Textos más vistos de José María de Pereda publicados por Edu Robsy | pág. 3

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autor: José María de Pereda editor: Edu Robsy


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El Tirano de la Aldea

José María de Pereda


Cuento


I

Cándidos hay todavía que creen que existe sobre la tierra algún rinconcillo donde es posible la paz del espíritu, y, como consecuencia inmediata, el perfecto equilibrio de los humores.

Las grandes pasiones, los choques infinitos de los múltiples elementos y encontradas tendencias que constituyen la vida social en los grandes centros de población, aturden al hombre pacífico y sedentario.

—¡Dichoso el campesino —exclama a menudo—, que vive sin ruido, sin política, sin literatos, sin filosofía, sin periódicos, sin gas, sin talleres... y sin guantes! El sol refulgente, la pradera florida, el verde follaje, el río murmurando, la dulce brisa, las mieses fecundas, la sonora esquila y el santo trabajo a la luz del astro vivificante, para depositar en las entrañas de la madre tierra el leve grano que, bendecido por la mano de Dios, ha de producir la suculenta hogaza... Esta es la vida. ¡Gloria a Dios en las alturas, y paz a los hombres de buena voluntad!

Concédanme ustedes que no hay versión más admitida entre los desengañados de la civilización. Pero ¿dónde está ese rincón bendecido?


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Dominio público
17 págs. / 30 minutos / 56 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Esbozos y Rasguños

José María de Pereda


Cuentos, colección


Al Sr. D. Manuel Marañón

Queridísimo amigo e inolvidable conterráneo: Perdone usted la franqueza con que le elijo para presentar al bondadoso público, a quien tantas atenciones inmerecidas debo, estos rebuscos de mis cartapacios, obras, las más de ellas, que ni siquiera tienen el atractivo de ser inéditas; pero precisamente para las malas causas es para lo que se necesitan los buenos abogados; y he aquí por qué, en la presente ocasión, le cargo con el peso de esta dedicatoria. Mas no se entienda por ello que reputo el libro por enteramente indigno de andar en letras de molde, porque si tal creyera no le publicara: observación que se me ocurre cada vez que leo al frente de una obra pueriles e insistentes declaraciones del autor, de que la tal obra no vale un pito. Pues si tal cree, ¿para qué la da a luz?; y ya que la da, ¿para qué lo dice? Con franqueza, amigo mío: creo que entre mucho, menos que regular, hay en este libro algo que merece los honores de la imprenta, y por eso no comienzo poniéndole a los pies de los caballos, aunque lamente de todo corazón que no sea, en conjunto, tan excelente como yo quisiera, para que el público le recibiera con palmas y usted me agradeciera el cargo que le encomiendo.

Lo que podrá muy bien ocurrir (y aquí está lo grave del negocio) es que el lector y yo discordemos grandemente en lo relativo a la bondad de lo que yo reputo por no malo.


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Dominio público
232 págs. / 6 horas, 47 minutos / 157 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Fisiología del Baile

José María de Pereda


Cuento


«El baile es un círculo cuyo centro es el diablo».

Esto lo dijo un teólogo que no era rana.

Mas para los moralistas de ogaño esta definición no es admisible, porque, prescindiendo de que el tiempo de los sábados y de las metamorfosis ha pasado, el círculo no es la figura simbólica de nuestros bailes. Demasiado saben ustedes que cada pareja se va por donde se le antoja, pierde el compás cuando le acomoda y vuelve cuando le da la gana; luego si no hay círculo, no hay centro; ergo si no hay centro, mal puede el diablo hallarse en él.

Sin embargo, la opinión del teólogo tiene su fundamento. «Las mujeres son el mismo diablo», se dice vulgarmente; y admitiendo la denominación de círculo que suele darse a las reuniones danzantes, y teniendo en cuenta que «el bello sexo» es el núcleo o centro de estas reuniones, «el baile es un círculo cuyo centro es la mujer».

Sustituyendo ahora en lugar de este término su equivalente «el mismo diablo», viene a quedar probada la exactitud de la máxima del teólogo.

Pero de este modo se infiere un gravísimo cargo a las mujeres; pues no es lo mismo decir que «son el diablo», que «el diablo es la mujer»; y apelo en testimonio a la gramática.

Buscando un término medio a estas combinaciones diabólicas, he llegado yo a creer que el teólogo citó al diablo por dar alguna forma decente a las tentaciones.

Por lo que hace a éstas, los mismos que no creen en brujas y se ríen del diablo, no se atreverán a negar que tienen en el baile la mejor parte. Yo las he visto, y no soy escrupuloso ni aprensivo.

Pero sean las tentaciones o el diablo el centro abominable del baile, según el consabido teólogo, conste que he querido comprobar su máxima para que no se me diga que la acepto por sistema; porque yo la acepto... Ergo, detesto el baile.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 67 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Gonzalo González de la Gonzalera

José María de Pereda


Novela


Al señor D. R. de Mesonero Romanos

Porque tuvo usted la bondad, cuando publiqué mi primer libro, de saludarme punto menos que como a una lumbrera en el arte de pintar costumbres, atrevíme a esperar que, andando el tiempo, llegaría yo a escribir una obra tan excelente, que fuera digna de ser ofrecida al Curioso Parlante maestro eximio cuyos cuadros eran, y siéndolo continúan hasta la fecha, mi delicia por lo primorosos y mi desesperación por lo inimitables. Pasaron los años y compuse más libros; y aunque nunca me faltó la estimulante recompensa de las alabanzas de usted, el que yo había soñado no llegaba. Sin adelantar gran cosa en el oficio, apuntáronme las canas; y con esta ganancia, perdí para siempre aquellas candorosas ilusiones. Convencido ya de que la más mala de mis obras es la última que escribo, dedico a usted ésta, en la seguridad, de que la siguiente, si llego a concluirla, ha de ser mucho peor.

Sírvase usted, mi querido maestro, aceptarla, ya que no por buena, como público testimonio de la cordialidad con que es de usted agradecido amigo y admirador entusiasta,

JOSÉ MARÍA DE PEREDA.

I. Que puede servir de Introducción

Trepando por la vertiente occidental de un empinado cerro, se retuerce y culebrea una senda, que a ratos se ensancha y a ratos se encoge, cual si estas contracciones de sus contornos fueran obra de unos pulmones fatigados por la subida; y buscando los puntos más salientes, como para asirse a ellos, tan pronto atraviesa, partiéndole en dos, un ancho matorral, como se desliza por detrás de una punta de blanquecina roca. Así va llegando hasta la cima; tiéndese a la larga sobre ella unos instantes para cobrar aliento, y desciende en seguida por la vertiente opuesta.


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Dominio público
281 págs. / 8 horas, 12 minutos / 329 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Ir por Lana...

José María de Pereda


Cuento


I

Nutrida de carnes, sana de color, ancha de caderas, roma de nariz, alta de pecho, alegre de mirada y frisando en los veintidós, Fonsa, hija de un viejo matrimonio cargado de trabajo, de arrugas y privaciones, era quien se llevaba la palma entre todas las mozas de su lugar. Rondábanla por la noche y bailábanla a porfía los domingos en el corro los mozos más gallardos; poníanle arcos de flores a la ventana durante la velada de San Juan, y la hacían, en fin, objeto de cuantas manifestaciones es susceptible la rústica galantería montañesa.

Pero Fonsa no era feliz, a pesar de todo. Su único hermano había marchado a América poco tiempo hacía, y dos amigas y convecinas que servían en Santander, se habían presentado en el pueblo con vestido de merino de lana y botas de charol. Lo primero la tenía en constante esperanza de ser señora; lo segundo la hizo reparar más de lo conveniente en que ella aún vestía bayeta y percal, y que, descalza casi siempre, se pasaba lo más del año cavando la tierra y sufriendo la inclemencia del sol y del frío. Por eso se dijo una vez, a su modo, por supuesto: «Mi hermano me ha prometido hacerme una señora principal, pero mañana u otro día; y de aquí allá, ya hay lugar para morirse de hambre. Yo podía, para entretener mejor el tiempo, irme a servir a Santander, donde dicen mis compañeras que se divierten mucho y comen y se visten bien y trabajan poco».

Y a Fonsa empezó a quitarle el sueño el condenado gusanillo de la ambición, que está haciendo y ha hecho en la Montaña más estragos que el oidium, la epizootia y el cólera juntos.


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Dominio público
27 págs. / 47 minutos / 43 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Montálvez

José María de Pereda


Novela


Parte I

I

Pulcro y rollizo; suave y risueño, y, al mismo tiempo, solemne y espetado; vulgar obscuro de meollo; rico, huérfano y libre; sin nervios ni hieles en el cuerpo, ni señal de polvo de las aulas en la ropa; vicioso a la chita callando; enamorado de su estampa, de su talento, de su elocuencia, y especialmente de los timbres de su linaje, y dejándose correr, con todas estas ventajas, a lo largo de la vida en lo más substancioso de ella, sin otros fines que el regalo de la querida persona, con la satisfacción de todos los apetitos, pero sin prefacios de grandes desvelos, ni epílogos de incómodas harturas... eso era el caballero marqués de Montálvez (título con polillas, de puro rancio); eso era en los tiempos de su mocedad; y así fue tirando el pobre, sin visible quebranto en la salud, aunque con muchos y muy gordos en el caudal, hasta que le apuntaron la calvicie en el cogote y la pata de gallo en los ojos. Entonces se decidió a casarse; y contra lo que era de esperar de sus devociones y pujos aristocráticos, partió su blasonado lecho con la hija única de un rico ex contratista de carreteras y suministros, rozagante y frescachona, eso sí, pero no tan hermosa, seguramente, como él la pintaba, quizás en su empeño de justificar con la ley irresistible de una pasión desinteresada, una caída desde lo más alto de las cumbres de su vanidad.


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Publicado el 15 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Mujer del César

José María de Pereda


Novela corta


I

No se necesitaba ser un gran fisonomista para comprender, por la cara de un hombre que recorría a cortos pasos la calle de Carretas de Madrid, en una mañana de enero, que aquel hombre se aburría soberanamente; y bastaba reparar un instante en el corte atrasadillo de su vestido, chillón y desentonado, para conocer que el tal sujeto no solamente no era madrileño, pero ni siquiera provinciano de ciudad. Sin embargo, ni de su aire ni de su rostro podía deducirse que fuera un palurdo. Era alto, bien proporcionado y garboso, y se fijaba en personas y en objetos, no con el afán del aldeano que de todo se asombra, sino con la curiosidad del que encuentra lo que, en su concepto, es natural que se encuentre en el sitio que recorre, por más que le sea desconocido.

Praderas de terciopelo, bosques frondosos, arroyos y cascadas, rocas y flores, eran las galas de su país. Nada más natural que fuesen las grandes vidrieras y los caprichos de las artes suntuarias el especial ornamento de la capital de España, centro del lujo, de la galantería y de los grandes vicios de toda la nación.

Este personaje, que debía llevar ya largas horas vagando por las aceras que comenzaban a poblarse de gente, miraba con impaciencia su reloj de plata, bostezaba, requería los anchos extremos de la bufanda con que se abrigaba el cuello, y tan pronto retrocedía indeciso como avanzaba resuelto.


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81 págs. / 2 horas, 22 minutos / 177 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Puchera

José María de Pereda


Novela


I. «RÉ» EN LA ARCILLOSA

Quién de los dos empujó primero, yo no lo sé. Quizás fuera el mar, acaso fuera el río. Averígüelo el geólogo, si es que le importa. Lo indudable es que el empuje fué estupendo, diérale quien le diera; es decir, el río para salir al mar, ó el mar para colarse en la tierra. Mientras el punto se aclara, supongamos que fué el mar, siquiera porque no se conciben tan descomunales fuerzas en un río de quinta clase, que no tiene doce leguas de curso.

¡Labor de titanes! Primero, el peñasco abrupto, recio y compacto de la costa. Allí, á golpe y más golpe, contando por cúmulos de siglos la faena, se abrió al fin ancho boquete, irregular y áspero, como franqueado á empellones y embestidas. Al desquiciarse los peñascos de la ingente muralla, algo cayó hacia afuera que resultó islote mondo y escueto, y más de otro tanto hacia dentro, en dos mitades casi iguales, que vinieron á ser á modo de contrafuertes ó esconzados de la enorme brecha. La labor del intruso para continuar su avance, fué ya menos difícil: sólo se trataba de abrirse paso á través de una sierra agazapada detrás de la barrera de la costa; y forcejeando allí un siglo y otro siglo, buscando á tientas al obstáculo las más blandas coyunturas de su armazón de granito, quedó hecho el cauce, profundo y tortuoso, entre dos altos taludes que el tiempo fué tapizando de césped y bordando de malezas.


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Dominio público
400 págs. / 11 horas, 40 minutos / 433 visitas.

Publicado el 5 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Las de Cascajares

José María de Pereda


Cuento


No es aristócrata por la sangre, ni siquiera tiene un título nobiliario de los de nuevo cuño; no por haber llegado tarde al reparto de ellos, sino acaso por distinguirse más, llamándose a secas el señor de Cascajares.

El cual es un banquero, o hacendado, o contratista de alto bordo, muy rico, según la fama, que reside en Madrid, en donde, al decir de los que de allá vienen a pasar las vacaciones de verano, habita espléndido palacio en el paseo de Recoletos, o elegante casa en la calle de Alcalá o en la del Barquillo.

Es diputado a Cortes cuantas veces quiere, y lo quiere casi siempre, porque todos los gobiernos apoyan su candidatura, en cambio de la decisión con que él aplaude a todos los gobiernos. Sin embargo, no es hombre político: sólo se comunica con los del poder por el ministerio de Hacienda.

Su señora tiene más conexiones e intimidades que él con los altos personajes de la cosa pública. Se tutea con muchos de ellos, aunque tampoco es aficionada a la cábala ni al cabildeo; es decir, que le gusta el personaje por lo que brilla, y nada más.

Tiene tres hijas solteras, y «va con ellas al gran mundo». Ni éstas son modelos de hermosura, ni la madre encaja, por ninguna parte que se la mire, en el más modesto de los moldes aristocráticos; pero, así y todo, pasan en la corte por «ornamentos distinguidísimos de la alta sociedad». Lo cierto es que los Asmodeos y Pedros Fernández las citan siempre, en sus almibaradas crónicas de salones, en el catálogo de las bellas, discretas y elegantes.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 98 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Para Ser un Buen Arriero...

José María de Pereda


Cuento


I

Blas del Tejo y Paula Turuleque eran de un mismo pueblo de la Montaña, y entrambos huérfanos de padre y madre y hasta de toda clase de parientes. Blas poseía, por herencia, un cierro de ocho carros de tierra y un par de bueyes. Paula era dueña, en igual concepto que Blas, de una casuca con huerto, de dos novillas y de una carreta.

Paula y Blas convinieron un día en que si sus respectivas herencias se convirtiesen en una sola propiedad y se añadiesen a ésta algunas reses en aparcería y algunas tierras a renta, se podría pasar con todo ello una vida que ni la del archipámpano de Sevilla.

Y Blas y Paula se casaron para realizar el cálculo, y pronto, como eran honrados, hallaron quien les diese en renta veinte carros de prado y otros tantos de labrantío, más un par de vacas en aparcería.

Blas era gordinflón, bajito, risueño y tan inofensivo como una calabaza.

Paula no era más alta que Blas, y allá se le iba en carnes y en malicias.

Cogían maíz para ocho meses, partían con el amo una novilla cada año y mataban un cerdo de siete arrobas por Navidad. Paula tenía siempre colgados en la vara, sobre la cama, un jubón de cúbica negra, una saya de estameña del Carmen con randa de panilla, y un pañuelo de espumilla para los días de fiesta. Blas, por su parte, nunca estaba sin unos calzones y una chaqueta de paño fino, y un sombrero serrano para las grandes solemnidades.

Blas no probaba el vino más que para celebrar los días de fiesta, y en estos casos nunca pasaba de medio cuartillo, y Paula se escandalizaba cuando oía decir que algunas de sus vecinas empeñaban las ropas o vendían el maíz para beber aguardiente.


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Dominio público
28 págs. / 49 minutos / 91 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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