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autor: José María de Pereda textos disponibles


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Al Trasluz

José María de Pereda


Cuento


O hay que convenir en que la mujer es susceptible de adquirir cuantos aspectos y actitudes morales quiera darle la educación, o debemos confesar que la naturaleza tiene, de vez en cuando, caprichos muy singulares.

Esto, que probablemente se habrá dicho cincuenta mil veces a propósito de las mujeres que se han hecho célebres en el campo de las ciencias, en el de las artes, en el de las letras... y hasta en el de las armas, cuadra perfectamente al hablar de cierto tipo que, no por pasar como un relámpago todos los años sobre la fisonomía veraniega de Santander, deja de imprimirse en ella; y no así como quiera, sino como imprime un pintor de fama el sello de su ingenio, su idiosincrasia artística, si vale la palabra, sobre todas las figuras de sus cuadros.

Nacida y propagada esta verdadera originalidad del sexo débil en regiones algo inverosímiles todavía en la tradicional y cachazuda España, cuando aparece en una, señal es de que allí puede vivir ya; de que en ella se encuentran los elementos que necesita su vida de ostentación y de aventuras. Estos elementos son: los hombres de Estado, los ricos banqueros, los famosos calaveras, los pontífices de las letras y de las artes, y, como a manera de orla de todo el catálogo, una muchedumbre de damas del llamado gran mundo, y de mozuelos esclavos de la moda.

De que Santander reúne todo eso y ha llegado ya, por ende, a la alta categoría que alcanzan en el mundo elegante tantos otros puertos extranjeros, en cuyas aguas lavan cada verano sus distinguidas mataduras las primeras aristocracias europeas, es evidente prueba el que nos visita todos los años, desde muchos acá, algún ejemplar de aquella fenomenal especie.

Mas antes que el lector eche a mala parte lo que le dije de los elementos vitales de esta señora, apresúrome a indicarle en qué concepto los necesita hoy.


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4 págs. / 8 minutos / 69 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Arroz y Gallo Muerto

José María de Pereda


Cuento


I

Aún no se habrían extinguido las últimas chispas de la hoguera, y apenas asomaban los primeros rayos del sol sobre la cúspide de las montañas vecinas, cuando las campanas del lugar comenzaron á tocar al alba. Sin duda el sacristán había pasado la noche con sus convecinos bailando al fulgor de la hoguera; pues de otro modo, según pública fama, no hubiera sido capaz de tomar la delantera al sol para abandonar el lecho.

Comenzaba yo, entre sueños, á reparar en la tan, para mí, inusitada música, y tal vez hubiera conseguido no salir con ella del plácido letargo que me dominaba, cuando la tos, las pisadas y los gritos de mi tío que entraba en la alcoba con el objeto de despertarme, ahuyentaron completamente el sueño que, por ser el de la aurora, es el que más me gusta.

—¡Arriba, perezoso, que ya es hora!—oí gritar entre garrotazos sacudidos sobre los muebles, y taconazos y patadas en el suelo.

—¡Pero, señor, si está amaneciendo!—contesté balbuciente y restregándome los ojos.

—Eso es: será mejor levantarse al mediodía como hacéis en la ciudad…. ¡Fuera pereza!—añadió con una risotada, tirando de un manotazo la ropa que me cubría, á los pies de la cama.—Alza esos huesos y disponte á celebrar á San Juan como es debido.

Estas últimas palabras me hicieron recordar que era el día de mi tío, y que por ello había llegado yo la víspera á su casa. Felicitéle cordialmente, y no pude menos de admirar aquella humanidad robusta y, á pesar de los sesenta años que contaba de fecha, fresca y rebosando en vida.

Estaba ya afeitado y vestido con la ropa de los domingos, traje que sin ser de rigorosa elegancia, ni mucho menos, tampoco bajaba hasta el vulgar de los campesinos: ancho, fino y cómodo, como pertenecía á un señor bien acomodado de aldea; categoría en que figura mi tío con tanto derecho como el mejor caballero de la provincia.


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11 págs. / 19 minutos / 62 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

De Mis Recuerdos

José María de Pereda


Cuento


Una tarde gris con intermitencias de sol tibio; una iglesia pobre y vieja sobre una meseta pedregosa con jirones de césped y matas de arbustos bravíos; una extensa campiña verde con fondos lejanos de cerros ondulantes y de erguidos montes gallardamente escalonados.

En el porche de la iglesia, corrillos de aldeanos hablando y pisando quedo, por reverencia a lo que acontece en el santo lugar en día tan señalado. Dentro de la iglesia, el viejo párroco y un su feligrés, no mucho más joven, sentados en un banco de elevado espaldar, delante de un tenebrario, y cantando las Lamentaciones de Jeremías. En la capilla mayor y lleno de luces, el Monumento, cuya armazón está cubierta de colchas y pañuelos muy vistosos, que se extienden después en dos alas, a diestro y siniestro, hasta los respectivos muros de la iglesia. Al pie de las gradas del Monumento, echada la Cruz sobre un paño negro y descansando sus brazos en dos almohadas guarnecidas profusamente de lazos de colores, cadenas de plata, acericos y relicarios. Los fieles, que llenan casi todo lo desocupado del templo, rezando fervorosos o andando en grupos el Calvario, y a veces, cómo para acompañar al murmurio de los rezos o al cántico de las tinieblas, el sonido tenue de la humilde moneda de cobre al caer en el platillo colocado junto a la Cruz yacente.

En el cuerpo de la iglesia, los dos pasos, en sus correspondientes andas, que han de salir en la procesión: el de la Dolorosa, que no es muy grande, y el de «los Judíos», que lo es y pesa mucho, pues representa a Jesús atado a la columna, flagelado por dos sayones: tres esculturas, no modelos de arte seguramente, pero de buen tamaño y bien macizas; por eso tienen sus andas ocho brazos.


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5 págs. / 8 minutos / 48 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Cutres

José María de Pereda


Cuento


El dibujo era de mi pertenencia, por espontánea e inmerecida generosidad del artista, como constaba y consta en la dedicatoria al pie, de su puno y letra; lo cual, por sí solo, le daba ya, en mis adentros de hombre agradecido, un valor excepcional. Pero con ser este valor tan grande, aún me parecía mayor el que tenía en absoluto el cuadro, considerado como obra de arte y como primera y palpable revelación, a mis ojos, de los talentos del artista, mozo santanderino, en quien el delicado sentimiento de la tierruca madre no se ha embotado ni se embotará jamás con el roce continuo de la jerga ramplona de los alegatos en papel de oficio; como no ahondarán los barnices de la vida madrileña en la epidermis de su cepa campurriana.


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22 págs. / 40 minutos / 47 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Amor de los Tizones

José María de Pereda


Cuento


Porque hace música, y literatura, y política, y sorbe tes dansants y chocolates bulliciosos, y juega al encarté... y a la banca en los salones, piensa la gente del «gran mundo» que ella sola sabe sacar partido de las largas noches del invierno. Llenas están las columnas de la prensa periódica de almibaradas revistas y hasta de poemas garapiñados que me lo hacen creer así. Pero la gente susodicha y sus melifluos infatigables salmistas se equivocan de medio a medio, como voy a demostrarlo con hechos, que son argumentos sin vuelta ni revés; y con hechos que no han de proceder de la vida y milagros de la benemérita clase media que, por horror innato a su propia medianía, vive en perpetuo remedo aristocrático; ni tampoco de los anales de los sabañonudos gremios horteril, especiero y consortes, rebaño que ya viste frac, toma sorbete y baila con guantes los domingos, y forcejea y suda por eclipsar el brillo social de la clase media. Para que el éxito de mi tarea sea más completo, he de buscar los hechos prometidos en una esfera mucho más distante, en grado descendente, de la en que reside la encopetada jerarquía que, por no saber en qué dar, da con frecuencia en vestirse de estación, y de nube, y de astro... y de no sé cuántas cosas más; he de buscarlos, repito, entre los más sencillos aldeanos del más apartado rincón de la Montaña, contando, por supuesto, con que sabrán otorgarme su indulgencia aquellos señores del buen tono por el crimen de lesa etiqueta que cometo al oponerles, siquiera por un instante, un parangón tan grosero, tan inculto, tan cerril.

Y hecha esta importante salvedad, dejo al arbitrio del más escrupuloso lector la elección del pueblo... ¿Ese? Corriente.

Treinta casas tiene; se divide en tres barrios, y en cada uno de ellos hay un acabado modelo de lo que yo necesito: una hila.


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20 págs. / 35 minutos / 46 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

¡Cómo se Miente!

José María de Pereda


Cuento


I

—Adiós, señor don Pedro.

—Muy buenos días, don Crisanto. ¿Va usted a misa?

—No, señor: yo la oigo muy temprano. Ahora estoy esperando al amigo don Plácido que está en la de nueve, para irnos enseguida a dar nuestro paseo.

—Ustedes nunca le pierden: muy bien hecho. ¡Ojalá pudiera yo acompañarlos hoy!

—¿Y por qué no? Es domingo, no hay negocios... Pero ahora recuerdo que anoche no fue usted al Círculo.

—Estuve bastante disgustado ayer todo el día... y sigo estándolo... Tengo el chico mayor indispuesto.

—¿De cuidado?

—Hasta ahora no, a Dios gracias; pero como está tan robusto, no sería difícil, si nos descuidáramos, que le sobreviniese alguna fiebre maligna.

—¿Qué es lo que tiene?

—Una indigestión de castañas.

—¡Diablo, diablo!... Mucho cuidado don Pedro, que la estación es muy mala: la primavera para los muchachos...

—Por eso precisamente me apuro yo... Pero ya sale don Plácido y le dejo a usted con él... Adiós, señores.

—Beso a usted la mano, señor don Pedro: que se alivie el chico.

—Pues qué ¿está enfermo? —preguntó don Plácido, que cogió al vuelo las palabras de don Crisanto.

—Parece que sí.

—¿Cosa de cuidado?

—Me lo sospecho. El origen fue una indigestión de castañas; pero como está tan robusto, le ha sobrevenido una fiebre que ha puesto en cuidado a la familia.

—¡Caramba! ¿Si serán viruelas?

—Oiga usted, es fácil.

Y en esto, los dos personajes se dirigieron hacia la calle de San Francisco, por la Plaza Vieja, deteniéndose un instante junto a la esquina del Puente, en la cual había un vistoso cartelón, recientemente pegado, anunciando, para después de varios ejercicios olímpicos, la segunda ascensión aerostática del intrépido Mr. Juanny.


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14 págs. / 25 minutos / 46 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Espíritu Moderno

José María de Pereda


Cuento


I

Hace doce años, hallándome de visita en casa de una señora respetable (adjetivo con que se expresaba entonces en Santander cuanto de finura, prosapia, posición social y talento cabía en una mujer), hablaba con ella de la vida del campo, en el cual acababa yo de pasar unos días.

—¿Es posible—me decía la culta dama—que una persona de cierta educación se resigne á vivir en la soledad de una aldea?

—Sí, señora—le respondí yo,—y encontrando en ella goces tan grandes como los que proporciona la ciudad.

—No lo creo. Empiece usted por las malas condiciones de la habitación.

—Perdone usted, señora: la casa de una persona acomodada de aldea es más espaciosa, y hasta más cómoda, que la mejor de la ciudad.

—¿Qué está usted diciendo?… Las casas de aldea…. ¡Jesús!, unas tejavanas miserables, obscuras, lóbregas…, sin un mal balcón….

—Tres tiene la en que yo nací…, y bien grandes, por cierto.

—¿Es posible?

—Y en el menor salón de aquella casa cabe muy holgadamente ésta en que ahora estamos.

—Usted se burla.

—No vendría muy al caso.

—Pues digo bien. ¿No estoy yo cansada de ver casas de aldea en Miranda, en Cueto, en San Juan?… Y eso que, según me han dicho, estas casas son palacios, comparadas con las de las aldeas del interior.

—Vuelvo á repetir á usted que la mía, si no tan lujosa como ésta y otras semejantes, es bastante más cómoda que todas ellas, pudiendo también asegurar, pues las he visto, que hay casas de aldea en esta provincia que contienen cuanto puede apetecer la persona más escrupulosa y exigente.

—Yo no quiero ponerlo en duda; pero no extrañe usted que me cueste trabajo creerlo, porque ¡me han contado tales horrores de la aldea!…

—Ya se conoce que usted no ha vivido en el campo.


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12 págs. / 22 minutos / 45 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Excelentísimo Señor...

José María de Pereda


Cuento


Una semana antes de suspenderse, por razones de alta temperatura, las sesiones de las Cortes, pronunció un discurso de abierta oposición a la política del Gobierno. Tres días después se trasladó a Santander con su señora, luciendo todavía los tornasoles de la aureola en que le envolvió aquel triunfo parlamentario. No hay que decir si llegaría hueco y espetado, él que, por naturaleza, es grave y repolludo.

Como, ni su excelencia ni su señora piensan tomar baños de mar, sin duda por aquello de que de cincuenta para arriba, etc..., refrán cuya primera parte les coge por la mitad, no han querido alojarse en el Sardinero; y como tampoco quieren el bullicio y las estrecheces del cuarto de una fonda, se han acomodado en una modesta casa de huéspedes, ocupando la mejor sala con el adjunto gabinete.

Su excelencia sale a la calle con zapatos de cuero en blanco, sombrero hongo de anchas alas, cómoda y holgada americana, chaleco muy abierto y tirillas a la inglesa.

Siempre camina lento y acompasado, con las manos cruzadas sobre los riñones, y entre las manos la empuñadura de cándida sombrilla. Nunca va solo: generalmente le acompañan cuatro o seis personas de la población y de sus ideas políticas.

Marchan en ala, y el personaje ocupa el centro de ella.

A cada veinte pasos hace un alto, y el acompañamiento le rodea. Es que va a tocar uno de los puntos graves de su discurso; porque es de advertir que su excelencia no gasta menos, ni aun para diario.

Y, en efecto: si un oído indiscreto se acerca entonces al grupo, percibirá éstas u otras semejantes palabras, dichas en tono campanudo y resonante:


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Fin de una Raza

José María de Pereda


Cuento


I

Nos despedimos de él diez y seis años ha, y ya era viejo entonces. Iba Muelle arriba, descollando su gigantesca arboladura sobre un enjambre de pescadoras y granujas que le rodeaban. Gemían unas, suspiraban otras, y se secaban los ojos muy á menudo con la orilla del delantal, ó con el dorso de la mano, mientras hormigueaban entre ellas los muchachos con el escozor de la curiosidad. Hablaba él con todos sin mirar á nadie, forjando los secos razonamientos á empellones, como si derribara las palabras de sus hombros y les diera el acento con los puños. Quien sólo le viera y no le escuchara, tomárale por fiero capataz de un rebaño de esclavos, y no por el paño de lágrimas de aquella turba de afligidos.

En tanto, cerca del promontorio de San Marín balanceábase un buque del Estado, arrojando de sus entrañas de hierro, entre sordos mugidos, espesa columna de humo que el fresco Nordeste impelía hacia la ciudad, como si fuera el adiós fervoroso con que se despedían de ella, y de cuanto en ella dejaban, quizá para siempre, agrupados junto á la borda, los valientes pescadores santanderinos, arrancados de sus hogares por la última leva.


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Barón de la Rescoldera

José María de Pereda


Cuento


Cuando llega, en julio, a Santander, viene de Burdeos, adonde fue de París, donde pasó la primavera después de haber repartido el otoño y el invierno entre Madrid (su patria nativa), Berna, Florencia, Berlín y San Petersburgo. Ni los hielos le enfrían, ni el calor le sofoca. Es una naturaleza de roble que se endurece con los años y a la intemperie.

Pasa ya de los cincuenta, es de elevada talla, trigueño de color, de pelo áspero y rapado a punta de tijera; derecho como un poste; algo protuberante de estómago y de nariz; pequeño de pies, de manos y de boca; ancho de espaldas y de frente, y muy cerrado de barba, que se afeita todos los días cuidadosamente, menos en la parte en que radican sus anchas y bien cuidadas patillas a la macarena.

Viste todo el año de medio tiempo, y es su traje intachable en calidad y corte, así como es intachable también la blancura de su camisa, de la que ostenta no flojas pruebas en pecho, puños y pescuezo.

Fuma sin cesar grandes habanos, y saliva mucho, e infaliblemente antes de empezar a hablar lo poco que habla; y en cada desahogo de éstos, larga, zumbando, una pulgada de tabaco que ha partido con los dientes.

Para saludar, no da la mano entera, sino la punta del índice... cuando alguno le saluda; pues él no saluda a nadie en la calle, ni tampoco se para. Si el que pasea con él se detiene para hacerle alguna observación, él sigue andando inalterable. Si el detenido le alcanza después, bueno, y si no, como si jamás se hubiesen visto.

En estos casos, no usa, para sostener la conversación, más que salivazos y monosílabos: también algún carraspeo que otro. Para las grandes ocasiones tiene disponibles unas cuantas frases y pocas más interjecciones y palabras, tan breves como enérgicas: las frases para preguntar, las palabras sueltas para responder, y las interjecciones para comentarios.


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5 págs. / 9 minutos / 44 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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