«El baile es un círculo cuyo centro es el diablo».
Esto lo dijo un teólogo que no era rana.
Mas para los moralistas de ogaño esta definición no es admisible, porque, prescindiendo de que el tiempo de los sábados
y de las metamorfosis ha pasado, el círculo no es la figura simbólica
de nuestros bailes. Demasiado saben ustedes que cada pareja se va por
donde se le antoja, pierde el compás cuando le acomoda y vuelve cuando
le da la gana; luego si no hay círculo, no hay centro; ergo si no hay centro, mal puede el diablo hallarse en él.
Sin embargo, la opinión del teólogo tiene su fundamento. «Las mujeres
son el mismo diablo», se dice vulgarmente; y admitiendo la denominación
de círculo que suele darse a las reuniones danzantes, y
teniendo en cuenta que «el bello sexo» es el núcleo o centro de estas
reuniones, «el baile es un círculo cuyo centro es la mujer».
Sustituyendo ahora en lugar de este término su equivalente «el mismo
diablo», viene a quedar probada la exactitud de la máxima del teólogo.
Pero de este modo se infiere un gravísimo cargo a las mujeres; pues
no es lo mismo decir que «son el diablo», que «el diablo es la mujer»; y
apelo en testimonio a la gramática.
Buscando un término medio a estas combinaciones diabólicas, he
llegado yo a creer que el teólogo citó al diablo por dar alguna forma
decente a las tentaciones.
Por lo que hace a éstas, los mismos que no creen en brujas y se ríen
del diablo, no se atreverán a negar que tienen en el baile la mejor
parte. Yo las he visto, y no soy escrupuloso ni aprensivo.
Pero sean las tentaciones o el diablo el centro abominable del baile,
según el consabido teólogo, conste que he querido comprobar su máxima
para que no se me diga que la acepto por sistema; porque yo la acepto...
Ergo, detesto el baile.
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