—Como en verano se aumenta la parroquia...

—No, señor: yo he venido de placer; quiero decir, a baños.

—Vamos, afeita usted por recreo.

—Hágase usted cuenta que sí; porque lo que sucede es de que al saberse que yo había venido, me solicitó el maestro; y yo, por hacerle un favor...

—Ya lo comprendo.

—Como a mí, en dejándome tiempo para bañarme, una hora para el café y otras dos para ir con los amigos al paseo, no me hace falta el resto del día...

—¿Y todos los años viene usted a bañarse aquí?

—No, señor. Ésta es la primera vez; pero otros amigos de mi arte han venido otros veranos, y me han hablado muy bien de este pueblo. Lo demás, yo siempre he salido a San Sebastián. Hay muy buena sociedad allí.

—¿De modo que usted no piensa quedarse todo el año en esta barbería?


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Interesantísimas Señoras

José María de Pereda


Cuento


Generalmente son dos: rubia la una, morena la otra; pero esbeltas y garridas mozas ambas. Arrastran las sedas y los tules como una tempestad las hojas de otoño. De aquí que unos las crean elegantísimas, y otros charras y amaneradas. Pero lo cierto es que los otros y los unos se detienen para verlas pasar, y las ceden media calle, como cuando pasa el rey.

Como nadie las conoce en el pueblo, las conjeturas sobre procedencia, calidad y jerarquía, no cesan un punto.

El velo fantástico de sus caprichosos sombrerillos, que llevan siempre sobre la cara, es el primer motivo de controversias entre el sexo barbudo. Si aquellos ojos rasgados, y aquellas mejillas tersas, y aquellos labios de rosa que se ven como entre brumas diáfanas, son primores de la naturaleza o artificios de droguería. Esta es una de las cuestiones. Pero aunque se resolviera en favor de la pintura, no sería un dato; porque ¿qué mujer no se pinta ya?

Otra duda: ¿dónde viven? Se averigua que se hospedaron en una fonda muy conocida, a su llegada a Santander, y que permanecieron en ella tres días, durante los cuales las acompañó por la calle varias veces un inglés cerrado.

Primera deducción: Que son inglesas.

A esto replica un curioso que las siguió entonces muy de cerca, que siempre hablaban por señas a su acompañante, y que le decían «aisé» para llamar su atención. Dato feroz: de él se desprende que no son inglesas ni tienen la más esmerada educación, puesto que usan ese vocablo con que el tosco populacho bautiza a todo extranjero cuando quiere decirle algo.

Pero un joven optimista hace saber que esa palabra es compuesta de dos inglesas, muy usuales en la conversación, y que equivalen a digo yo, o mejor aún, a nuestro familiar oiga usted.

Se desecha el dato desagradable.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Marqués de la Mansedumbre

José María de Pereda


Cuento


Llegó a los cincuenta años sin haber salido de Madrid y sus contornos. El Retiro, la Virgen del Puerto, y a lo sumo el Pardo, eran para él las mayores espesuras y fragosidades de la Naturaleza. El mar podría tener, en cuanto alcanzase la vista, diez, veinte... hasta cien estanques como el Grande, si se quería. Estanque más o menos, ¿qué más daba? Del Manzanares al Saja, o al Deva, o al Ebro, o al Guadalquivir, habría la diferencia de algunas cántaras de agua en verano: en invierno, ninguna. En cuanto a praderas, no serían más verdes ni más extensas las del Norte que las que contemplaba él desde el cerrillo de San Blas cuando el trigo comenzaba a crecer. La temperatura estival de la corte no le afligía gran cosa, porque, además de estar formado en ella, no conocía otras más agradables.

Por lo cual, y sin mujer que le pidiera veraneos, y sin hijas que exhibir en las provincias, metódico y rutinario, amén de enemigo irreconciliable de toda lectura que a viajes y a novelas trascendiese, ni una sola vez sintió la tentación de meterse en alguna de las diligencias que salían de Madrid a varias horas y por todas las puertas de la villa, durante el verano, entre muchedumbres de curiosos que envidiaban la suerte de los pocos mortales que abandonaban aquel asadero implacable, y eso que él era uno de los curiosos. Antes al contrario, se compadecía de aquella carne embutida entre los cuatro inseguros tableros de la diligencia; carne cuyo destino era harto dudoso, considerando los riesgos que afrontaba, echándose a rodar por cuestas y desfiladeros, durante media semana, y a merced de bestias y mayorales. ¡Cuánto más higiénicos y menos arriesgados eran los paseos matinales que él se daba por los alrededores del estanque de las Campanillas; o vespertinos, junto al pilón de la Fuente Castellana!


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Al Trasluz

José María de Pereda


Cuento


O hay que convenir en que la mujer es susceptible de adquirir cuantos aspectos y actitudes morales quiera darle la educación, o debemos confesar que la naturaleza tiene, de vez en cuando, caprichos muy singulares.

Esto, que probablemente se habrá dicho cincuenta mil veces a propósito de las mujeres que se han hecho célebres en el campo de las ciencias, en el de las artes, en el de las letras... y hasta en el de las armas, cuadra perfectamente al hablar de cierto tipo que, no por pasar como un relámpago todos los años sobre la fisonomía veraniega de Santander, deja de imprimirse en ella; y no así como quiera, sino como imprime un pintor de fama el sello de su ingenio, su idiosincrasia artística, si vale la palabra, sobre todas las figuras de sus cuadros.

Nacida y propagada esta verdadera originalidad del sexo débil en regiones algo inverosímiles todavía en la tradicional y cachazuda España, cuando aparece en una, señal es de que allí puede vivir ya; de que en ella se encuentran los elementos que necesita su vida de ostentación y de aventuras. Estos elementos son: los hombres de Estado, los ricos banqueros, los famosos calaveras, los pontífices de las letras y de las artes, y, como a manera de orla de todo el catálogo, una muchedumbre de damas del llamado gran mundo, y de mozuelos esclavos de la moda.

De que Santander reúne todo eso y ha llegado ya, por ende, a la alta categoría que alcanzan en el mundo elegante tantos otros puertos extranjeros, en cuyas aguas lavan cada verano sus distinguidas mataduras las primeras aristocracias europeas, es evidente prueba el que nos visita todos los años, desde muchos acá, algún ejemplar de aquella fenomenal especie.

Mas antes que el lector eche a mala parte lo que le dije de los elementos vitales de esta señora, apresúrome a indicarle en qué concepto los necesita hoy.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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