Textos por orden alfabético inverso de José María de Pereda disponibles publicados el 18 de noviembre de 2020 | pág. 3

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autor: José María de Pereda textos disponibles fecha: 18-11-2020


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El Óbolo de un Pobre

José María de Pereda


Cuento


Llevaba en el bolsillo del chaquetón el oficio que acababa de recibir de la primera autoridad de la provincia. Se le encarecía mucho en él la necesidad de aprovechar el tiempo; se le hablaba de su «bien probado celo», de su «acreditada actividad», y de su «nunca desmentida abnegación en beneficio de los menesterosos». No estaba él muy seguro de haber dado motivo a la susodicha autoridad para afirmar tan en redondo todas estas cosas, aunque sí de ser tan hombre de bien y sano de entraña como el primero que se le pusiera delante, y de haber merecido de la bondad de Su Señoría, en los dos años no cabales que llevaba rigiendo la administración municipal de su pueblo, el favor de dos comisionados de apremio, con treinta reales de dietas, por deudas insignificantes del Ayuntamiento; pero cuando Su Señoría lo afirmaba de un modo tan terminante... Además, Su Señoría daba también por sentado que el alcalde estaría bien al corriente ya del «horrendo cataclismo» que había «casi borrado de la haz de la tierra española» dos «de las más ricas, bellas y celebradas provincias andaluzas»; y el alcalde no sabía jota de ello, ni aprenderlo podía en el vago, ampuloso y, para él, enrevesado contexto del oficio; ni creía que le sentaba bien a una persona erigida en autoridad, declararse oficialmente ignorante de sucesos que debían ser harto sabidos en el mundo; y como los últimos Boletines recibidos en el Ayuntamiento estaban intonsos aún en poder del secretario, acudió al señor cura en demanda de pormenores que le pusieran en autos; pero el señor cura, que en aquel instante iba muy de prisa a confesar a un feligrés moribundo, solamente pudo darle ligerísimas nociones, así de las causas, como de los efectos del cataclismo mencionado por el señor Gobernador.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Cervantismo

José María de Pereda


Cuento


El Diccionario de la Academia no contiene este vocablo; pero es uno de los propuestos por el último de los individuos del insigne cuerpo literario para la edición que está imprimiéndose. Por si la Academia no le acepta, conste que entiendo yo por

Cervantismo: La manía de los Cervantistas; y por

Cervantista: El admirador de Cervantes, y el que se dedica a ilustrar y comentar sus obras.

En rigor, pues, estos párrafos debieran haberse incluido entre los que, bajo el rótulo de Manías, quedan algunas páginas atrás; pero son tantos, y de tal índole la enfermedad a que se refieren, que bien merecen vivir de cuenta propia y establecerse capítulo aparte.

Dice Chateaubriand, hablando de los españoles como soldados, que nuestro empuje en el campo de batalla es irresistible; pero que nos conformamos con arrojar al enemigo de sus posiciones, en las cuales nos tendemos, con el cigarrillo en la boca y la guitarra en las manos, a celebrar la victoria.

Si despojamos a esta pintura del colorido francés que la califica, nos queda en ella un exactísimo retrato del carácter español, no sólo en la guerra, sino en todas las imaginables situaciones de la vida.

Ya que no la guitarra, la pereza nacional nos absorbe los cinco sentidos, y sólo cuando el hambre aprieta, o la bambolla empuja, o la curiosidad nos mueve, sacudimos la modorra. Entonces embestimos con el lucero del alba para estar donde él estuvo, medrar de lo que medró y hacer todo cuanto él hizo.


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De Patricio Rigüelta redivivo a Gildo, «el letrado» su hijo en Coteruco

José María de Pereda


Cuento


Santander, a 28 de febrero de 1882.

Por demás te costa, Gildo, que el tiempo, bien aprovechao, da para todo, por mucho que ello sea, y que el hombre, si entiende sus comenencias, puede andar a cambas y a bolsas en un mesmo viaje, sin detrimentos de lo uno, cuando se enreda con el otro, porque la suerte se lo puso delante. Tamién te costa que no es tu padre de los que más desaprovechan las buenas ocasiones. Dígalo el auto de que mientras haga valer aquí los empeños que te son notorios en el caso que ventilo, agarro la que se me presenta bien a bien por la otra banda, sin quebrantos de la hacienda personal y en mayor auge del regalo del cuerpo.

Sabrás, Gildo, cómo, motivao al curso apetecido por uno de los empeños que trije, di con un sujeto que, en tiempos de ayer, fue lobo de la nuestra camá... y aticuenta que no empondero la comparanza, visto que Cueva se llamaba el punto de las juntas que teníamos; y que para lo tocante a echar la zarpá, con razón o sin ella, media provincia era monte para nusotros con la excusa del voto liberal. Buena escuela aquélla, Gildo. Allí aprendió tu padre esa finura de trabajo que le envidian tantos peines de ahora.


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De Mis Recuerdos

José María de Pereda


Cuento


Una tarde gris con intermitencias de sol tibio; una iglesia pobre y vieja sobre una meseta pedregosa con jirones de césped y matas de arbustos bravíos; una extensa campiña verde con fondos lejanos de cerros ondulantes y de erguidos montes gallardamente escalonados.

En el porche de la iglesia, corrillos de aldeanos hablando y pisando quedo, por reverencia a lo que acontece en el santo lugar en día tan señalado. Dentro de la iglesia, el viejo párroco y un su feligrés, no mucho más joven, sentados en un banco de elevado espaldar, delante de un tenebrario, y cantando las Lamentaciones de Jeremías. En la capilla mayor y lleno de luces, el Monumento, cuya armazón está cubierta de colchas y pañuelos muy vistosos, que se extienden después en dos alas, a diestro y siniestro, hasta los respectivos muros de la iglesia. Al pie de las gradas del Monumento, echada la Cruz sobre un paño negro y descansando sus brazos en dos almohadas guarnecidas profusamente de lazos de colores, cadenas de plata, acericos y relicarios. Los fieles, que llenan casi todo lo desocupado del templo, rezando fervorosos o andando en grupos el Calvario, y a veces, cómo para acompañar al murmurio de los rezos o al cántico de las tinieblas, el sonido tenue de la humilde moneda de cobre al caer en el platillo colocado junto a la Cruz yacente.

En el cuerpo de la iglesia, los dos pasos, en sus correspondientes andas, que han de salir en la procesión: el de la Dolorosa, que no es muy grande, y el de «los Judíos», que lo es y pesa mucho, pues representa a Jesús atado a la columna, flagelado por dos sayones: tres esculturas, no modelos de arte seguramente, pero de buen tamaño y bien macizas; por eso tienen sus andas ocho brazos.


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Cutres

José María de Pereda


Cuento


El dibujo era de mi pertenencia, por espontánea e inmerecida generosidad del artista, como constaba y consta en la dedicatoria al pie, de su puno y letra; lo cual, por sí solo, le daba ya, en mis adentros de hombre agradecido, un valor excepcional. Pero con ser este valor tan grande, aún me parecía mayor el que tenía en absoluto el cuadro, considerado como obra de arte y como primera y palpable revelación, a mis ojos, de los talentos del artista, mozo santanderino, en quien el delicado sentimiento de la tierruca madre no se ha embotado ni se embotará jamás con el roce continuo de la jerga ramplona de los alegatos en papel de oficio; como no ahondarán los barnices de la vida madrileña en la epidermis de su cepa campurriana.


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¡Cómo se Miente!

José María de Pereda


Cuento


I

—Adiós, señor don Pedro.

—Muy buenos días, don Crisanto. ¿Va usted a misa?

—No, señor: yo la oigo muy temprano. Ahora estoy esperando al amigo don Plácido que está en la de nueve, para irnos enseguida a dar nuestro paseo.

—Ustedes nunca le pierden: muy bien hecho. ¡Ojalá pudiera yo acompañarlos hoy!

—¿Y por qué no? Es domingo, no hay negocios... Pero ahora recuerdo que anoche no fue usted al Círculo.

—Estuve bastante disgustado ayer todo el día... y sigo estándolo... Tengo el chico mayor indispuesto.

—¿De cuidado?

—Hasta ahora no, a Dios gracias; pero como está tan robusto, no sería difícil, si nos descuidáramos, que le sobreviniese alguna fiebre maligna.

—¿Qué es lo que tiene?

—Una indigestión de castañas.

—¡Diablo, diablo!... Mucho cuidado don Pedro, que la estación es muy mala: la primavera para los muchachos...

—Por eso precisamente me apuro yo... Pero ya sale don Plácido y le dejo a usted con él... Adiós, señores.

—Beso a usted la mano, señor don Pedro: que se alivie el chico.

—Pues qué ¿está enfermo? —preguntó don Plácido, que cogió al vuelo las palabras de don Crisanto.

—Parece que sí.

—¿Cosa de cuidado?

—Me lo sospecho. El origen fue una indigestión de castañas; pero como está tan robusto, le ha sobrevenido una fiebre que ha puesto en cuidado a la familia.

—¡Caramba! ¿Si serán viruelas?

—Oiga usted, es fácil.

Y en esto, los dos personajes se dirigieron hacia la calle de San Francisco, por la Plaza Vieja, deteniéndose un instante junto a la esquina del Puente, en la cual había un vistoso cartelón, recientemente pegado, anunciando, para después de varios ejercicios olímpicos, la segunda ascensión aerostática del intrépido Mr. Juanny.


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Agosto

José María de Pereda


Cuento


Bucólica montañesa

I

No lo podía remediar el pobre tío Luco Sarmientos: mentarle el mes de agosto era producirle un escalofrío. Y si fuéramos a decir que le aborrecía, vaya con Dios; pero sucedía todo lo contrario. Como él decía: «De agosto, no hay que hablar mal delante de mí por lo tocante a sí mesmo, o séase respetive a su mesma mensualidá. No tiene tacha sobre estos particulares; y por gustar, me gusta como el mejor del año; pero...».

Pero era excesivamente supersticioso el bendito de Dios, y hasta creo que no le faltaban motivos para ello, si convenimos, como debemos convenir, en que es muy difícil dejar de ver en una larga y ordenada serie de casualidades, el cumplimiento fatal de una ley misteriosa e inexorable. ¿Quién no es algo supersticioso en este sentido?


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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